El perseguidor

El perseguidor Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

Bruno, el narrador, llega a la pieza de hotel donde vive Johnny Carter, un famoso jazzista que lleva adelante una vida marcada por el consumo problemático de diversas drogas, especialmente alcohol y marihuana. Dédée, la pareja de Johnny de ese momento, es quien ha llamado a Bruno, puesto que Johnny no se encuentra bien. La pareja vive en una situación cercana a la miseria, y Bruno explicita la incapacidad de Johnny de administrar sus ingresos económicos.

El problema por el que Dédée ha llamado verdaderamente es que Johnny ha vuelto a perder su saxo, esta vez en el metro de París, y en dos días tiene un concierto. Como no tienen dinero para comprar un saxo nuevo, ninguno de los dos sabe cómo manejar la situación. Bruno, que se dedica a la crítica musical, ha escrito una biografía sobre Johnny y ha trabado con él una amistad que está llena de responsabilidades: si bien está lejos de ser su agente artístico, es un pilar sólido en la vida licenciosa del jazzman.

Mientras beben café con ron, Johnny trata de explicarle algunas cosas que ha pensado sobre el metro de París y la noción del tiempo. En el metro, cuenta, ha vivido experiencias de disociación temporal: ha sido capaz de observar frente a sus ojos escenas completas de su vida en Nueva York y en Baltimore que se extendían por muchísimo tiempo, para luego comprobar que en realidad no había pasado más que minuto y medio, el tiempo que el transporte tarda en ir de una estación a otra. Johnny está verdaderamente preocupado por la concepción del tiempo, pero es incapaz de presentar una idea con claridad, y su discurso se suele fragmentar hasta terminar en divagaciones sin sentido.

Bruno sabe que Johnny suele consumir una cantidad descomunal de marihuana, hasta sufrir delirios o incurrir en conductas autodestructivas. Cuando vivía en Baltimore, había pasado una temporada internado en un hospital psiquiátrico por estas razones, y a pesar de haberse rehabilitado, se hace evidente que Johnny sigue consumiendo con sus amigos y amigas de París, especialmente -piensa Bruno- con Tica, la marquesa, quien es probablemente la que le provee la marihuana.

Justo cuando Bruno se dispone a partir, Johnny se quita la frazada con la que ha estado tapándose todo el tiempo y le muestra a su amigo, lleno de irreverencia, su cuerpo desnudo. Al salir, Bruno es acompañado por Dédée y le entrega un fajo de billetes para que puedan sobrevivir hasta cobrar los conciertos en un par de días.

Análisis

Tal como se indica en el epígrafe, El perseguidor es un cuento dedicado a la memoria de “Ch. P.”, es decir, de Charlie Parker, uno de los jazzistas estadounidenses más famosos de la historia, de la talla de Miles Davis y Louis Armstrong, fallecido en 1956. En verdad, tal como el propio Cortázar lo manifestó en diversas entrevistas, este cuento comenzó a perfilarse en la mente del escritor tras la lectura de una semblanza de Charlie Parker que la revista francesa Jazz Hot publicó tras su muerte. En cierto sentido, la actitud de Charlie con respecto a la música se asemejaba a la que Cortázar sostenía respecto a la literatura: una rebelión contra los esquemas tradicionales y una búsqueda de nuevos caminos de expresión. Al leer sobre la vida de este jazzman, Cortázar no pudo más que trasladarla a su literatura, y así creó el personaje de Johnny Carter, el perseguidor que al igual que Charlie y que el propio Cortázar, se caracterizaba por una angustia existencial y una búsqueda de sentido por fuera de las estructuras sociales establecidas.

El perseguidor es un cuento que señala de alguna manera un cambio de orientación en la literatura cortazariana, un cambio que algunos críticos han señalado como ontológico, puesto que implica una alteración de la esencia o del ser de su obra. Tal como el propio Cortázar lo afirma, "El perseguidor" no es un relato fantástico, como los que han caracterizado a su narrativa hasta el momento, sino que explora un problema que el autor denomina existencial:

Hasta ese momento, me sentía satisfecho con invenciones de tipo fantástico […] pero cuando escribí El perseguidor había llegado un momento en el que sentí que debía ocuparme de algo que estaba mucho más cerca de mí mismo. En ese cuento dejé de sentirme seguro. Abordé un problema de tipo existencial, de tipo humano, que luego se amplificó en Los premios y sobre todo en Rayuela. En El perseguidor quise renunciar a toda invención y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir, mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo era mirar también a mi prójimo. Yo había mirado muy poco al género humano hasta que escribí El perseguidor. (Goloboff, 1998: p. 110)

En verdad, como muchos críticos han señalado, Johnny es el primer personaje “perseguidor” de Cortázar, que luego dará paso a los protagonistas de Los premios y al más grande perseguidor cortazariano, Oliveira, el protagonista de la novela Rayuela. Todos estos personajes se caracterizan por su negación sistemática a aceptar las convenciones sociales y lo que podría pensarse como la fatalidad histórica. En este sentido, tanto Johnny Carter como Oliveira ponen en crisis propiamente los métodos de reproducción social que funcionan como la cadena de transmisión de valores culturales y sociales y proponen otras formas de existencia y de relacionarse con el entorno. Sobre ello se volverá más adelante en el análisis.

