El nombre de la rosa

El nombre de la rosa Resumen y Análisis “Naturalmente, un manuscrito”, Nota y Prólogo

Resumen

Naturalmente, un manuscrito

En el primer apartado de El nombre de la rosa, titulado “Naturalmente, un manuscrito” y fechado el 5 de enero de 1980, un narrador anónimo explica cómo conoció la terrible historia escrita por Adso de Melk, un monje alemán del siglo XIV. Cuenta que en agosto de 1968 fue a parar a sus manos un libro publicado por la "Abbaye de la Source" y escrito por el abate Vallet, en el que traducía al francés, en el siglo XIX, el manuscrito del monje Adso. A su vez, Vallet aseguraba que su fuente había sido un libro de Joannis Mabillon. Luego de leerlo con fascinación, el narrador transcribió las memorias de Adso, pero perdió el libro cuando se lo robó la persona con la que estaba entonces de viaje, con quien mantenía una relación sentimental que acabó mal, por lo que no había posibilidad de pedirle que se lo devolviera.

Desconcertado, el narrador se ha dedicado a investigar a fondo el tema, y si bien consiguió consultar el libro de Mabillon, no encontró allí referencia alguna a Adso de Melk. Del mismo modo, no ha encontrado ningún registro de que el libro de Vallet haya existido, y un erudito medievalista le asegura que ningún abate Vallet publicó jamás libros en el siglo XIX en las prensas de la "Abbaye de la Source".

Como el narrador no tiene éxito en la búsqueda de la fuente manuscrita del libro de Vallet, se pregunta si podría ser una falsificación. Pero dos años más tarde, en una librería de Buenos Aires, encuentra citas del relato de Adso en una traducción castellana de un libro georgiano de 1934 de Milo Temesvar. El narrador dice que él ya había citado ese libro de Temesvar en uno de sus libros, titulado Apocalípticos e integrados. Pero la fuente de aquel libro no era Vallet ni Mabillon, sino que era el padre Athanasius Kircher quien citaba a Adso. Si bien otro erudito le aseguró al narrador que Kircher jamás había hablado de Adso, y a pesar de estar muy alejado del texto original y no haber encontrado el libro, ahora puede confirmar que el manuscrito de Adso sí existió y que otras personas, además de Vallet, lo han consultado.

El narrador piensa que las memorias de Adso participan de la misma naturaleza de los hechos misteriosos que narran. Aunque está “lleno de dudas” (9) y admite no estar todavía plenamente convencido de la autenticidad del texto, decide que tiene suficientes pruebas de su veracidad para traducir y publicar su versión italiana. Explica que Adso escribió sus memorias cerca del año 1400, pero que los hechos descritos tuvieron lugar hacia 1327. Sugiere que Vallet "se tomó algunas libertades" (8) en su traducción, y que esta es la razón por la que Adso hace referencia de forma anacrónica a textos publicados después del año 1300.

Nota

Al describir las convenciones editoriales que ha utilizado, el mismo narrador explica que el manuscrito está dividido en siete días, y cada día en ocho secciones que corresponden a las horas del día en que los monjes rezaban (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nones, vísperas y completas). El narrador también teoriza que los breves resúmenes que preceden a cada capítulo deben haber sido añadidos por Vallet.

Prólogo

Ahora, el narrador es Adso. A finales del siglo XIV, escribe un prólogo a sus memorias y reflexiona sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en noviembre de 1327, cuando era un joven monje novicio, de unos dieciocho años. A esa edad, Adso había ingresado por primera vez en los benedictinos, una antigua, prestigiosa y rica orden de monjes que hacía hincapié en la oración y la reflexión en silencio. Sabe que está cerca de la muerte y espera dejar testimonio de “los hechos asombrosos y terribles” (13) en que se vio implicado cuando era un joven monje. Dice que no intentará explicar las razones de estos incidentes, sino que dejará "signos" (13) para que el lector las descifre.

