Divina Comedia: Infierno

Divina Comedia: Infierno Resumen y Análisis Cantos 24-30

Resumen

Canto XXIV

Dante y Virgilio ascienden a través de las empinadas ruinas hacia el siguiente valle del octavo círculo infernal. Virgilio nota que Dante se siente fatigado y lo anima a continuar diciéndole que quien es derrotado por la pereza no deja recuerdo en el mundo.

Cuando los viajantes se acercan al fondo del séptimo valle, Dante observa a los condenados correr desnudos y atemorizados, rodeados de serpientes de distintas especies, que envuelven y atacan sus cuerpos. Uno de ellos, después de ser mordido por una serpiente en el cuello, se convierte inmediatamente en polvo, pero luego resurge de sus cenizas, tomando la misma apariencia que tenía previamente.

Entonces, Virgilio le pregunta quién es, y este, aún perturbado, responde que su nombre es Vanni Fucci, y que es toscano. Dante le pide a Virgilio que indague sobre la razón de su condena, y Vanni Fucci, que oye la petición, explica que se encuentra allí por robar ornamentos en la sacristía de la catedral de Pistoya, y cuenta que acusaron falsamente a otro hombre por este robo. A continuación, el condenado, con intención de lastimar Dante, le vaticina que “los blancos” serán expulsados de la ciudad de Florencia.

Canto XXV

Dante observa cómo dos serpientes atacan a Vanni Fucci luego de que este blasfema contra Dios. Enseguida se acerca Caco, un centauro furioso, en busca de un hombre toscano, a quien se refiere como “el soberbio” (v. 18). Luego, Virgilio le explica a Dante que aquel centauro había robado el rebaño de su vecino, Hércules, y este, a causa del robo, lo asesinó.

Caco se retira y, a continuación, tres espíritus se presentan y les preguntan a los viajantes, gritando, por su identidad. Inmediatamente después, uno de ellos pregunta: “Cianfa, ¿dónde te has metido?” (v. 43), y luego una serpiente de seis pies ataca a uno de ellos y se fusiona con su cuerpo, dando lugar a una monstruosa metamorfosis. Los otros dos condenados exclaman anonadados: “¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!” (v. 68), y la criatura híbrida se marcha a paso lento. Enseguida, otra serpiente golpea a uno de los dos condenados restantes y, tras el ataque, el animal y el herido invierten sus identidades. El que se convierte en humano exclama luego: “Quiero que ande Buso / como hice yo, reptando, su camino” (vv. 140-141). Finalmente, la nueva serpiente se marcha ante la vista del único que no sufre transformaciones, Puccio Sciancato.

Canto XXVI

Dante lanza una invectiva contra Florencia, lamentando la cantidad de sus habitantes que se encuentran en el Infierno, entre ellos, cinco nobles que fueron ladrones. A continuación, sube por peldaños rocosos junto a su guía y observa que la octava bolsa resplandece en llamas. Dentro de ella, no puede distinguir más que fuego.

Entonces, el peregrino observa una llama que tiene dos puntas, que se acerca desde el fondo del valle, y Virgilio explica que en aquel sitio permanecen confinados Ulises y Diomedes, condenados juntos, por las tretas fraudulentas que pergeñaron en vida. El guía, por deseo de Dante, les pide a los condenados que alguno de ellos le cuente cómo murió. Entonces, Ulises explica que nada lo detuvo en su afán de conocer el mundo y a los hombres. Por este anhelo, recorrió los mares, traspasando el límite marcado por Hércules. Luego de cinco ciclos lunares a bordo de su nave, él, junto al resto de la tripulación, divisaron una montaña enorme y, poco después, un maremoto causó el hundimiento de la embarcación.

Canto XXVII

Cuando Ulises y Diomedes se retiran, se acerca a los poetas otra llama. El condenado les pide a Dante y a Virgilio que se detengan un momento, y les pregunta por la situación de Romaña, su tierra natal. Entonces, Dante afirma que, aunque actualmente no está en guerra, continúa habitada por tiranos.

