La ópera de los tres centavos

La ópera de los tres centavos Citas y Análisis

Mi negocio es demasiado difícil, porque consiste en suscitar la compasión humana. Hay algunas cosas, pocas, que estremecen a los hombres; algunas, pero lo malo es que, si se utilizan unas cuantas veces, no surten ya efecto. Porque el hombre tiene la tremenda capacidad de volverse insensible, por decirlo así, a voluntad.

Señor Peachum, Acto I, Escena 1, p.12.

La obra realiza una crítica a la sociedad burguesa, y es Peachum, particularmente, quien denuncia la insensibilidad producto de la degradación generada por el sistema capitalista. Con el personaje de Peachum y su discurso en la primera escena, se introduce esta temática común a las obras de Brecht: la insensibilidad e indiferencia de los hombres frente al sufrimiento de los demás. Peachum está a cargo de hombres que mendigan por las calles de Londres, y su trabajo es difícil porque los ciudadanos se están volviendo cada vez más insensibles, menos compasivos.

No debe perderse de vista, sin embargo, un gesto típico en Brecht. El reclamo no se da en boca de un personaje de moral intachable, sino más bien en la de un hipócrita: el mismo Peachum no se sensibiliza en lo más mínimo frente al sufrimiento de quienes acuden a él y no duda en explotar a los más necesitados.

Aunque la vida, con sus corrientes impetuosas, nos haya separado a los dos, viejos amigos de juventud; aunque nuestros intereses profesionales sean muy distintos, incluso, podrían decir algunos, francamente contrapuestos, nuestra amistad ha sobrevivido a todo. ¡Tenéis mucho que aprender! Cástor y Pólux, Héctor y Andrómaco, etcétera. Rara vez yo, simple salteador de caminos (...), he dado un pequeño golpe sin transferirle a él, mi amigo, parte del producto, una parte considerable, Brown, como presente y prueba de mi inconmovible fidelidad, y rara vez, (...) él, el todopoderoso Jefe de Policía, ha organizado una redada sin hacerme llegar antes a mí, su amigo de juventud, un pequeño aviso.

Macheath, Acto I, Escena 2, p.35.

Mac se casa con Polly, y al festejo acude como invitado el jefe de policía de la ciudad, el señor Brown. Tal como se observa en el fragmento citado, Macheath expone ante todos la estrecha y antigua amistad que mantiene con el ahora Sheriff.

Esto funciona para poner en escena todo un entretejido social en el cual los criminales mantienen vínculos más estrechos con la policía de lo que podría suponerse. La amistad entre Mac y Brown, así como la “lealtad” que mantienen entre sí, representa la extrema corrupción de una sociedad donde la justicia no es más que una farsa, puesto que el jefe de los criminales no corre ningún peligro de ser encarcelado mientras siga sobornando a la autoridad policial. Exponiendo esta corrupta asociación, la obra configura una crítica a las instituciones en la que la sociedad capitalista pretende erigirse.

¿Casada? Primero la cubres de vestidos y sombreros y guantes y sombrillas, de la cabeza a los pies, y cuando ha costado ya tanto como un yate, ella misma se tira a la basura como un pepino podrido. ¿De verdad que te has casado?

Señora Peachum, Acto I, Escena 3, p.38

En esta obra, la mayoría de los personajes tratan el amor como algo ridículo. Los padres de Polly se indignan cuando se enteran de que la muchacha se casó, y no se conmueven ante el discurso de Polly, en el que manifiesta estar enamorada. En cambio, le recomiendan hacer lo que consideran común en un matrimonio: divorciarse. Desde su perspectiva, el matrimonio solo puede entenderse como parte de un negocio: el único punto de casarse yacería en obtener una ganancia económica.

Los negocios se ubican, en la jerarquía de estos personajes, por encima del amor. El señor Peachum no quiere que Polly se case porque eso afectaría sus negocios, y el matrimonio lamenta que su hija, en lugar de hacer “algo que valga la pena”, se haya enamorado. En cierto modo, esta cuestión consolida una crítica de Brecht a la pérdida de la sensibilidad en una sociedad capitalista cuyo único anhelo tiene que ver con lo material y la ganancia económica.