Como ayuda para el lector, Adso proporciona algo de contexto para explicar mejor la situación política de Italia en la década en que se sitúan los hechos narrados. En aquella época, explica, la sede del papado estaba en Aviñón, en Francia, y los Papas eran tradicionalmente aliados de los reyes de Francia. El Papa Juan XXII se encontraba en una lucha de poder con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Ludovico de Baviera: el Papa reclamaba el derecho a nombrar al emperador, y el emperador reclamaba el derecho a nombrar a sus propios obispos y mantener la soberanía en sus propios dominios. A finales de la década de 1320, las relaciones se habían deteriorado lo suficiente como para que el Papa excomulgara al Emperador, y este llamara abiertamente hereje al Papa.

Entretanto, la orden franciscana se había convertido en enemiga del Papa, porque el general de los franciscanos, Michele da Cesena, afirmaba que la Iglesia debía renunciar a su autoridad política y sus funcionarios debían volver a un estado de pobreza, siguiendo el ejemplo de Cristo. Así, en Perusa, se reunió el capítulo de los frailes franciscanos y proclamó la pobreza como la verdad de la fe. Enfrentado con el Papa, el emperador Ludovico aplaudió esta propuesta teológica, porque parecía reducir el poder y la influencia política del Papa. Así, los franciscanos como Michele recibieron la protección política del emperador y se convirtieron en sus aliados.

El padre de Adso, un rico noble alemán, luchaba en el bando del emperador. Para evitar la lucha, sacó a Adso de su monasterio en Melk y lo envió a Italia. Decidiendo que no era apropiado que un joven vagara por Italia solo y sin guía, el padre de Adso lo puso al servicio de Guillermo de Baskerville, un franciscano inglés que estaba a punto de iniciar una misión que lo llevaría a viajar por muchas ciudades y abadías antiguas. Adso fue designado para trabajar como amanuense y discípulo de Guillermo. Juntos viajaron por el norte de Italia, una región donde las abadías estaban generalmente aliadas con el Emperador y se oponían al Papa.

Adso describe el inusual aspecto físico de Guillermo: tenía unos cincuenta años, era muy alto y delgado, y llevaba gafas para leer. Tras un tiempo viajando con él, Adso llegó a conocer bastante bien las peculiaridades y costumbres de su maestro. A Guillermo le apasionaban las nuevas tecnologías, como el reloj, el astrolabio y el imán; creía que algún día se podría visitar el fondo del mar y volar por el aire; solía ser muy enérgico, pero a veces masticaba algunas hierbas y se quedaba quieto durante largo rato, con la mirada perdida, pensando. En resumen, Guillermo era la persona más brillante e inusual que el joven Adso hubiera conocido. Destaca de su maestro que estaba movido “solo por el deseo de la verdad” (16).

Luego de esta descripción, el narrador propone arrojarse de lleno en el relato de los horribles hechos acontecidos en la abadía, deseando que no le tiemble el pulso al narrarlos.

Análisis

Desde el comienzo, la novela supone varios niveles narrativos. En principio, distinguimos dos narradores distintos: el de la sección titulada “Naturalmente, un manuscrito” y la nota, por un lado; el narrador del prólogo y el cuerpo de la novela, que es Adso de Melk, por otro. El relato de Adso (sus memorias de su estadía en la abadía) está enmarcado dentro de un relato mayor, que es el del primer narrador, que dice haberse encontrado con el manuscrito de Adso y pretende publicarlo en forma de libro. Más estrictamente, el libro publicado por el narrador de la nota preliminar es una versión italiana de una versión francesa de una versión latina del manuscrito de Adso, perdido del siglo XIV. Por lo tanto, el texto que el primer narrador nos presenta se aleja varios grados del texto original. Por eso él tiene dudas sobre la publicación de un texto que puede no ser auténtico, y al expresar estas dudas se las transmite al lector. El manuscrito de las memorias de Adso está envuelto, entonces, en tantos misterios como la "terrible historia" (6) que contiene. De este modo, el lector se ve obligado a cuestionar la verdad y la autenticidad de la historia de Adso, añadiendo otra dimensión a las cuestiones de verdad e interpretación con las que el propio Adso luchará a lo largo de su historia.

