La flor púrpura

La flor púrpura Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos 2-6

Resumen

Parte 2: Hablando con nuestros espíritus. Antes del Domingo de Ramos

Capítulo 2

La madre entra el uniforme de Kambili antes de que se largue a llover. A pesar de que no es adecuado que la gente mayor se dedique a las tareas domésticas, y que lavar los uniformes, colgarlos y entrarlos son tareas de los hijos, la madre no se preocupa por ello. Mientras dobla el uniforme para guardarlo, la madre le cuenta a Kambili que está embarazada, y que espera dar a luz en octubre. Esto es un alivio para la madre, puesto que después del nacimiento de Kambili ha intentado concebir y ha sufrido abortos espontáneos. Las mujeres del pueblo comentaban su problema y hasta sugerían que Eugene debía casarse con otra mujer para seguir trayendo hijos al mundo, que era su deber. El padre sin embargo nunca contempló esa posibilidad, y Kambili señala que su padre debe ser elogiado por aquello, puesto que no es como el resto de los hombres.

Jaja regresa de la escuela, vestido en su pulcro uniforme. El año anterior, para dicha de su padre, había sido nombrado “el chico más pulcro del año” (p. 38). El muchacho se dirige al cuarto de su hermana, donde Kambili le cuenta sobre el embarazo de su madre. Kambili siente que con su hermano puede utilizar un lenguaje especial compuesto de miradas para compartir los pensamientos que no pueden decir en voz alta. Jaja dice que el bebé será un niño, y los dos prometen protegerlo -aunque no lo explicitan, se refieren a protegerlo de su padre-.

Jaja se dirige a la planta baja para almorzar, y Kambili observa su horario: el padre le realiza a cada hijo un estricto horario para cada día, que debe cumplirse a rajatabla. El padre administra el tiempo para el estudio, la oración, la familia, el descanso y las comidas, y Kambili se pregunta qué horario tendrá su nuevo hermanito cuando nazca. Al día siguiente, durante el horario familiar programado, los cuatro escuchan la radio mientras Jaja y su padre juegan al ajedrez. De pronto, un general sale al aire y declara que ha habido un golpe de Estado en Nigeria. El nuevo Jefe de Estado será revelado al día siguiente. El padre se excusa y se retira para llamar a Ade Coker, el editor del Standard, el diario que pertenece a Eugene. Cuando regresa, confiesa a toda la familia que se siente preocupado por el golpe. En los años sesenta, un ciclo de sangrientos golpes militares derivó en la guerra civil. Los militares siempre terminan siendo derrocados violentamente por otros militares, explica el padre.

El Standard es muy crítico del gobierno. Ade Coker suele escribir editoriales contestatarias que sacan a la luz las cuentas bancarias de miembros del gabinete que se quedan con dinero perteneciente al estado. Los políticos también son corruptos, y el padre aboga por la renovación de la democracia en su país. Al día siguiente del golpe, el Standard publica una editorial en la que insta al nuevo gobierno militar a restituir la democracia cuanto antes. El padre lee los titulares de otros periódicos y se indigna, porque ninguno de ellos dice la verdad sobre la situación. Su familia lo elogia por su valentía, pero él no se siente satisfecho. Eugene piensa que Nigeria está en decadencia, y Kambili le dice que Dios sabrá librarlos. Ese refuerzo positivo es apreciado por el padre, quien le sonríe como gesto afirmativo.

Capítulo 3

En las semanas siguientes al golpe de Estado, Kambili nota un cambio en la atmósfera. A medida que los artículos del Standard se tornan más críticos y contestatarios, los otros periódicos que lee la familia se meten cada vez menos con el gobierno militar. Cuando Kevin, el chofer de la familia Achike, lleva a los chicos al colegio, pasan por una manifestación en el centro gubernamental; el auto lleva ramas verdes sobre la patente, lo que indica solidaridad con los activistas, y gracias a ello pueden atravesar la muchedumbre congregada. Kambili se pregunta cómo sería unirse a esa causa que solo puede observar por la ventanilla. Semanas después, la narradora nota que aumenta la presencia militar en las calles; los soldados custodian la avenida principal armados con rifles y detienen autos al azar para controlar a los pasajeros a punta de pistola.

En la casa, sin embargo, nada cambia, excepto por el tamaño de la panza de su madre, que ha comenzado a crecer. La familia va a la misa de Pentecostés, la madre con un vestido rojo, al igual que la túnica del sacerdote que oficia la ceremonia. Se trata de un cura invitado que no hace los mismos elogios a Santa Inés que los curas anteriores, e incluso canta un salmo en Igbo, lo que conmociona a la congregación y despierta la desaprobación de Eugene, quien prohíbe a su familia unirse a la canción.

Después de la misa, la familia pasa a visitar al padre Benedict por su casa. Durante el trayecto, el padre se queja del cura visitante, a quien acusa de impío por fusionar la tradición africana con la ceremonia católica. Cuando llegan a la casa del cura, la madre decide quedarse en el auto porque se siente mal. El padre la mira y vuelve a preguntarle si bajará con ellos a ver al padre; cuando ella insiste en quedarse, el hombre guarda silencio hasta que su mujer acepta acompañarlos.

Dentro de la casa, el padre habla con el cura mientras los demás esperan en la sala de estar. El padre Benedict le pregunta luego a la madre si se encuentra bien, ya que presenta un tono ceniciento poco saludable. La madre responde que son las alergias de la temporada, pero que se encuentra bien. Luego, el cura les pregunta a los muchachos si han disfrutado del sermón, a lo que ambos responden afirmativamente, como si fuera una escena previamente ensayada. De regreso en la casa, la madre insiste en servirle el té a su esposo, aunque esta es una tarea que suele hacer Sisi, la sirvienta.

