El coronel no tiene quien le escriba

El coronel no tiene quien le escriba Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

Capítulo 3

El coronel está sorprendido por las habilidades de su mujer a la hora de sostener la economía doméstica de ambos, ya que no cuentan con ingresos suficientes. El hombre está preocupado por el estado del gallo pero, cuando lo pesan, confirman que está en forma para poder pelear.

Sin embargo, este entusiasmo le dura poco; ya no le queda nada por vender en su casa, excepto el reloj y el cuadro. Su mujer manifiesta inquietud frente a esta situación, pero el coronel la consuela afirmando que el viernes vendrá el correo.

Al día siguiente, el hombre espera al administrador del correo, que reparte las cartas en lancha entre los vecinos del pueblo. El médico recibe el paquete de los periódicos y correspondencia privada, pero no hay nada para el coronel. Al regresar a su casa, se siente defraudado de no tener nada para su mujer.

Al viernes siguiente, el coronel vuelve a buscar su correo y, como todos los viernes, no hay ninguna carta para él. Su esposa le reprocha tener tanta paciencia como para esperar una carta más de quince años. El coronel piensa en todo el proceso que llevó adelante para tramitar su pensión: todo comenzó con una ley promulgada por el congreso diecinueve años atrás, que luego fue seguido por un proceso de justificación para que lo incluyeran en el escalafón correspondiente. Hace ya cinco años que no recibe ninguna novedad.

La mujer busca en el armario un paquete de cartas y encuentra un anuncio de una agencia de abogados comprometidos a una gestión activa de las pensiones de guerra. Le entrega a su marido el recorte y le sugiere cambiar de profesional. Al día siguiente, el coronel va a visitar a su abogado y le expone su inquietud. El hombre, un señor moreno sin dientes, le dice que no debe desesperarse ya que hay muchas dificultades en la burocracia local. Además, le explica que quince años antes la situación era más sencilla ya que había una asociación municipal de veteranos que pujaba por las pensiones. Sin embargo, el coronel le comenta que todos sus compañeros murieron esperando el correo, a pesar de que la pensión no es una limosna, sino un reconocimiento por haber salvado la república. El abogado está de acuerdo con él, pero le advierte que la ingratitud humana no tiene límites. El coronel conoce esta frase, ya que había empezado a oírla el día siguiente al terminar la guerra, cuando el gobierno prometió auxilios de viaje e indemnizaciones. Casi sesenta años más tarde, todavía el coronel espera. Excitado por los recuerdos, le dice al hombre que va a cambiar de abogado y le pide los documentos, pero el magistrado se niega a entregárselos. Alarmado, el coronel recuerda que esos papeles le fueron entregados por el coronel Aureliano Buendía, el intendente general de las fuerzas revolucionarias; son documentos de un valor incalculable que no pueden pasar inadvertidos para ningún funcionario. Sin embargo, el abogado le dice que en estos años, todos los funcionarios cambiaron. Sin resignarse, el coronel le responde que igualmente puede esperar a recuperarlos.

Análisis

En este capítulo, la espera de la pensión transforma al coronel. Habituado a ocupar un rol pasivo de esperanza y resignación, la situación precaria lo arroja al límite y lo empuja a enfrentar a su abogado en pos de encontrar una solución alternativa a la cuestión de la pensión, que ya lleva quince años sin ninguna respuesta por culpa de la burocracia local. Sin embargo, es interesante registrar que el coronel es consciente de su propia miseria cuando nota que el gallo comienza a quedarse sin nada para comer. La riña de gallos está también íntimamente ligada a la tierra natal de García Márquez: en la costa atlántica de Colombia, como en toda la región del Caribe, es un deporte popular. Preocupado por el estado del animal, se alivia cuando confirman que está en estado óptimo para pelear. En este punto, el gallo acaba determinando el ánimo del coronel: “Esa misma tarde, cuando los compañeros de Agustín abandonaron la casa haciendo cuentas alegres sobre la victoria del gallo, también el coronel se sintió en forma” (p. 34). En este sentido, el recuerdo de su hijo difunto y el buen estado del gallo condicionan absolutamente el bienestar del hombre y lo conducen a una realidad anestesiada en donde puede olvidar, aunque sea por un instante, sus miserias y sufrimientos.

Sin embargo, el narrador nos advierte que este estado es efímero y aclara: “Ya no quedaba en la casa nada que vender, salvo el reloj y el cuadro” (p. 34). A pesar de los gastos que implica mantener al animal, el matrimonio no concibe desprenderse de él; en parte por su significado familiar, pero también por la esperanza de que pueda pelear y finalmente recompensar a sus dueños. Cuando su esposa le recuerda la gravedad de la situación económica, el coronel confía en que el viernes, una vez más, llegará el correo y con él, el anuncio de la pensión.

