La gaviota

La gaviota Resumen y Análisis Acto IV

Resumen

Dos años después, en una sala de la finca de Sorin que Konstantin Tréplev transformó en su gabinete de trabajo. Es de noche. Entre libros amontonados, un velador da penumbra a la habitación. Masha y Medvedenko entran, llamando a Konstantín, pero no lo encuentran. Medvedenko comenta el clima lluvioso y ventoso, y agrega que deberían desmantelar el tinglado -que quedó en el jardín desde el Acto I-, que ahora está feo, y cuyo telón golpea con el viento constantemente. Además, dice, la noche anterior, al pasar por allí, sintió que alguien lloraba dentro. Medvedenko luego intenta que Masha vuelva con él a la casa de ambos -donde está, seguramente hambriento, su bebé-, pero su mujer insiste con que él vaya solo; ella pasará la noche en casa de Sorin.

Tréplev y Polina entran con sábanas y frazadas, porque Sorin pidió que le armen la cama en el cuarto de su sobrino. Medvedenko sale después de ser saludado con indiferencia por los demás. Polina, ordenando los manuscritos en el escritorio de Tréplev, expresa su sorpresa porque Konstantín haya resultado finalmente un verdadero escritor, ganando incluso dinero por sus publicaciones en revistas. Luego intenta pedirle al joven, acariciándole el pelo, que sea cariñoso con Masha. Tréplev se levanta y sale, con fastidio. Masha le reprocha a su madre que lo haya molestado; se siente avergonzada. A solas con su hija, Polina le confiesa que siente lástima por ella. Masha le dice que pronto trasladarán a su marido a otro distrito, y que ella irá con él. Al mudarse, arrancará de raíz el amor sin esperanzas que siente por Tréplev.

Una melodía melancólica suena en otra sala; es Konstantín tocando el piano. La puerta del cuarto se abre y entra Sorin en una silla de ruedas empujada por Medvedenko y Dorn. Medvedenko está hablándole a Dorn, quejándose por las dificultades económicas que tiene para sostener a su numerosa familia. Masha le pregunta a su marido por qué no se fue todavía, y él responde que no le han dado ningún caballo. Masha, fastidiada, le expresa su deseo de que desaparezca de su vista.

Sorin pregunta dónde está Arkádina, y le responden que fue a la estación a recibir a Trigorin. Sorin dice entonces que si llamaron a su hermana, debe ser que él está ya peligrosamente enfermo. Nadie responde. A pesar, entonces, de su enfermedad -continúa Sorin-, no le dan remedios. Luego dice que tiene una historia para que escriba Tréplev. Se debería llamar “El hombre que quiso”, y contaría la vida de un hombre que quiso convertirse en literato, que quiso hablar con propiedad, que quiso vivir en la ciudad y casarse, pero que nunca logró ninguna de esas cosas. Dorn le dice que no es muy generoso quejarse de la vida a los sesenta y dos años, y ambos acaban discutiendo acerca de la vida y el miedo a la muerte. En eso ingresa Tréplev y se sienta en un banquito a los pies de Sorin.

Medvedenko le pregunta a Dorn cuál de las ciudades extranjeras que visitó es su preferida. Dorn responde que Génova, por la rebosante vida callejera y sus enormes multitudes, dentro de las cuales uno puede sumergirse y desaparecer, sentirse parte del alma universal. Al decir esto, recuerda la obra de Tréplev y pregunta por Nina. Tréplev responde que está bien, al menos de salud. Dorn sigue preguntando, a pesar de la evidente falta de voluntad de Konstantín para hablar del tema, hasta que Tréplev acaba diciendo que Nina huyó de su casa para unirse a Trigorin. Tuvieron un niño; luego este murió y entonces Trigorin dejó de quererla y volvió con Arkádina. La vida de Nina, dice Tréplev, resultó un fracaso. Dorn pregunta entonces por su carrera de actriz. Tréplev cuenta que, durante un tiempo, siguió la carrera actoral de Nina a lo largo de los teatros provinciales, donde la vio actuar burda y grotescamente, con solo breves momentos de talento. Recibió cartas por parte de ella, cuenta Tréplev, en las que siempre firmaba como “Gaviota”. Konstantín acaba su relato diciendo que hace cinco días Nina está ahí en el pueblo, en una hostería. Él fue a visitarla pero ella se resiste a recibir a nadie. Agrega que su padre y su madrastra no quieren saber nada con ella, y que incluso contrataron guardias para impedirle ingresar a la casa.