He hecho bien en no chillarle. Al principio iba a hacerlo. Pero luego pensé, justo a tiempo, que una mirada profunda y llena de reproche le daría muchos más escalofríos. Y ha dado resultado. Lo miré y se puso a llorar a lágrima viva. Ese truco lo aprendí en la Biblia.

Macheath, Acto II, Escena 6, p.63.

El cristianismo y la moral cristiana aparecen tematizados y criticados en la obra como uno de los pilares de la sociedad burguesa. En muchos momentos de la pieza se construye una suerte de analogía entre Cristo y Macheath, y el fragmento citado corresponde a uno de ellos.

Macheath se alegra por utilizar lo que llama un "truco" que aprendió en la Biblia, cuando para castigar al jefe de policía que lo traicionó lo mira en silencio en lugar de insultarlo. La referencia del protagonista es a la escena, retratada en los Evangelios, en la que Jesús no le ofrece sino silencio a Poncio Pilatos, cuando este, luego de traicionarlo y sintiéndose culpable, acude a él. En la obra de Brecht, el jefe de policía Tiger Brown estaría ocupando el rol de Pilatos: al igual que el político romano, Brown no quiere condenar a quien toda la sociedad señala como culpable, pero acaba cediendo para no sufrir en carne propia las consecuencias de dejarlo en libertad. Tiger Brown se dirige luego al hombre a quien traicionó para que este lo disculpe y quite el peso de su conciencia, pero Macheath le devuelve un silencio tan frío y condenatorio como el que Pilatos recibió de Cristo en su celda. Esta analogía construida en la pieza constituye de por sí un claro gesto de ataque al cristianismo, en tanto la obra coloca a su máximo símbolo religioso a la altura de un despiadado criminal.

Señores que enseñáis a ser honrados

y a no pecar ni practicar el mal

mejor es que nos deis buenos bocados

y que habléis luego, eso es lo esencial.

(...)

primero es comer, después la moral.

Primero ha de poder también el pobre

comer del gran pastel, no lo que sobre.

Macheath, Canción "Pues, ¿de qué vive el hombre?", Acto II, Escena 6, p.74.

La canción "Pues, ¿de qué vive el hombre?", con la que culmina el segundo acto, es una de las más célebres de la obra. El verso “primero es comer, después la moral” funciona como una síntesis de la crítica marxista que se desenvuelve a lo largo de toda la pieza, a la vez que procura condicionar la mirada del público sobre el accionar de los personajes en la trama. La canción empuja a no juzgar moralmente las acciones de quienes pasan hambre, sino, por el contrario, comprender a aquellos ladrones, mendigos, prostitutas, que se enfrentan a mayores dificultades de las que encaran quienes se sientan en la platea del teatro. Lo que la canción critica es, una vez más, la moral cristiana con la cual la sociedad oprime a sus clases más bajas, para así mantener el injusto statu quo.

La Ley está hecha única y exclusivamente para explotar a los que no la entienden o, por pura necesidad, no la pueden respetar. Y quien quiera sacar sus migajas de esa explotación, tiene que atenerse estrictamente a esa ley.

Señor Peachum, Acto III, Escena 7, p.82.

En La Ópera de tres centavos tiene lugar una fuerte crítica marxista a la configuración de la sociedad y las instituciones propias del capitalismo, como la Religión o la Justicia. De por sí, la mayoría de los personajes se desempeñan fuera de la ley: son ladrones, prostitutas, asesinos. Lo que la obra propone es que mirar con malos ojos a estos personajes y su accionar solo porque estén fuera de la ley es injusto: las leyes están hechas por quienes tienen el poder para someter a los pobres a una vida de sacrificios.

Ante ustedes tienen a un representante que se hunde de una clase que también se hunde. Nosotros, los pequeños artesanos burgueses (...) somos devorados por los grandes empresarios, detrás de los cuales están los bancos. ¿Qué es un robo a un banco comparado con la fundación de un banco? ¿Qué es asesinar a un hombre comparado con darle un empleo?

