Yo el Supremo

Yo el Supremo Ironía

Inglaterra se autoproclama defensor de la soberanía de las naciones. Irónicamente, solo defiende a los países que se inclinan ante su dominio (Ironía situacional)

Cuando los bandoleros de Artigas asaltan el barco que lleva la mercadería y los armamentos paraguayos que se dirigen para Inglaterra, el Dictador le exige a Juan Parish que le pida a Inglaterra la devolución de esos bienes robados. Sin embargo, Juan Parish señala que Inglaterra defiende la soberanía de los pueblos y no se atreve a interceder a favor de Paraguay porque eso sería entrometerse en la autodeterminación de las naciones. En ese punto, el Dictador denuncia la hipocresía de Inglaterra y deja en evidencia la ironía de la situación. Es decir, que los ingleses digan defender a rajatabla la soberanía cuando se trata de Buenos Aires, su Protectorado, pero cuando se trata de defender la de un país libre como Paraguay, la desconozcan por completo: “¡Espléndido modo de proteger la libre determinación de los pueblos! Se los protege si son vasallos. Se los oprime y explota si son libres!” (418). En este punto, el Supremo entiende que la negativa de los ingleses a ayudarlos reside en la resistencia de Paraguay a plegarse y someterse a su poderío: irónicamente, dicen defender la soberanía de los países cuando solo defienden a los que se inclinan ante ellos.

El Dictador cree que que el pasquín ha sido escrito por sus conspiradores, pero olvida que fue él mismo quien lo redactó (Ironía situacional)

La novela inicia con la inquietud de El Supremo ante el pasquín que imita su voz y decreta que todos sus funcionarios deben ser ejecutados cuando él muera. El líder ve en ese documento, presuntamente apócrifo, un principio de conspiración en su contra y eso da lugar a todo lo que sigue: la circular a sus funcionarios, la escritura en la que se defiende y las fuentes del Compilador. Pronto el Dictador, que está enojado con los enemigos de la Patria, comienza a mostrarse a favor de la premisa que defiende aquel pasquín y a pensar que habría que acabar con los funcionarios y formar unos nuevos. Eso arroja una pista de lo que se confirmará luego: que el documento fue efectivamente redactado por él antes de morir. La confusión se explica por el hecho de que él sufre de una afasia y una falta de memoria que le impiden reconocer su propia letra en el pasquín y recordar sus intenciones. Así, resulta de gran ironía que el misterio que alertó al líder y desencadenó la novela termine encontrando su respuesta y resolución en su origen: la propia figura del Dictador.

Cuando los conspiradores intentan debilitar la imagen de El Supremo, lo único que consiguen es fortalecerla (Ironía situacional)

En la circular, El Supremo recuerda una irónica anécdota: en septiembre de 1811, los contrarrevolucionarios simulan una insurrección en un cuartel con el objetivo de sofocarla y quedar como unos héroes defensores de la Revolución. Pero él, adelantándose a la situación, interviene y desmantela la farsa. Tras ello, los españoles, asustados por esa supuesta insurrección, terminan enarbolándolo como su libertador. De esta manera, la parodia contrarrevolucionaria termina favoreciendo la causa de la Revolución, pues instala a El Supremo como un jefe capaz de mediar entre fuerzas en pugna y de encarrilar el buen funcionamiento de las instituciones paraguayas. Así, mientras los miembros de la Junta quedan expuestos, El Supremo termina siendo respetado por todos.

Muchos intentan hacer razonar y recapacitar a El Supremo. Irónicamente, el único que lo consigue es un perro (Ironía situacional)

El Supremo hace gala de su poder absoluto e indiscutible y está muy seguro de que su voz es la verdadera y la correcta. En ese sentido, no se deja convencer por otras opiniones y se encarga de sofocar aquellas que lo critican o contradicen.

Es por eso que resulta irónico que el único personaje de la novela capaz de romper esa resistencia sea un perro. En una alucinación, el Dictador imagina un diálogo con su mascota muerta, quien consigue hacerse oír e impone su voz sobre la suya. Sultán lo enfrenta, lo burla, enumera los errores cometidos durante su gestión e incluso le aporta un conocimiento que aquel no tiene: que ha sufrido una apoplejía, la pérdida del habla y de la memoria y, por ello, ni siquiera puede darse cuenta de su propia muerte.

De manera inesperada, el misterio que abre la novela en torno al autor del pasquín queda resuelto una vez que el perro echa luz sobre la condición del Dictador. Enterado de su enfermedad, nuestro protagonista logra entender que el pasquín es suyo aunque antes no haya sido capaz de comprenderlo ni recordarlo.