Llegan de la estación Arkádina y Trigorin, seguidos por Shamrayev. Saludan a todos amablemente, y Trigorin le sugiere indirectamente a Tréplev que espera que todos los problemas entre ellos hayan quedado en el pasado. Arkádina ayuda a su pareja, diciendo que Trigorin trae consigo una revista donde está publicado el último relato de Tréplev. Trigorin y Tréplev se dan entonces la mano, y el primero le comunica que trae también saludos y preguntas a Tréplev por parte de sus admiradores. Mientras, en el centro de la sala se prepara una mesa de juego. Trigorin dice que el día siguiente quiere inspeccionar el jardín y el tinglado, puesto que tiene en mente un argumento que sucede allí. Masha, Shamrayev y Medvedenko tienen una breve conversación acerca de la disponibilidad de los caballos, para que Medvedenko pueda volver a su casa. Finalmente, Medvedenko se va a pie, a pesar del pésimo clima y los seis kilómetros de distancia.

Mientras todos se sientan para jugar a la lotería, Tréplev, en su escritorio, se da cuenta de que Trigorin solo leyó su propio relato en la revista, y ni siquiera cortó las páginas del relato de Tréplev. Decide disculparse por no unirse al juego y salir, para caminar un rato. Se lo oye tocando el piano desde la otra habitación, mientras los demás personajes hablan sobre él. Shmarayev comenta que los relatos de Tréplev reciben muchas críticas en los diarios. Trigorin dice que Tréplev aún no encontró un tono apropiado: lo que escribe es extraño, casi un delirio, y no hay allí ni un personaje viviente. Dorn, nuevamente, dice que Tréplev tiene talento, pero esta vez lamenta que su literatura carezca de una orientación definida. Arkádina confiesa que nunca leyó nada que haya escrito su hijo. Sorin se queda dormido.

Tréplev entra e ingresa silenciosamente a su escritorio, escuchando al pasar el comentario de Shamrayev: este le dice a Trigorin que hay un objeto para él, una gaviota muerta que él, dos años atrás, pidió embalsamar. Trigorin dice no recordar haber pedido tal cosa, y luego gana la lotería. Arkádina remarca cómo la suerte suele acompañar a Trigorin, y luego llama a todos a cenar. Tréplev dice que él no tiene hambre y se quedará en la habitación. Una vez solo, emprende un soliloquio sobre la escritura y sobre cómo él, que hablaba sobre las formas nuevas, cayó también en la rutina. Termina concluyendo que, en realidad, no se debe escribir pensando en las formas, sino dando rienda suelta a lo que fluye del alma.

Un sonido en la ventana llama la atención de Tréplev, que sale entonces al jardín. Al instante vuelve acompañado de Nina, que apoya la cabeza sobre su pecho y, entre sollozos, le pide que trabe la puerta. Tréplev obedece y le habla, conmovido, pero Nina reconoce la voz de Arkádina y de Trigorin en la sala contigua. Intenta controlar sus nervios y cuando Tréplev le pregunta por qué no lo recibió cuando él fue a buscarla a la hostería, ella responde que temía que él la odiara y que todos los días sueña que él no la reconoce. Luego se sumerge en un monólogo oscilante, donde revela que Trigorin no creía en el teatro y se reía de sus sueños, y ella fue dejando de creer en ellos también, perdiendo el ánimo poco a poco. Confiesa el horror de haber actuado, estado sobre el escenario, sabiendo que lo hacía grotescamente. “Soy una gaviota”, dice, pero rápidamente: “No, no es eso” (p.69). Dice también que la noche anterior lloró por primera vez en dos años, cuando vio el tinglado en el jardín. Ahora, dice Nina, es actriz de verdad: debe irse porque al día siguiente viaja; está contratada para todo el invierno.

Tréplev le ruega que se quede más tiempo o que la lleve con ella. Ella lo rechaza, y acaba confesando que quiere a Trigorin, aún más que antes. También cita un fragmento de su monólogo en la obra de Tréplev. Dice haber descubierto que lo importante, para actuar, no es el brillo ni la fama, sino saber resistir, tener fe. Dice que cuando piensa en su vocación no teme a la vida. Finalmente, sale. Tréplev espera que nadie la cruce en el jardín: eso alteraría a su madre. Luego, rompe en silencio todos sus manuscritos y sale de escena.

