La flor púrpura

La flor púrpura Resumen y Análisis Parte 1, Capítulo 1

Resumen

Parte 1: La rotura de los Dioses. Domingo de Ramos

Capítulo 1

El Domingo de Ramos marca un antes y un después en la casa Achike. La narradora es Kambili, una adolescente de 15 años, hija de un católico devoto, que está aterrorizada por el castigo que su hermano, Jaja, va a recibir por haber dejado de comulgar durante la misa. Cuando la familia llega a la casa, el padre le pide a Jaja una explicación por su conducta: ¿Por qué no ha recibido la comunión? Jaja le contesta que se debe a que la oblea le produce mal aliento, respuesta que enloquece al padre, quien le recuerda que no aceptar la hostia -el cuerpo del Señor- equivale a la muerte. Entonces, el hijo replica que va a morir y el padre, furioso, le arroja su pesado misal, pero le falla la puntería, y el libro se estrella contra las figuritas de porcelana de bailarinas que colecciona su esposa.

Eugene, el padre de la familia Achike, es un miembro respetado de Enugu, ciudad capital del estado homónimo que comprende el sudeste de Nigeria. Además de ser un empresario importante, Eugene es elogiado siempre por el padre Benedict como un miembro ejemplar de la congregación de Santa Inés, ya que realiza una labor incansable al difundir los evangelios y abogar por la verdad. Sin embargo, dentro de su casa Eugene es un padre autoritario que aplica una disciplina represora por medio del miedo. Kambili nota el ojo morado de su madre, Beatriz, y comprende de dónde proviene la agresión; sin embargo, no deja de sentirse orgullosa de su padre, aunque este la obliga a mostrarse siempre humilde y ocultar sus sentimientos.

La tensión crece a lo largo del día en la casa de los Achike. Jaja ayuda a su madre a recoger las figurillas destruidas, mientras su padre se sienta a tomar el té. Kambili se siente desfallecer cuando el padre no le ofrece el primer sorbo de su té, un ritual cotidiano con el que Eugene le demuestra su amor. La narradora, entonces, se refugia en su cuarto hasta el almuerzo y se queda mirando, soñadora, el patio con sus grandes árboles, frangipanis y buganvillas que se sacuden con el viento, y tupidos arbustos de hibiscos rojos que son el orgullo de la madre. Cada domingo, cuando los miembros del grupo de oración se retiran de la casa se llevan con ellos las carnosas flores de los hibiscos. Incluso los oficiales del gobierno que a veces llegan a la casa -y que, según Jaja, tratan de sobornar a su padre- no pueden resistirse y se llevan aquellas flores.

La rutina usual del domingo queda alterada. La madre no trenza el cabello de Kambili en la cocina, y Jaja no sube a su cuarto a leer antes del almuerzo. La narradora baja cuando Sisi, la sirvienta, ha puesto los alimentos sobre la mesa. El padre realiza la oración de agradecimiento por la comida, un ritual que dura más de 20 minutos, en el que se agradece a Nuestra Señora, protectora de los nigerianos. El almuerzo se desarrolla en silencio, hasta que la madre menciona el nuevo producto que ha sido llevado a la casa ese mismo día: una botella de jugo de anacardos producida por una de las fábricas del padre.

Eugene sirve un vaso del líquido amarillo para que cada miembro de la familia lo pruebe y de su opinión. Kambili espera que el elogio del jugo ayude a su padre a olvidar que todavía no ha castigado a Jaja por su desobediencia, y tanto ella como su madre alaban el jugo. Sin embargo, Jaja no dice nada. Su padre lo mira y le pide una explicación, a lo que el hijo simplemente le contesta que no tiene nada que decir, y luego se disculpa y se retira antes de que su padre realice la oración tras el final de la comida. Kambili se toma todo su jugo de anacardo de un sorbo y comienza a toser, atragantada.

La narradora pasa la noche enferma en su cuarto. Sus padres se turnan para chequear su estado; la joven siente nauseas y no puede parar de pensar en su hermano. La madre le ofrece sopa, pero Kambili la vomita. Luego le pregunta a su madre por Jaja, que no ha venido a verla después de la cena, pero su madre le dice que tampoco ha bajado a cenar. Kambili entonces le pregunta a su madre si va a reemplazar las figurillas rotas, y ella le contesta que no.

Kambili permanece en la cama, pensando que el misal de su padre no ha destruido únicamente las figurillas de su madre, sino que todo a su alrededor se está derrumbando. La narradora considera que el desafío de Jaja es como el hibisco púrpura en el jardín de su tía Ifeoma: la representación de la libertad, pero no una libertad como aquella sobre la que se canta en el Centro Gubernamental, sino la libertad de elegir cómo ser y cómo actuar.