Lo primero que llama la atención al lector es la condición precaria en la que viven Johnny y Dédée: ambos comparten una pieza en un hotel miserable de París y no tienen dinero casi ni para comer. Sin embargo, Johnny no parece ser consciente de su situación precaria y sus preocupaciones nada tienen que ver con las cuestiones más pragmáticas de la vida cotidiana. Con su cuerpo desnudo envuelto en una frazada vieja y sucia, el jazzista habla con su biógrafo sobre el metro de París y la percepción del tiempo que ha experimentado en él. A Bruno le cuesta seguir estas conversaciones y trata siempre de regresar al plano de lo racional, recordándose constantemente que Johnny es un drogadicto y delirante. De esta forma se comienza a esbozar un contrapunto entre ambos personajes: Bruno, el crítico musical que encarna la razón y el método, y Johnny, el genio musical que no encaja en las estructuras sociales esperables.

La incapacidad de Johnny de comprenderse a sí mismo dentro de la maquinaria social se hace patente desde el comienzo, no solo ha perdido su saxo, que es el instrumento de su profesión, sino que tampoco puede organizarse dentro de un esquema cronológico; como expresa él mismo: “Todo el mundo sabe las fechas menos yo -rezonga Johnny, tapándose hasta las orejas con la frazada” (p. 301). El tiempo es una categoría que preocupa a Johnny, tal como lo despliega en sus diálogos con Bruno. Esta preocupación, para Bruno, no es más que un rasgo de la esquizofrenia que padece el pobre artista, a la que no hay que darle demasiada importancia: “He visto pocos hombres tan preocupados por todo lo que se refiere al tiempo. Es una manía, la peor de sus manías, que son tantas. Pero él la despliega y la explica con una gracia que pocos pueden resistir” (p. 302).

Mientras que para Bruno las consideraciones sobre la percepción del tiempo no son más que una manía, para Johnny también son una manía las formas de medir el tiempo y ordenar la vida cronológicamente, tal como se lo hace saber a Bruno:

Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia… Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio… Entonces un hombre, no solamente yo sino tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana. (p. 311).

Con las miradas opuestas sobre el tiempo que pueden aportar tanto Bruno como Johnny, Cortázar problematiza no solo la percepción del paso del tiempo, sino la estructuración de la vida en función de una cronología y sus implicaciones a nivel ontológico, es decir, cómo la relación que se establece con el paso del tiempo determina una forma precisa de ser en el mundo.

El tiempo de Bruno es el tiempo cronológico, racional y productivo: el tiempo pautado de la rutina, el trabajo, la familia y el ocio compartimentados; es el tiempo de la planificación y los proyectos, necesario para la vida funcional en sociedad. El tiempo de Johnny es todo lo contrario, es improvisación, exploración y búsqueda fuera de la rutina; es irracional y opuesto a la idea de productividad. Es un tiempo que trata de evitar la repetición y busca ser significativo, profundo, el tiempo de vivir y de ser plenamente, en una conciencia absoluta del presente que elimina en verdad las categorías temporales y, por eso, la necesidad de planificar o las secuencias de causa y efecto.

Lo que Johnny persigue es esa forma de salir del tiempo lógico que Bruno representa e ingresar en el otro tiempo. Cuando Johnny expresa: “Todo es elástico, chico. Las cosas que parecen duras tienen una elasticidad (…), una elasticidad retardada” (p. 307), está figurándose un tiempo capaz de dilatarse y de escaparse de las coordenadas lineales, un tiempo capaz de desplegarse dentro del tiempo. Esto es lo que Johnny percibe viajando en el metro de París, cuando su mente se dispara y revisa una sucesión de imágenes interminables, o lo que le sucede cuando toca el saxo y la música lo hace ingresar en una multiplicidad de tiempos que se superponen y concatenan.

La vida que lleva adelante Johnny, incapaz de preocuparse por ahorrar dinero o preocuparse por el porvenir es una consecuencia de esta concepción del tiempo elástico; Johnny se niega a aceptar las medidas temporales impuestas por las estructuras sociales y se introduce en un tiempo pleno y significativo que muchos autores han estudiado y han conceptualizado de formas diversas, entre las cuales destaca el concepto de eón, tal como lo plantea Gonzáles Riquelme en su trabajo sobre "El perseguidor". El concepto de eón implica la negación del tiempo lineal o cronológico (representado por Bruno) y la consideración de un tiempo que se despliega como un agujero en el continuo temporal, como una pausa que despliega un ritmo propio, el ritmo del artista que en Johnny se expresa a través de la música y en Cortázar a través de la escritura.

La exploración de esos agujeros temporales ponen de manifiesto una angustia existencial, una necesidad de interrumpir el paso despiadado del tiempo y encontrar una esencia, algo que pueda estar en el tiempo sin ser consumido o degradado hasta desaparecer. Esa búsqueda es la que convierte a Johnny Carter en el perseguidor.