En la otra sala, todos beben y continúan jugando a la lotería. Shamrayev trae la gaviota embalsamada y se la muestra a Trigorin, quien, sin embargo, no recuerda haber pedido tal cosa. De pronto se oye un sonido de un disparo. Todos se alteran, pero Dorn dice rápidamente que es muy probable que uno de los medicamentos de su botiquín haya explotado, y sale para ir a revisar. Vuelve a entrar, confirmando que, efectivamente, el ruido se debió a la explosión de una botella de éter. Luego, con la excusa de comentarle un artículo de una revista, aleja a Trigorin del grupo. Le dice que saque a Arkádina de la habitación: Tréplev se mató de un disparo.

Análisis

Dado que entre el tercer y el cuarto acto se da, por primera vez en la obra, una disrupción de dos años en la trama, gran parte de este cuadro final se construye en base a una estructura de intriga: qué sucedió en este lapsus temporal con los personajes y sus historias. En este sentido, lo primero que se presenta, como en todos los actos anteriores, es el estado actual de Masha:

MEDVEDENKO: ¡Volvamos a casa, Masha!

MASHA (Mueve negativamente la cabeza). Me quedaré a dormir aquí.

MEDVEDENKO (Suplicante). -¡Masha, vámonos! Nuestro niñito debe tener hambre.

MASHA: ¡Tonterías! Matriona le dará de comer.

MADVEDENKO: Da lástima. Ya es la tercera noche que está sin su madre.

MASHA: Te has vuelto aburrido. Antes, solías filosofar por lo menos, pero ahora: el niño, la casa, el niño, la casa. No se te oye decir otra cosa.

(p.57)

Se confirma entonces que Masha cumplió, efectivamente, con lo que se había prometido en el acto anterior: casarse con Medvedenko para así intentar superar su amor por Tréplev. Se confirma también que el compromiso no modificó -al menos no para bien- los sentimientos de Masha para con su ahora marido, al que sigue despreciando: la muchacha no quiere, siquiera, volver a su casa para cuidar a su hijo. Lo que se hace evidente es que el plan que Masha llevó a cabo no dio resultado, pues no pudo desterrar el amor por Tréplev:

POLINA ANDRÉIEVNA: Me duele el alma por ti. Veo todo, comprendo todo.

MASHA: Tonterías. Un amor sin esperanzas existe únicamente en las novelas. Tonterías. No hay que abandonarse ni quedarse esperando, esperando que cambie la marea… Si el amor entra en el corazón, hay que sacarlo. Han prometido trasladar a mi marido a otro distrito. Cuando nos mudemos allá olvidaré todo…, lo arrancaré de raíz.

(p.58)

Polina puede ver el sufrimiento de su hija, ya que es muy similar al de ella misma: ambas mujeres están casadas con hombres a los que no aman, y enamoradas de otros que no las corresponden en sentimiento. Lo que se evidencia en el diálogo citado es, además, el continuo intento de Masha por buscar soluciones externas a su conflicto interior: no habiendo podido sacar a Tréplev de su corazón con su estrategia de casarse y tener un hijo, ahora coloca sus esperanzas en una mudanza que la mantenga, forzosamente, lejos del joven.

Otra de las cuestiones que se revelan en este inicio de acto, en relación al desarrollo de los personajes, es el progreso de la carrera de Tréplev: “Nadie pensó ni se imaginó que de usted saldría un verdadero escritor, Kostia. Ya ve, a Dios gracias, hasta le mandan dinero de las revistas” (p.58), le dice Polina acariciando sus cabellos y rogándole, frente a la vergüenza de su hija, que sea cariñoso con ella. El relativo éxito del joven se insinúa, también, por el hecho de que es él a quien, ahora, se dirigen aquellos que sugieren que su vida debería ser representada. Dice Sorin:

Quiero darle a Kostia un argumento para una novela. Debe llamarse así: “El hombre que quiso”. “L’homme qui a voulu”. Hubo un tiempo en mi juventud que quise ser un literato y no lo fui; quise hablar con belleza, y hablaba abominablemente (...) y cuando había que sintetizar, daba vueltas y vueltas hasta sudar; quise casarme y no me casé; quise vivir siempre en la ciudad y ahora termino mis días en el campo, y todo (p.60).

El personaje de Sorin no ofrece significativos cambios, en términos de carácter, a lo expresado en los actos anteriores: más bien, sus reiterativos parlamentos acerca de la insatisfacción que siente para con su vida, por las metas frustradas y el confinamiento que sufre al establecerse en el campo, acaban de construir al personaje como representativo de la monotonía de la vida campesina, asociada a la ausencia de movimiento, de cambio, y a la vejez como pasiva entrega a la muerte.