Análisis

La novela está narrada en primera persona por su protagonista, Kambili, quien reconstruye los eventos que tuvieron lugar en su familia en cuatro momentos temporales diferentes: los eventos del Domingo de Ramos, a los que está dedicado el capítulo 1; los sucesos anteriores al Domingo de Ramos, que componen los siguientes 12 capítulos; los últimos 4 capítulos dedicados a lo que sucede después del Domingo de Ramos; y un capítulo final que está narrado en presente y que se ubica tres años después del Domingo de Ramos. En ese capítulo final Kambili tiene 18 años y narra lo que le ha pasado a la familia cuando ella tenía 15. La focalización interna del texto es fundamental para generar el efecto principal de la novela: el lector puede observar, a través de la mirada y la reflexión de Kambili, la destrucción de la familia Achike, así como también la situación política caótica de Nigeria. El contexto político se aborda desde la perspectiva de una adolescente, a partir de las conversaciones que sostienen los adultos y que Kamibili escucha: como ella no está involucrada directamente en el activismo político, los lectores deben extraer sus propias conclusiones sobre el panorama político a partir de la experiencia personal de la joven nigeriana. Además, su interpretación de la posición pro-democrática de su familia está muy influenciada, como se verá más adelante, por sus propias experiencias con su tía liberal, Ifoema, por lo que el relato es extremadamente subjetivo en la reposición de los hechos históricos, y el lector debe tenerlo en cuenta.

La flor púrpura es una novela de aprendizaje o maduración. La narración de Kambili es una historia de su propia maduración y sus experiencias frente a la tiranía de su padre. La corrupción del gobierno local funciona como telón de fondo para el drama personal de Kambili, quien, al pertenecer a una familia rica, no experimenta en carne propia las luchas sociales que están teniendo lugar en Enugu. La gran tiranía con la que la narradora debe lidiar es la del mandato paterno y su fanatismo religioso. En las primeras líneas de la novela ya se esbozan las emociones y los eventos que se desarrollarán en el resto de la novela: “Todo empezó a desmoronarse en casa cuando mi hermano, Jaja, no fue a comulgar y padre lanzó su pesado misal al aire y rompió las figuritas de la estantería” (p. 19). Con esta oración inicial, se introduce al lector el conflicto principal de la narración. A pesar de que no hay situaciones de abuso en el primer capítulo, el miedo que experimenta Kambili es muy elocuente. Su preocupación por el bienestar de su hermano evidencia no solo los castigos que ambos han recibido en el pasado, sino también que la conducta de Jaja es algo nuevo. Así, la novela no solo abordará el proceso de maduración de la narradora, sino también el de su hermano.

La religión es lo más importante para la familia Achike. La fe de Kambili se fundamenta en su crianza como una devota católica. Sin embargo, la religión en Nigeria -y también para Kambili- es una cuestión mucho más compleja de lo que puede parecer en un inicio. La imagen del Dios Blanco fue importada por los misioneros colonialistas británicos y utilizada para la conversión de muchos nigerianos como una forma de eliminar sus raíces y sus religiones y someterlos a la dominación cultural inglesa. Los Achike no participan en ningún ritual “pagano” y por eso se convierten en católicos modelos para toda la comunidad. Kambili incluso es empujada a creer que todo lo tradicional está asociado a lo maligno, con lo cual queda desligada de su historia cultural y familiar. Paulatinamente, la narradora irá ganando consciencia de la hipocresía de su padre como líder religioso. A pesar de que son elogiados por su compromiso con la verdad, tal como dice publicarla en su periódico, los Achike tienen prohibido decir la verdad sobre la situación que viven en su propia casa. Los castigos del padre tienen como objetivo que sus hijos sean perfectos ante los ojos de Dios y de la comunidad, de lo que se desprende que Eugene no disfruta al abusar de su familia, pero cree que es lo que debe hacer para corregir sus conductas. La madre es menos severa que el padre y propone la religión como un contacto con Dios desde la belleza y el amor. Kambili busca refugio en el mundo natural, especialmente en los famosos hibiscos rojos de su madre. La conexión con la naturaleza de la madre y el respeto por el mundo natural representan otra dimensión de la fe. La madre encuentra a Dios en la naturaleza, no solo en la plegaria, como lo hace su marido. La relación de Kambili con Dios también es compleja, ya que conjuga el miedo al infierno que le inocula el padre y la reverencia por la naturaleza propia de la madre.

La relación de los hermanos con su padre es igualmente compleja. Está claro que el padre gobierna en la casa con puño de acero, pero igual es evidente que Kambili siente un amor profundo hacia él. Cuando el padre Benedict, por ejemplo, elogia la caridad y el compromiso social de su padre, Kambili se siente orgullosa. Puede interpretarse a Kambili como una representación del África moderna, en una encrucijada entre la fe colonial y la herencia de la tradición. La iglesia no permite ninguna plegaria en Igbo, la lengua nativa de la región, y está claro que hay una tensión palpable entre los rituales en igbo y los católicos.

La desobediencia de Jaja sorprende y enferma a su hermana. La tos que la sacude durante el almuerzo es una reacción física al cambio que está sucediendo en su hermano. Como se explorará en los siguientes capítulos, la represión que sufre Kambili se manifiesta en su falta de palabras para expresar lo que le pasa y siente.

Las acciones de Jaja y de su madre funcionan como símbolo de los eventos que se desarrollarán en el resto de la novela. Cuando Kambili habla con su madre después de la cena, la narradora nota una marca reciente en su rostro. La madre es víctima de la violencia del padre. Como se verá luego, las figuritas de porcelana que la madre colecciona son una vía de escape para las tensiones de la vida marital. Cuando le dice a Kambili que no remplazará las figurillas rotas, le está dando una señal de que se enfrenta a la realidad. La actitud contestaria de Jaja también significa que el joven no se someterá más a una fe en la que no cree por el simple hecho de sufrir las amenazas de su padre. Tanto Jaja como su madre parecen estar rebelándose contra el padre.