El padre ofrece a sus hijos los primeros sorbos y luego cada uno parte a sus cuartos para cambiarse las ropas de la iglesia. Todas las actividades de los domingos son tranquilas; los chicos tienen programado el tiempo para la reflexión y la lectura de la Biblia, además del rosario vespertino. Jaja le dice a la madre que debería acostarse a descansar, y ella intenta contestarle, pero debe salir corriendo hacia el baño para vomitar antes de poder hacerlo.

El almuerzo también transcurre en silencio. Kambili espera a la oración final, tratando de concentrarse en el retrato de su abuelo para mantener la compostura. Durante la oración, su padre agradece la comida y luego pide a Dios que perdone a aquellos que tratan de interponer sus deseos egoístas a la voluntad del Señor y no desean visitar a su servidor tras la misa. El “Amén” de la madre resuena en toda la habitación.

Después del almuerzo, Kambili se encuentra estudiando en su habitación cuando escucha unos fuertes golpes que provienen de la habitación de sus padres. El sonido es familiar, y Kambili cierra los ojos y comienza a contar para dejar de escucharlo. Usualmente, el ruido termina antes de que llegue a 20. En esa ocasión, cuando va por el 19, su padre abandona su habitación cargando a su madre sobre los hombros. Jaja y Kambili lo observan mientras se la lleva, y notan luego que hay un trazo de sangre en el piso. Los muchachos entonces buscan un trapo y comienzan a limpiar.

La madre no regresa a la casa esa tarde, y Kambili y Jaja cenan solos. Los dos hablan de la ejecución televisada de tres hombres. Jaja da las gracias e incluye una plegaria por su madre. El padre regresa tarde a la casa, con los ojos rojos y lloroso; abraza con fuerza a Kambili y le dice que su madre estará bien y que regresará al día siguiente.

Efectivamente, la madre regresa a la tarde siguiente y le informa a su hija que ha perdido el bebé. Luego, para consolarse, se pone a limpiar sus figurillas de porcelana. Kambili se encierra en su habitación para estudiar, pero las palabras del libro de textos se convierten en sangre. La narradora tiene una visión de la sangre chorreándole por el cuerpo de su madre y por sus propios ojos. El domingo, durante la misa, el padre obliga a la familia a quedarse tras la ceremonia y a rezar 16 novenas para el perdón de la madre. El padre Benedict los rocía con agua bendita, y Kambili trata de no pensar en cuál será el pecado por el que tienen que pedir el perdón de su madre.

Capítulo 4

Yewande, la mujer de Ade Coker, llega llorando a la casa de los Achike. Jaja puede colarse en la cocina para escuchar la conversación que su padre mantiene con la mujer, y luego le cuenta a Kambili que, por lo que pudo oír, Ade fue arrestado por un grupo de soldados mientras se dirigía a la redacción del Standard. Su auto quedó abandonado al borde de la carretera, con la puerta del conductor abierta. Kambili piensa que Coker fue arrestado a causa de un artículo que publicó, en el que acusaba al jefe de Estado y a su mujer de sostener una red de narcotráfico. Jaja escucha también que Eugene promete ayudar a Yewande y sacar a su marido de la cárcel.

En la escuela, Kambili recibe su reporte de calificaciones. A pesar de que la Madre Lucy, la directora de las Hijas del Inmaculado Corazón, la felicita por su inteligencia y obediencia, Kambili se decepciona al ver que ha salido segunda en su curso, algo por lo que su padre no estará nada contento. Eugene a menudo les dice a sus hijos que no invierte tanto dinero en su educación para que sean segundos; su propio padre jamás invirtió una naira en la educación de su hijo, y así y todo Eugene siempre fue el primero de su clase, por lo que sus hijos no tienen excusa para no serlo.

Esa tarde, el padre primero visita a Jaja en su habitación y le pide su reporte. Jaja es el primero de su clase, y Eugene lo felicita. Cuando llega a la habitación de Kambili, la muchacha está aterrada; sin embargo, en esa ocasión su padre no la castiga y tan solo le pregunta quién ha salido primera. Después de la cena, el padre llama a Kambili a su habitación, un lugar que a la narradora le parece una representación del paraíso, y le dice que no sale primera porque no quiere. Kambili se abraza a sí misma, tal como lo hace su madre, pero en ese momento suena el teléfono y el padre debe salir de la sala sin castigarla.

Kambili espera el castigo, incluso cuando pasa una semana y todavía no llega. Ade Coker es liberado de prisión y todos comprenden que fue torturado, aunque el hombre no dice nada al respecto. Entonces, Eugene decide que esconderán las oficinas de publicación del diario en un nuevo emplazamiento, bajo tierra, para que todos puedan trabajar seguros.

Antes de que comience el siguiente trimestre, la madre lleva a Jaja y a Kambili a comprar nuevas sandalias y mochilas para el colegio. El mercado presenta una realidad totalmente diferente a la que viven los muchachos en su lujosa casa. Las mujeres regatean a los gritos con los verduleros, los hombres orinan en la vía pública contra las paredes, y los mercaderes se pelean con los compradores. Esta vez, el mercado tiene un aspecto más caótico que de costumbre, ya que los soldados lo patrullan y arremeten contra algunos vendedores ambulantes. Ante la visión de un grupo armado que ataca a una verdulera, la madre empuja a sus hijos de regreso al auto y pide a Kevin, el chofer, que abandonen el lugar a toda prisa. Mientras se alejan, Kambili observa a la vendedora llorando en el suelo, con el cuerpo lleno de barro y sus verduras tiradas por todas partes.