En contraposición, el personaje que más cambios parece haber atravesado y más acontecimientos experimentado en los dos años que separan la acción del tercer y cuarto acto es Nina, quien sí partió a la ciudad. Lo que conocemos sobre su vida en ese lapsus se presenta, en principio, relatado por otro personaje. Es Tréplev, a raíz de los cuestionamientos de Dorn, quien repone el pasado inmediato de la muchacha:

TRÉPLEV: Huyó de su casa y se unió con Trigorin. ¿Estaba enterado?

DORN: Sí, lo sé.

TRÉPLEV: Tuvo un niño. El niño murió. Trigorin dejó de quererla y volvió a sus antiguos afectos, como era de esperar. Además, nunca lo había abandonado pero, por debilidad de carácter, se ingeniaba para estar aquí y allá. Por las informaciones obtenidas, tengo entendido que la vida privada de Nina ha sido un verdadero fracaso.

(pp.61-62)

El modo abrupto en que Tréplev relata los hechos refuerza el carácter trágico de los mismos. El “fracaso” de la “vida privada de Nina” no se configura simplemente en una cuestión de desengaño amoroso, de haber sido la amante de un hombre que la abandonó, sino que fundamentalmente se erige sobre un hecho indiscutiblemente trágico, que es la muerte de un niño; el hijo que esta tuvo con Trigorin. El elemento de la muerte funciona estableciendo un claro giro hacia la desgracia en la línea de un personaje que se había construido en base a su vivacidad y juventud. Este giro recuerda, a su vez, al arco argumental esbozado por Trigorin en el segundo acto, acerca de la muchacha que es “feliz como una gaviota” hasta que un hombre la destruye. Lo que se determina en este punto es quién es el personaje, en la obra de Chéjov, que se corresponde con el “hombre” en el argumento de Trigorin: en el segundo acto, la gaviota que se asociaba con Nina había sido asesinada -destruida- por Tréplev, pero en este último acto de la pieza se devela que el hombre que finalmente “tomó” la vida de la muchacha y la destruyó es Trigorin. De este modo, el argumento esbozado en el segundo acto completa su carácter simbólico o alegórico en este último cuadro, por lo que aquel parlamento de Trigorin se resignifica y adquiere, de algún modo, el estatuto de presagio: él mismo es el hombre de su historia.

Otro de los atributos que se adjudicaban a Nina, además de la juventud y vivacidad -que ahora sabemos estropeada, en parte, en manos de Trigorin-, era su fuerte deseo de convertirse en actriz. Era por ese motivo que la muchacha había partido hacia la ciudad en primera instancia y, por lo tanto, el devenir de su carrera actoral constituye otras de las intrigas a partir de las cuales se constituye la estructura de este último acto. Es Dorn quien le pregunta a Tréplev acerca de la suerte que corrió la faceta actoral de la muchacha. El joven informa: "Peor todavía, creo. Hizo su debut en un lugar de veraneo cerca de Moscú, y luego se fue a la provincia. En esa época yo no la perdía de vista y durante un tiempo donde iba ella iba yo. Se empeñaba en tomar grandes papeles pero su actuación era burda, sin gusto, con alaridos y gestos bruscos. Había momentos en que gritaba con talento, moría con talento, pero eran sólo momentos" (p.62). El parlamento de Tréplev aporta información de distintos tipos. Por un lado, nos enteramos de que Nina efectivamente cumplió su sueño de ser actriz: con mayor o menor virtuosismo, la muchacha viajaba de un lado a otro para sus representaciones. Por otro lado, nos enteramos que algo de la genuinidad de la muchacha aparece estropeado, al menos por un tiempo: evidentemente, el estado anímico de Nina después de la tragedia no se estabilizó del todo y eso repercutió en aquello que más le gustaba hacer: actuar. Por otro lado, sabemos que Tréplev “no la perdía de vista” y, a pesar del modo en que fue abandonado por ella, nunca dejó de seguirla a donde fuera ni de averiguar, constantemente, su locación: “¡Qué fácil es, doctor, ser filósofo sobre el papel y qué difícil es serlo en la realidad! (p.63), dice el muchacho cuando le informa a Dorn que Nina está ahora en una hostería cercana a la finca de Sorin, desde hace días, en un cuarto. De algún modo, esto también colabora a una suerte de expectativa: si la muchacha está cerca del lugar de la acción, bien puede aparecer en algún momento de este acto final, y tener así una escena que brinde un cierre a la relación entre los jóvenes. Acerca del estado anímico de Nina, además de lo fallido de su performance en el escenario, nos enteramos de cierta inestabilidad manifiesta: "Más tarde, cuando volví a casa, recibí cartas de ella. Cartas inteligentes, cálidas, interesantes; no se quejaba, pero yo sentía que era profundamente desdichada; cada línea era un nervio enfermo y crispado. La imaginación también estaba algo trastornada. Firmaba «Gaviota»" (p.62).

