El Señor de las Moscas

El Señor de las Moscas Resumen y Análisis de Capítulo 4: Caras Pintadas y Pelo Largo

Resumen

Los niños se acostumbran al patrón de sus días en la isla, aunque es imposible ajustarse a los nuevos ritmos de la vida tropical, la cual incluye un momento extraño al medio día cuando el mar sube y parece contener imágenes cambiantes. Piggy descarta estas imágenes como ilusiones ópticas. Mientras las mañanas son frescas y cómodas, el sol de la tarde es opresivamente caliente y brillante, lo cual causa que muchos de los niños se fatiguen. La tradición europea de trabajar, jugar, y comer a lo largo del día no es olvidada, lo cual hace que la transición sea difícil.

Mientras los niños se acostumbran a la vida en la isla, se desarrollan facciones. A los niños más pequeños ahora se les llama por el título genérico de “peques,” incluyendo a Percival, el niño más pequeño en la isla, quien anteriormente se había quedado dentro de un pequeño albergue por dos días y solo recientemente había emergido, miserable y con los ojos rojos. Los peques pasan la mayor parte del día buscando frutas para comer, y ya que la escogen indiscriminadamente sufren de diarrea crónica. Lloran pidiendo a sus madres menos de lo que se espera, y pasan tiempo con los niños mayores solo durante las asambleas de Ralph. Los peques se entretienen construyendo castillos de arena, estructuras complejas cuyos detalles sólo son discernibles desde muy cerca. Los peques sufren colectivamente de pesadillas y visiones de la “bestiecita” descrita durante la primera reunión. Temen que la creatura caza a los niños cuando cae la noche. Dos niños más grandes, Roger y Maurice, salen del bosque para nadar y, expresando su superioridad sobre los peques, comienzan a patear los castillos de arena en la costa. Maurice, recordando que su madre lo castigaba por ese tipo de comportamiento, se siente culpable cuando hace que caiga arena en los ojos de Percival. Mientras se desenvuelve este conflicto, Henry—un peque que es familia del niño que desapareció—está distraído por unas pequeñas criaturas en la playa, las cuales considera fascinantes.

Jack piensa sobre por qué todavía no tiene éxito como cazador. Él cree que los animales lo ven, así que quiere encontrar alguna forma de camuflarse. Se pinta la cara con carbón y se ríe con un gruñido sanguinario cuando ve su reflejo en una piscina. Detrás de la máscara, Jack parece ser liberado de la vergüenza.

Piggy piensa en construir un reloj solar para que puedan saber la hora y organizar mejor sus días, pero Ralph rechaza la idea. Los chicos aceptan implícitamente la idea de que Piggy es un extranjero. Ralph cree que ve humo en el horizonte viniendo de un barco, pero no hay suficiente humo saliendo de la montaña para que los vean. Ralph sube por la montaña corriendo, pero llega demasiado tarde. Su fuego se ha apagado. Ralph grita para que el barco regrese, pero pasa sin verlos. Frustrado y triste, Ralph culpa a los cazadores, cuyo trabajo era atender el fuego.

Desde el bosque, Jack y los cazadores regresan cubiertos de pintura y tarareando un canto de guerra extraño. Ralph ve que los cazadores por fin han tenido éxito: llevan un cerdo muerto en un palo. Aún así, Ralph los regaña por haber dejado que se apagara el fuego. Jack, sin embargo, está demasiado contento por la caza e ignora a Ralph. Piggy comienza a llorar por la oportunidad que han perdido y también culpa a Jack. Los dos pelean, y finalmente Jack le da un puño a Piggy en el estómago. Sus espejuelos caen sobre una piedra, y uno de los lentes se rompe. Jack eventualmente se disculpa por el fuego, pero Ralph resiente el mal comportamiento de Jack. Jack considera no darle carne a Piggy, pero ordena que todos coman. Maurice pretende ser un cerdo, y los cazadores hacen un círculo alrededor de él, bailando y cantando, “Mata el cerdo. Córtale el cuello. Rómpele el cráneo!” Ralph promete convocar una asamblea.

Análisis

Golding comienza el capítulo describiendo un sentido de orden entre los niños en la isla, y concluye describiendo la desintegración de este orden. Aún los niños más pequeños parecen haber aceptado su destino en la isla, y han desarrollado estrategias, como la construcción de castillos de arena, para minimizar y contener su angustia. La clave para la tranquilidad inicial en la isla era la continuación de las costumbres de la sociedad en la que habían sido criados. Sin embargo, como implica el comienzo de este capítulo, estas costumbres son amenazadas por las fuerzas naturales de la isla. El horario regular de trabajo, juego, y comidas es imposible en esta atmósfera tropical tan volátil. Que los niños no saben si el movimiento del mar al medio día es real o una “ilusión óptica” indica lo mal adaptados que están a la isla.

Comenzamos a enfocarnos en la transgresión de los chicos—particularmente de Jack—de las reglas ordenadas de su sociedad inventada. Golding subraya cómo la vida en la isla ha comenzado a reflejar la sociedad humana, con los niños organizándose en diferentes grupos de acuerdo a su edad y ubicando estos grupos dentro de una jerarquía social. Los peques tienen sus propias rutinas y se separan de los niños más grandes. Los intricados castillos de arena que los peques construyen a la orilla del mar representan su continuo respeto por—aún su idealización de—la civilización humana, y su continuada presencia en las reuniones de Ralph señala que los peques sí invierten en la vida ordenada en la isla, aunque no contribuyen directamente a la supervivencia del grupo. Golding utiliza a los peques como símbolos de los miembros débiles de cualquier sociedad, los cuales una democracia exitosa intenta proteger.