En el comienzo del trimestre, el padre lleva a Kambili a la escuela y le pide que le enseñe quién es Chinwe Yizede, la muchacha que salió primera de la clase, y le pregunta si acaso esa niña tiene dos cabezas. Luego, saca un espejo y le pide a su hija que se mire en él y le diga cuántas cabezas tiene ella. Como puede ver, tiene una, al igual que Chinwe, así que no tiene ninguna excusa para haber salido segunda. La familia Achike es privilegiada, le dice Eugene, y por lo tanto Dios espera grandes cosas de ellos.

El ciclo lectivo comienza con una asamblea, y los estudiantes tienen que cantar el himno católico, como cada inicio de trimestre. La Madre Lucy pide a Kambili que comience, y la narradora entra en pánico. Finalmente, logra cantar las primeras líneas y el resto de la clase se le une.

Al ingresar al salón de clases, Ezinne, una compañera, se dirige a Kambili y le pregunta si viajó mucho durante el receso. La narradora siente deseos de agradecer a aquella muchacha que le dirige la palabra sin despreciarla y llamarla una snob malcriada, como suele hacer el resto de la clase. Luego, Chinwe, que es la más popular de su curso, saluda a Ezinne, pero ignora completamente a Kambili, como lo ha hecho sistemáticamente en el pasado. Ezinne le cuenta entonces a Kambili que Chinwe es muy popular porque suele comprar refrescos y alimentos a todas las chicas del curso, y que todas se burlan de ella por pasarse los recreos en la biblioteca y escaparse cuando suena el timbre. Ezinne le sugiere a Kambili que, si quiere llevarse bien con el resto de sus compañeras, debe intentar socializar con ellas, aunque sea tan solo en la salida, cuando toca el timbre, en vez de salir corriendo. Sin embargo, Kambili tiene la orden de no hacer esperar a Kevin, y su padre una vez la golpeó por llegar unos minutos retrasada a la casa, por lo que tiene terror a demorarse, y cuando termina su horario corre a la salida del colegio para evitar el castigo.

Capítulo 5

Hasta el final del trimestre Kambili carga con el mote de segundona engreída y con la dura tarea de superar a Chinwe para complacer a su padre. En el receso de diciembre recibe su nuevo reporte de calificaciones y comprueba, feliz, que vuelve a ser la primera de la clase. La familia se prepara para pasar la Navidad en el pueblo de Abba, del que es originario Eugene. Los coches son cargados con provisiones y manejan hacia el distrito comercial de Ninth Mile, rezando el rosario todo el tiempo. En Ninth Mile, el padre compra solo opka (un tipo de legumbre), pero reparte dinero entre los vendedores, quienes bailan en la calle a modo de agradecimiento.

Mientras atraviesan el pueblo de Abba, los campesinos saludan con reverencias a Eugene y lo llaman Omelora, un título honorífico que significa “aquel que trabaja para la comunidad” (p. 69). Los niños persiguen el auto por las carreteras hasta que llegan a la enorme complejo de los Achike. Como Omelora, Eugene se encarga de proveer al pueblo. Sisi descarga todo el equipo que será utilizado para cocinar lo suficiente como para alimentar a todo el pueblo. Sin embargo, para Navidad ni la madre ni Sisi cocinan, sino que supervisan a las mujeres de la Umunna (la comunidad) que se encargan de todas las tareas, tal como la tradición navideña lo dicta.

Ade Coker pasa junto a su familia a saludar a los Achike y luego continúan viaje hacia Lagos. En la breve visita, trata de charlar con Jaja y con Kambili, pero estos solo responden con sí o no a sus preguntas, por lo que Ade le dice a Eugene que sus hijos son demasiado callados. Eugene concuerda y está orgulloso de que sean así y no como otros niños ruidosos e indisciplinados que no le tienen miedo a Dios. Antes de irse, Ade pregunta en voz alta qué sería del Standard si todos fueran tan callados y disciplinados como aquellos muchachos.

En Abba ni Jaja ni Kambili tienen horarios, y su padre suele estar demasiado ocupado con las reuniones de la iglesia y sus deberes con la umunna como para estarles demasiado encima. Durante los días previos a la Navidad, la familia suele recibir muchas visitas a todas horas, y el padre escucha todas las peticiones de la comunidad con atención. Un mediodía, luego de almorzar y antes de dedicarse a atender a las visitas, Eugene anuncia a sus hijos que esa tarde irán a visitar a su abuelo, o Papa-nnukwu, como lo llaman en Igbo. El padre de Eugene es un hombre viejo que sigue las tradiciones del pueblo Igbo y no se ha convertido al catolicismo, a pesar de todos los esfuerzos de Eugene. Como es un pagano y su presencia es impía, Eugene ha dejado de visitarlo, y a sus hijos solo les permite verlo 15 minutos durante la visita navideña a Abba, aunque les ha prohibido que coman o beban cualquier cosa que les ofrezca. En cada visita, Eugene envía con su chofer un fajo de billetes para ayudarlo, ya que tampoco deja que su padre se acerque a su casa o se comunique con él.

Jaja y Kambili visitan a Papa-nnukwu en su precaria morada. Los dos extremadamente formales e impersonales en el trato con su abuelo, quien les ofrece algo de beber y comer, aunque sabe que no se lo aceptarán. Antes de servirse él mismo algo de comer, el abuelo ofrece parte de los alimentos a sus antepasados, lo que es un ritual pagano que sus nietos contemplan en silencio. Kambili no puede creer que su padre y su tía Ifeoma hayan vivido alguna vez en aquella casa diminuta, y Jaja debe sacarla de sus ensueños para avisarle que ya hace tiempo han pasado los 15 minutos y deben regresar.

