Facundo

Facundo Resumen y Análisis Introducción, Capítulos 1-3

Resumen

Introducción

Antes de la introducción, el Facundo comienza con un epígrafe en francés –on ne tue point les idées–, frase que Sarmiento traduce: “A los hombres se degüella: a las ideas, no”. A continuación, se narra el momento en que Sarmiento, mientras escapa de la Mazorca rumbo a Chile, se detiene en los Baños de Zonda para escribir aquella frase en francés que los federales no pueden interpretar. El escritor explica que lo que para el gobierno de Rosas era un “jeroglífico” significaba que su objetivo era ir a Chile para “proyectar las luces de su prensa hasta el otro lado de los Andes” (p.5).

La introducción comienza con la evocación de Sarmiento a la “Sombra terrible de Facundo”, interpelando a la figura del caudillo riojano muerto hace diez años, porque cree que él posee el secreto que le permite explicar el modo de ser del pueblo argentino y los conflictos que lo aquejan.

El autor afirma que la República Argentina necesita un Tocqueville, alguien que sea capaz de desentrañar su originalidad, puesto que sus conflictos internos, que atraen la mirada de los europeos, no son como cualquier “volcán subalterno, sin nombre, de los muchos que aparecen en América” (p.9). De esta manera, dice Sarmiento, se podría explicar la mala influencia que ejerce España sobre los pueblos hispanoamericanos y entender que Rosas, lejos de ser una mera aberración, es en realidad “una manifestación social” (p.12).

Luchar contra Rosas y contra lo que él representa es, para Sarmiento, la pelea más importante que se debe emprender, para que el pueblo argentino siga su porvenir hacia el progreso y la civilización. Por eso es necesario combatir desde la prensa libre, único instrumento con el que se puede vencer el despotismo del tirano en el destierro.

Pero Sarmiento no va a ocuparse de la biografía de Rosas, sino de la de Facundo Quiroga, en quien ve al “personaje histórico más singular”, por el modo en que el caudillo es un “espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia” (p.16). Con este propósito en mente, Sarmiento decide dividir su escrito en dos partes: en la primera va a reponer la fisonomía del terreno que hace al escenario del personaje, Facundo Quiroga, sobre quien tratará la segunda parte, que dará a conocer su vida y su forma de obrar.

Capítulo 1: Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra

Sarmiento inicia este capítulo realizando una descripción del territorio argentino y haciendo foco en su extensión, que para él es el “mal que aqueja a la República Argentina” (p.23). Construye una imagen romántica de la inmensidad del desierto, donde el peligro de lo salvaje acecha constantemente al punto de provocar en el hombre de campo una “resignación estoica para la muerte violenta” (p.24).

Otro rasgo notable de la fisonomía del suelo argentino es la abundancia de ríos navegables desperdiciados, porque el gaucho argentino, siguiendo la costumbre de su ascendencia española, ve como un obstáculo este medio natural de comunicación.

El río de la Plata es el más facundo de todos esos ríos, y Buenos Aires, la única ciudad de la República que tiene civilización en su contacto con las naciones europeas. Por no pasarle algo de sus luces a las provincias, estas se vengaron de la ciudad porteña enviándole a Rosas. No es culpa de Buenos Aires, afirma Sarmiento, que la pampa sea tan mal conducto de civilización y libertad y, por más que se intente imponer el federalismo en el país, la organización del suelo determina un modo de gobierno centralizado y unitario.

Según Sarmiento, el pueblo de las comarcas argentinas está compuesto por dos etnias: la española y la indígena. Esta fusión ha producido una “raza americana” propensa a la ociosidad, la falta de industria y la barbarie (p.28). Y si en las ciudades capitales de cada provincia existen algunos “oasis de civilización”, estos están circuncidados por una naturaleza salvaje que los cerca y los oprime (p.29).

Mientras el hombre de ciudad vive la vida civilizada vistiendo el traje europeo, el hombre de campo, con su traje americano, rechaza con desdén los lujos y las comodidades citadinas. Son otros los códigos que se manejan en la vida pastoril, que se asemeja en muchos aspectos a la tribu árabe o a la familia feudal, de sociedades aisladas. Este tipo de organización hace imposible cualquier tipo de asociación civilizada, y si existe en el campo el sentimiento religioso, es a través de supersticiones incultas.

La educación del gaucho, en este contexto, se reduce al desarrollo de las facultades físicas, “sin ninguna de las de la inteligencia” (p.34). Acostumbrado desde chico a matar las reses, el gaucho se familiariza con actos de crueldad y derramamientos de sangre que endurecen su corazón, a la par que se fomenta en él el odio a los hombres cultos y a sus costumbres.