Después de su experiencia con Trigorin, Nina parece sentirse aún más identificada que antes con la figura de la gaviota, quizás porque la trayectoria de su personaje coincide cada vez más con la del argumento esbozado por el célebre escritor. Y así como conocemos la intensa historia entre Nina y Trigorin en los años que pasaron, a la vez que las evidentes consecuencias que esta tuvo en la integridad y cordura de la muchacha, cierta intriga se teje en tanto se anuncia la llegada del personaje de Trigorin. Sin embargo, apenas este hace entrada, se hace evidente que el célebre escritor es el mismo que actos atrás, o al menos actúa como un hombre imperturbable y constante en su deseo de pescar. Trigorin se dirige a Tréplev, haciendo entrega de una revista en la que salió uno de sus cuentos, le hace llegar saludos de sus admiradores e incluso hace mención del jardín -donde comenzó su historia con Nina- como mero escenario para una de sus próximas creaciones literarias. Lo que se hace evidente, al fin y al cabo, es que Nina fue, como el polen de las flores en la metáfora utilizada por Trigorin en el acto segundo, sacrificada por el autor, pisoteada hasta en sus raíces: al parecer, Trigorin aceptó el ofrecimiento de Nina, tomó su vida, y, “sin nada mejor que hacer”, la destruyó, como a la gaviota de su argumento. El escritor no hace referencia a Nina en ningún momento de este último acto. De hecho, aparece junto a Arkádina, de la misma manera que la pareja llegó al comienzo de la obra, y se dispone a conversar y a jugar a la lotería con liviandad. El modo en que Trigorin aparece completamente desafectado de aquel pasado inmediato que desvirtuó, por el contrario, la psiquis de Nina, se confirma cuando otro personaje le presenta un elemento que podría desconcertarlo por el recuerdo de la muchacha:

SHAMRÁIEV: Aquí ha quedado un objeto suyo, Borís Alekséievich.

TRIGORIN:. ¿Cuál?

SHAMRÁIEV: Una vez, Konstantín Gavrílovich mató una gaviota y usted me encargó que la hiciera embalsamar.

TRIGORIN: No recuerdo. (Reflexionando) ¡No recuerdo!

(p.67)

En Trigorin pareciera no haber rastros de su historia con Nina: una vez arrancada y pisoteada esa flor para ser convertida en polen literario, la muchacha dejó de significar para él algo más que un potencial personaje de un próximo libro: “Hay que inspeccionar el jardín y ese lugar, ¿se acuerda?, donde se representó su obra. Yo tengo madurado un nuevo tema, sólo falta reconstituir en la memoria el lugar de la acción” (p.64), le dice Trigorin a Tréplev sin un ápice aparente de pesar o nostalgia. De algún modo, la gaviota embalsamada aparece como un símbolo de la trágica transformación de Nina: la gaviota es aquí un ser cuya vida fue destruida y luego embalsamada, es decir, convertida en un objeto decorativo, al igual que la vida de la muchacha fue sacrificada -”tomada”- por un escritor para construir un objeto artístico, un libro.

En cuanto al devenir artístico, el acto abre con la sorpresiva novedad del éxito de Tréplev como escritor. Sin embargo, con el desenvolvimiento de las escenas nos enteramos que el reconocimiento ganado por el joven no dista demasiado, en verdad, del que se presentaba en el primer acto. Shamráiev devela que “lo critican mucho en los diarios” (p.66), y Trigorin expresa que Tréplev “no tiene suerte. No llega a encontrar su verdadero tono. Lo que escribe es extraño, indefinido, por momentos hasta parece un delirio. Ni un solo personaje viviente” (p.66), lo que recuerda las críticas que tanto Nina como Trigorin tenían para con la obra que Tréplev representó en el primer acto. Del mismo modo, Tréplev tampoco consiguió, con su desempeño artístico, conseguir el reconocimiento de su madre:

DORN: Irina Nikoláievna: ¿está contenta de que su hijo sea escritor?