Cuando regresan, el padre los acusa de haberse quedado más tiempo del permitido; para sorpresa de Kambili, sin embargo, no los golpea por su conducta y tan solo los envía a rezar por el perdón de Dios. Luego, el padre echa de su casa a un anciano pagano que forma parte de la umunna y que comienza a vociferar en el patio de la casa, insultando a Eugene por la forma en la que trata a los no católicos. Cuando lo expulsa, Eugene muestra claramente que no tiene ningún respeto por sus mayores, a menos que compartan su fe. Ante esa escena, Kambili recuerda el trato que su padre le profesaba a su suegro, el padre de su muer, que había sido un devoto misionario católico cuyo retrato ocupa un lugar de deferencia en la casa.

Capítulo 6

La hermana viuda del padre, tía Ifeoma, llega al día siguiente con sus hijos. A simple vista es lo opuesto a su hermano: vivaz, juguetona y con la risa fácil. La tía Ifeoma llama a la madre de la narradora “nwunye m” (p.84), expresión igbo por "mi esposa". Aunque es cristiana, Ifeoma conserva parte de su educación tradicional. La madre le explica a Kambili que ese tratamiento significa que la aceptan como parte de la familia; luego, ambas mujeres se ponen a hablar de los chismes en sus respectivas umunnas, y Kambili escucha que los suegros de Ifeoma difundieron rumores de que ella mató a su amado esposo. La umunna de la madre, por su parte, a menudo insta a Eugene a tomar otra esposa, una que pueda darle hijos. La madre estaba agradecida de tener a Ifeoma de su lado y le confiesa que no sabe qué habría hecho si Eugene la hubiera dejado, a lo que tía Ifeoma dice que a veces la vida comienza después del matrimonio.

Kambili observa y escucha a su tía con atención, casi hipnotizada por sus modales y el color bronce de sus labios pintados. Tía Ifeoma se queja de que la vida en la Universidad de Nsukka, donde enseña, se vuelve cada vez más difícil. A los maestros no se les ha pagado en dos meses y algunos han emigrado a Estados Unidos. Ella misma está atravesando muchas dificultades, y ya no puede permitirse cocinar a gas porque no hay bombonas de butano. La madre la insta a que le pida ayuda a su hermano, pero Ifeoma insiste en que la situación no es tan grave. En un momento, Eugene aparece en la habitación y acepta a regañadientes el pedido de su hermana de llevar a Kambili y Jaja a pasear al día siguiente. Sin embargo, Ifeoma no dice que parte del viaje implicará ver el festival Aro, un tradicional desfile igbo de espíritus enmascarados llamado mmuo.

Tras la conversación con Eugene, los hijos de Ifeoma, que habían estado visitando a su abuelo, llegan a la casa. Amaka, de 15 años, es una adolescente curiosa y con un cuerpo bien formado; Obiora, de 14, parece un niño inteligente y seguro, y Chima, el más pequeño de los tres, es alto para sus 7 años. Los tres comparten la risa gutural de su madre y se muestran desenvueltos en el trato con su familia. Amaka pregunta si pueden ver la CNN, ya que los Achike tienen televisión satelital. Kambili casi se ahoga cada vez que Amaka le habla, pero se las arregla para explicar que no ven mucha televisión. Ante la conducta de su prima, Amaka se burla y le pregunta si ya se ha aburrido de los programas que pueden verse en la TV satelital, pero Kambili deja pasar el insulto y no le dice la verdad a su prima: el tiempo de televisión no está en su horario, por lo que es algo prohibido para ellos. Cuando se van, Obiora y Chima se despiden, pero Amaka no se vuelve para saludar a su prima.

Al día siguiente, tía Ifeoma pasa a buscar a Kambili y Jaja, y cuando ve cómo está vestida su sobrina, le sugiere que se cambie los pantalones, a lo que Kambili se niega cortésmente, aunque no le dice la verdad a su tía: no tiene pantalones porque es un pecado que las mujeres los usen. Kambili y Jaja se amontonan en el auto, y la madre los observa mientras se alejan. Una vez lejos de la casa, tía Ifeoma anuncia que recogerán a Papa-Nnukwu primero, noticia que retuerce el estómago de Kambili. Jaja y Kambili no salen del coche en la casa de Papa-Nnukwu, y Kambili explica que, aunque se les permitió visitarlo brevemente, debían mantenerse alejados de los paganos. Tía Ifeoma niega con la cabeza en señal de desaprobación, aunque entiende que es su hermano Eugene el que inculca esos valores en sus hijos. Papa-Nnukwu se sube al coche y bromea sobre su vejez y su muerte inminente, con una complicidad con sus nietos que sorprende a Kambili y a Jaja, quienes no se ríen con los chistes.

El coche de tía Ifeoma pasa por la casa de los Achike y Papa-Nnukwu suspira. Aunque su hijo es rico, a él a menudo le falta comida en su plato. Él culpa a los misioneros por desviar a su hijo, pero tía Ifeoma interviene y comenta que ella también fue a una escuela misionera y que igual sigue ocupándose de su padre. Papa-Nnukwu se burla de ella y dice que no cuenta por ser mujer, y luego continúa su historia sobre el primer misionero en Abba. Un sacerdote blanco, el padre John, reunió a los niños de la comunidad y les enseñó su religión. Papa-Nnukwu le preguntó al sacerdote acerca de su dios y este le respondió que el Dios católico no es diferente a Chukwu, el dios de Papa-Nnuwku, porque vive en el cielo. Papa-Nnukwu entonces le preguntó por el hombre en la cruz, y el sacerdote le habló de Jesús, el hijo de Dios, y le explicó que es igual a Dios, cosa que Papa-Nnukwu no puede creer hasta la actualidad, porque padre e hijo no pueden ser iguales. En verdad, el abuelo cree que su propio hijo le falta el respeto por esta razón, porque piensa que es su igual.

