La marca en la pared

La marca en la pared Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

La narradora nota que la marca sobresale de la pared y que proyecta una sombra, como los montículos en South Downs. La gente dice que esos montículos son tumbas o campamentos, pero entre esas opciones la narradora prefiere que sean tumbas; a su vez, indica que quien realmente sabe sobre el tema es un anticuario. Esto la lleva a preguntarse qué clase de hombre es un coleccionista de antigüedades, y, entonces, imagina en un instante la vida de ese anticuario, a quien lo presenta como un coronel retirado que envía cartas y planea viajes desde la comodidad de su casa.

La narradora se pregunta de qué le serviría acercarse a la marca para corroborar qué es exactamente, si en verdad es mucho más productivo reflexionar en torno a su naturaleza que conocerla verdaderamente. Esta idea la empuja a cuestionar el concepto mismo de conocimiento, y llega a la conclusión de que en el mundo es imposible conocer realmente algo sobre la realidad.

Frente a la naturaleza esquiva del conocimiento, la marca en la pared se presenta ante la narradora como algo concreto y real, algo que le sirve para anclarla en el tiempo y el espacio, como una tabla sirve a un náufrago en medio del océano. Esta idea la llena de paz y dispara un flujo de imágenes sensoriales que la invaden placenteramente. Sin embargo, de pronto se rompe el hilo de su pensamiento y la narradora detecta que hay alguien parado frente a ella. Se trata de un hombre que le anuncia que va a salir a comprar el diario, aunque sabe que es una actividad inútil, puesto que nunca pasa nada. Luego, el hombre agrega, sin darle mayor importancia a su comentario, que no ve motivo para conservar un caracol en la pared. La narradora entonces exclama la resolución a la incógnita: la marca en la pared es un caracol.

Análisis

A lo largo de la historia, la narradora se pregunta si debería levantarse y mirar la marca, pero siempre decide no hacerlo, por no saber si el conocimiento que obtendría la haría feliz o no. Ella es crítica del conocimiento, y visualiza un mundo pacífico en el que los especialistas y los expertos no estén tratando de explicarlo todo: “No, no, ninguna evidencia, nada se sabe (…). ¿Qué son nuestros sabios sino los descendientes de brujas y ermitaños que se agachaban en las cuevas y preparaban brebajes de hierbas en el bosque, hablando con las musarañas y escribiendo el lenguaje de las estrellas? (...). Sí, uno podría imaginarse un mundo realmente agradable, calmo, espacioso, con flores rojas y azules en los campos. Un mundo sin maestros, ni especialistas, ni amas de casa con el perfil de policías” (p. 13).

El inicio de la cita anterior evidencia la preocupación de la narradora por la naturaleza de la verdad, la justicia y el conocimiento. Al pensar en la naturaleza de la marca en la pared, la narradora se sumerge en la reflexión sobre la realidad y sobre el individuo, y lo que descubre, como lo hemos dicho en las secciones anteriores, es una estructura que la limita y que rige todo su entorno: el punto de vista masculino que fija el estándar de todas las dimensiones de su vida. La rigidez de una estructura social determinada por los hombres es representada, como ya se ha mencionado, por la Tabla de Precedencias de Whitaker, tal como lo expresa la narradora: “¿pues quién se atreverá alguna vez a levantar un dedo contra la Tabla de Precedencia de Whitaker? El Arzobispo de Canterbury está por encima del Presidente de la Cámara de los Lores, el Presidente de la Cámara de los Lores está por encima del arzobispo de York. Todos están por encima de alguien, tal es la filosofía de Whitaker” (pp. 13-14). Para la narradora, son los hombres quienes establecieron el orden institucionalizado. La Tabla de Precedencias de Whitaker es usada como un símbolo que representa la autoridad impersonal de las estructuras patriarcales, un sistema que oprime a las mujeres y las restringe a determinados ámbitos sociales. Esta autoridad difusa a la que la narradora vuelve de forma constante en su tren de pensamiento es la responsable del fracaso del ascenso social de muchas mujeres.

Sin embargo, la narradora predice que la guerra europea ha puesto en crisis al sistema patriarcal, ya que ha desacreditado a la Tabla de Precedencias de Whitaker -“que desde la guerra se ha convertido, creo yo, en una especie de fantasma para muchas mujeres y hombres y pronto, cabe esperar, causarán gracia e irán a parar a la basura” (pp. 11-12)-. Esta declaración pone en evidencia un deseo femenino de que el punto de vista masculino que gobierna la vida social sea arrojado a la basura, junto con “los fantasmas, los aparadores de caoba y las impresiones de Landseer, los dioses y los demonios, el infierno y todo lo demás, dejándonos con una embriagadora sensación de ilegítima libertad” (p. 12). En este pasaje, crucial para comprender la dimensión ideológica del relato, "los aparadores de caoba" son una representación de la tradición, "los dioses y los demonios" representan la religión, y "las impresiones de Landseer" son una referencia al arte aristocrático o de la alta cultura, y todo ello representa una visión masculina, conservadora y opresora de la sociedad inglesa y occidental.

