Divina Comedia: Infierno

Divina Comedia: Infierno Resumen y Análisis Cantos 31-34

Resumen

Canto XXXI

Dante, reconfortado por las palabras de su guía, avanza junto a él, silenciosamente, hacia el noveno círculo del Infierno. Allí se escucha, penetrante, el sonido de un cuerno, y Dante cree distinguir, a lo lejos y entre la niebla, unas torres muy altas. Sin embargo, Virgilio aclara que se trata de gigantes.

Al acercarse, Dante observa con temor a los gigantes que circundan el último recinto del Infierno. Uno de ellos, llamado Nembrot, pronuncia palabras en un lenguaje desconocido, y Virgilio le advierte a su discípulo que es en vano intentar hablarle, puesto que no entiende ningún idioma, y nadie entiende el idioma de él. Este es su castigo por intentar construir la Torre de Babel, aquella por la cual “solo un lenguaje no existe en el mundo” (v. 78).

Más adelante en el camino, los poetas encuentran a otro gigante, aún más grande y más feroz que Nembrot, Efialte, quien está encadenado. Dante manifiesta su deseo de ver a Briareo, pero Virgilio le dice que verá a Anteo, quien los colocará en el fondo del Infierno.

Finalmente, Virgilio se dirige a Anteo, para pedirle que los deposite más abajo. Este así lo hace, inclinándose, y luego, vuelve a alzarse hasta su posición vertical.

Canto XXXII

Al llegar al sitio más profundo del Infierno, Dante invoca a las musas para que lo ayuden a dar forma a los versos con los que va a describirlo. En este círculo, los condenados están sumergidos hasta la cabeza (“hasta el sitio en que aparece la vergüenza”, vv. 34-35), en el Cocito, donde rechinan sus dientes a causa del frío. Allí, Dante observa a dos condenados, unidos de tal manera que sus cabellos se mezclan entre sí, y les pregunta sus nombres. Ellos levantan sus rostros, y sus lágrimas corren hasta sus bocas y, al congelarse, se les cierran. Entonces, otro condenado interviene, y le informa al poeta que ellos son hijos de Alberto, y que a ellos perteneció el valle de Bisenzo.

Dante observa muchos rostros amoratados por el frío, y continúa avanzando hacia el centro del lago. Así, llega a un sitio llamado Antenora, donde golpea con su pie el rostro de un condenado. Dante le pregunta a este por su identidad, pero el pecador se niega a responder, pese a la insistencia, la amenaza y la violencia del poeta. Luego, Dante satisface su curiosidad cuando otro condenado se dirige al primero llamándolo Bocca.

A continuación, Bocca le revela, a su vez, a Dante la identidad de otros pecadores. El poeta continúa su camino, hasta que observa dos cabezas superpuestas, una de las cuales muerde la nuca de la otra. Entonces, Dante le pregunta al agresor por la razón que motiva su acto tan brutal, asegurándole que puede vengarlo en el mundo de los vivos, si sus motivos son convincentes.

Canto XXXIII

El condenado a quien se dirigió Dante le cuenta su propia historia. Revela que él es el conde Ugolino, y el cráneo que muerde es el del arzobispo Ruggieri, por cuya traición cayó preso. Como reconoce el acento florentino de Dante, supone que la historia de esta traición es conocida para él, pero desea contarle las crueles circunstancias de su muerte.

Encerrado en una torre llamada “la Muda” junto a sus hijos, una noche, el conde tiene un sueño premonitorio sobre su destino funesto. Al día siguiente, sus hijos le piden comida, y el conde escucha que alguien bloquea la entrada de la torre. Con el paso de los días, el conde presencia, dolorosamente, la muerte de sus hijos, y aunque él es el que más resiste, al cabo de un tiempo, también muere de hambre. Cuando finaliza su relato, Ugolino vuelve a morder furiosamente la cabeza de Ruggieri.

Entonces, Dante pronuncia una invectiva contra Pisa, por la injusta muerte que padecieron los hijos inocentes de Ugolino. Luego, los poetas continúan su camino y llegan hasta un sitio llamado Tolomea, en el que los condenados no pueden llorar, porque el frío congela sus ojos si lo hacen. Allí, Dante le promete a un pecador ayudarlo a retirar un velo de su rostro producido por el frío, a cambio de conocer su identidad. Inmediatamente, el condenado se presenta como fray Alberigo, y el poeta se sorprende, dado que creía que él aún estaba vivo.

