Divina Comedia: Infierno

Divina Comedia: Infierno Resumen y Análisis Cantos 18-23

Resumen

Canto XVIII

Dante explica la organización del octavo círculo del Infierno, lugar en el que se halla junto a su guía. Este círculo, denominado Malasbolsas, se divide en diez bolsas o valles circulares, los cuales están unidos por escollos, a la manera de puentes.

En la primera bolsa, los condenados caminan mientras son azotados por demonios. Allí, Dante reconoce a un boloñés, Venedico Caccianemico, quien indujo a su hermana a unirse con un marqués en beneficio propio. También en este valle los viajantes reconocen a Jason, quién conquistó a Isifile en la isla de Lemnos y, luego de su embarazo, la abandonó. Enseguida, Virgilio explica que en este sitio se castiga a quienes engañan a los demás mediante la seducción.

En la siguiente bolsa, donde los condenados están sumergidos en estiércol, Dante reconoce al luqués Alesio Interminei, quien se encuentra allí por ser un gran adulador. En ese mismo sitio se encuentra Thais, una prostituta que adulaba a su amante.

Canto XIX

En el tercer valle del octavo círculo del Infierno se ubican los simoniacos, es decir, aquellos que compraron o vendieron beneficios eclesiásticos u otros bienes sagrados. En este valle, los condenados están enterrados en hoyos, cabeza abajo, con sus piernas sobresaliendo de la superficie, hasta los muslos. Estas almas sufren a causa del fuego que calienta sus extremidades descubiertas.

Dante y Virgilio se acercan a un condenado que parece sufrir más que el resto. Se trata de un Papa condenado allí por simonía, quien explica que debajo de él se encuentran otros que lo precedieron, condenados por la misma falta. El Sumo Pontífice confunde a Dante con el Papa Bonifacio, quien, según él, sufrirá la misma condena, y predice que más tarde, otro Papa, “aún más manchado” (v. 82), ocupará su mismo sitio en el hoyo en donde ahora se encuentra, y los cubrirá a ambos.

Dante, indignado, pronuncia una invectiva contra el condenado y contra los demás Papas simoniacos. Afirma que considera justa la pena que padece el primero, y que la avaricia de los Papas “daña al mundo” (v. 104). El poeta también lamenta la donación de Constantino del poder temporal al Papa Silvestre, de la que nació, según él, la corrupción de la Iglesia.

Dante nota que Virgilio aprueba sus palabras y, luego, su guía lo conduce al próximo valle, alzándolo en sus brazos.

Canto XX

En el cuarto valle del octavo círculo infernal, los condenados avanzan en procesión, llorando en silencio, y con sus cabezas y cuellos girados hacia atrás, de modo que deben caminar retrocediendo. Dante, al observar el castigo, también llora, apenado. Virgilio desaprueba esta actitud y le dice que no debe apiadarse de los pecadores que aquí se encuentran, ya que nadie es más criminal que quien “al designio divino se adelanta” (v. 30).

Luego, Virgilio le señala a Dante a algunos condenados: Anfiareo, Tiresias, Aronte, y Manto. Esta última, después de recorrer el mundo durante mucho tiempo, se asentó en el lugar de donde proviene Virgilio. Él explica que Manto fue la primera en vivir en aquellas tierras, por lo que, tras su muerte, el lugar se llamó Mantua.

Dante le pregunta a Virgilio si algún otro de los condenados que allí se encuentran es digno de mención, y su guía señala a Euripilo, Miguel Escoto, Guido Bonatti, Asdente y a algunas magas y hechiceras. Finalmente, la visión de la luna apremia a Virgilio, quien incita a Dante a seguir avanzando.

Canto XXI

En el fondo del quinto valle del octavo círculo, los condenados sufren inmersos en una espesa resina, que permanece en constante ebullición. Dante observa el lugar, ensimismado, hasta que Virgilio llama su atención. Tras ellos, se acerca corriendo un diablo negro, que trae a un pecador sobre su hombro y lo arroja al fondo del valle. Allí, varios demonios lo pinchan con sus garfios, obligándolo a que se mantenga bajo la resina.

Luego, Virgilio le pide a Dante que se esconda tras una roca, mientras él avanza hacia el sexto valle. Allí, unos demonios con tridentes se acercan a él, amenazantes. Antes de ser atacado, Virgilio se dirige a uno de ellos, Malacola, explicándole que se encuentra allí porque es el deseo divino que le muestre el Infierno a otra persona. Una vez que Malacola deja caer el tridente y les ordena a los otros demonios que no lo toquen, Virgilio le indica a Dante que se acerque sin temor.

