El nombre de la rosa

Análisis

Título

Según cuenta el autor en Apostillas, la novela tenía como título provisional La abadía del delito, título que descartó porque centraba la atención en la intriga policíaca. Su sueño, afirma, era titularlo Adso de Melk, un título neutro, dado que el personaje de Adso no pasaba de ser el narrador de los acontecimientos. Según una entrevista concedida en 2006, El nombre de la rosa era el último de la lista de títulos, pero «todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor».[4]​

El título se le había ocurrido casi por casualidad, y la figura simbólica de la rosa resultaba tan densa y llena de significados que, como dice en Apostillas: «ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia». Para Eco, esa carencia de significado final debida al exceso de significados acumulados respondía a su idea de que el título «debe confundir las ideas, no regimentarlas».

Imagen del Tacuinum Sanitatis, siglo XIV
Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus. Adso de Melk

Al enigma del título se unía el del verso en latín que cerraba la novela. A este respecto, el autor explica en Apostillas que, aunque el lector hubiese captado las «posibles lecturas nominalistas» del verso, esa indicación llegaría en el último momento, cuando el lector habría podido ya escoger múltiples y variadas posibilidades. Responde acerca del significado del verso, diciendo que es un verso extraído de una obra de Bernardo Morliacense, benedictino del siglo XII que compuso variaciones sobre el tema del ubi sunt, añadiéndoles la idea de que de todas las glorias que desaparecen lo único que restan son meros nombres.

Francisco Rico aclara que Bernard de Morlas escribió un largo poema “De contemptu Mundi” en el que no falta una meditación sobre la caducidad del poder y de la fama. ¡Oh la Edad Media de Tomás, de Kempis, del temor de Dios y aborrecimiento del mundo! El profesor Rico dice que ese medianejo poeta habla de los imperios y personajes del pasado, de Babilonia y Roma, de Rómulo y Remo y señala: “justo a esa altura, la única edición del poema que ha circulado modernamente introduce un hexámetro lapidario: “Stat Rosa pristina nomine, nómina nuda tenemus”. Es muy hermoso, pero también un colosal disparate. En ese contexto, tras la mención de Rómulo y remo,” stat rosa” es imposible. Solo puede ser “stat Roma”. Es decir, se trata de una errata en la transcripción del poema que se ha arrastrado copia a copia hasta dar lugar al título de novela (con el gazapo incluido).

De la rosa solo queda el nombre desnudo

o

(Aunque) persiste el nombre de la rosa primigenia, (solo) el nombre desnudo tenemos. Bernardo Morliacense

Relacionado con el título de la novela es también el poema de la escritora novohispana sor Juana Inés de la Cruz que aparece en el epígrafe inicial de las Apostillas a El nombre de la rosa:

Rosa que al prado, encarnada,

te ostentas presuntuosa de grana y carmín bañada: campa lozana y gustosa, pero no, que siendo hermosa

también serás desdichada.

Estructura y narrador

Libros de la biblioteca de la Abadía de Melk, en Austria

Según narra la introducción, «Naturalmente, un manuscrito», El nombre de la rosa está basada en un manuscrito que fue a parar a manos del autor en 1968, Le manuscript de Dom Adson de Melk, un libro escrito por un tal «abate Vallet» encontrado en la abadía de Melk, a orillas del Danubio, en Austria. El supuesto libro, que incluía una serie de indicaciones históricas bastante pobres, afirmaba ser una copia fiel de un manuscrito del siglo XIV encontrado en la abadía de Melk.[2]​

A partir de esa base, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida división horaria de la vida monacal, que articulan los capítulos de la novela dividiéndola en siete días, y estos en sus correspondientes horas canónicas: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El empeño puesto en lograr un ambiente adecuado permite que el autor use en repetidas ocasiones citas en latín, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes.

