Yo el Supremo

Yo el Supremo Temas

El poder

En la medida en que Yo el Supremo es una novela de dictador, retrata la figura del dictador Francia y elabora una reflexión en torno al poder absoluto y autoritario que aquel impuso en Paraguay. La obra reconstruye el régimen totalitario de Gaspar Francia en la denominada Dictadura Perpetua. Este régimen se basaba en la idea, defendida ante todo por él mismo, de que constituía un poder absoluto y supremo; de ahí que se autoproclamara el Dictador Supremo.

La novela se inicia con un pasquín que amenaza el poder del Dictador, ya que parece ocultar una nueva conspiración de los enemigos del régimen. Ese peligro da lugar a que él le dicte a su secretario la circular perpetua, un documento dirigido a sus funcionarios con el fin de recordarles el rol fundamental que tuvo en el proceso independentista de Paraguay y, en suma, de argumentar por qué su posición a cargo de la nación es tan importante. Como gran parte de la novela está narrada en primera persona, el relato de ese poder es en gran medida subjetivo y está filtrado por la mirada de El Supremo. En la circular y en su cuaderno privado, él se dedica a recordar todos los peligros que amenazaron y siguen amenazando a la nación. Estos peligros justifican la necesidad de concentrar el poder en una sola figura, la suya, afirmando que es el único capaz de conducir a la República hacia la independencia y la soberanía.

Por fuera de esa primera persona, el Compilador introduce otros documentos, testimonios y voces que muchas veces contradicen lo esgrimido por el Dictador y cuestionan su poder: exponen y critican su violencia, su autoritarismo, su personalismo y su hipocresía. Varias voces en la novela, como la del Compilador o la del perro Sultán, cuestionan la idea de un “Poder Absoluto” y buscan demostrarle al Dictador que ese poder flaquea y su régimen ha fracasado. Si bien El Supremo se aferra a al poder, aun después de muerto, finalmente termina aceptando la realidad y debe entregarse, entonces, a la muerte.

La independencia y la soberanía

La independencia y la soberanía del Paraguay son dos categorías constantemente enarboladas por el Dictador en la circular que prepara para sus funcionarios. En ella busca explicar la historia que vivió el país desde su pasado como colonia española hasta su sometimiento por parte de Buenos Aires, todo mientras se encontraba amenazado por Inglaterra y el Imperio brasilero. El Dictador hace un recorrido exhaustivo que va desde la dependencia colonial, pasando por distintas formas de opresión, hasta alcanzar la endeble independencia nacional que se vive durante su gobierno. A lo largo de ese recorrido se encarga de ligar directamente el proceso independentista a su propia figura; primero, como cónsul; luego, como miembro de la Junta gubernativa y, por último, como Dictador Perpetuo de la República.

Sin embargo, busca demostrar también que las expresiones de opresión y dominación no han cesado, aún están latentes, y eso queda demostrado en el pasquín que da inicio a la novela y que busca, presuntamente, debilitar su gobierno. Por eso, considera necesario reforzar su poder, haciendo un llamamiento a sus funcionarios y recordándoles que él es el motor fundamental del proceso de independencia y el único con el conocimiento suficiente para defender la autonomía y la soberanía económica, política y cultural. En la defensa de esos valores, el Dictador demuestra cuáles han sido sus aportes: la defensa de la libre navegación de los ríos y del libre comercio, la formación de un ejército nacional alineado con la revolución, la negativa a cerrar tratados políticos con potencias extranjeras con objetivos de dominación, y la defensa de la lengua nacional frente a las opresoras.

En la circular, el Dictador deja registrada la vehemencia con la que combatió a intrusos y exploradores extranjeros que llegaban a Paraguay con la intención de restablecer la dominación colonial o bien con el objetivo de anexar Paraguay a las Provincias del Río de la Plata y convertirla en dependencia de Buenos Aires. De este modo, El Supremo deja constatada su defensa de la independencia y la soberanía.

La escritura

La escritura es uno de los temas más recurrentes de la novela. Aparece tematizada especialmente en el cuaderno privado de El Supremo, pero también en sus diálogos con Patiño.