El coche se adentra en el festival y tía Ifeoma señala el desfile de mmuo, que Eugene considera folklore diabólico. Sin embargo, a Kambili no le parecen peligrosos. Una persona vestida de espíritu de mujer con una máscara de madera tallada y labios pintados se detiene a bailar en la calle, mientras las multitudes la vitorean y le arrojan nairas y los niños tocan música. Papa-Nnukwu les dice luego que deben apartar la mirada de un mmuo con una máscara de calavera humana que hace muecas. Lleva una tortuga atada a su cabeza y una serpiente y tres pollos muertos cuelgan de su disfraz. En la calle, las mujeres corren con miedo ante su presencia, y el abuelo explica que se trata del mmuo más poderoso. Jaja pregunta cómo la gente se pone los disfraces y Papa-Nnukwu lo calla, insistiendo en que son espíritus. Luego le pregunta a Jaja si había hecho su imo mmuo, la iniciación en el mundo espiritual que es el primer paso hacia la hombría, a lo que el muchacho le responde que no, con vergüenza en sus ojos.

De regreso, tía Ifeoma deja a Papa-Nnukwu en su casa y luego a Kambili y Jaja. Cuando pregunta a sus hijos si les gustaría entrar a la casa de los Achike, Amaka responde que no de tal manera que sus hermanos también se niegan. Esa noche, Kambili sueña que se está riendo, pero la voz no es la suya; la risa gutural y entusiasta de su tía se escapa de sus propios labios.

Análisis

En el capítulo 2, la madre entra a la casa el uniforme de Kambili, a pesar de que a ella, por ser una persona adulta, no le corresponde encargarse de las tareas de los menores; así y todo, esa “era una de las muchas cosas que no le importaban” (p. 35). La madre es considerada y cariñosa, y se las ingenia para transgredir sutilmente las convenciones, si estas le parecen poco razonables. A diferencia del padre, no está obsesionada por seguir un estricto código de conducta, y el caso del uniforme es un gesto simple pero muy significativo en el contexto familiar que presenta la novela y dadas las relaciones familiares que se tejen entre los Achike. A pesar de que la madre no es tan liberal e independiente como la tía Ifeoma, su amor por la familia le permite romper ciertas reglas impuestas por su marido.

El embarazo de la madre es motivo de celebración, ya que en el pasado ha intentado concebir nuevamente y ha sufrido abortos espontáneos. Además, su embarazo pondrá fin a las habladurías del pueblo. Eugene se ha negado a tomar otras esposas, a pesar de que esa es la convención tradicional más propagada y respetable, y que tener hijos es importantísimo. La madre cree que su esposo debería ser elogiado por haberse quedado con ella, y Kambili piensa lo mismo. Sin embargo, el padre no sigue la tradición de tomar otras esposas no por respeto a su mujer, sino por sus creencias católicas y el rechazo que le generan todas las tradiciones locales y paganas. El fanatismo con el que adhiere al catolicismo tiene consecuencias tanto positivas como negativas para su familia. El padre mantiene la unidad familiar nuclear, pero reina con tiranía dentro de su casa en nombre de Dios. En este panorama, la religión es abordada en toda su complejidad, y no se la ilustra como algo positivo o negativo en si misma.

La religión puede ser utilizada de manera abusiva por aquellos que ostentan el poder. Los hijos de la tía Ifeoma, en capítulos siguientes, argumentan que los europeos introdujeron el cristianismo como un método para subyugar a los nativos de las regiones que colonizaban. El abuso del padre sobre su familia, sin embargo, responde a la interpretación que este hace del amor de Dios y del respeto a sus mandamientos; así, el padre está convencido de que utiliza su poder para hacer el bien, al contrario, por ejemplo, de los oficiales que se han puesto a la cabeza del gobierno. Eugene vive para respetar y hacer cumplir un estricto código moral que no deja lugar ni a la más mínima transgresión.

Las noticias del golpe de Estado preocupan al padre, quien ya ha presenciado otros golpes militares violentos que han derivado en la guerra civil, y comprende que Nigeria enfrentará grandes dificultades en un futuro cercano. Eugene toma partido contra la corrupción en la política y utiliza su periódico para publicar editoriales pro-democráticas. Todo este trasfondo hace que sea imposible otorgarle al padre el lugar del héroe o del villano en la narración, y es más bien un ser humano en extremo complejo.

Para los Achike es importante sostener las apariencias. La madre ofrece un refrigerio lujoso al grupo de oración, yendo más allá de lo que suele estilarse para dichas reuniones; el padre, por su parte, se siente orgulloso de que su hijo haya ganado el premio al estudiante más pulcro el año anterior, puesto que la imagen que los Achike dan al resto del mundo tiene que ser impoluta. Así, la familia debe ser un ejemplo de virtud, de humildad y de fe para toda la comunidad. Pero, como se demuestra capítulo a capítulo, el padre somete a la familia a un estándar de perfección que es imposible de sostener.

Kambili cree que ella y su hermano se comunican a través de un lenguaje secreto de miradas. Como queda claro en los silencios que sostienen en la iglesia y en su casa, decir la verdad de lo que piensan en presencia de los padres no es una opción. Jaja le dice a Kambili que protegerán al nuevo hermanito, pero no necesita explicitar que se refiere a protegerlo del padre. Kambili, con 15 años y Jaja con 17 son dos adolescentes que han sido sobreprotegidos y que no han tenido oportunidad de madurar fuera de la casa paterna. Como se verá a lo largo de la novela, ambos comenzarán a atravesar un proceso de maduración significativo. En ese sentido, La flor púrpura puede ser considerada una novela de formación, puesto que está dedicada al crecimiento y la maduración de dos personajes adolescentes que se abren paso hacia la adultez.