Capítulo 2: Originalidad y caracteres argentinos

A pesar de que esta lucha que se libera entre la civilización y la barbarie impide que la nación progrese, esta situación no deja de tener su “costado poético”, de donde puede surgir un “destello de literatura nacional”, como la que ha producido Esteban Echeverría con La Cautiva. Los accidentes de la naturaleza, con sus espectáculos bellos y terribles, es un “fondo de poesía” (p.40) que afecta a los caracteres y las costumbres de sus habitantes, de lo que resulta que el pueblo argentino es poeta por naturaleza.

De la condición poética y musical que se desprende de los hábitos del ser nacional, surgen cuatro tipos notables que, para el escritor, le dan un “tinte original al drama y al romance nacional” (p.43). Son cuatro las especialidades notables del ser nacional: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor.

Sarmiento afirma que todos los gauchos del interior son rastreadores, por su capacidad de interpretar, en las señales del suelo, la velocidad del movimiento de un caballo, las huellas que dejó tras de sí un fugitivo o las pistas que conducen al hallazgo de un ganado robado. La del rastreador es una “ciencia casera y popular” respetada por todos en el campo (p.43).

El baqueano, por su parte, es el gaucho “grave y reservado, que conoce a palmos, veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas” (p.45). Hace las veces de mapa para un general que dirige sus movimientos en la campaña, y otra cosa no se necesita para saber si el enemigo está cerca, dónde conviene refugiarse y qué camino se debe tomar, puesto que el baqueano puede incluso reconocer en plena oscuridad la cercanía de algún lago con solo oler y mascar la tierra.

El gaucho malo es el outlaw argentino, el que está fuera de la ley porque tiene otra moral que no le permite vivir pacíficamente con la autoridad de la campaña. Está siempre en condición de prófugo, por eso se lo ve muy poco, cuando llega a una pulpería a proveerse de sus vicios, para desaparecer pronto al lomo de su caballo. Es un hombre “divorciado con la sociedad” que roba por profesión (p.47).

El último tipo, el cantor, es como “el trovador de la Edad Media” que va de pago en pago cantando sobre hombres como el gaucho malo, “héroes de la pampa” que viven perseguidos por la justicia (p.48). A falta de historiador, el cantor remplaza con sus relatos los documentos y datos que podrían componer la historia del país. Se asemeja al gaucho malo en no tener residencia fija, y en que, a veces, el gaucho malo es también cantor, cuando canta sus propias hazañas como maleante.

Capítulo 3: Asociación – La pulpería

Si bien la intención de la pelea a cuchillo no es matar, cuando esto sucede el que se “desgracia” es el que mató, por lo que consigue la empatía de sus pares para resguardarse de la justicia. Pero cuando los asesinatos se repiten, entonces el gaucho se labra otro tipo de reputación, la que inspira horror. Este tipo de asociación produce “sociedades despotizadas” en las que los jueces y comandantes de campaña son arbitrarios y desalmados, y los caudillos tienen “el poder amplio y terrible que sólo se encuentra hoy en los pueblos asiáticos” (pp.59-60).

Sarmiento explica que le da importancia a estos detalles porque servirán para entender la revolución que, en el momento en que escribe, está sucediendo en la República Argentina; la lucha que enfrenta a la sociedad de la ciudad con la “desasociación [de la] asociación ficticia” de la campaña. Fue la revolución de 1810 la que produjo esta eclosión entre los dos mundos, en la que finalmente venció la campaña con su “montonera provincial” por sobre el espíritu europeo y culto de las ciudades (p.61).

Análisis

El Facundo se inicia con una escena en la que Sarmiento se coloca a sí mismo como personaje principal. Allí, narra su experiencia en primera persona de la violencia federal, que padece mientras se escapa de su país rumbo a Chile. Como respuesta a los “cardenales, puntazos y golpes recibidos” (p.5), Sarmiento deja un mensaje en francés que los federales no pueden descifrar, lo que para el escritor es una manifestación de su falta de cultura. Es tal la incomprensión que generan esas palabras en otro idioma –y no cualquier idioma, sino el de la Europa que Sarmiento quiere tomar como modelo para América– que los federales creen que es un “jeroglífico”. Este primer relato escenifica por primera vez en el texto el tema de la lucha entre la civilización y la barbarie, lucha en la que Sarmiento elige como arma de combate la escritura, mientras su enemigo –el mazorquero, el federal, el bárbaro– elije la agresión física.