A continuación, Malacola les explica a los viajantes que deben seguir otra ruta, debido a que parte del camino al sexto valle está destruido, pues se hundió hace mil doscientos sesenta y seis años. Malacola envía a otros demonios para que acompañen a Dante y a Virgilio. El primero se siente atemorizado por las escoltas, pero Virgilio lo consuela, y ambos continúan avanzando.

Canto XXII

En el camino, aún en el quinto valle, y junto a los diez demonios que los acompañan, llamados Malasgarras, Dante observa que los condenados asoman su cuerpo a la superficie de la espesa resina, y luego vuelven a hundirse inmediatamente en aquel hervor, cuando los demonios se acercan. Aun así, los demonios consiguen atrapar a uno de ellos, antes de que logre sumergirse. Se trata, según este le cuenta a Virgilio, de un hombre nacido en el reino de Navarra, condenado allí por ser baratero. Él señala que a su lado, en el fondo del valle, se encuentra el fraile Gomita de Gallura y el maese Miguel Zanque de Logodoro, otros barateros sardos.

Los demonios se disponen a herir con sus garfios al navarro, cuando este les propone que se queden quietos para que él llame a otros siete condenados. Uno de los demonios confía en su palabra y, así, el condenado logra escapar. Dos demonios comienzan a luchar entre sí, a causa del engaño, y caen a la resina hirviente. Entonces, otros demonios acuden en su ayuda y, en el enredo, Dante y Virgilio logran escapar de su compañía.

Canto XXIII

Dante y Virgilio avanzan hacia el sexto valle, temerosos de que los demonios los persigan. Mientras conversan sobre esto, los observan acercarse con las alas extendidas. Virgilio protege a Dante, y acurrucándolo contra su pecho, lo traslada al siguiente valle, donde los demonios no pueden ingresar, puesto que tienen su dominio en la quinta fosa y no pueden salir de allí.

En este valle los condenados marchan a paso lento, poseen capas con capucha, muy pesadas, que por fuera son de oro y, por dentro, de plomo. Uno de ellos, al reconocer el acento toscano de Dante, le pide que se detenga, y luego el poeta observa que se acercan dos condenados. Ellos son Catalano y Loderingo, quienes, en vida, fueron frailes boloñeses, y se encuentran confinados allí por haber sido hipócritas.

Mientras Dante permanece junto a los frailes, observa en el suelo a un hombre crucificado con tres palos. Según palabras de Catalano, se trata del hombre que les dijo a los fariseos que era justo “ajusticiar a un hombre por el pueblo” (v. 117). Su castigo es permanecer allí crucificado, desnudo, mientras el resto de los condenados pasan caminando encima de él.

Finalmente, cuando los viajantes deciden continuar su camino, Virgilio se entera de que fueron engañados por Malacola, quien les había asegurado que allí encontrarían una senda. El fraile Catalano les explica que deben avanzar trepando por unas ruinas y comenta que uno de los vicios del diablo es ser mentiroso y embustero. Virgilio se marcha, entonces, colmado de ira, y Dante camina tras sus pasos.

Análisis

A partir del canto XVIII se relata el viaje de Dante y Virgilio por el octavo círculo del Infierno (el anteúltimo), también llamado Malasbolsas (“Malebolge” en el original). Es el más extenso y está dividido, a su vez, en diez bolsas o valles, unidos entre sí por escollos a manera de puentes. En ellos están confinados los fraudulentos (aquellos que, en general, cometieron distintos tipos de engaño). Sin embargo, los fraudulentos que engañaron a quienes tenían confianza en ellos (y, por lo tanto, traidores), se encuentran confinados en un círculo más bajo, el noveno.

En los diez valles en los que se divide el octavo círculo, se distinguen a los condenados según las formas en que defraudaron al prójimo: en orden de aparición, se encuentran, en cada una de las bolsas, los rufianes y seductores, los aduladores, los simoniacos, los adivinos, los barateros, los hipócritas, los ladrones, los consejeros fraudulentos, los que provocaron discordia o cismas y los falsificadores.

En el Canto XVIII, Dante recorre los dos primeros valles, el de los rufianes y seductores, y el de los aduladores. En el primero, el protagonista encuentra a Venedico Caccianemico. Este personaje está inspirado en un noble boloñés, Venedico Caccianemico dell' Orso, contemporáneo a Dante, a quien se le atribuye haber favorecido los amores de su hermana Ghisolabella con el marqués de Este, para ganar su amistad.