En el capítulo 3, la tensión crece tanto en Nigeria como dentro de la casa de los Achike. El malestar político va en aumento y las manifestaciones prodemocráticas comienzan a organizarse frente al centro gubernamental. La presencia del ejército vuelve peligroso el tránsito por la ciudad y crea un ambiente de violencia y represión. Sin embargo, ni siquiera las ejecuciones televisadas impactan demasiado en el ánimo de Kambili y de Jaja, quienes viven ya bajo la sombra de la violencia. Los muchachos están tan desensibilizados que cuando su padre se lleva a su madre sangrando por los golpes que le ha dado, ellos se limitan a limpiar las manchas de sangre, sin decir una palabra.

Kambili observa a los protestantes desde la seguridad de su coche, preguntándose qué se sentirá estar en su lugar; es evidente que su riqueza la protege de los aspectos más peligrosos de la vida. Sin embargo, el sentimiento de seguridad es falso: incluso desde el interior del mismo auto el padre le exige a la madre que se aguante la enfermedad y baje a visitar al padre Benedict. Desde el exterior, los Achike representan a la familia perfecta, pero en verdad su vida está muy lejos de ser la ideal.

La madre también sostiene las apariencias al decirle al padre Benedict que su malestar es causado por las alergias; toda la familia debe mantener la ilusión de felicidad y fortaleza. Otro signo de la opresión se hace visible durante la misa: a pesar de que la madre canta salmos en Igbo en su casa, junto al grupo de oración, no se atreve a hacerlo en la misa, con su esposo al lado. A pesar de que a la madre se le permite mantener esa mínima conexión con su cultura dentro de la casa, en público debe mantener la actitud de una persona totalmente colonizada.

Tanto la madre como Kambili desarrollan métodos de evasión. Durante el almuerzo, Kambili se concentra en el retrato del abuelo materno y el canto de los pájaros en el jardín. El abuelo está fotografiado con los hábitos completos de los misioneros católicos y le sirve a la joven como inspiración: Kambili lucha por mantener la misma posición honorífica que su abuelo, quien era adorado por Eugene. Ella también desea desesperadamente el amor y la aprobación de su padre, y hace todo lo posible por obtenerlos. La madre limpia sus figurillas de porcelana como una distracción de la clara decepción que le ha causado a su marido, lo que redimensiona el significado de la rotura de aquellas figuras en el primer capítulo.

La realidad de la que nadie en la casa puede hablar es la del abuso del padre. Cuando Kambili escucha los golpes secos que provienen del cuarto de sus padres, sabe lo que está sucediendo, pero no puede hacer nada. Como el incidente está narrado desde la perspectiva de Kambili, no existe la posibilidad de enunciarlos explícitamente, y solo se pueden insinuar. Para Kambili, guardar silencio implica también no reconocer la verdad, y de esta forma, la violencia es negada por la niña y el dolor se fusiona con el amor que siente por el padre como un componente natural. Esa fusión queda comprobada en el sorbo de té que, según el padre, demuestra el amor que les tiene a sus hijos: Kambili está orgullosa de dar ese primer sorbo, y no le molesta que el té hirviente le queme la lengua: “El té siempre estaba demasiado caliente y me quemaba la lengua, y si la comida había sido algo picante, me escocía. Pero no me importaba porque sabía que, cuando me quemaba, el amor de padre ardía en mí” (p. 23). Para Kambili, la disciplina del padre no puede disociarse del amor.

En la casa Achike hay una clara jerarquía patriarcal. La madre y los hijos no tienen ningún poder. Cuando la madre pierde su embarazo como resultado de los golpes del marido, el padre obliga a la familia a hacer una novena especial para compensar la muerte, y el padre explica que deben orar para que la madre sea perdonada. El sexismo es inherente tanto a la cultura tradicional africana como a la cultura colonial. Incluso la tía Ifeoma, que se muestra liberada del yugo colonial, más adelante será rebajada por su padre, quien le dice que no cuenta por ser mujer. Sin embargo, mientras que Ifeoma tiene la capacidad de sobreponerse al sometimiento masculino, la madre de Kambili, no. La madre, criada por un católico devoto, se casa también con un católico devoto y perpetúa la dominación masculina en su vida; así, permite el sexismo, y Kambili, al final del capítulo, ni siquiera se anima a pensar por qué la madre debe pedir perdón, con lo cual también está reproduciendo las estructuras de dominación. Sin embargo, esta sumisión se alterará en los capítulos siguientes.

Eugene sabe que su familia es privilegiada, y en un país asolado por la pobreza y la corrupción, los privilegios deben justificarse y sostenerse con trabajo y esfuerzo; como le dice a Kambili: “Como Dios os ha dado mucho, también espera mucho. Espera la perfección” (p. 60). A ojos del padre, su hija no tiene excusas para no obtener el primer lugar en su clase. Como se verá en otras situaciones, el padre proyecta sobre sus hijos sus propios logros y frustraciones. En este caso, él recuerda ser siempre el primero en el colegio, aunque su padre no pagara un centavo ni se preocupara por su educación. Y la forma que tiene Eugene de empujar a sus hijos hacia la excelencia es llenándolos de miedo. En su discurso, el fracaso queda asociado al pecado, y tiene que ser castigado como tal. Kambili está tan aterrorizada por los castigos del padre y tiene tanto miedo a dar un paso en falso que es incapaz de realizar hasta las tareas más simples, como se observa cuando la Madre Lucy le pide que cante el himno y ella se queda sin palabras.

Sin embargo, Kambili tiene recuerdos agradables del padre y lo admira genuinamente. Cuando es llamada a su habitación, probablemente para ser castigada, la muchacha se saca las sandalias y hunde sus pies en la mullida alfombra. El cuarto le trae recuerdos tanto de momentos dichosos como de castigos. Mientras espera, Kambili recuerda cómo la cobijaban allí los días de tormenta y cómo el cuarto se le figuraba como un lugar seguro y de protección, lleno de amor paternal. La narradora se aferra al recuerdo e intenta preservarlo a pesar de todas las violencias cometidas por el padre, como una forma de escapar del abuso y el terror que experimenta de forma cotidiana en su casa.