En principio, El Supremo elabora una crítica de la escritura, porque comprende que es usada por los escritores como un modo de inventar y de difamar. Esto es precisamente lo que sucede con el pasquín que abre la novela, texto que lleva a que el Dictador conciba a la escritura como un arma utilizada para debilitar y poner en crisis su poder.

Pero la escritura, paradójicamente, es también muy importante para El Supremo a lo largo de la novela. No solo a través de ella logra enarbolar una defensa de su régimen frente a los funcionarios (en la circular perpetua), sino que también escribe en su cuaderno privado, por necesidad y sin dirigirse a nadie en particular: “Yo hago y escribo lo que se me antoja y del modo que se me antoja, puesto que solo escribo para mí” (78). Esa escritura es para él una búsqueda y en ella intenta entender y recordar aquello que, cada vez más, se escapa de su dominio. Incluso, la escritura le abre un espacio donde volcar sus reflexiones maniáticas, así como las alucinaciones que se le presentan y lo confunden.

En la última sección, el perro Sultán lo critica por negar su muerte y entregarse, en cambio, a una escritura que es como una fosa. Así, este tópico se transforma al final de la novela en una forma de sepultura. Pero también adquiere, pronto, otra dimensión: en cuanto el Dictador sufra la apoplejía que le deja graves disfuncionalidades lingüísticas, su escritura se transformará en un laberinto, en un espacio donde dar rodeos incomprensibles y sin salida.

Al final, el Dictador reflexiona sobre la importancia que la escritura tuvo en su vida: si bien fue una fuente de peligro y contra la que quiso rebelarse, también fue algo que amó y que le sirvió en sus últimos momentos para aferrarse a la realidad, una vez que perdió la memoria y el entendimiento.

La muerte

A lo largo de la novela, la muerte es una presencia constante que acecha el Dictador, primero con cierta ambigüedad y luego con total seguridad. En un principio, el Dictador se retrata como aquejado por ciertos problemas de salud, consecuencia de un accidente que tuvo en la calle y lo dejó internado un mes en el hospital. En este punto, los lectores sabemos de su estado crítico a través de varios médicos que lo asisten y le aconsejan cuidarse. El punto más álgido de esta situación se da cuando el Dictador es visitado por el provisor, quien le sugiere ir preparando el sacramento previo a su muerte.

En todas estas oportunidades, el Dictador subestima la cercanía de la muerte y asegura estar recuperándose. Como si fuera poco, llega a sugerir que es inmortal y que su poder absoluto y supremo le permitirá incluso hacer frente a la muerte.

Lo cierto es que, paulatinamente, se nos ofrecen indicios de que la muerte está mucho más cerca de lo pensado. No solo las fechas arrojadas por Patiño son posteriores al fallecimiento del Dictador, sino que también varios personajes, incluso él mismo, comienzan a insinuar que ya ha perdido la vida. El que termina de zanjar esta cuestión es el jefe nivaklé al que consulta, quien le dice que la muerte de su alma es irreversible. Así, la novela culmina estando estrechamente ligada a la muerte: es, en suma, el relato de un difunto.

La lengua

La lengua aparece, en varios momentos de la novela, como un valor por defender. En la medida en que el Dictador se declara defensor acérrimo de la independencia y de la soberanía paraguayas, comprende que el cultivo de la lengua nacional opera también en función de aquella defensa. Por eso se encarga en numerosas ocasiones de oponer la lengua local, ya sea el guaraní o el español en su variedad paraguaya, a otras lenguas extranjeras, que son la lengua de los enemigos.

Tal es el caso, por ejemplo, de lo que hace con los ingleses Robertson. Durante una clase de inglés, el Dictador se ríe de Juan Parish Robertson y lo burla valiéndose del guaraní para ello. Obviamente, el inglés no comprende lo que escucha y es incapaz de responderle o defenderse. De esa manera, el Dictador usa la lengua local como un modo de combatir al inglés, lengua que simboliza la opresión y el imperialismo.

Algo similar sucede cuando el francés Grandsire va en rescate de Bonpland. Entonces, El Supremo le niega la posibilidad de un traductor y aduce que si el francés desconoce el español, él no se hará preocupará en hacerse entender. Otra vez, el Dictador democratiza las lenguas y pone la lengua de Paraguay a la misma altura que el francés, dando a entender que no hay lenguas dominadas ni lenguas dominantes: si el francés desconoce el español, los paraguayos también pueden hacer alarde de su desconocimiento del francés, sin ocuparse por trazar un puente lingüístico con ellos.