Luego, entre los seductores, Virgilio señala a Jasón. Este es un héroe de la mitología griega. Según el mito, viajó en su nave Argo acompañado por un grupo de griegos, llamados Argonautas. En la isla de Lemnos, Jasón sedujo a la reina Hipsípila (o Isifile), y luego la abandonó. Más tarde, hizo lo mismo con Medea, hija del rey de la Cólquide.

A continuación, entre los aduladores, Dante reconoce a un noble luqués, Alesio Interminei, de quien los comentaristas desconocen casi toda información, excepto que fue contemporáneo a Dante. Las penas a las que son sometidos estos condenados, azotados por demonios los primeros, y sumergidos en estiércol los segundos, proporcionan una imagen degradante y vergonzante de ellos. Por eso, vemos que Venedico Caccianemico intenta escapar de la mirada de Dante: “Y el condenado creía ocultarse / bajando el rostro; mas sirvió de poco / pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas (…)» ” (vv. 46-47). De manera similar, Alesio Interminelli, enfadado, le reprocha a Dante: “(…) «¿Por qué te satisface / mirarme más a mí que a otros tan sucios?»” (vv. 118-119).

En el siguiente canto, el protagonista accede al tercer valle, el de los simoniacos (aquellos que comerciaron con bienes espirituales o religiosos). Allí, Dante realiza nuevamente una crítica a la institución eclesiástica. Entre los condenados, el peregrino encuentra a Nicolás III Orsini (personaje inspirado en quien fue Papa desde 1277 hasta 1280): “sabe que fui investido del gran manto, / y en verdad fui retoño de la Osa, / y tan ansioso de engordar oseznos, / que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado” (vv. 69-72). Con la expresión “retoño de la Osa” el peregrino alude al apellido Orsini (“orsino” en italiano significa “propio y característico del oso”), y al oso que poseía el escudo de armas de la familia Orsini. Por otro lado, el oso, según los bestiarios medievales, puede ser interpretado como un símbolo de la codicia. En estos versos se alude también al nepotismo del que se acusa al personaje, cuando él mismo señala que vivió “tan ansioso de engordar oseznos”, es decir, de favorecer a sus familiares.

También en este canto se acusa al Papa Bonifacio VIII de la misma falta que a Nicolás III, pues el condenado está convencido de que este Papa ocupará su mismo sitio en el Infierno. Por eso confunde la llegada de Dante con la de aquel. Bonifacio VIII (Papa entre 1294 hasta 1303) aún no había muerto en el momento en que se sitúa temporalmente la Comedia (1300). En este canto, la polémica contra la institución eclesiástica se concentra en la corrupción de los pontífices, acusados de ser los principales responsables de la degradación moral de la sociedad. Así lo vemos cuando el protagonista señala: “vuestra avaricia daña al mundo, / hundiendo al bueno y ensalzando al malo” (vv. 104-105).

En el Canto XX, Dante y Virgilio recorren el cuarto valle del octavo círculo infernal. Allí se encuentran los adivinos, astrólogos y magos. Las actividades de todos ellos, puesto que son castigados en el octavo círculo, son todas clasificadas como fraude. Su castigo corporal es un ejemplo del contrapasso, que caracteriza a todas las condenas del infierno (las penas corresponden a los pecados por los cuales las personas fueron condenadas). En este caso, los condenados marchan con la cabezada rotada hacia atrás, como pena por haber pretendido ver el futuro: “Mira cómo hizo pecho de su espalda: pues mucho quiso ver hacia adelante, mira hacia atrás y marcha reculando” (vv. 37-39). Virgilio indica, entre esas almas, a personajes de la antigüedad clásica: Anfiareo, Tiresias, Aronte, Manto, Euripilo y, finalmente, alude a las brujas, muy perseguidas en la Edad Media: “Y a las tristes que el huso abandonaron, / las agujas y ruecas, por ser magas / y hechiceras con hierbas y figuras” (vv. 121-123).

A continuación, en el Canto XXI, encontramos indicaciones precisas que permiten situar temporalmente la Comedia. Cuando el demonio Malacola asegura que el paso que unía el quinto valle con el siguiente se encuentra derruido, afirma: “Ayer, cinco horas más que en esta hora, / mil y doscientos y sesenta y seis / años hizo, que aquí se hundió el camino. (vv. 112-114). En este pasaje se alude nuevamente al temblor que se produjo después de la muerte de Cristo (ver Canto XII). Según se lee en el Convivio (IV, 23, 10), Dante pensaba que Cristo había muerto a los treinta y cuatro años, por lo que, si sumamos estos años a los que menciona Malacola (1266), obtenemos el año del viaje del protagonista: 1300.