ARKÁDINA: Imagínese, no lo he leído todavía. Nunca tengo tiempo.

(p.66-67)

En cuanto a Dorn, también se mantiene la opinión expresada en actos anteriores: “Pues yo tengo fe en Konstantín Gavrílovich. ¡Tiene algo! ¡Tiene algo! Piensa con imágenes, sus cuentos son vívidos, pintorescos; yo los siento intensamente” (p.66), aunque ahora se adhiere a ella una crítica: “Lástima que no tenga una orientación definida. Impresiona, pero nada más, y con sólo impresionar no se va muy lejos” (p.66). Y aunque las últimas palabras de Dorn en el parlamento citado refieran a una dimensión de niveles artísticos, podemos pensar por el carácter de la obra de Chéjov que este no ir “muy lejos”, sumado a lo igual de las reacciones que la literatura de Tréplev produce en su público a pesar del paso de los años, permiten recuperar la asociación planteada anteriormente entre el campo y la ausencia de movimiento: en el lapsus temporal que se da entre el acto anterior y este, quienes han estado en la ciudad han experimentado cambios, mientras que los personajes que se han quedado en el campo -Tréplev, Sorin- se mantienen de un modo similar, relativamente monótono, sin avances significativos. Colabora con esta asociación un parlamento de Trigorin en esta misma escena: “Si yo viviera en un lugar como éste, cerca del lago, ¿acaso me pondría a escribir? Dominaría esta pasión, y no haría otra cosa que pescar” (p.66). Aunque sabemos que la actividad de la pesca no representa para Trigorin un pesar sino más bien el mayor de los placeres, el parlamento evidencia nuevamente la correspondencia que se da en la obra entre el campo y la ausencia de acciones trascendentes. Esta idea se refuerza cuando observamos la última opinión que se expresa sobre la literatura de Tréplev, que es la del autor mismo: “(se dispone a escribir. Relee lo que ha escrito): He hablado tanto de formas nuevas, y ahora siento que, poco a poco, también yo voy cayendo en la rutina” (p.68). Si el campo y su monotonía hundían cada vez más en la depresión a personajes que ya habían renunciado a luchar por sus anhelos, como Sorin o Masha, aquí demuestra el mismo poder sobre aquellos personajes a quienes habíamos conocido en su intento resplandeciente por buscar lo nuevo, por experimentar: la rutina se imprime también en el quehacer artístico de Tréplev, impidiendo su vuelo. Es en este mismo monólogo que el joven, luego de criticar sus propios escritos, reconoce el virtuosismo en su principal contrincante:

(Lee.) “El cartel sobre el cerco proclamaba… Un rostro pálido, enmarcado por cabellos oscuros…” Problamaba, enmarcado… ¡Qué malo! (Lo tacha.) Empezaré con que el ruido de la lluvia despierta al héroe; todo lo demás, fuera. La descripción de la noche de luna es larga y rebuscada. Trigorin ha elaborado un sistema, le resulta fácil. Brilla en la represa el cuello de una botella y se divisa la sombra oscura de una rueda de molino… Ya está lista su noche de luna. Mientras que la mía tiene luz trémula, el apacible fulgor de las estrellas, los acordes lejanos de un piano, que se van desvaneciendo en el aire perfumado… ¡Qué tortura! (p.68)

La escritura de Trigorin, aquí emulada por Tréplev, parece caracterizarse por la precisión del detalle, de pequeñas particularidades que evocan lo vivo, mientras que las frases de Treplev se alargan en rebuscados giros poéticos que alejan al lector de la sensación que se busca representar. De algún modo, la obra coloca fragmentos de ambos autores para justificar o respaldar las opiniones expresadas anteriormente por distintos personajes acerca de la obra de ambos, pero también para evidenciar una suerte de reconocimiento, por parte de Tréplev, del propio fracaso frente al triunfo de su contrincante. El joven autor recapacita, incluso, sobre aquellos postulados que antes enarbolaba con fervor: “Sí, me estoy convenciendo cada vez más que no es cuestión de formas viejas o nuevas, sino de escribir sin pensar en ninguna forma, escribir porque fluye libremente del alma” (p.68), y abandona sus papeles.