El episodio donde Roger y Maurice patean los castillos de arena, por lo tanto, señala la desintegración de la vida ordenada en la isla, y presagia el fin de los planes democráticos de Ralph. Los castillos de arena son una civilización miniatura en la costa. Al destruirlos, Roger y Maurice no solo expresan un poder abusivo sobre los niños pequeños, sino que indican su creciente falta de respeto por el orden civilizado y las instituciones humanas. Aún así, Golding sugiere, ellos no se han degenerado todavía en completo salvajismo. Maurice, recordando la disciplina de su madre, se siente culpable de patearle arena en los ojos a Percival, y Roger se abstiene de tirarle una piedra a Henry. Esto sugiere que las influencias de la sociedad humana son difíciles de borrar del psiquis humano; se mantienen internalizadas aún en la ausencia de reglas, y la conciencia mantiene su control. Las lecciones que el pasado de los niños les había enseñado son cruciales para mantener alguna semblanza de paz en la isla. A pesar de la incipiente anarquía, los niños siguen las nociones de comportamiento apropiado sin ninguna autoridad externa real que determine lo que pueden o no hacer. Solo cuando los niños completamente transgreden estas normas civilizadas es que sufren.

Jack es el primero en seriamente cruzar los límites de la sociedad civilizada. Sus intentos de convertirse en un cazador exitoso en realidad son intentos de sucumbir enteramente a su naturaleza animal. Su cara pintada, reminiscente a algunas sociedades menos desarrolladas, supuestamente lo hacen indistinguibles de los animales del bosque. Cuando Jack finalmente mata un cerdo, como ha intentado hacer desde el principio de la novela, satisface una sed de sangre que, hasta ese momento, se había mantenido frustrada. Los demás cazadores comparten esta característica; cuando bailan y cantan sobre matar el cerdo, demuestran que han sucumbido a la emoción de la violencia. Se deleitan con la matanza, un disfrute que trasciende el orgullo y significa puro deseo de sangre. Mientras celebran la forma en que mutilaron al cerdo, su piel pintada, canto, y frenesí sugieren que han desarrollado su propia sub-sociedad, una basada en rituales y en una alabanza casi espiritual de la sangre, la violencia, y la matanza.

La imitación de Maurice del cerdo durante el baile apunta a la menguante distinción entre la violencia hacia animales y hacia otros niños en la isla. Importantemente, este capítulo contiene la primera instancia de agresión explícita entre dos niños. Jack, ahora acostumbrado a hacerle daño a los demás con su reciente caza, le da un puño Piggy, quien, como Golding nos recuerda, sigue siendo un extranjero. El capítulo establece a Piggy como un mártir. Tiene las preocupaciones mejor balanceadas de todos los niños, y ofrece una propuesta razonable de que construyan un reloj solar, pero también es detestado por los demás. Solo Ralph, el más maduro y más balanceado de los personajes, simpatiza con Piggy y está de acuerdo con él de que Jack ha cometido un terrible error al permitir que se apague el fuego. Piggy se destaca de los demás niños, ya que mantiene la meta de vivir en una sociedad cada vez más civilizada. Su pelo ni tan siquiera parece crecer, ayudándolo a mantener la apariencia de un estudiante inglés normal, mientras los demás cada vez están más desaliñados y descuidados.

Jack también choca con Ralph en este capítulo, y la tensión entre sus perspectivas potencia la preocupación de la novela por las dos ideologías políticas opuestas que los niños representan, concretamente, el totalitarismo y la democracia. Ralph, cuya principal preocupación es mantener el fuego de señal, está dedicado al bienestar de todo el grupo. Él usa su poder para el bien de todos. Jack, sin embargo, está preocupado por convertirse en un cazador exitoso, menos por el bien que le traería a los demás niños que por la emoción de la caza y el incremento en estatus social que obtendría en la isla. Él busca poder porque le permite gratificar sus impulsos y abusar de los demás sin repercusiones. La forma en que estos personajes tratan a los peques—Ralph los tranquiliza, mientras que Jack se burla de ellos y les grita—demuestra sus diferentes formas de utilizar el poder.

La concurrencia de la aparición del barco y la matanza del cerdo contribuyen a la desintegración de la calma en la isla. Estos dos eventos representan diferentes facetas del comportamiento humano intrínseco de la isla. El barco nos recuerda la sociedad civilizada a la que pertenecen los niños, reanudando la posibilidad de que puedan eventualmente escapar la isla. La caza del cerdo es un ejemplo de su descenso de comportamiento civilizado a actividades animales. Esto hace clara la dicotomía que divide a Ralph y Piggy de Jack y los cazadores. Ralph y Piggy quieren regresar a la sociedad, mientras Jack y los cazadores quieren disfrutar su libertad de la civilización (un grupo que, de nuevo, impone su propio orden totalitario bajo Jack). Este conflicto entre las dos fuerzas que dividen a los niños en la isla guía mucho del resto del conflicto en la novela.