Sarmiento nos provee una traducción de las palabras en francés –“a los hombres se degüella: a las ideas, no”–, pero es una traducción libre, que particulariza en un acto de violencia, el degüello, que para los antirrosistas es propio del sistema de gobierno de Rosas. No obstante, la traducción literal –las ideas no se matan– se ha instalado en el imaginario argentino como una frase propia de Sarmiento. Puede resultar irónico que Sarmiento denuncie la barbarie del otro y que, en el acto de traducir y de citar cometa una barbaridad, no solo porque nos ofrece una traducción inexacta, sino también porque la referencia a la fuente, Fortoul, es errónea: como bien ha señalado Paul Grossac, la frase en francés –cuya forma completa es on ne tire pas de coups de fusil aux idées– es en realidad de Diderot. En el Facundo, hay más de una referencia equívoca o reapropiada, lo que forma parte del modo en que el texto está compuesto, a través de las diversas lecturas y discursos que el escritor pone a funcionar en su escritura. Las citas de Sarmiento son una manifestación de su confianza en el poder de la lectura para comprender la realidad.

La invocación a la “Sombra terrible de Facundo” de la introducción forma parte del repertorio de imágenes terroríficas que nos permiten decir que el Facundo es, entre otras cosas, un texto literario. La caracterización que de Facundo y de Rosas realiza Sarmiento en esta parte los convierte en personajes sanguinarios paralelos pero contrapuestos: de uno dice que es “provinciano, bárbaro, valiente, audaz”; al otro lo describe como “falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión” (p.9). En Rosas, Sarmiento ve una metamorfosis de la pasión en razón, que convierte a la barbarie del otro en una forma de ejercer el despotismo de forma calculada, y esto es lo que hace que Rosas, más que Facundo, sea el gran monstruo de su relato de terror.

A la Argentina le hace falta un Alexis de Tocqueville, afirma Sarmiento, alguien que pueda entender las convulsiones que sufre su pueblo como el francés pudo descifrar las condiciones sociales de Estados Unidos en La democracia en América. En esta parte, el escritor también critica la mirada europea que trata el caso argentino como si fuera un “volcán subalterno”, metáfora que interpreta los conflictos locales como si fueran convulsiones de la naturaleza que se extinguirán siguiendo su propio cauce. Sarmiento, por el contrario, cree que es necesario tener una comprensión cabal de esas convulsiones para llegar a una explicación de por qué se producen. Al señalar esta necesidad, sugiere indirectamente que es él quien cumplirá el rol de Tocqueville para su nación.

“De eso se trata: de ser o no ser salvaje”. En esta disyuntiva, que vuelve a tratar el tema de la tensión entre civilización y barbarie, la tarea que Sarmiento emprende con su Facundo es la de utilizar la escritura para combatir a favor de la civilización. Por eso, el tono que impera en esta parte es beligerante, y se pone de manifiesto en el uso de recursos de la oratoria como la repetición (“¿Acaso porque la empresa es ardua, es por eso absurda? ¿Acaso porque el mal principio triunfa, se le ha de abandonar resignadamente el terreno? ¿Acaso…”), la exclamación y el imperativo: “¡las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas!” (pp.12, 14).

El tema del telurismo, es decir, la influencia que la tierra tiene sobre las personas, se introduce aquí a través de la figura de Facundo. En él, Sarmiento ve al mejor representante del ser nacional, y en este punto recurre al motivo del Grande Hombre, aquel que mejor encarna, “en dimensiones colosales”, las costumbres, los hábitos y las necesidades del pueblo argentino. Si bien el objetivo ulterior del Facundo es descifrar el enigma que le presenta el gobierno de Rosas, solo Facundo es “expresión fiel de una manera de ser de un pueblo”, porque fue quien fue, “no por un accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos de su voluntad” (p.16). En este sentido, Sarmiento tiene interés en el caudillo porque en él se ve, mejor que en nadie, cómo “la fisonomía de la naturaleza grandiosamente salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la República Argentina” interfiere en el progreso del pueblo hacia la civilización (p.16).

La cuestión de la extensión es central al capítulo 1: es “el mal que aqueja a la República Argentina” (p.23). En la geografía sarmientina, la llanura se convierte en el rasgo distintivo que determina la influencia telúrica del suelo sobre las personas que lo habitan. Es una llanura que se piensa como un desierto en un sentido simbólico: un lugar infértil, donde no puede germinar la civilización, y donde solo existen oasis aislados de luces y progreso que, por la distancia hostil que media entre ellos, no se relacionan entre sí.