Así como el éxito o el fracaso artístico solían darse de la mano del éxito o fracaso amoroso en los actos anteriores, el ocaso literario de Tréplev vuelve a aparecer en consonancia, en estas últimas escenas de la obra, con la frustración definitiva de sus esperanzas en relación a Nina. La muchacha irrumpe en la escena para tener su último encuentro con el joven, que comienza por preguntarle por qué no le permitió verla: “he ido a verla varias veces al día, me quedaba bajo su ventana como un mendigo” (p.69), dice, y expresa en el símil el absoluto desamparo de su situación: su única esperanza en la vida depende del amor de Nina; solo ella podría calmar su desesperación, lo cual reduce al joven al carácter de un mendigo que no tiene rumbo, lugar a donde ir ni otra cosa que esperar que la ayuda de otro ser. La respuesta de Nina da a entender que, al contrario de Trigorin, ella sí siente el pesar de sus acciones sobre los demás: “Temía que me odiara. Todas las noches sueño que usted me mira pero no me reconoce” (p.69). En el sueño recurrente de la muchacha lo que se hace evidente es su propia sensación de extrañeza para con ella misma, en relación a momentos anteriores de su propia vida, proyectada en el joven con quien compartió, justamente, esa vida anterior. Tréplev no logra contener su emoción y confiesa ante Nina que, a pesar de todos sus intentos, nunca pudo olvidarla. La muchacha no parece poder entender al joven, y se desata en un discurso confuso que delata la intensidad de los acontecimientos atravesados desde su última aparición al final del acto anterior:

¿Por qué dice usted que besaba la tierra que he pisado? Habría que matarme. (Se inclina hacia la mesa.) ¡Estoy tan cansada! ¡Si pudiera descansar…! ¡Descansar! (Levanta la cabeza.) Soy una gaviota… No es eso. Soy una actriz, Sí, claro. (Se oyen risas de Arkádina y Trigorin; Nina presta atención, luego corre hacia la puerta izquierda y mira por el ojo de la cerradura.) Él también está aquí. (Vuelve hacia Tréplev) Sí, bueno… No es nada… Sí… Él no creía en el teatro, se reía de mis sueños; poco a poco yo también dejé de creer y perdí el ánimo… Y al mismo tiempo las preocupaciones del amor, los celos, el temor constante por el pequeño… Me volví mezquina, insignificante, representaba sin ningún sentido. No sabía qué hacer con mis manos, cómo estar en el escenario, no dominaba mi voz. Usted no puede imaginar lo que significa ese estado, cuando uno tiene conciencia de que su actuación es horrenda… Soy una gaviota. No, no es eso… ¿Recuerda? Usted mató una gaviota. Llegó un hombre, por casualidad, la vio y como no tenía nada que hacer la destruyó… Argumento para un pequeño cuento… Pero, no es eso… (Se pasa la mano por la frente.) ¿De qué hablaba? (p.71)

El fragmento pertenece al monólogo de Nina, quizás el momento más célebre de la obra de Chéjov, fundamentalmente por la intensidad de emociones que en él se condensan. El discurso presenta la visión de la muchacha sobre los hechos que ya habían sido relatados en boca de Tréplev, y que aquí se entrelazan de forma compleja, dejando ver cómo lo sufrido por la muchacha afectó, incluso, su lenguaje, su capacidad de hilar frases con sentido. Nina expresa su agotamiento, sus padecimientos, su temor al oír la voz del hombre que destruyó parte de su ser, su frustración en materia artística, y la desorientación y la duda se impregnan en su discurso. Lo único a lo que vuelve, cíclicamente, es a su repetida identificación -y luego pseudo negación- con la gaviota: “Soy una gaviota. No, no es eso”, dice Nina en un esforzado intento por entender qué ha sido de su vida, buscando el trazo recorrido, incluso, en el argumento sobre la gaviota destruida que había esbozado el escritor. Al mismo tiempo, el discurso devela una faceta de Trigorin que no había sido presentada. Al parecer, una de las mayores heridas en la muchacha la produjo la falta de reconocimiento por parte del hombre al que amaba, admiraba y al cual entregó su vida -”él no creía en el teatro, se reía de mis sueños”-, lo cual vuelve a evidenciar, una vez más, el lazo que esta obra tiende entre el amor y el arte. Sin embargo, el arco del personaje no culmina en la caída, sino que, hacia el final del monólogo, Nina intenta expresar una suerte de renacer:

Hablaba del teatro. Ahora ya no soy así… Soy una verdadera actriz, trabajo con fervor, con pasión, estoy como poseída en el escenario y me siento espléndida. Ahora que estoy aquí, camino, camino y pienso, pienso y siento que cada día crecen las fuerzas de mi alma… Ahora sé, comprendo, Kostia, que en nuestro oficio -es lo mismo escribir o hacer teatro- lo esencial no es la fama, ni el brillo, ni aquello con lo que soñábamos, sino saber resistir… saber llevar su cruz y tener fe. Yo tengo fe y padezco menos; cuando pienso en mi vocación no temo a la vida (p.71).

