Decamerón

Decamerón Resumen y Análisis Proemio; Primera Jornada, Introducción

Resumen

Proemio

El Decamerón comienza con un comentario de su autor sobre el sentimiento de compasión por los afligidos, entre los cuales se halló en el pasado, cuando sufría mal de amores. Cuenta que su amor era elevado y noble, pero su ardor le causaba más dolor que el necesario. Fue entonces que encontró alivio en las consideraciones y las palabras gratas de sus amistades. Ahora que ese amor ferviente ha pasado, dejando solo un recuerdo agradable, el autor no olvida el bien que le hicieron aquellos que se compadecieron de su aflicción, y que por eso se ha propuesto consolar a quienes se encuentren igual de necesitados.

El autor considera que son las “bellas señoras” (p.106), más que los hombres, las que tienen mayor necesidad de recibir el don de la compasión, porque son las que más sufren amores ocultos y los mandatos de sus familiares, que las obligan a pasar la mayor parte del tiempo encerradas. Esto no ocurre con los hombres, que, si padecen alguna tristeza, pueden distraerse practicando alguna actividad fuera de sus casas. Es para estas mujeres que aman para las que pretende narrar cien cuentos, contados durante diez días por un “honesto grupo de siete señoras y tres jóvenes” (p.108) en la época de la última peste, cuentos que darán deleite, así como consejo sobre lo que hay que rehuir y lo que hay que seguir.

Primera Jornada, Introducción

El autor advierte a las lectoras que dará descripción de la “pestífera mortandad pasada” (p.111), asegurando que después de este comienzo horrible vendrá la dulzura y el placer que prometió. En el año 1348 llegó a Florencia la peste negra desde Oriente y empezó a manifestarse pronto, primero en forma de bultos que nacían de las ingles, axilas y otras partes del cuerpo; después como manchas negras o lívidas, síntomas de una muerte segura. Las personas enfermas contagiaban a las sanas por contacto directo, a través de prendas infectadas o por medio de un animal. Por eso, las personas sanas evitaban a las enfermas de diferentes maneras, unos recluyéndose y llevando una vida austera, otros una vida de exceso, y algunos acudían a una vía intermedia, en la que disfrutaban sin excederse y llevando consigo flores y hierbas aromáticas para contrarrestar el hedor de los cuerpos muertos, las enfermedades y las medicinas.

Como los ejecutores de las leyes también estaban muertos o enfermos, no había quien restringiese que cada uno hiciera lo que le diera la gana. Algunos abandonaban sus casas, su ciudad y hasta a sus parientes. Los criados aprovechaban para dar sus servicios a los enfermos por salarios elevados. Se daba entonces un hábito nunca visto: que mujeres podían tomar a hombres a su servicio y mostrarles alguna parte de su cuerpo que necesitaban revisar por la enfermedad. Esto hizo que los que quedaran vivos tomaran nuevas costumbres, menos honestas y contrarias a las que había antes en la ciudad. Las familias ya no lloraban por sus muertos, que a veces morían en soledad o eran llevados a la iglesia por sepultureros salidos de la gente baja, contratados para ello. Eran tantos los muertos que faltaban ataúdes y no se los honraba con ningún cirio o cortejo. Se cree que por la peste murieron más de cien mil personas.

En este estado estaba la ciudad cuando en la Iglesia de Santa María Novella se encontraron siete jóvenes señoras vestidas de luto, de entre 18 y 28 años de edad, unidas por amistad, por vecindad o parentesco. El autor oculta sus nombres verdaderos y las llama según la índole de cada una: Pampinea, Fiammetta, Filomena, Emilia, Lauretta, Neifile y Elissa. Las mujeres empiezan a charlar hasta que Pampinea, la mayor y más decidida del grupo, las interrumpe para convencerlas de retirarse al campo, para escapar de la cruel realidad de la peste y disfrutar la alegría y el placer sin traspasar el tope de la razón. Después de escuchar sus argumentos, Filomena, que es muy prudente, señala que las mujeres no saben organizarse bien entre ellas sin la colaboración de algún hombre. Elissa coincide con Filomena y se pregunta dónde podrán encontrar hombres de confianza en aquella ciudad, donde muchos han muerto o están esparcidos.

