Yo el Supremo

Yo el Supremo Símbolos, Alegoría y Motivos

Acostarse sobre las leyes (Símbolo)

En la primera sección de la novela, el Dictador se va a dormir y le pide a Patiño que lo ayude a recostarse sobre algunos libros para sostener mejor su cuerpo dolorido. Los libros sobre los que se apoya son Las Siete Partidas, las Leyes de Indias y el Fuero Juzgo, los cuales representan las leyes españolas de Castilla.

El gesto de El Supremo es simbólico en dos sentidos: simboliza, en principio, que él descansa sobre la ley; es decir, que se apoya en la ley para gobernar. Pero también es un gesto irreverente, que simboliza su desprecio por las leyes españolas, las cuales representan la perspectiva colonialista que oprime a América. Es evidente que no es un homenaje a la ley de Castilla que El Supremo elija posar sus nalgas sobre ellas, sino más bien una forma de despreciarlas, de quitarles su valor político y cultural, y reducirlo a uno meramente utilitario. Este simbolismo anticipa la actitud defensiva del Dictador contra los enemigos extranjeros del Paraguay, que se pretende independiente y soberano; además del uso pragmático de las leyes que El Supremo hará durante su gobierno para lograr sus objetivos.

El meteoro (Símbolo)

El Dictador se vanagloria de haber encomendado a sus funcionarios una misión extravagante: capturar un aerolito caído del cielo en pleno Paraguay. La misión es caprichosa y arbitraria, cruel e insensible, en la medida en que involucra una logística muy compleja y tiene como consecuencia la muerte de muchos hombres que trabajan en ella.

Sin embargo, él llama a esta misión una epopeya y ofrece una explicación racional para ella: asegura que los aerolitos suelen considerarse símbolos de azar. Por lo tanto, la empresa de apropiárselo se convierte en un gesto igualmente simbólico: implica dominar el azar, someterlo. Más aún, en la medida controlar el azar es un signo de poder casi sobrenatural, la captura del meteorito se convierte en un símbolo del poder absoluto de El Supremo, alguien capaz de dominar y controlar lo fortuito. De este modo, el aerolito es acarreado hasta la casa de gobierno y parte de él sirve para forjar fusiles para el ejército paraguayo, que defenderá la soberanía de la República, mientras que la otra se instala en el despacho del Dictador, como trofeo y como símbolo, justamente, de la fuerza de su poder.

La flor petrificada (Símbolo)

Entre sus objetos personales y junto al cráneo, el Dictador guarda una flor petrificada a la que llama “flor-momia de amaranto” (249). En su soledad, la observa y reflexiona sobre la memoria, el tiempo y su capacidad de perdurar y trascender la muerte.

Por un lado, la flor es un motivo literario que alude a la belleza y a lo fugaz del tiempo y de la vida. Pero en este caso en particular, la flor petrificada simboliza la detención de ese fluir, la capacidad de frenar su descomposición y suspender su finitud. Es por eso que le sirve a El Supremo para evocar su propia infinitud, su capacidad de sobrevivir. Sin embargo, esa infinitud es artificial, falsa, del mismo modo que la inmortalidad del Dictador no es tal y pronto confirmará que ya está muerto.

La pólvora de Isasi (Símbolo)

Isasi traicionó al Dictador, su compadre, huyendo junto a su familia con una enorme suma de dinero que aquel le había confiado para la compra de armamentos y pólvora. El traidor nunca volvió y, tiempo después y a modo de burla, le envió una suma inservible de pólvora. Años más tarde, el Dictador imagina que lo quema en la hoguera usando la pólvora que él mismo le mandó luego de traicionarlo. Dice, entonces, El Supremo que esa pólvora es un símbolo de la felonía de Isasi. Pero además, el gesto del Dictador de utilizar la pólvora como combustible para castigarlo es también un acto simbólico: la pólvora, que representó la traición de Isasi, se convierte ahora en símbolo de su perdición, de la mala ocurrencia que tuvo al traicionarlo, garantizando así su propia muerte trágica.

La pérdida del habla (Símbolo)

A lo largo de su vida y su gestión en el gobierno del Paraguay, El Supremo presume de su poder absoluto y el valor ilimitado de su palabra. Con autoritarismo, se encarga de que su voz sea la que prevalezca, impidiendo la libertad de expresión, sofocando opiniones diferentes y desplegando la censura y la persecución. Además, ostenta una notable capacidad argumentativa y expresiva. Una capacidad para el discurso que enarbola cada vez que debe hacer frente a las amenazas que Paraguay recibe de potencias extranjeras y funcionarios aliados con intereses contrarios a los que -según él- son los de la Patria.

Sin embargo, hacia el final de su vida -y tal como le anticipa el perro Sultán-, el Dictador sufre una apoplejía que degrada sus funciones lingüísticas y cognitivas: pronto pierde la posibilidad de leer, de escribir, de recordar y de expresar aquello que piensa. Esta afasia que sufre, abandonándolo a la actividad automática de copiar en un cuaderno, pero sin comprender lo que escribe es un símbolo de su pérdida de poder. De este modo, una de sus armas más poderosas de persuasión y control, su voz unilateral e indiscutible, queda sofocada e impedida.