La ciudad y los perros

Crítica

En la obra, Mario Vargas Llosa se adentra en la situación social, económica y política de su país. Los personajes de la novela proceden de distintos ámbitos sociales y reflejan el microcosmos de una sociedad —Lima y el Perú de los años 1950— bajo cuya fachada hierven odios y prejuicios de todo tipo, especialmente el racial (“blancos”, “indios”, “cholos” y “negros”, enfrentados entre sí), el regional (costeños, serranos y selváticos) y el socioeconómico. Se vislumbra también en la obra la animadversión del escritor hacia el militarismo brutal y antidemocrático. Como fiel escritor de la nueva literatura latinoamericana, Vargas Llosa utiliza un lenguaje crudo y un humor negro para lograr el efecto de crítica que pretende dejar en los lectores.

Su técnica de los "vasos comunicantes" se usa por vez primera en esta novela, con gran maestría. Esta técnica, como la define el mismo autor, consiste en asociar dentro de una narrativa situaciones que ocurren en tiempos o lugares distintos, para fundirlos y hacer surgir de ellos una nueva vivencia, distinta de la que existiría si se hubieran narrado los episodios por separado.[12]​ Es por ello que esta obra está contada en diferentes tiempos, que en ocasiones pueden hacer perder al lector lo que había pasado hasta ese momento, aunque le da un característica vanguardista al relato.

Pero indudablemente, la mayor ambigüedad de la novela radica en la muerte del cadete Ricardo Arana, el Esclavo. A pesar de que el Jaguar, al final de la novela, se responsabiliza de su muerte, queda siempre un hálito de duda. Al respecto ha contado el escritor lo siguiente:

Yo fui a México a ver a un gran crítico francés, que dirigía la comisión de literatura de Gallimard. Él había leído mi novela y yo fui a verlo en su oficina de la Unesco. Me dijo que le gustó mucho el personaje del Jaguar porque se atribuye un crimen que no cometió para reconquistar su autoridad sobre sus compañeros. Yo le dije: “el Jaguar sí cometió ese crimen”. Entonces, me miró y me dijo: “Usted se equivoca. Usted no entiende su novela. Para el Jaguar, perder el liderazgo era una tragedia infinitamente superior a la de ser considerado un criminal”. (Su versión) me convenció; aunque cuando escribí la novela yo pensé que sí lo había matado.[13]​

El escritor rescató entonces la importancia de la verdad del lector sobre la verdad del autor: «Un escritor no tiene la última palabra sobre lo que escribe. Creo que es un gran error preguntarle a un autor cómo es esto o lo otro», explicó. Es por eso que desde entonces ha tratado de mantener la duda sobre la responsabilidad del Jaguar en el crimen, aduciendo que sus personajes «tomaron su propia vida, [y] se me fueron de las manos».[14]​


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