A continuación, Alberigo explica que las almas que traicionan van al infierno después de cometer la traición, mientras que el cuerpo del traidor, regido por un demonio, permanece en el mundo hasta el fin de sus días. Luego, el condenado revela la identidad de Branca Doria, un alma que se encuentra cerca suyo, y le pide a Dante que cumpla su promesa. El poeta desconfía de él y se niega a hacerlo. Finalmente, Dante lanza una invectiva contra los genoveses, deseando que sean desterrados del mundo.

Canto XXXIV

Al ingresar en el último recinto del Infierno, Judea, Virgilio anuncia: “Vexilla regis prodeunt inferni” (v. 1, “Avanzan las banderas del rey del Infierno”). Allí las almas, dispuestas en diferentes posiciones, permanecen cubiertas de hielo, y Dante se paraliza a causa del miedo al ver al demonio Dite (o Lucifer). Este es de dimensiones gigantescas, tiene tres caras y enormes alas, similares a las de un murciélago, con las cuales produce el viento que congela al Cocito. Además, tiene seis ojos, a través de los cuales llora, y tres bocas, con cada una de las cuales hiere a un pecador. El que más sufre de estos tres es Judas Iscariote, y los restantes son Bruto y Casio.

Virgilio señala que está anocheciendo y que es hora de partir. Entonces, Dante se aferra al cuello de su guía, tal como este le indica, y él, en el momento en que Lucifer abre sus alas, se sujeta a uno de los costados peludos del cuerpo del demonio y desciende hasta su cadera. Allí, fatigado, el guía da media vuelta y comienza a escalar en sentido opuesto, en dirección a los pies de Lucifer (“hacia los zancajos” v. 79). Luego, sale por el hueco en un risco, y deja sentado a Dante junto al mismo.

Allí, Dante observa, con asombro, que Lucifer está dispuesto con las piernas hacia arriba, y Virgilio lo insta a seguir avanzando, diciendo que ya son, aproximadamente, las siete y media de la mañana (“el sol ya cae al medio de la tercia”, v. 96). Antes de continuar, Dante pide explicaciones sobre la ausencia de hielo, la razón por la que Lucifer se encuentra, ahora, boca abajo, y la velocidad con que de la noche se hizo de día.

Virgilio explica que se encuentran en el punto en el que convergen los dos hemisferios, en el centro del mundo, y acaban de pasar de un hemisferio al otro. También señala que cuando en el primero es de noche, en el segundo es de día, y, finalmente, que Lucifer (“aquél, que fue escalera con su pelo”, v. 119) no cambió de posición, sino que de esa manera se encuentra desde que fue arrojado desde el Cielo.

A continuación, los poetas avanzan por un sendero en el hueco del risco para regresar al mundo. Ven el cielo a través de una abertura, y, finalmente, salen a contemplar las estrellas.

Análisis

En estos últimos cuatro cantos, Dante describe su recorrido a través del último círculo infernal, llamado también Cocito, y la salida del Infierno. En el comienzo del Canto XXXI, Dante divisa a los gigantes, que separan el Malasbolsas (o el octavo círculo) del último círculo del Infierno. Estos cumplen la función de guardianes del noveno círculo, que es un pozo, y están situados alrededor del borde del mismo. Como ya habíamos señalado, en este círculo se encuentran condenados los traidores. También en este caso, como en los dos círculos precedentes, se establece una división entre los distintos tipos de pecadores. En las dos primeras zonas, Caína y Antenora (Canto XXXII y la primera parte del XXXIII), se encuentran confinados los traidores de los familiares y los traidores políticos, respectivamente; en Tolomea (segunda parte del XXXIII), se encuentran los traidores de los huéspedes; y en Judea (Canto XXXIV), los que traicionaron a sus benefactores.

El primero de los gigantes que divisa Dante es Nembrot, quien está condenado a usar una lengua incomprensible, al mismo tiempo que es incapaz de entender cualquier otra lengua. A él se le atribuye la construcción de la Torre de Babel, o al menos su idea, a causa de la cual, según el relato bíblico, se hablan en el mundo diferentes lenguas. Por eso Virgilio dice a propósito de este personaje: “por cuya mala idea / sólo un lenguaje no existe en el mundo” (vv. 77-78). Las palabras que pronuncia este gigante han dado lugar a diversas interpretaciones, pero ninguna de ellas es concluyente.