Antes de que su padre pueda castigarla, el teléfono suena y las novedades sobre el arresto de Ade Coker lo distraen. Esto pone en evidencia que Eugene trata de sostener un equilibrio entre su vida familiar y sus deberes como ciudadano y hombre público. A los miembros del Standard, el periódico que financia, siempre los ha tratado con deferencia y ha hecho todo lo posible por preservarlos de las represalias del gobierno militar. Sin embargo, con su familia se maneja con otra escala moral, y no duda en infligir castigos físicos a todos sus miembros ante el más mínimo desliz. Para justificar su comportamiento violento recurre a la religión: Eugene está convencido de que obra según el mandato de Dios y que con sus castigos extremos está salvando a su familia de la condena eterna.

La visita al mercado es otro episodio en el que la violencia de Estado se hace presente. La madre, Jaja y Kambili observan cómo un grupo de soldados ataca a una vendedora y destruye sus mercancías, sin ninguna razón aparente. Los tres escapan del lugar, pero la escena de la mujer arrastrándose en el barro mientras los soldados pisotean sus verduras conmociona profundamente a la madre, quien empatiza con la vendedora, aunque gracias a sus privilegios ella nunca estará en una situación parecida. Esta es la primera vez que la madre se identifica con la figura de la víctima y se reconoce a sí misma en el rostro de una persona menos afortunada. Como ya se ha visto y seguirá desarrollándose a lo largo de la narración, la madre es la primera víctima de la violencia machista del padre.

En la escuela, Kambili es llamada “segundona engreída” (p. 64) por sus compañeras de curso. Durante la mayor parte de la novela, la narradora no es capaz de defenderse de los ataques de sus pares, principalmente porque tiene miedo al enfrentamiento y porque el terror del castigo la tiene paralizada. A su vez, en estos ataques se pueden observar las tensiones producidas por las diferencias de clases sociales: la fortuna de Kambili es una de las razones por la que sus compañeras la desprecian y atacan, puesto que consideran que su vida está llena de lujos y privilegios, y que Kambili las desprecia por no tener las mismas riquezas. Por supuesto que esta dista mucho de ser la posición de la narradora, pero como es incapaz de alzar su voz, no encuentra la manera de defenderse y de hacerles notar a sus compañeras que no existe tal desprecio clasista. Algo muy similar sucederá en los capítulos siguientes, cuando Kambili visite a sus primos en Nsukka y Amaka la trate como a una rica engreída.

En el capítulo 5, Ade Coker felicita a Eugene por el comportamiento de sus hijos pero, al mismo tiempo, se muestra sorprendido por lo callados que son, y hasta dice “Imagínate lo que sería del Standard si todos fuéramos así de callados” (p. 70). El padre no se ríe ante la broma de Coker, y está verdaderamente orgulloso de cómo ha criado a sus hijos y les ha inculcado el temor a Dios. De este episodio también se desprende que Ade y los redactores del diario no le temen al gobierno, incluso si este pone en riesgo sus carreras y sus vidas, mientras que para Eugene el gobierno es ilegítimo porque no se fundamenta en los principios en los que él cree.

En su pueblo, Eugene es considerado uno de los patriarcas de la umunna o comunidad y, como tal, coloca todos sus esfuerzos en eliminar los rituales tradicionalistas e instaurar el catolicismo. La gente de Abba se alegra cuando los Achike visitan el pueblo, ya que traen provisiones que reparten entre toda la comunidad y se organiza un gran festín para la Navidad. Las obras caritativas de Eugene no se limitan a esta festividad, sino que también hace generosas donaciones a la iglesia y da 10 nairas a cada chica que se presenta en su casa. Sin embargo, la caridad lo pone incómodo, puesto que el pueblo no acepta las estrictas normas de comportamiento que Eugene exige. Incluso en la iglesia se sostienen prácticas relacionadas con la tradición que el ultracatólico no acepta, como el canto de los salmos en Igbo. Sin embargo, como Dios espera que él devuelta lo que obtiene, no tiene más remedio que donar a la iglesia.

La casa es un ejemplo de la riqueza y la opulencia de la familia Achike. Sin embargo, los hijos de Eugene no disfrutan de las espaciosas habitaciones ni del amoblado lujoso, y ni siquiera Eugene le saca provecho personal. Todo el lujo es simplemente una puesta en escena de lo que se espera por parte de los Achike, y está más pensado para impresionar a la comunidad que para ser disfrutado por la familia.

Los paganos no son admitidos en la casa de Eugene, ni siquiera su propio padre, quien nunca ha puesto un pie en la mansión. El suegro de Eugene, sin embargo, a quien la narradora sólo se refiere como abuelo, es reverenciado por Eugene, ya que había sido un misionero católico muy piadoso y estricto. Kambili no habla con frecuencia de su abuelo, salvo para indicar que usaba la palabra “pecador” (p. 80) en cada frase y queda claro que entre ellos no existe ningún vínculo de afecto. Cuando Jaja y Kambili visitan a Papa-nnukwu durante los 15 minutos permitidos, la narradora se concentra en encontrar en él marcas de su paganismo, pero no encuentra que pueda delatarlo, y hasta desea quedarse más tiempo con él y cuidarlo.