Por otro lado, “ayer” remite al día en que tuvo lugar dicha muerte, esto es, un día viernes (el Viernes Santo el cristianismo rememora la muerte de Cristo), por lo que el día en que Dante está atravesando el octavo círculo es el sábado. Finalmente, también se señala que aquella muerte sucedió cinco horas más tarde respecto de la hora actual (de la enunciación). Dante, en el Convivio (IV, 23, 11) señala que, según en el Evangelio de Lucas, “era casi la hora sexta cuando murió” (p. 257), esto es, alrededor del mediodía, de manera que podemos situar el paso de Dante por este círculo aproximadamente a las siete de la mañana del Sábado Santo de 1300.

Por otra parte, Malacola le indica al protagonista un pasaje alternativo por donde afirma que podrán avanzar hacia el sexto valle, pero esta información es falsa, puesto que, como se verá en el Canto XXIII, no hay otros pasajes y, por eso, los peregrinos deberán trepar unas ruinas.

En este canto, los condenados ocupan un lugar secundario, mientras que se destacan los diablos. Dante y Virgilio se enfrentan a ellos, como en el Canto IX, pero en esta ocasión, la escena adquiere un carácter cómico. Además, el miedo de Dante resulta casi ridículo frente a la vulgaridad de estos demonios. En efecto, en el Canto XXII, veremos acentuado el carácter vulgar de los mismos, ya que son engañados absurdamente por un condenado, y dos de ellos pelean entre sí y caen torpemente sobre la resina hirviente.

A propósito del condenado que toma protagonismo en el Canto XXII, los comentaristas antiguos lo han identificado con un hombre llamado Ciampolo. Sin embargo, no se tiene más información sobre él que la que proporciona este canto. Por otra parte, el astuto desafío que el personaje les propone a los demonios lo convierte a él en una figura representativa de toda su “categoría": los barateros (tramposos o engañadores), poseedores de una inteligencia degradada en astucia y una inmoralidad mediocre, al servicio de intereses particulares.

Por otro lado, estos últimos dos cantos, junto con los primeros 57 versos del canto siguiente, constituyen una secuencia narrativa que se conoce como la “comedia de los diablos”. Dante y Virgilio abandonan finalmente a este grupo de diablos cuando alcanzan el sexto valle (cuya descripción comienza en el verso 58 del Canto XXIII).

A partir de entonces, Dante y Virgilio recorren el valle donde se condena a los hipócritas. Estos poseen capas con capucha muy pesadas, de plomo por dentro y recubiertas de oro. La condena es evidentemente consecuente con la falta que cometieron en vida quienes escondieron el mal bajo un disfraz de belleza y virtud. Además, la hipocresía de estos condenados se manifiesta en su forma de hablar: su lenguaje es indirecto y utilizan perífrasis. Por ejemplo, el fraile Catalano, un fraile boloñés, en lugar de decir que él y su compañero fueron hipócritas, señala: “llamados, y elegidos en tu tierra, como suele nombrarse a un imparcial / por conservar la paz; y fuimos tales / que en torno del Gardingo aún puede verse” (vv. 105-108). Es decir, fueron convocados para garantizar la paz y, en cambio, llevaron la guerra a Florencia (en la zona del Gardingo, en la época del poema, aún podían verse casas destruidas).

También Catalano sostiene, a propósito de un condenado que yace en el suelo, y de manera indirecta: “(...) El condenado que tú miras, / dijo a los fariseos que era justo / ajusticiar a un hombre por el pueblo” (vv. 115-117). En este caso, se trata del Sumo Sacerdote que aconsejó la crucifixión de Cristo, Caifás. Sus palabras se basan en el Evangelio según San Juan: “Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada. ¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?»” (Jn, 11, 49-50). De manera que a este condenado se le atribuye hipocresía por haber disfrazado la muerte de Cristo de necesidad para el bien público.

Al final del Canto XXIII, los peregrinos se enteran del engaño urdido por Malacola. Este diablo es fraudulento como los mismos condenados de octavo círculo, y el fraile Catalano advierte que es un vicio del diablo ser mentiroso y embustero: “(…) Ya en Bolonia oí contar / muchos vicios del diablo, y entre otros / que es mentiroso y padre del embuste” (vv. 142-144).