El siguiente gigante, Efialte, en la Gigantomaquia, es uno de los adversarios de los dioses y, según la mitología, murió a manos de Apolo y Heracles, quienes dispararon flechas en sus ojos. Anteo, el último de los gigantes que aparece en este canto, y el que accede a ayudar a los poetas a descender a las profundidades del noveno círculo, según la mitología griega, obligaba a todos los viajeros a luchar contra él. Era in­vulnerable mientras tocaba a su madre, Gea, o sea, la Tierra, y por eso Heracles lo mató sujetándolo en el aire. En este canto, el gigante conduce a los viajantes en su mano, y los deposita en el último círculo, donde se castiga a los traidores: “Mas levemente al fondo que se traga / a Lucifer con Judas, nos condujo” (vv. 142-143) (Lucifer, el ángel caído, es el traidor Dios, y Judas es el traidor de Cristo).

En el Canto XXXII, Dante explica que sus rimas no son lo suficientemente ásperas para describir el último círculo del Infierno: “Si rimas broncas y ásperas tuviese, como merecería el agujero / sobre el que apoyan las restantes rocas / exprimiría el jugo de mi tema / más plenamente; mas como no tengo, / no sin miedo a contarlo me dispongo” (vv. 1-6). Acá es interesante señalar que, en el original, estos dos tercetos transmiten en sí mismos una idea de aspereza, por la rima de los versos terminados en las palabras: “chiocce”, “buco”, “rocce”, “suco”, “abbo”, “conduco”.

A continuación, Dante invoca a las musas para que lo ayuden en su tarea: “Mas a mi verso ayuden las mujeres / que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron” (vv. 10-11). Según la mitología, las musas inspiraron a Anfión, quien con su lira atrajo las piedras con las que levantó, junto a su hermano, la muralla de Tebas. A propósito de esto, cabe señalar también la analogía entre las piedras que las musas ayudaron a atraer a Anfión, y las rimas ásperas con las que el poeta desearía dar forma a los versos que describen el fondo del Infierno, “el agujero / sobre el que apoyan las restantes rocas” (vv. 2-3).

Las dos primeras almas que encuentra Dante allí son las de los hijos de Alberto. Estos personajes remiten a Napoleone y Alessandro, hijos de Alberto de Mangona, quienes se habrían matado entre sí en luchas para adueñarse de fortalezas en el valle de Bisenzio. En este canto, se dice de ellos: “De igual cuerpo salieron; y en Caína / podrás buscar, y no encontrarás sombra / más digna de estar puesta en este hielo” (vv. 58-60), de donde podemos ver que el primer recinto del noveno círculo se llama Caína. Por otra parte, esta zona toma su nombre de Caín, quien, según el relato bíblico, cometió un fratricidio (Gen., 4, 8).

Más tarde, Dante avanza hacia otro recinto, Antenora, en donde se castiga a los traidores de la patria. Allí el poeta encuentra a un condenado que se niega a revelar su identidad. Los pecadores del noveno círculo, a diferencia de los anteriores, no parecen desear fama en el mundo de los vivos, más bien, desean lo contrario (es decir, ser olvidados), como afirma el pecador: “(…) Lo contrario desearía; / márchate ya de aquí y no me molestes, / que halagar sabes mal en esta gruta.” (vv. 94-96). Como sabremos más adelante, este condenado es Bocca, quien está inspirado en el personaje histórico Bocca degli Abati, a quien se le atribuye haber traicionado a los güelfos de Florencia en la batalla de Montaperti, cortándole la mano de quien llevaba su estandarte, y propiciando así la derrota de su bando.

Al final de este canto, se presenta al condenado que ocupará el lugar central en el canto siguiente (XXXIII). Dante ya no le promete fama a cambio de que le revele su identidad, sino venganza en el mundo de los vivos, si su historia lo justifica. En el pasaje de un canto a otro, observamos una estrategia narrativa que incrementa la tensión del relato: este se suspende luego de que se presenta al lector la expectativa que de narre su historia el condenado que ferozmente muerde la nuca de su víctima.