El desierto, además de ser un símbolo de la naturaleza bárbara que oprime al ser argentino, se relaciona con las imágenes orientalistas a las que recurre Sarmiento para describir el espacio del territorio nacional. Estas imágenes provienen de su conocimiento de pintores y escritores europeos que, al viajar a Oriente, construyeron una idea europeizada de las costumbres árabes. En este capítulo, por ejemplo, Sarmiento cita al orientalista Volney para decir que “hay algo en las soledades argentinas que trae a la memoria las soledades asiáticas”, y luego compara al capataz de una caravana beduina con el caudillo que manda en las campañas (pp.26-27). De esta manera, lo oriental aparece como una imagen que atrae por su exotismo, y que al mismo tiempo le sirve para construir una idea del despotismo de la barbarie.

Otro tema predominante en el capítulo 1 es el de la oposición entre campo y ciudad y su relación con los temas del telurismo y de la lucha entre la civilización y la barbarie. Buenos Aires aparece como la única ciudad que, por una condición del terreno, tiene el privilegio de recibir de Europa la civilización, que, no obstante, no puede transmitir al resto de las provincias porque la llanura es, según Sarmiento, un mal conducto de luces y progreso.

A modo de venganza, el campo le envió a la ciudad un poco de su barbarie a través de Rosas, quien pretende establecer un gobierno federal al grito de “¡Federación o muerte!” (p.25). No obstante, arguye el escritor, las condiciones del suelo obligan a tener un sistema unitario que el propio Rosas ha establecido. Sin embargo, este lo ha hecho generando la unidad “en la barbarie y en la esclavitud” (p.26). Con esto, además de explicar el antagonismo entre el campo y la ciudad a través de la influencia del terreno, Sarmiento recupera la disputa entre unitarios y federales para poner en evidencia una ironía: que el gobierno federal de Rosas, por el modo en que centraliza todo su poder en el “tirano”, es en realidad un gobierno unitario.

Sarmiento encuentra una solución al problema de la extensión del territorio nacional en los ríos, medios de comunicación que el hombre de campo desaprovecha por la influencia que tiene en él su ascendencia española, lo que lo hace desdeñar la navegación. En este punto, aparece en la escritura de Sarmiento el tema del anti-hispanismo, que además se vincula con una mirada racista que relaciona la etnia de una persona con su comportamiento y carácter. A esto le suma también la mala influencia que produjo en el gaucho la mezcla de su ascendencia hispánica con la indígena, a la que Sarmiento no incluye dentro de su proyecto civilizatorio.

De esta manera, el escritor pasa de las condiciones del terreno a los individuos que la habitan, que no pueden librarse de los malos atributos que heredaron porque la barbarie, que acecha en todas partes, limita su acceso a la civilización. La barbarie obliga a un modo de asociación aislada, que tiene códigos similares a los de la tribu árabe o la familia feudal de la Edad Media. Esta última comparación, por cierto, también se relaciona con el anti-hispanismo, porque en los españoles Sarmiento ve la persistencia de lo medieval en la modernidad. Dichos códigos hacen que el gaucho posea un estilo de vida muy diferente al del hombre de ciudad, acostumbrado como está al derramamiento de sangre y a la muerte violenta.

En el capítulo 2, entendemos por qué el tema de la civilización y la barbarie se plantea en términos de conjunción y no de disyunción: la civilización se nutre de la barbarie en cuanto esta tiene un costado poético que se puede aprovechar para generar una literatura original, propia del suelo argentino. Sarmiento recupera aquí la poesía de Echeverría, en quien ve a un poeta que supo superar las limitaciones de la poesía clásica hallando inspiración en “el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada” (p.39-40). De esta manera, Sarmiento adscribe a una idea de literatura nacional característica del romanticismo, que rechaza la idea de adecuarse a reglas y modelos preexistentes, y que en cambio busca que la poesía emane de las condiciones particulares de su territorio.