A continuación, el peregrino le pide al condenado que le revele su identidad, para llevar su fama al mundo de los vivos, y este afirma que le hablará sin temor, puesto que nadie ha regresado del Infierno. Luego, él explica que fue soldado y, más tarde, se hizo franciscano (“cordelero”, v. 67) para intentar enmendar las malas acciones que había cometido. Hacia el final de su vida, un Papa, a quien llama “el príncipe de nuevos fariseos” (v. 85), le pidió consejos para salir vencedor en la guerra que llevaba a cabo, a cambio de su absolución. Él accedió y, en el momento de su muerte, un demonio lo condujo al Infierno por haber sido un consejero fraudulento. El condenado explica, además, que la promesa del Papa quedó sin validez, porque es imposible recibir la absolución por una falta que aún no se ha cometido.

Luego de concluir su relato, la llama se retira, y los viajantes avanzan hacia el siguiente valle, donde se condena a quienes suscitaron discordia.

Canto XXVIII

El escenario que se presenta ante los ojos de Dante en el noveno valle del octavo círculo infernal es de tal magnitud que su descripción supone un desafío para el poeta, quien compara a los condenados que allí se encuentran con víctimas de guerras que tuvieron lugar en el sur de Italia.

En aquel sitio, Dante observa a Mahoma, que exhibe su cuerpo desgarrado desde la barbilla hasta el bajo vientre, y a Alí, un discípulo de este, cuyo rostro está partido desde el cuello hasta la parte superior de la cabeza. Todos los condenados que se hallan en este valle son castigados por haber sembrado discordia o por haber provocado cismas.

A continuación, Virgilio le informa a Mahoma que Dante se encuentra aún con vida, y este envía, a través del florentino, un mensaje a Fray Dolcín, aconsejándole que se abastezca, a fin de no sucumbir frente al ejército del obispo de Novara. Mahoma se retira inmediatamente después y, luego, se presenta otro condenado, Pier de Medicina, que tiene el rostro perforado. Este le pide a Dante que le advierta a maese Guido y a maese Angiolello que serán traicionados.

Más tarde, a pedido de Dante, Pier de Medicina revela la identidad de Curión, quien tiene la lengua cortada, y otro condenado, que no posee manos, se presenta diciendo que es Mosca, y que “fue mala simiente a los toscanos” (v. 108).

Finalmente, el poeta observa a un hombre decapitado que avanza llevando su cabeza en la mano. Este se presenta como Bertrand de Born, mal consejero de un joven rey, que suscitó la discordia entre él y su padre, y que, por tal motivo, está condenado a llevar su cabeza separada de su cuerpo.

Canto XXIX

Mientras caminan por el noveno valle, Dante se detiene un momento y le cuenta a Virgilio que creyó ver un familiar suyo, Geri del Bello, condenado allí. Después de que su guía lo confirma, Dante explica que su pariente tuvo una muerte violenta y que la misma aún no fue vengada.

Los poetas continúan su camino e ingresan al último valle de Malasbolsas, donde se condena a los falsificadores. Aquí, los condenados se desplazan apoyando los pies y las manos en el suelo, o permanecen sentados, y padecen enfermedades que les provocan picazón, por lo que se arrancan la piel con las uñas.

Dante se dirige a dos latinos que se encuentran confinados allí, y les pide que le narren su historia. Uno de ellos, un aretino a quien Albero de Siena hizo que lo condenaran en la hoguera, le explica que fue castigado en el último valle del Malasbolsas por ser alquimista.

Dante bromea sobre la vanidad de los sieneses, y el otro latino, el alquimista Capoccio, que escucha sus palabras, menciona sarcásticamente a varios sieneses famosos, a quienes les atribuye esta característica.

Canto XXX

En el último valle del octavo círculo del Infierno, Dante observa a dos condenados que corren desnudos, a los que compara con el rey Atamante y con la reina Hécuba, para dar cuenta de la ira que poseen. Uno de ellos, Gianni Schichi, quien, en vida, había tomado el lugar de Buoso Donati para recibir una herencia, ataca a Capoccio y lo arroja contra el suelo. La segunda de las almas condenadas es Mirra, quien había tomado la forma de otra mujer para convertirse en la amante de su padre.