Todo sugiere que la edición francesa del siglo XIX que leyó el primer narrador y que luego perdió podría ser una falsificación. La “Abbaye de la Source” (donde presuntamente ha sido publicado el libro de Vallet que copia el manuscrito de Adso) en español se traduce como “Abadía de la Fuente”, con lo cual se plantea un juego de palabras en el que se problematiza, justamente, la fuente, el texto original. Ante la falta de explicaciones, la posibilidad de una falsificación se hace presente. Como la fuente no se encuentra en ninguna parte, se invita al lector a cuestionar la autenticidad de la historia de Adso, poniendo así en duda todo lo que la novela relatará a continuación. Sin embargo, como enseguida cuenta, también encuentra citas de las memorias de Adso en la obra del jesuita Temesvar, y así el narrador obtiene pruebas de que el manuscrito de Adso existe (pues otros lo han consultado también) y, por lo tanto, de que la edición del abate Vallet no es una falsificación. Aunque la fuente se ha perdido, quedan rastros y referencias al libro de Adso en otros textos. Se introduce así un tema que será importante a lo largo de toda la novela: la tendencia de los libros a hablar de otros libros..

Por otro lado, en “Naturalmente, un manuscrito” el narrador asegura que el libro que encuentra en Buenos Aires, de Milo Temesvar, lo citó en uno de sus libros, titulado Apocalípticos e integrados. A la par, sabemos que Umberto Eco tiene un libro homónimo, con lo que el narrador de esta nota, si bien no coloca su firma, puede identificarse con la figura de Eco. De esta manera, se ficcionaliza la figura de Eco y se establece un cruce entre realidad y ficción que le dará a la historia de Adso de Melk un tono de realidad. Este mismo cruce se alcanza gracias a que el universo retratado por Eco en la novela, como las disputas religiosas en torno a las facciones de franciscanos o el enfrentamiento entre el Papa y el Emperador, así como algunos personajes, como Michele da Cesena o Bernardo Gui, son referencias históricas auténticas y concretas. De ahí que El nombre de la rosa, además de ser un relato policial, de trama detectivesca, sea también una novela histórica.

Luego de reconstruir el origen de la historia que contará, el relato marco de este narrador-Umberto Eco dará lugar al relato de Adso de Melk, que se inicia con el prólogo y se continúa con el relato de sus memorias. Sumando más complejidad, el manuscrito de Adso también supone distintas temporalidades, en la medida en que es la narración de un Adso adulto de los sucesos vividos por un joven Adso.

Desde el prólogo, Adso introduce un tema que será fundamental en la novela: la difícil interpretación de los signos en la búsqueda de la verdad. Umberto Eco se dedicaba a la semiótica, esto es, la ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que permiten la comunicación entre los individuos, y que analiza la producción de esos signos, su funcionamiento y el modo en que son recibidos e interpretados. Su interés por esta materia queda sintetizado en esta novela a partir de la trama detectivesca, que conduce a Guillermo y a Adso a acceder a la verdad de los crímenes a partir de la búsqueda, lectura e interpretación de los diversos signos que se les presentan. Esta dimensión queda esbozada en el prólogo en la voz del Adso adulto, que escribe sus memorias: “la verdad, antes de manifestarse a cara descubierta, se muestra en fragmentos (¡ay, cuán ilegibles!), mezclada con el error de este mundo, de modo que debemos deletrear sus fieles signáculos incluso allí donde nos parecen oscuros…” (13). En lugar de tratar de explicar exactamente lo que sucedió, dejará "señales" que los lectores deberán descifrar por su cuenta. Al negarse a ofrecer una explicación global de la historia, Adso deja la interpretación en manos del lector. En esta historia se presentarán muchas cuestiones de interpretación, pero las respuestas claras no tardarán en llegar.