Sarmiento ensaya esta literatura al componer escenas de la campaña con imágenes sublimes, aquellas que generan al mismo tiempo admiración y terror. Así lo hace cuando reconstruye un episodio característico de la pampa, en el que un viajero solitario se enfrenta a una “nube torva y negra” que se extiende sobre el cielo amenazante, anunciando con sus truenos la inminencia de la muerte por la proximidad de “dos mil rayos que caen en torno suyo”. “La obscuridad se sucede después a la luz: la muerte está por todas partes; un poder terrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento, reconcentrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de aquella naturaleza irritada” (p.41). Mediante el contraste entre la luz y la oscuridad, Sarmiento construye una situación en la que el poder de la naturaleza se expone en su terrible esplendor, al punto de hacer entrar en crisis al individuo que vive esa experiencia. Con escenas como esta, el escritor demuestra que él también es capaz de componer en su Facundo la literatura nacional por venir.

Se comprende por el tema del telurismo que el “fondo de poesía” que surge de la naturaleza incide sobre sus habitantes, que también tienen condiciones para formar parte en el “romance nacional” (p.43). Sarmiento reconoce cuatro tipos gauchos a los que rescata por poseer cualidades extraordinarias, aunque la ciencia “bárbara” que poseen se sale de los parámetros racionales de la civilización. El rastreador y el baqueano, por ejemplo, tienen un conocimiento de la pampa tan singular que parecen sacados de un relato de ficción. Por eso Sarmiento ejemplifica con casos reales, como el de Calíbar, quien podía rastrear la pista del más hábil de los prófugos, o de Fructuoso Rivera, baqueano “que conoce cada árbol que hay en toda la extensión de la República del Uruguay” (p.46).

Se podría establecer una relación entre los cuatro tipos nacionales que caracteriza el escritor con los “personajes” de esta historia: Facundo, Rosas y el propio Sarmiento. Como veremos más adelante, Facundo cumple las condiciones del gaucho malo que vive sus propias leyes, mientras Rosas se asemeja más a la figura del baqueano, porque se dice que “conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires” (p.46).

En el modo en que describe poéticamente las condiciones del territorio nacional, Sarmiento tiene también algo de baqueano y de gaucho cantor; en algún punto, podríamos decir que el Facundo también suple la falta de un relato histórico que todavía no se escribió, al narrar la historia de uno de sus figuras más paradigmáticas, el gaucho Facundo Quiroga.

Al decir que el gaucho cantor es como el trovador de la Edad Media, Sarmiento reconoce que en la República Argentina coexisten dos civilizaciones distintas: “El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciudades; el otro, en las campañas” (p.48). En este sentido, lo medieval aparece en el discurso de Sarmiento como parte de este carácter romántico propio del suelo argentino que, sin embargo, es necesario apalear, porque el campo se ha quedado detenido en una época que se considera retrógrada y bárbara. Para el escritor, la permanencia de la Edad Media en las campañas no permite que sus habitantes progresen como sí lo hacen los que viven en la ciudad, que son contemporáneos a la modernidad de su tiempo.

La analogía orientalista vuelve a aparecer en el capítulo 3 para caracterizar el tipo de sociabilidad que rige en la campaña argentina. Recurriendo a sus lecturas, Sarmiento cita a Victor Hugo para comparar la afición que tiene el gaucho por su caballo con la que tiene el árabe por el mismo animal, y compara el poder del caudillo argentino con el de un Mahoma “que pudiera, a su antojo, cambiar la religión dominante y forjar una nueva” (p.60). Con estas comparaciones, que provienen de las lecturas de Sarmiento –lo que se inscribe en el tema del poder de la lectura–, el autor le provee al lector una imagen orientalista conocida para darle una idea del poder autoritario que tienen los caudillos en el interior del país.

La vía bárbara para escalar a esta posición de poder, es decir, la del caudillo, es la de labrarse una reputación con la cantidad de peleas a cuchillo que terminan en muerte. Aunque el objetivo del enfrentamiento no es el asesinato –porque, irónicamente, quien se desgracia según la lógica de la campaña no es el muerto sino el asesino–, este tipo de asociación desasociada, como la llama Sarmiento planteando un oxímoron, puede conducir a un aumento del poder que el gaucho tiene a través del crimen. Estos son los códigos bárbaros con los que se maneja Rosas, quien cuando era estanciero daba siempre asilo a los homicidas, pero nunca a los ladrones.

Anticipándose al tema que tratará en el capítulo siguiente, Sarmiento sostiene que la Revolución de 1810 hizo que el modo de operar y de ejercer poder en la campaña se traslade a la montonera y al caudillaje, “asociación bélica” que fue desde el principio “enemiga de la ciudad y del ejército patriota revolucionario” (p.61). De esta manera, se sientan las bases para el enfrentamiento entre el campo y la ciudad, que es la revolución que en el momento en que escribe Sarmiento, según su perspectiva, afecta al territorio argentino.