Cuando se retiran las dos almas, Dante observa a un condenado que padece hidropesía. Este se presenta como maese Adamo, y confiesa haber sido castigado por falsificar florines florentinos (“hice falsa la aleación sigilada del Bautista”, vv. 73-74). También explica que Guido, Alejandro y su hermano fueron quienes lo indujeron a cometer el delito, y que uno de ellos ya ha muerto. Finalmente, se lamenta de que, a causa de su inmovilidad, no puede buscar a este último entre las almas infames.

A continuación, Dante indaga a maese Adamo acerca de dos almas que humean, y este indica que se trata de “la falsa que acusó a José” (v. 97) y del falso Sinón. Este último escucha que maese Adamo habla de él con palabras despreciativas, y ambos discuten con sarcasmo acusándose mutuamente de las faltas que cometieron en vida.

En este momento, Virgilio, viendo que Dante está absorto escuchando la discusión, le reprocha su conducta y lo insta a seguir el camino. Dante se avergüenza y desea disculparse, e inmediatamente su guía lo consuela. Finalmente, Virgilio le advierte que detenerse a escuchar los pleitos ajenos es un deseo vil.

Análisis

En el Canto XXIV, los peregrinos acceden al séptimo valle de los diez en que se divide el octavo círculo del Infierno (o Malasbolsas). Aquí se encuentran condenados los ladrones, rodeados de serpientes, y sufriendo metamorfosis que los privan de su identidad. Dante dialoga con uno de ellos, quien renace después de haber sido transformado en cenizas, como la mitológica ave Fénix. El condenado es Vanni Fucci, un personaje inspirado en un hombre contemporáneo a Dante, perteneciente al bando de los güelfos negros, a quien se le atribuye un robo sacrílego en la sacristía de la catedral de Pistoya.

Este personaje también realiza una profecía sobre el futuro de Dante y de su ciudad, que se suma a otras que vimos anteriormente: las de Ciacco (Canto VI), Farinata (Canto X) y Brunetto Latini (Canto XV). En esta ocasión, Vanni Fucci pronostica la futura derrota de los güelfos blancos en Florencia. Sin embargo, a diferencia de las anteriores, esta profecía está teñida por una intención abiertamente dañina, tal como afirma el personaje: “¡Esto te digo para hacerte daño!” (v. 151).

En el siguiente canto, Dante y Virgilio continúan en el séptimo valle, y observan allí horribles metamorfosis que sufren las almas de los condenados. La pena que sufren los ladrones también es consecuente con la falta que cometieron en vida: por haber privado a otras personas de sus bienes, se ven, en el Infierno, permanentemente privados de su identidad. Además, las descripción de las continuas metamorfosis subraya la bestialidad de sus conductas.

Caco, el centauro que se presenta en este canto, es una figura mitológica. Virgilio dice: “No va con sus hermanos por la senda” (v. 28) porque el resto de los centauros se encuentran, como vimos, en el séptimo círculo, allí donde se condena a los violentos (ver Canto XII). En cambio, Caco se encuentra confinado en el octavo círculo del Infierno, junto a los ladrones del séptimo valle, por haberle robado el rebaño a Hércules (“su vecino” v. 30).

Además, aquí se presentan también otros condenados, todos ellos florentinos: Cianfa, a quien los antiguos comentaristas identificaron con un miembro de la familia Donati; Agnel, identificado con Agnolo Brunelleschi; Buso, posiblemente Buoso de la familia Donati o Abati; y Puccio Sciancato, de la familia Galig. Al condenado que siendo serpiente se transformó en humano, los comentaristas lo identificaron con Francesco dei Cavalcanti, quien fue asesinado por los habitantes de Gaville en venganza por sus crímenes. A esto aludiría el verso final del canto: “era el otro a quien tú, Gaville, lloras” (v. 151).