La memoria

La memoria es un tema de preocupación para El Supremo. Por un lado, porque la memoria es aquello que, con el correr del tiempo y aquejado por la apoplejía, irá perdiendo poco a poco. Con la pérdida de la memoria, el Dictador se ve en la necesidad de escribir, actividad con la que intenta reconstruir su pasado y su identidad.

Pero, además, la memoria es algo que el Dictador quiere evocar y construir en sus funcionarios. Es con este objetivo que le dicta a Patiño la circular perpetua, porque quiere que sus funcionarios recuerden la historia de Paraguay y, sobre todo, que reconozcan el rol fundamental que tuvo él en todo el proceso independentista y de adquisición y conservación de la soberanía nacional. Ese ejercicio de memoria que El Supremo propone se orienta hacia el fin de fortalecer su poder.

Cuando el Dictador teme que sus enemigos estén conspirando contra él, manda a interrogar a algunos presos, como a Molas y Peña, para averiguarlo. En ese momento, Patiño le dice que ellos no tienen manera de escribir un pasquín desde la celda, pero el Dictador asegura que tienen algo lo suficientemente peligroso como para difamarlo: la memoria. Por eso, su objetivo es construir memoria y convalidar con ella una versión particular de la historia.

El doble

El tema del doble es transversal a toda la novela. Cabe mencionar que este elemento no es específico de la obra, sino que constituye uno de los temas más recurrentes en la tradición de la literatura fantástica; tradición que, si bien no es predominante en esta novela de dictador, sí es posible rastrear su presencia en ella.

El Dictador alude en muchas oportunidades a su propia condición dual, que se manifiesta en la pervivencia de un “Yo” y un “Él”, y hace testigo al lector de las tensiones que se dan entre ambas dimensiones de su figura. Incluso su cuaderno privado presenta varias escenas en las que ese desdoblamiento abandona el plano discursivo y asume una dimensión material: escenas donde el Yo que escribe observa, desde la quietud, a ese Él que ingresa a la habitación, se pasea y hasta pide una limonada.

Si bien esa dualidad nunca se explica, podemos entrever que el Yo -presentado en primera persona- remite a la dimensión presente del Dictador, ese que ha perdido sus funciones lingüísticas y habla más allá de la muerte, sin conocer -o reconocer- su condición de muerto. Por su parte, el Él parece aludir a la imagen que el primero tiene de sí mismo: una versión del líder que aún está viva y conserva su poder, que es capaz de trascender y superar la muerte. En ese sentido, las dos caras de El Supremo parecen convivir, pero en temporalidades diferentes; de hecho, mientras que el Yo sí puede observar al Él, este último no parece registrarlo.

Más aún, cuando el Dictador habla de sus conspiradores se queja de que estos lo atacan como si él fuera una sola entidad, sin distinguir que es una dualidad entre la “Persona-corpórea” -aquella que envejece y puede morir- y la “Figura impersonal” -una emanación de la soberanía del pueblo, que es infinita-. Convencido de su poder absoluto, asegura que no puede ser reemplazado por nadie porque su dinastía comienza en “Yo-Él”. Con ese binomio, El Supremo parece dar cuenta de que su figura es una totalidad infinita, donde lo humano y perecedero del Yo, que habla desde la muerte, se complementa con aquello que representa el elemento inmortal del Él, ese poder absoluto inmune a las contingencias del tiempo.

En la última sección de la novela, el Dictador escribe que es un mestizo con un alma doble y distingue en sí mismo dos rostros: uno vivo y uno muerto. Enseguida, mientras el Yo se hace el muerto, observa al Él caminar por su recámara. Pronto, esa dualidad que percibe será confirmada por Sultán, su perro, quien explica que, aunque el Dictador esté empeñado en seguir escribiendo para prolongar su vida, en realidad, se encuentra muerto. Así, la dualidad constitutiva del Dictador parece aludir a esa identidad contradictoria que se extiende a lo largo de toda la novela: la convivencia entro el vivo y el muerto.