En eso entran en la Iglesia tres hombres jóvenes, a los que el autor llama Pánfilo, Filóstrato y Dioneo. Al llegar, ven entre el grupo de mujeres a sus amadas y parientes. Aunque Neifile, avergonzada por saberse querida por uno de ellos, teme que se las difame por acudir a su compañía, Filomena le asegura que, mientras vivan honestamente, Dios y la verdad las defenderán, a lo que todas están de acuerdo. Los tres jóvenes acceden con alegría y mandan a preparar todo lo necesario para su aislamiento. A la mañana siguiente salen para el campo con las criadas de las jóvenes (Misia, Licisca, Quimera, Lauretta y Stratilia) y los tres sirvientes de los jóvenes (Pármeno, Sirisco y Tíndaro).

Al llegar, Dioneo dice que ha dejado sus inquietudes en la ciudad y que está dispuesto a disfrutar, reír y cantar, y que espera que los demás hagan lo mismo. Pampinea también quiere huir de las tristezas y vivir con alegría, pero cree conveniente acordar que uno de ellos sea el líder que mantenga el orden del grupo, y propone que “a cada uno se le atribuya durante un día el peso y el honor” (p.133). Todos acuerdan con Pampinea y la eligen a ella para mandar en el primer día. Filomena le arma una corona de laurel para que se use como signo de señorío y autoridad. Ya coronada, Pampinea encarga diferentes tareas a cada sirviente y ordena que no traigan ninguna noticia de afuera que no sea agradable. Luego permite que los jóvenes salgan a pasear por el jardín, haciendo guirnaldas con hojas y cantando.

Más tarde, todos regresan a tener un espléndido banquete armado por los sirvientes, a lo que sigue un momento de música y, después, una siesta agradable. Luego se dirigen todos a una zona del jardín donde no da el sol y se sientan en círculo por orden de Pampinea, que sugiere dedicar estas horas de calor a contar cuentos. Todos alaban la propuesta, y entonces Pampinea decide que la primera jornada será de tema libre, y le pide a Pánfilo que sea el primero en narrar una historia.

Análisis

En el proemio al Decamerón, Boccaccio deja en claro la intención de su obra y construye a su principal receptor. El narrador, al que podemos identificar con la voz del autor, y que volverá a aparecer en otras partes del texto, interpela a sus lectores con una reflexión sobre la compasión que incluye una referencia personal, y que introduce por primera vez un tema recurrente de los relatos: el amor y el erotismo. Aquí, trata el amor como un sentimiento “elevadísimo y noble” que, en su juventud, sufrió personalmente, “por el excesivo fuego que el desordenado apetito concibió en [su] mente” (pp.105-106). El amor, en este caso, además de manifestarse con un ardor que puede provocar malestar, se relaciona con la nobleza de espíritu, un tipo de nobleza que no es de sangre, que puede adquirir la alta burguesía, y que traduce en términos más laicos las virtudes de la ética feudal.

Amar es entonces, para Boccaccio, un estado digno que vale la pena padecer, por muy doloroso que sea, y por eso su propósito es ofrecer consuelo a quienes más sufren de amor: las mujeres. Por lo tanto, su libro se presenta como “socorro y refugio de las que aman” (p.108), quienes se ven limitadas por las condiciones impuestas a su género a esconder sus sentimientos y a permanecer encerradas. Este es el público lector que construye el autor y que justifica su escritura, destinada a aminorar el mal de amores. El Decamerón, en este sentido, se presenta como una lectura de distracción o entretenimiento, pero no deja de lado el fin didáctico, porque también se ofrece como “útil consejo para poder distinguir lo que hay que rehuir y lo que igualmente hay que seguir” (p.108). Esto es importante, porque este fin didáctico justifica los relatos que podrían considerarse inmorales, a los que Boccaccio no considera modelos a seguir, sino ejemplos que enseñan por contraste.

En la introducción a la Primera Jornada, Boccaccio vuelve a interpelar a sus lectoras, ahora para advertirles que el “horrible comienzo” de la peste negra (p.111) es necesario para explicar el contexto que motiva la aparición de los relatos. Para la estructura del Decamerón, las circunstancias excepcionales de la peste no solo explican el estado de ánimo de los personajes que narran los cuentos, sino que también habilitan la inclusión de historias que contrastan ante la situación de enfermedad y muerte de Florencia por ser celebraciones de la vida, en la variedad de sus aspectos. En su descripción de la peste negra, Boccaccio acude a la tradición literaria y a la experiencia personal para darnos una imagen vívida de la epidemia, llena de detalles impactantes y escabrosos. Así describe la forma y el tamaño de las bubas y las manchas que manifiestan los síntomas de la enfermedad en el cuerpo humano, como el olor nauseabundo del aire, que “parecía impregnado y maloliente por el hedor de los cuerpos muertos y de las enfermedades y las medicinas” (p.116).