A propósito de dichos condenados, en el comienzo del siguiente canto (el XXVI), Dante exclama irónicamente: “¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande, / que por mar y por tierra bate alas, / y en el infierno se expande tu nombre! / Cinco nobles hallé entre los ladrones / de tus vecinos (…)” (vv. 1-5). Mediante esta invectiva contra Florencia, Dante pone en evidencia la profunda corrupción que aqueja a su ciudad y pronostica un futuro lamentable: “conocerás, de aquí a no mucho tiempo, / lo que Prato, no ya otras, te aborrece” (vv. 8-9). Prato, junto a otras pequeñas ciudades, era una ciudad enemiga de Florencia.

En el octavo valle del Malasbolsas, donde se condena a los consejeros fraudulentos, los peregrinos encuentran a Ulises, el héroe homérico, protagonista de la Odisea. El rey de Ítaca, después de la guerra de Troya, deambuló durante muchos años lejos de su tierra natal, soportando padecimientos que superó con astucia. En la Odisea, el héroe finalmente regresa a su hogar y se reencuentra con sus familiares. La versión del último viaje de Ulises que encontramos en este canto es una invención de Dante. Aquí, el héroe, por su curiosidad insaciable, sucumbe luego de traspasar el límite de los mares navegables, y de divisar la montaña del Purgatorio: “cuando vimos una montaña, oscura / por la distancia, y pareció tan alta / cual nunca hubiera visto monte alguno” (vv. 133-135).

Más tarde, en el mismo valle, y completando la secuencia narrativa dedicada a los consejeros fraudulentos, Dante y Virgilio encuentran a un condenado identificado con el conde Guido de Montefeltro, un político y militar gibelino proveniente de la Emilia Romaña, que murió en 1298 y a quien se le atribuía un gran astucia. Por esta característica, el personaje afirma: “fueron mis obras / no leoninas sino de vulpeja” (vv. 74-75). Es decir, sus acciones no fueron de valor (de león), sino de astucia (de vulpeja o zorra). Hacia el final de su vida, Guido de Montefeltro se hizo monje franciscano, tal como señala el personaje de este canto (“fui cordelero”, v. 67), aludiendo a la cuerda que llevan los franciscanos ceñida a la cintura.

En este canto, como en el anterior, se trata el tema de la inteligencia y la astucia humanas, usadas sin el sustento en la virtud religiosa y, por lo tanto, propensas a conducir al pecado. Además, en esta ocasión, como en otras anteriores, Dante le pide al condenado que le revele su identidad, a cambio de llevar su fama al mundo, pero, en este caso, el condenado revela su infamia precisamente por desconfiar de que Dante pueda regresar allí.

Por otra parte, el Papa a quien se refiere este personaje es Bonifacio VIII, llamado “El príncipe de nuevos fariseos” (v. 85). Mediante este epíteto, se le atribuye al Papa las características que se le adjudicaban a los antiguos fariseos en el Evangelio: hipocresía y codicia. La historia que narra el condenado, quien ha caído al Infierno por ser víctima del engaño de este Papa (puesto que le promete la absolución por un pecado que aún no ha cometido), vuelve a poner el foco en el tema de la corrupción de este Sumo Pontífice (ver Canto XIX).

En el Canto XXVIII, Dante y Virgilio transitan el noveno valle del octavo círculo del Infierno, allí donde se condena a quienes provocaron cismas o sembraron discordia. En la introducción del canto, Dante hace explícita la imposibilidad con la que se enfrenta al intentar describir el horror de la escena que capta: “Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría / de tanta sangre y plagas como vi / hablar, aunque contase mochas veces? / En verdad toda lengua fuera escasa / porque nuestro lenguaje y nuestra mente / no tienen juicio para abarcar tanto” (vv. 1-6). Este horror es inefable porque no hay palabras para expresarlo y porque es imposible comprenderlo. Para realizar la tarea, Dante compara el espectáculo de los cuerpos mutilados con las víctimas de guerras que tuvieron lugar en Italia.