La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, que desea dejar un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía. En Apostillas, Eco comenta una curiosa dualidad del personaje: es el anciano de ochenta años que narra los sucesos acaecidos en los que intervino Adso, el joven de dieciocho años. «El juego consistía en hacer entrar continuamente en escena al Adso anciano, que razona sobre lo que recuerda haber visto y oído cuando era el otro Adso, el joven. (···) Este doble juego enunciativo me fascinó y me entusiasmó muchísimo». La voz narrativa es, pues, una voz pasada por múltiples filtros; tras el ineludible filtro de la edad y de los años pasados por el personaje, la introducción de la novela explica que el texto original de Adso de Melk es registrado por J. Mabillon, a su vez citado por el abate Vallet, de quien el autor tomaría prestada la historia. Según explicó Eco en Apostillas, este triple filtro vino motivado por la búsqueda de una voz medieval para el narrador, apercibiéndose de que finalmente «los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado».

Intertextualidad

El escolástico Guillermo de Ockham, una posible inspiración para el franciscano protagonista de la novela.

El nombre de Adso ha sido considerado un tributo a Simplicio, un personaje del Diálogo sobre los principales sistemas del mundo de Galileo Galilei (Ad simplicio, «para Simplicio») y se ha señalado la similitud con el personaje del Dr. Watson, compañero de Sherlock Holmes, a quien el protagonista, Guillermo de Baskerville, alude por su nombre.[n. 5]​

En la novela se realiza una exposición del método científico y el razonamiento deductivo, usados hábilmente por Guillermo para resolver el misterio, recordando en ocasiones su actuación tanto a Sherlock Holmes como a Guillermo de Ockham (c. 1280/1288 – 1349),[6]​ franciscano y filósofo escolástico inglés, pionero del nominalismo, considerado por algunos padre de la epistemología y de la filosofía modernas en general.

También se alude al libro II de la Poética de Aristóteles, que se perdió aparentemente durante la Edad Media y del que nada se conoce, aunque se supone (y la novela así lo señala) que trataba sobre la comedia y la poesía yámbica. Es el libro que en la novela causa la muerte de varios monjes.

Teodosio Muñoz Molina señala en Las cuentas pendientes entre Eco y Borges varias coincidencias con El ojo de Alá, un cuento de Rudyard Kipling que Borges manifestaba haber leído un centenar de veces; también con otro religioso detective inglés, el hermano Cadfael, protagonista de la serie de novelas de Ellis Peters ambientadas en el siglo XII. Dice posteriormente que la novela:

... constituye un tan gigantesco como justificado centón que imbrica fragmentos de todos los libros de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis; y, en un policromático y desmesurado mosaico textual, concurren promiscuamente Platón, Aristóteles, Ausonio, Boecio, Clemente de Alejandría, san Agustín, san Benito, san Anselmo, san Alberto Magno, san Buenaventura, santo Tomás de Aquino, san Bernardo, san Beda, el Beato de Liébana, Dante Alighieri, Pedro Hispano y Juan Hispano, Hugo de San Víctor, Occam, Bacon, Duns Scoto y un sinfín de documentos papales y conciliares, reglas monásticas, así como frases, alusiones y procedimientos que denotan un gran conocimiento de los cultivadores de la alquimia, desde la Physyca kai mystica del gnóstico Bolos Demócrito y la Tabula Smaradigna del nebuloso Hermes Trismegistos, hasta el Speculum Alchemiae de Roger Bacon y el Tetragrammaton del catalán Arnaldo de Vilanova, no sin haber buscado además la connivencia de Averroes, de Avicena, de Abu-Bakr-Muhammad Ibn Zaka-riyya ar Razi y del no menos profuso antropónimo de Geber Abu Musa Djabir Ibn Hajjam Al-Azid Al-Kufi Al-Tusi Al-Sufi. Teodosio Muñoz Molina. Las cuentas pendientes entre Eco y Borges.

Eco y Borges

Esquema del laberinto

La figura de Jorge Luis Borges circula por El nombre de la rosa encarnada en el personaje de Jorge de Burgos, ambos son ciegos, «venerables en edad y sabiduría», ambos de lengua natal española.[11]​ A este respecto, Eco escribió esto en 1992 en un especial del diario Clarín dedicado a Borges:

Evidentemente, hay una suerte de homenaje en El nombre de la rosa, pero no por el hecho de que haya llamado a mi personaje Burgos. Una vez más estamos frente a la tentación del lector de buscar siempre las relaciones entre novelas: Burgos y Borges, el ciego, etc.. [...] Al igual que los pintores del Renacimiento, que colocaban su retrato o el de sus amigos, yo puse el nombre de Borges, como el de tantos otros amigos. Era una manera de rendirle homenaje a Borges.[12]​