Al igual que Tréplev, en el último acto es también Nina quien ofrece una reflexión que reconfigura sus ideas acerca del arte. La muchacha había exhibido a lo largo de los actos su fascinación por la fama, la gloria, la celebridad, pero tras haber atravesado diversas experiencias parece haber encontrado una verdad distinta: lo esencial en el quehacer artístico es la fe, la resistencia, y allí se encuentra la verdadera fuerza que permite vivir sin temor a la vida misma. Esta renovada certeza en Nina, producto de la experiencia, contrasta con la incertidumbre de Tréplev: “(con tristeza) Usted ha encontrado su camino, sabe adónde va, pero yo sigo vagando todavía en un caos de ensueños, de imágenes, sin saber para qué ni a quién le hacen falta” (p.72). El joven no acaba de encontrar sentido, dirección, tal como decía Dorn, y solo ve ante sí un caos que lo desorienta cada vez más. Con la salida definitiva de Nina, a la frustración artística de Tréplev se le suma un golpe final que acaba con sus últimas esperanzas de felicidad: "No me acompañe, iré sola… Mi coche está cerca. ¿De modo que ella lo trajo consigo? Bueno, es igual. Cuando vea a Trigorin no le diga nada… Lo quiero. Incluso lo quiero con más fuerza que antes… Tema para un pequeño cuento… Lo quiero , lo quiero apasionadamente, hasta la desesperación" (p.72).

A pesar de la crueldad y el abandono padecidos, la muchacha se sincera en cuanto a su propio sentimiento por el hombre que azotó su alegría. El final de la historia entre Nina y Trigorin acaba estableciéndose como un caso más en la larga lista de amores no correspondidos en la obra. Una de las frases finales de Nina ofrece una sutil y lastimosa alusión a la muchacha que ella fue y dejó atrás al unirse a Trigorin: "¡Qué bien estaba todo antes, Kostia! ¿Recuerda? ¡Qué vida tan clara, cálida, radiante, pura! ¡Qué sentimientos! Sentimientos parecidos a hermosas y delicadas flores… ¿recuerda?" (p.72). No es difícil asociar esas “hermosas y delicadas flores” con las que Nina identifica a sus sentimientos pasados de plenitud, puro anhelo y esperanza, a la metáfora con la que Trigorin ilustraba en el segundo acto la violencia de su proceso creativo. Evidentemente, esas delicadas flores que habitaban en el interior de Nina fueron arrancadas y pisoteadas por Trigorin, aniquiladas así por siempre, sacrificadas en nombre de una actividad artística a la que él ni siquiera le encontraba demasiado sentido.

La confesión final de Nina acerca de su sostenido amor por Trigorin deja a Tréplev sin un mínimo soplo de esperanzas. El joven reconoció, momentos atrás, su fracaso artístico frente al triunfo de Trigorin, y ahora puede observar cómo su contrincante ganó todas las partidas, arrancándole también lo más preciado: el amor de Nina. La maestría de Chéjov agudiza aún más la situación en tanto Trigorin, en la habitación contigua, gana también la lotería. “Este hombre tiene suerte siempre y en todo” (p.67), sentencia, risueña, Arkádina.

La partida de Nina deja al protagonista solo en la habitación, con heridas que ya no se podrán cicatrizar. Vemos al personaje por última vez, dedicando un último pensamiento, dentro de su caóticamente doloroso estado, a la preocupación porque su madre pueda llegar a sentir un puñal similar al que ahora lo desangra: “(tras una pausa) No estaría bien que alguien la vea en el jardín y se lo cuente a mamá. Podría apenarla… (Durante dos minutos rompe en silencio todos sus manuscritos y los arroja debajo de la mesa, luego abre la puerta de la derecha y sale.)” (p.72).

El último cuadro de la obra presenta un último gesto del autor al dilatar el golpe final. Al sonido del disparo le sigue una afirmación de Dorn, asegurándole a Arkádina que se trató de la insignificante explosión de un comprimido. El espectador de la obra recobra, entonces, un hilo de esperanza -como Tréplev lo recobro´con la reaparición de Nina-, que, sin embargo, no tarda en extinguirse: el mensajero -Dorn- revele en secreto el aparentemente inevitable dolor de la realidad.