El contrapasso se hace evidente en este valle: quienes están condenados por causar división (cismas o discordias), exhiben su cuerpo dividido (mutilado o partido). El canto se cierra haciendo explícita esta lógica, que caracteriza a todos los castigos del Infierno, cuando Bertrand de Born explica: “(…) Y como gente unida así he partido, / partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!, / de su principio que está en este tronco. / Y en mí se cumple la contrapartida»” (vv. 139-142). Además, en la versión original, en el último verso se nombra por única vez en el poema el término “contrapasso”: “Così s’osserva in me lo contrapasso” (v. 142).

En este valle, Dante encuentra a Mahoma, personaje inspirado en el fundador del islam (Dante considera a esta religión un cisma dentro del cristianismo, y no una nueva religión); a Alí, quien se identifica con el discípulo de Mahoma que fundó una nueva corriente dentro del islamismo; a Pier de Medicina, quien, según los comentaristas antiguos, se identifica con un instigador de discordias políticas de la Emilia Romaña; Curión, inspirado en el tribuno romano que habría aconsejado a Julio César atravesar el Rubicón, dando lugar así a la guerra civil contra Pompeyo; y finalmente, a Bertrand de Born, personaje basado en el trovador provenzal del mismo nombre, quien sembró la discordia entre Enrique II de Inglaterra y su hijo (“el joven rey” v. 135).

Finalmente, en los Cantos XXIX y XXX, los poetas recorren el último valle del Malasbolsas, destinado a los falsificadores. En el primero de estos cantos, Dante encuentra a dos alquimistas (presumiblemente, se trata de quienes, en realidad, fueron falsificadores de metales o falsos alquimistas). Los comentadores antiguos identificaron al primero de ellos con Grifolino de Arezzo, un alquimista famoso a quien Albero de Siena hizo que lo condenaran a la hoguera por herejía. El segundo de estos personajes, quien se presenta como Capoccio, se inspira en un conocido de Dante Alighieri, famoso por sus prácticas alquímicas, tanto como por su habilidad de imitar a las personas. De ahí la afirmación del personaje: “que por naturaleza fui una mona” (v. 139).

En el Canto XXX, con final del recorrido por el décimo valle del Malasbolsas, se completa también el trayecto por el octavo círculo infernal. Aquí Dante encuentran otros falsificadores, que comparten el valle con los alquimistas del canto anterior: Gianni Schichi dei Cavalcanti, un personaje histórico que se hizo pasar por su tío, Buoso Donati, para cambiar su testamento a su favor; Mirra, un personaje que procede de la mitología griega, cuyo castigo se debe a que cambió su identidad para engañar a su padre y tener relaciones sexuales con él; maese Adamo, identificado con Adam de Anglia, quien trabajó en el castillo de Romana en el Casentino al servicio de los condes Guido y Alejandro Aghinolfo, para quienes falsificó florines (a esta moneda se refiere el condenado con la expresión “aleación sigilada del Bautista”, puesto que poseía sellada la imagen del Bautista, el patrón de la ciudad); la mujer de Putifar (“la falsa que acusó a José” v. 97), de quien se dice, en el relato bíblico, que acusó falsamente a José de haber pretendido acostarse con ella (Gén., 39, 1-20); y, finalmente, Sinón, el “griego de Troya” (v. 98), un personaje de la mitología griega que, fingiéndose perseguido por sus compañeros, dejó que lo capturaran los troyanos, para convencerlos luego de aceptar el caballo de madera.

La disputa entre los dos condenados, Adamo y Sinón, al final del canto, se nutre de los modelos de la comedia antigua. El diálogo efectivo, animado, y de estilo bajo que se produce entre ellos conduce al lector, de la misma forma que al personaje Dante, a entretenerse y dejarse llevar por el ritmo rápido del espectáculo inconducente. Virgilio, como maestro y guía, reprende a Dante por quedarse absorto en el espectáculo miserable, pero, inmediatamente, ante la vergüenza de su discípulo, lo consuela con palabras de amor y comprensión, y le dice que su enseñanza lo acompañará si se encuentra en circunstancias semejantes: “Y piensa que estaré siempre a tu lado, / si es que otra vez te lleva la fortuna / donde haya gente en pleitos semejantes: / pues el querer oír eso es vil deseo” (vv. 145-148).