Pero lo que más impacta al autor es el modo en que esta enfermedad trastoca por completo la moral y las costumbres de los florentinos, que por miedo al contagio y a la muerte desprecian los lazos de amistad y de familia que aglutinan a la sociedad. La peste hace que rija el sálvese quien pueda, permitiendo el abandono de los enfermos, a los que se veía morir solos y sin el debido ritual fúnebre. El estado de crisis lleva también al desprecio de valores capitalistas como la propiedad privada, de las leyes de convivencia, y de la decencia y la honestidad que, para la mentalidad de la época, implicaba conservar una prudente distancia entre personas de distinto género. Esto desaparece, según el relato, cuando las mujeres permiten que los hombres vean sus cuerpos desnudos con el objetivo de hallar la manifestación corporal de algún síntoma de la peste.

Este es el contexto que conforma el relato-marco de los cuentos que van a contar los diez jóvenes que se encuentran un día de forma casual en la iglesia de Santa María Novella, y que deciden escaparse juntos de los males que azotan la ciudad y aislarse en un campo a disfrutar en compañía de los placeres de la vida. En el argumento que otorga a las otras jóvenes para convencerlas de alejarse de aquel ámbito de muerte y de disolución de las leyes, Pampinea hace su propia descripción de lo que está ocurriendo, que resuena sobre la que hizo el autor unas páginas atrás: dice que a donde quiera que vaya “[le] parece ver las sombras de los que han muerto” (p.126), y acusa de inmorales a los que no hacen “distinción alguna entre las cosas honestas y las que no son” y que “rompen las leyes de la obediencia, entregándose a los placeres carnales” (ibid.). De esta manera, la moral de este grupo de jóvenes se alinea con la del autor. En relación con esto, es importante que las mujeres y los hombres se conozcan entre sí, y que se preocupen por conservar su honestidad, tanto en la manera en que se entregarán al disfrute y en la que van a interactuar cuando estén aislados.

El tiempo que pasan alejados de la ciudad manifiesta una nueva comunicación humanística y una nueva práctica de ocio cultural sustentada por la indiferencia de los jóvenes frente a las circunstancias externas. Esto, sin embargo, no deviene en espacio para el galanteo cortés ni da lugar a la entrega de las pasiones juveniles. El relato-marco permanece estático en este plano: su función principal es contener los relatos enmarcados. Sin embargo, la composición interna del relato-marco es hacerle frente al caos de la peste como el fenómeno vital más terrible con la armoniosa personalidad humana, representada por los diez jóvenes narradores.

En contraste con el espacio de la ciudad, el lugar en el campo en el que se recluyen los diez jóvenes cumple con todas las características del locus amoenus (en latín: “lugar ameno”), topos literario que nombra la configuración de un espacio idílico y paradisíaco que invita al ocio y al disfrute. Se lo describe como un lugar apartado en la naturaleza, en el que se ubica una villa hermosa “con pequeños prados y con maravillosos jardines y con pozos de agua fresquísima y con bodegas de preciados vinos” (p.132). Allí, los diez jóvenes pasarán diez días paseando, descansando, cantando, riendo, comiendo y contando historias, pero lo harán siguiendo el mando de un rey o de una reina asignada por el día. Esto le da a la convivencia la implementación de ciertas reglas que regulan y ennoblecen el disfrute y que, en cierto modo, le devuelven a esta pequeña comunidad el orden que se perdió con la peste negra. También es importante la presencia de los diligentes sirvientes, sin los cuales el idilio estaría interrumpido por la falta de preparación y organización necesarias. Cabe destacar la consigna de dejar las preocupaciones “a la puerta de la ciudad” (p.132) que propone Dioneo, y que se refuerza por la orden de que los criados no traigan “ninguna noticia que no sea agradable” (p.134) del exterior. Todo esto establece las condiciones para el relato de cuentos, que se realizará en las horas de la tarde más calurosas, en un lugar sombreado y con brisa, donde los jóvenes se sientan formando un círculo que simboliza el criterio democrático y participativo con el que se alternarán las diferentes voces que narran las historias.