Eco quedó fascinado por Borges desde los veintidós o veintitrés años, cuando un amigo le prestó Ficciones (1944) allá por 1955 o 1956, siendo Borges todavía prácticamente un desconocido en Italia.[12]​ Precisamente en Ficciones se halla recogido La biblioteca de Babel, cuento del escritor argentino aparecido anteriormente en El jardín de senderos que se bifurcan (1941); se han señalado varias coincidencias entre la biblioteca de la abadía, que constituye el espacio protagonista de la novela, y la biblioteca que Borges describe en su historia: no solo su estructura laberíntica y la presencia de espejos (motivos recurrentes en la obra de Borges), sino también que el narrador de La biblioteca de Babel sea un anciano librero que ha dedicado su vida a la búsqueda de un libro que posee el secreto del mundo.[11]​

También en el título se encuentran reminiscencias borgianas; en El golem (1964) Borges escribía, en el mismo sentido que el verso final de la novela que «el nombre es arquetipo de la cosa», y «en las letras de rosa está la rosa».[13]​

La ciudad de Dios

Primer folio de un manuscrito de 1470 de La ciudad de Dios (De Civitate Dei) de San Agustín. New York Public Library, Spencer Collection MS 30.

Según Gonzalo Soto Posada, Eco aplica en El nombre de la rosa una de las figuras de la retórica clásica, el adynaton, e interpreta la novela como una inversión de La ciudad de Dios de San Agustín, escrita entre 412 y 426, en la que se enfrenta el concepto de «ciudad celestial» con la «ciudad pagana». En La ciudad de Dios los caballeros del bien construyen la «ciudad de Dios» y valores como la vida, la paz, el amor, la justicia... Los caballeros del mal destruyen ese proyecto, e inundan la tierra de muerte, guerra, odio, injusticia. En la novela de Eco, los caballeros del bien, representados por Jorge de Burgos, son los asesinos y los destructores, mientras que Guillermo de Baskerville, el supuesto hereje, es un constructor, perseguido por Burgos y sus secuaces.[14]​

Este enfrentamiento ideológico gira alrededor de un libro, el segundo de la Poética de Aristóteles, manuscrito que se supone desaparecido en la Edad Media, y en el que supuestamente el filósofo realizaba una defensa de la comedia y el humor como posibilidad de cuestionar los absolutos establecidos. El personaje de Burgos representa aquí una ortodoxia autoritaria, aferrada al pasado, paradigma del «Yo soy el camino, la verdad y la vida» cristiano, enfrentado a Baskerville, que personaliza la cultura de la risa, la que cuestiona la ortodoxia, el que proclama «Yo busco la verdad», considerando que nada es definitivo y que todo debe ser reinterpretado y contemplado con un sano escepticismo.[14]​

La risa

La risa como elemento subversivo es un agente desencadenante de las muertes que suceden en la novela. A este respecto, el filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek escribió lo siguiente en su libro El sublime objeto de la ideología:

Lo que perturba en El nombre de la rosa, sin embargo, es la creencia subyacente en la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Nuestra tesis aquí es casi exactamente lo opuesto a esta premisa subyacente en la novela de Eco: en las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica, la risa, la ironía, son, por así decirlo, parte del juego. La ideología imperante no pretende ser tomada seriamente o literalmente. Tal vez el mayor peligro para el totalitarismo sea la persona que toma su ideología literalmente —incluso en la novela de Eco, el pobre Jorge, la encarnación de la creencia dogmática que no ríe, es ante todo una figura trágica: anticuado, una especie de muerto en vida, un remanente del pasado, y con seguridad no una persona que represente los poderes políticos y sociales existentes. Slavoj Žižek (1992). El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI. ISBN 9789682317934. 

Política contemporánea

Varios autores han encontrado correspondencias entre la trama de la novela y el enfrentamiento de bloques de la Guerra Fría, las luchas del siglo XX entre distintas facciones dentro de la izquierda política, o en particular, en el entorno político italiano que culminó con el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas tras el llamado «compromiso histórico»: el acuerdo de unión política entre el Partido Comunista Italiano y la Democracia Cristiana.[15]​[16]​


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