El relato de la espera es abordado por un narrador que sigue al coronel en su caminar errante por el pueblo; la vida cotidiana del coronel está organizada en torno al correo y el hombre sale a la calle únicamente con la esperanza de haber recibido la carta. Las noticias llegan en lanchas al puerto, espacio que representa la conexión entre el pueblo y el mundo exterior. Aunque el pueblo se sirve de una lancha para distribuir las cartas, el resto del mundo utiliza el avión como método de distribución de la información. Estos dos vehículos encarnan también a una sociedad anclada en un tiempo anterior, incapaz de progresar materialmente; los aviones no llegan al pueblo y, por ende, las noticias se demoran. El coronel, inmerso en su pueblo, vive en una temporalidad suspendida, en la que no llegan las nuevas velocidades de la modernidad. En este sentido, no es casual que el personaje comente en una conversación con el médico mientras esperan la lancha que "Dicen que [el avión] puede llegar a Europa en una noche” (p. 34). Al coronel siempre le queda esperar una semana más, encerrado en el pueblo que parece impermeable al cambio. Destaca la velocidad del avión como si el progreso fuera un fenómeno ajeno al pueblo, como si la modernidad estuviese desarrollándose en otra parte.

Si bien la novela retrata el hambre y la miseria que padecen los protagonistas, no lo hace de una manera descarnada o sórdida sino que esta representación aparece mediada por intercambios risueños, casi hasta humorísticos. En este punto, el autor neutraliza estos impactos que hubieran convertido al texto en una novela truculenta. De esta manera, el humor sirve para disimular los rasgos feos de la realidad y hace que el lector tome por verosímil la historia narrada, sin rechazarla en absoluto. Es ejemplar al respecto el pensamiento del coronel que inicia el capítulo tres: “«Éste es el milagro de la multiplicación de los panes», repitió el coronel cada vez que se sentaron a la mesa en el curso de la semana siguiente.” (p. 33) Frente a la crueldad del hambre, que aparece de manera recurrente todos los días de la semana, el coronel remite a la liturgia católica para dar por milagrosa la presencia de comida sobre la mesa. En este gesto, el personaje manifiesta un aire superficial que, en vez de preocuparse, compara su situación con Jesús.

El humor como una estrategia de encarar la vida trágica del coronel aparece también en la conversación que el protagonista sostiene con su abogado. En la entrevista que celebran, el abogado intenta dar consuelo a la espera del coronel, pero el hombre le responde: “Es lo mismo desde hace quince años —repli­có el coronel—. Esto empieza a parecerse al cuento del gallo capón» (p. 37). El cuento del gallo capón es una frase que remite a un juego infantil sobre el infinito y la repetición. Con esta respuesta, la situación exageradamente dramática queda así infantilizada, aligerada, convertida en pretexto de chiste: los quince años de espera ya no son sino, como el cuento del gallo capón, un instrumento de diversión, de juego.

A pesar de esta referencia infantil, esta conversación exhibe también uno de los temas fundamentales de la novela: la injusticia como columna vertebral de la sociedad en la que vive el coronel. Esto se ve justamente en el incumplimiento del trato por parte del gobierno: a pesar de los “auxilios de viaje e indemnizaciones a doscientos oficiales de la revolución” (p. 40), el coronel sigue sin su pensión. Cuando el abogado dice que hace quince años el reconocimiento de las tareas era más fácil porque existía la «asociación municipal de veteranos», el coronel argumenta: “Todos mis compañeros se murieron esperando el correo” (p. 40). Esta respuesta exhibe una doble descarga de realidad cruda: por un lado, el coronel se da cuenta por primera vez de su soledad, ya que descubre que ni siquiera pertenece a la asociación que nuclea a los veteranos de guerra. Por otra parte, su respuesta instala en la narración el dato atroz de que llega antes la muerte que la merecida pensión. En este sentido, la actitud del coronel es de una rebeldía a prueba de balas, que no se resigna a morir sin su reconocimiento.

Es necesario subrayar que el coronel va a ver a su abogado justamente para cambiar de profesional, ya que no ve ningún tipo de avance en quince años. Así, le reclama los documentos de su expediente pero el abogado dice que será imposible recuperarlos porque llevan años rodando por oficinas administrativas, y que, ade­más, si se retiran ahora tendrían que someterse a un nuevo turno para el escalafón. El coronel responde: “No importa. El que espera lo mucho espera lo poco” (p. 44). Con esta respuesta, el protagonista suaviza el exceso que significa la perspectiva siniestra y desesperanzadora de iniciar un nuevo trámite cuando el actual lleva ya quince años y aún no ha concluido. Además, muestra que estos años de espera condujeron al coronel al borde de la locura, ya que parece estar dispuesto a esperar para llegar al mismo punto muerto en que se halla ahora.

Un elemento fundamental que preocupa al coronel es que su expediente cuenta con un recibo escrito de puño y letra de Aureliano Buendía, el líder de las fuerzas revolucionarias. Este personaje es el protagonista de la novela más famosa de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Esta mención permite pensar que estas novelas del autor comparten un mundo en común, en el que cada texto ofrece una perspectiva diferente sobre personajes y hechos narrados.