Como la mujer es excluida deliberadamente de muchos ámbitos sociales, el espacio interior, remarca la autora, es el dominio natural donde la mujer puede ejercer su libertad y su autonomía. Fuera de la casa, es excluida y alienada. Por eso, para domesticar el espacio interior, lo cotidiano es una dimensión fundamental. Esta preocupación de Woolf por lo cotidiano pone de manifiesto su interés por los objetos del mundo concreto y las experiencias que demarcan el día a día. Cabe destacar que estas experiencias cotidianas distan mucho de percibirse como ordinarias, sino que la autora les otorga un lugar de gran importancia en el desarrollo vital de una persona.

Las nociones de espacio que implementa Woolf en “La marca en la pared” ilustran las relaciones entre la modernidad, la historia y el espacio a través de la perspectiva de género que la autora adopta. Tal como la propia autora lo afirma en sus ensayos, los espacios tienen un poder de representación muy grande y significan mucho, tanto para la vida privada como para la construcción de una ficción. Es importante observar cómo Woolf explora el potencial de la experiencia cotidiana como un espacio, al mismo tiempo, de desarrollo personal, de significado social y de valor ético. Así, a través de la relación de un personaje con los objetos de la vida cotidiana, como una marca en la pared, una mesa o un cigarrillo, muchas capas de significado se agregan a la representación ficcional de la realidad.

Al final de la historia, Woolf introduce el segundo personaje de su cuento. Se trata de un hombre motivado por la acción y no por la reflexión, que se muestra aburrido porque “nunca pasa nada” (p.15). Este personaje funciona como un complemento de la narradora que ilustra la profunda diferencia entre los individuos que viven hacia afuera, determinados por factores externos, y aquellos que rechazan los mandatos externos (las estructuras representadas por la Tabla de Precedencia de Whitaker) para cultivar una vida interior rica y libre de restricciones.

El hombre, que por cómo aparece en la sala de estar de la casa es probablemente el marido de la narradora, anuncia que va a salir a comprar el periódico. Así, se contrapone el ámbito de lo público y de la acción masculina al ámbito de lo privado, la sala y el hogar en el que la mujer puede ejercer cierta libertad sobre sí misma. Es en el espacio del hogar donde la narradora puede ejercer su autonomía, aunque tan solo sea hacia el interior de su ser.

A modo de recapitulación, conviene revisar los tópicos trabajados a lo largo de todo el análisis. Hemos visto que, en “La marca en la pared”, Virginia Woolf juega con la asociación libre, la ensoñación freudiana y la naturaleza relativa del tiempo. Esta dimensión no se aborda desde el transcurso cronológico simplemente, sino que se propone como una dimensión flexible, ritmada por la subjetividad de los personajes y no por la realidad física del mundo exterior.

Por otro lado, hemos visto también cómo el espacio no es meramente una coordenada geográfica, sino que se interpreta como una dimensión que ilustra roles de género y que se carga de toda una historia cultural que constituye, a la vez que limita, a los personajes que lo habitan.

Así, se hace evidente que la ficción de Woolf -al igual que los nuevos estudios científicos y filosóficos de su época- demuestra cómo las viejas formas de concebir el mundo ya no se aplican a la realidad moderna, y que es necesario, entonces, un nuevo lenguaje literario que pueda aproximarse a ellas y explorarlas.

El cuento concluye con la sentencia que la narradora enuncia: “-Ah, ¡la marca en la pared! Era un caracol” (p. 15). Sin embargo, aunque esta frase, posiblemente equívoca, cierre las reflexiones de la narradora, lo que en verdad representa la marca en la pared es el lugar de resistencia que la protagonista (y la autora del relato) ocupa contra las estructuras dogmáticas de la sociedad, que quedan representadas en el cuento por la Tabla de Precedencia de Whitaker. Así, todos los elementos que la narradora revisa en su flujo de pensamiento están cargados por su ideología y su denuncia a la sociedad patriarcal. “La marca en la pared”, entonces, puede ser leído como las reflexiones de una mujer frente a la sociedad moderna que la oprime y la limita en sus posibilidades, y como una denuncia contra la restricción del rol de las mujeres en la sociedad occidental de principios del siglo XX.