Previamente y durante los acontecimientos de las memorias de Adso, el Papa se encuentra en una lucha de poder con el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico: se disputan quién tiene el poder político en la Europa medieval. Este conflicto plantea la cuestión de si la Iglesia o los monarcas deben tener más poder en Europa, y también tiene implicancias en la problemática de si hay que separar los poderes de la Iglesia y el Estado, si bien este es un debate que no existía antes de los acontecimientos que Adso describe.

La proclamación de Michele en Perusa pone a los franciscanos en la vereda de enfrente del Papa y los convierte en aliados políticos del Emperador. Tales alianzas políticas no son óptimas, porque crean conflictos de intereses y plantean la cuestión de si la Iglesia existe para llenar los bolsillos de los propios miembros del clero, o para predicar la gloria de Dios y salvar las almas de los pecadores.

Adso se encuentra en medio de los conflictos políticos y religiosos de la época. Su padre lucha por el Emperador, y por eso lo pone al servicio de Guillermo, que también está del lado de los franciscanos. Aunque los monasterios se consideran a menudo como refugios ajenos a la turbulencia de los asuntos mundanos, Adso tiene que dejar su monasterio para evitar verse atrapado en medio de la lucha política, lo que subraya lo profundamente implicada que está la Iglesia en la agitación política de la época.

La descripción de Adso de Guillermo introduce algunos rasgos que dan cuenta del carácter excepcional de ese personaje. Entre otras cosas, es inusual que Guillermo lleve gafas porque las gafas de lectura eran una tecnología nueva en la Europa medieval. Esto demuestra uno de los rasgos más significativos del carácter de este personaje: su entusiasmo por el saber y el aprendizaje y su confianza en las nuevas tecnologías, que cree que cambiarán el mundo algún día. Sus gafas de lectura simbolizan el conocimiento, el aprendizaje y el progreso. Efectivamente, Adso asegura que Guillermo está movido “solo por el deseo de la verdad, y por la sospecha —que siempre percibí en él— de que la verdad no era la que creía descubrir en el momento presente” (16). En este sentido, a lo largo de la novela, Guillermo toma como ejemplo a seguir las ideas de Roger Bacon, un filósofo y protocientífico franciscano del siglo XIII. Bacon fue uno de los primeros en proponer los principios del método científico como forma de conocer el mundo a través de la experimentación y la observación. Este será el método que Guillermo aplique en El nombre de la rosa para resolver los misterios que se le presentan.

En este sentido, resulta significativo lo que señala Eco en su libro Apostillas a 'El nombre de la rosa'. Allí reconoce que, partiendo de su deseo de escribir sobre la Edad Media, debería haber situado su historia en el siglo XII o XIII, siglos que él había estudiado más. Sin embargo, decidió situarla en el siglo XIV porque necesitaba contar con un detective “dotado de un gran sentido de la observación y una sensibilidad especial para la interpretación de los indicios. Cualidades que solo se encontraban dentro del ámbito franciscano, y con posterioridad a Roger Bacon” (30). Es recién a partir de Bacon, dice Eco, que los signos son utilizados para abordar el conocimiento de los individuos. Esto revela el compromiso de Eco en la construcción de su universo narrativo.

Por último, en su prólogo Adso recurrirá a un procedimiento muy usual a lo largo de la novela: el de anticipar retazos de aquello que sucederá, con el fin de generar suspenso e intriga en el lector. Constantemente hace referencia a los hechos oscuros y terribles que se dispone a contar: asegura que “aquellos eran tiempos oscuros en los que un hombre sabio debía pensar cosas que se contradecían entre sí” (20). Asimismo, al final del prólogo se arroja al relato de los hechos, anticipando su deseo de que no le tiemble el pulso al hacerlo. Así, el prólogo de Adso anticipa el horror de lo que vendrá luego, poniendo en alerta al lector.