Macheath, Acto III, Escena 9, p.100.

El discurso final de Macheath antes de dirigirse a la horca constituye el momento más célebre de la obra. El protagonista realiza una denuncia propia de una ideología marxista, donde advierte sobre las injustas condiciones materiales de existencia que hacen de unos muchos el producto de explotación de unos pocos beneficiarios, dueños de los medios de producción y de las grandes riquezas. Pero lo original del discurso de Macheath se da en que no solo critica la dinámica del sistema capitalista, sino también la moral en la que se sostiene la sociedad burguesa. Comparando el robo a un banco con la fundación de un banco, Macheath apunta al engañoso sistema de creencias según el cual se castiga a una persona que roba solo porque esta pertenece a una baja clase social. Al mismo tiempo, hipócritamente, se ve con buenos ojos una institución bancaria que también se adueña del dinero ajeno. La única diferencia, propone Macheath, se da en que la segunda de estas situaciones se da en el marco de la ley, una ley creada a su vez por los más poderosos para beneficiarse y castigar a quienes procuren atentar contra su sistema. Los verdaderos delincuentes, los más peligrosos, estaría señalando el protagonista, no son los que comúnmente se señala como ladrones o asesinos, sino los grandes empresarios y bancarios que explotan al resto de la población para sacar provecho en sus ganancias.

De modo que al final todo acaba bien. Qué fácil y agradable sería la vida si siempre llegara un mensajero real.

Señora Peachum, Acto III, Escena 9, p.104.

En el final “mágico” de la pieza acaba de cifrarse una crítica que Brecht hace al drama tradicional burgués, donde el “héroe” y protagonista conquista siempre un final feliz, de cuento de hadas. Desde la perspectiva del autor, dicho modelo de final es sumamente disonante respecto del destino de los hombres en la realidad. En La ópera de tres centavos, el destino del protagonista da un giro tan extremadamente abrupto como ridículo: de estar a punto de ser ahorcado por su largo historial de crímenes pasa a ser no solo eximido de su pena sino también premiado económicamente por la máxima autoridad real. De esta manera, Brecht intenta enfrentar a su público con el carácter claramente ilusorio de las ficciones que se le suelen ofrecer. Esto lo logra construyendo un final casi farsesco, satírico, repleto de elementos donde es fácil reconocer la fantasía: el jefe de policía aparece como un caballero a caballo, en calidad de “mensajero” real, y Macheath pasa mágicamente a convertirse en un señor que vivirá en un castillo, rodeado de lujos y privilegios.

El efecto de distanciamiento que esto produce en el público acaba por extremarse en tanto los personajes mismos enuncian la calidad ilusoria de los acontecimientos, tal como evidencia este parlamento de la señora Peachum. Queda así clara la abismal distancia entre la realidad y la ficción que Brecht procuraba hacer notar a sus espectadores; la identificación entre la platea y lo que sucede en la escena se quiebra definitivamente, en tanto los mismos personajes se disocian de la trama para hacer una reflexión crítica sobre esta, observando los sucesos en la escena como espectadores externos de aquello que estaban representando.

Los mensajeros reales llegan muy raras veces cuando los pisoteados pisotean a su vez.

Señor Peachum, Acto III, Escena 9, p.104.

En el parlamento final del señor Peachum, Brecht parece sintetizar la crítica más fuerte de la obra. El personaje denuncia que, mientras en la ficción un mensajero puede llegar para otorgar la salvación a quien está a punto de ser castigado por haber obrado contra la ley, en la realidad esto nunca sucede, especialmente si quien obró contra la ley es pobre. Y es que en el sistema capitalista, sostenido en una moral cristiana opresiva, los pobres son siempre castigados, incluso cuando sus acciones no son peores que las de los que pertenecen a estratos sociales privilegiados. Los poderosos pueden delinquir y pisotear a los más débiles cómodamente amparados en la ley, mientras que a los “pisoteados” se les castiga de inmediato si se apartan de aquello que se les atribuyó, es decir, el sometimiento, el sacrificio y la aceptación de una vida en la cual nunca llega un mensajero salvador.