Ugolino es uno de los personajes más célebres del Infierno, y es el último de los condenados que narra su historia. Este personaje está basado en una figura histórica, Ugolino della Gherardesca, un noble de familia gibelina que ocupó importantes cargos políticos en Pisa. El arzobispo Ruggieri degli Ubaldini encabezó a los gibelinos que tomaron su lugar, luego de su derrota en la guerra contra Génova. Ugolino intentó recuperar su poder traicionando a Ruggieri, pero luego fue capturado y encerrado en una torre junto con dos hijos y dos nietos. Ellos pasaron nueve meses allí, hasta que murieron de inanición. La condición de traidor de la patria de este personaje (establecida por el lugar que ocupa en el Infierno) queda solapada por la crónica de la cruel muerte de sus hijos, narrada con una gran eficacia emocional. Además, en el episodio se destaca el contraste entre el odio y la ferocidad con los que Ugolino ataca la cabeza de su víctima (Ruggieri), y el amor paternal y el dolor que manifiesta en su relato.

En el mismo canto, Dante llega a un nuevo recinto dentro del noveno círculo infernal, Tolomea, donde se condena a quienes traicionaron a sus huéspedes. Allí, el peregrino encuentra a fray Alberigo, un personaje basado en Alberigo de los Manfredi, quien traicionó a dos parientes que invitó a comer: en el momento de traer la fruta a la mesa, los hizo asesinar. Él señala que allí también se encuentra condenado Branca Doria, otro personaje histórico, quien asesinó a su suegro Miguel Zanque. La condición de estos condenados resulta insólita, puesto que, según informa Alberigo, sus cuerpos, gobernados por demonios, aún habitan el mundo de los vivos, aunque sus almas descendieron al Infierno justo después de cometer la traición. Así lo podemos ver, puesto que este personaje señala, a propósito de Braca Doria: “aún no había caído Miguel Zanque, (es decir, su víctima) / cuando éste le dejó al diablo un sitio en su cuerpo (…)” (vv. 144-146). Por otro lado, podemos imaginar el asombro de los lectores contemporáneos a Dante, al leer este pasaje, puesto que Branca Doria aún estaba vivo en el momento en que salió a luz el primer cántico de la Comedia, el Infierno.

Finalmente, en el último canto del Infierno (XXXIV), el peregrino Dante accede al cuarto recinto del noveno círculo infernal, llamado Judea, donde se encuentran los mayores pecadores, quienes traicionaron a sus benefactores. El encuentro con Lucifer, en el sitio más profundo del Infierno, es el punto culminante de todo el recorrido trazado en este cántico y, al mismo tiempo, da lugar al inicio del camino hacia los reinos de salvación que tendrán lugar en los próximos cánticos, Purgatorio y Paraíso.

Lucifer, confinado e inmovilizado en el centro del lago helado, y en el centro de la Tierra, se caracteriza principalmente por su impotencia, opuesta a la omnipotencia de Dios. Los condenados a los que tortura con sus tres bocas son Judas Iscariote, quien traicionó a Cristo, y Bruto y Casio, quienes traicionaron a Julio César. Aquí encontramos una alusión a los supremos poderes, el espiritual y el temporal: la Iglesia y el Imperio, las instituciones en las que Dante confía la misión de salvación y felicidad para la humanidad.

En la segunda parte de este canto, Virgilio explica que la caída de Lucifer provocó la apertura del abismo infernal, y él se encuentra, desde entonces, confinado en el fondo del mismo, que es el centro de la Tierra. En el descenso y, luego, ascenso por el cuerpo de Lucifer, los viajeros pasan de un hemisferio a otro (desembocan en el Hemisferio Sur), lo que significa también el paso de la noche al día: “Aquí es mañana, cuando allí es de noche” (v.118).

Por otro lado, es significativo que la salida de Dante del Infierno coincida con el amanecer del domingo de Pascua, día en que el cristianismo celebra la resurrección de Cristo. Este día representa una promesa de salvación, que coincide con el momento en que Dante deja atrás el pecado y el mal (el Infierno). Finalmente, la palabra con la que termina este cántico, “estrellas”, es la misma con la que concluyen todos los cánticos de la Comedia.