Cuando un hombre de la edad de Papa-nnukwu se presenta en la casa de los Achike, Eugene lo expulsa con violencia, demostrando que solo respeta a los mayores si profesan la misma fe. Como lo hará notar en el capítulo siguiente, Papa-Nnukwu desconfía del catolicismo, porque en dicha religión, Dios-Padre y Jesucristo-hijo son dos aspectos de la divinidad, y esta relación de igualdad entre padres e hijos es algo extraño para la tradición Igbo, donde a los padres se los debe tratar con respeto y deferencia por ser mayores. Eugene, como buen católico, trata de igual a igual a sus mayores, aunque dentro de su familia exige respeto absoluto e incondicional a su hijo. Esta actitud debería presentarle un conflicto entre su religión y la forma en que ejerce la disciplina con su familia, pero Eugene no parece darse cuenta de tal hipocresía.

La relación entre el dinero y la religión también es compleja. Como se hace evidente por los intercambios del sacerdote de Abba y también de la Madre Lucy en el capítulo anterior, la caridad se manifiesta por medio de generosas donaciones de dinero. Eugene utiliza su dinero para contribuir con la iglesia y, de esta forma, ejercer un poder sobre ella, e incluso le ha ofrecido a su padre una pequeña fortuna si se convierte al catolicismo. Papa-nnukwu, sin embargo, se niega a intercambiar su fe por dinero, con lo que no cede a la corrupción que trata de ejercer el poder de su hijo Eugene.

Tía Ifeoma y la madre de la narradora son dos mujeres muy distintas. Aunque Ifeoma creció junto a Eugene y recibió la misma educación, es una mujer liberada que dice lo que piensa. La madre descarta los argumentos de Ifeoma como "charlas universitarias" (p. 87), ya acepta el paradigma patriarcal: Eugene es la cabeza de la familia, ella ocupa una posición subordinada y está orgullosa de los logros de su marido y de cómo se reflejan en su familia. El padre ofrece los mismos lujos a tía Ifeoma y sus hijos, pero ella se niega a someterse a su voluntad. A pesar de sus diferentes perspectivas, tía Ifeoma y mamá se quieren. Usando una frase común en igbo, tía Ifeoma se dirige a la madre como “Nwunye m” (p. 85), que puede traducirse como “mi esposa”, y las mujeres se apoyan entre sí. Kambili señala que su madre habla más con tía Ifeoma que con cualquier otra persona. Ambas están luchando con sus propias dificultades, pero el amor las une.

Al igual que sus madres, Kambili y Amaka son muy diferentes. Aunque ambas chicas tienen 15 años, Amaka se muestra muy segura de sí misma; lleva lápiz labial como su madre, se ríe como su madre y no elogia abiertamente Eugene solo porque se supone que debe hacerlo. Desde el principio, Amaka siente desdén por Kambili. Como sus compañeros de clase, Amaka asume que su reticencia es producto de su clase social y económica privilegiada. Cuando Kambili no puede responder por qué su familia no ve mucha televisión por satélite, Amaka asume que está aburrida de sus lujos. Para Amaka, que está siendo criada por una madre soltera, los privilegios que Kambili puede permitirse parecen maravillosos, pero la dejan sintiéndose amargada por su propia posición en la vida. Aunque es liberal como su madre, es de mente cerrada cuando se trata de clases. Kambili, incapaz de hablar por sí misma, le permite a Amaka creer que su vida es ideal. Pero nada es tan simple como parece; Amaka y sus hermanos son pobres pero amados y animados, mientras que Kambili es rica pero está llena de conflictos familiares debido al comportamiento violento y tiránico de su padre.

Cuando tía Ifeoma recoge a Papa-Nnukwu, Kambili y Jaja no bajan del coche para buscarlo. Esto recuerda la tensa escena dentro del automóvil de la familia Achike afuera de la casa del padre Benedict. La tía Ifeoma se muestra, sin embargo, más divertida que enojada por la falta de voluntad de los niños para dejar la seguridad del automóvil. Ella trata gentilmente de empujarlos a pensar y de mirar críticamente lo que su padre les ha inculcado. Kambili y Jaja no se bajan del coche en la casa de Papa-Nnukwu, pero tampoco se niegan a pasar el día con él, lo que pone de manifiesto la ambivalencia de sus deseos, y la pasividad a la que se han acostumbrado de tanto acatar la voluntad del padre sin cuestionarla. Kambili se pregunta si los atraparán y, de ser así, cuáles serán los castigos tanto de su padre como de Dios.

El Festival Aro no se parece a ningún ritual que hayan presenciado los niños Achike. Se trata de un desfile de hombres y mujeres vestidos con trajes que representan a los espíritus de la tierra que impactan en los muchachos por su vistosidad. Sin estar familiarizado con su significado, Jaja comete el error de preguntar cómo se mete la gente dentro de los disfraces, a lo que Papa-Nnukwu le responde que aquellas no son personas, sino mmuo, es decir, espíritus. Para el abuelo, el ritual convierte a la gente en espíritus. Jaja se siente avergonzado por no saber nada de su cultura, y esto se refuerza cuando el abuelo le pregunta si ha hecho la iniciación, el primer paso hacia la hombría. Obiora, dos años menor que él, lo ha hecho. A los diecisiete años, Jaja aún no es un hombre para la tradición igbo, aunque debería haber dado pasos hacia la edad adulta. Es evidente que su padre y su religión le impiden crecer, y a partir de ese momento, Jaja comienza su propio ritual de iniciación desafiando sutilmente la autoridad de su padre hasta el Domingo de Ramos.

Los sueños de Kambili son un motivo importante. En ellos se procesa todo lo que no puede decir dada la represión que vive en su propio hogar. Al final del capítulo 6, sueña que se ríe con la risa de tía Ifeoma. En la vida real, apenas habla por encima de un susurro y la risa es algo que parece desconocer. Kambili desearía parecerse más a tía Ifeoma y a Amaka, especialmente porque envidia la libertad y la soltura de aquellas mujeres, algo que en su familia es imposible.