Yo el Supremo

Yo el Supremo Resumen y Análisis Primera parte (páginas 17-82)

Resumen

La novela se inicia con un pasquín que parodia los Decretos Supremos del Dictador: allí se remeda la voz del tirano para pedir que, cuando él muera, su cabeza sea cortada y exhibida en la Plaza de la República, y que todos sus soldados y servidores sean llevados a la horca. El Dictador conversa con su secretario, Patiño, y le pregunta dónde encontraron ese documento difamante. También le exige que encuentre a los culpables, a quienes trata de “gachupines” y “porteñistas”; manda a allanar la casa de los antipatriotas y los calabozos para encontrar allí a los conspiradores.

El Dictador sospecha especialmente de Mariano Antonio Mola y de Manuel Pedro de Peña. Por eso, para estudiar sus letras, le pide a Patiño que le lleve el expediente de Mola, donde hay cartas que aquel escribió y el discurso en el que lo apoyó para ser Dictador. También le pide los panfletos de Peña. Dice de ambos que son unas ratas que se creen los mentores de la Independencia y ahora, desde sus calabozos, se la pasan conspirando mediante panfletos y libelos contra él. Pero Patiño responde que eso es imposible, pues ambos se encuentran encerrados en total oscuridad hace años. No obstante, el Dictador le dice que con la memoria les basta para atacarlo; por eso desprecia a los hombres de memoria, pues la usan para hacer daño ajeno, no el bien. Categórico, El Supremo afirma que Mola y Peña, con sus quimeras, buscan perjudicar a Paraguay, mientras que él, en cambio, se encargó de salvar la Patria mandándolos a la cárcel.

Luego Patiño le lee al Dictador un oficio que llegó del comandante de Villa Franca, Antonio Escobar, con fecha 21 de octubre de 1840. En él se cuenta que, como le han notificado que el Dictador ha muerto, se organizó una gran ceremonia fúnebre en su honor y ahora se espera que se defina cuál será el Gobierno de facto. Sin embargo, han surgido rumores de que esa muerte es falsa y por eso Escobar escribe este oficio pidiendo confirmación. El Dictador le pide a Patiño que le escriba al comandante diciéndole que está vivo y que no hace falta nombrar a ningún otro gobernador.

Continúan luego hablando del pasquín anónimo y del peligro que representa que, luego de veinte años de paz pública y acatamiento absoluto al Señor Supremo, se planee una nueva conspiración. El Dictador le insiste a Patiño para que se esfuerce por pensar quién fue el autor, e incluso se pregunta si no habrán sido los curas o el provisor.

En seguida, irrumpe la voz del Compilador aclarando que lo que sigue es un fragmento del cuaderno privado del Dictador. Pero antes, una nota al pie del Compilador aclara que en los archivos consultados, entre los papeles y legajos del Dictador, se encontraron un centenar de libros de comercio y, entre ellos, un último que El Supremo usó hacia el final de su vida para plasmar ideas y reflexiones, casi maniáticas, sobre distintos asuntos. Aclara también el Compilador que el incendio que se originó en las habitaciones del Dictador unos días antes de su muerte destruyó muchos papeles, pero aún se conservan algunos. En el fragmento aquí citado, el Dictador habla de la dificultad de Patiño, su amanuense, para seguirle el ritmo del dictado; habla también de cómo él mismo está desdoblado: incluso cuando permanece en silencio, siempre está hablando a los demás, dándoles órdenes sobre cómo deben proceder.

A continuación, se retoma el diálogo entre El Supremo y Patiño. El segundo le cuenta dos sucesos mágicos. El primero, aquel que se da en el penal de Tevegó, donde los presos han desaparecido o parecen haberse convertido en piedra y ceniza. Un día Francisco Tikú Alarcón, un joven comisionado, decidió entrar a Tevegó para inspeccionar. Cuando volvió, tenía el aspecto de un viejo de ochenta años, demacrado. Aunque llamaron al general de los Orientales, Artigas, que sabe curar, este no pudo hacer nada y Alarcón falleció. El segundo suceso es que en los cerros de Yariguaá, en las excavaciones, los presos políticos encontraron una misteriosa piedra con inscripciones rupestres.

El Supremo descree de las supersticiones e interrumpe a Patiño para darle nuevas órdenes: le encarga que le envíen esa piedra, porque él es el único capaz de descifrar sus inscripciones, y le ordena que mande a desmantelar Tevegó. Asimismo, le insiste para que dedique todo su tiempo a estudiar todos los expedientes y documentos del Estado para descubrir en ellos al autor del pasquín anónimo. Para esa ardua tarea, promete asignarle una gran cantidad de funcionarios que se encerrarán con él a trabajar hasta dar con la letra. Patiño asegura que él es el más adecuado para esa tarea, mucho más que los antiguos secretarios del Dictador, entre los cuales destaca al inmediatamente anterior, Mateo Fleitas. A propósito de ello, Patiño cuenta una historia acerca del viejo Fleitas, quien ahora está retirado y padece algunos delirios.

Interrumpe entonces el Compilador, mediante una nota al pie que incluye datos históricos respecto de Mateo Fleitas. Allí desmiente las calumnias de Patiño, que lo pintan como un viejo maniático. También, el Compilador cuenta que hace años viajó con su magnetófono y su cámara de fotos al pueblo paraguayo de Ka’asapá -donde murió Fleitas-, y le sorprendió la solidaridad del pueblo y del alcalde, quien dijo haber aprendido de El Supremo a tratar bien al país.

Luego de la nota, continúa el diálogo entre el Dictador y Patiño: el primero le dicta al segundo una circular dirigida a sus funcionarios, con el fin de ponerlos al corriente sobre el pasquín anónimo y el peligro que corre la Patria ante estos ataques subversivos. En esa circular, el Dictador se propone hacer reflexionar a sus servidores acerca de la importancia de “la Causa” (53) paraguaya, reconociéndose a sí mismo como un saber supremo encargado de instruir a todos los hombres sobre cómo actuar.

Con la circular comienza una reconstrucción del pasado histórico de Paraguay: previo a la denominada “Dictadura Perpetua”, Paraguay estaba lleno de hombres intelectuales, pero ninguno trabajador; lo cual, según él, va en contra de la esencia paraguaya. Siendo aún una colonia, llegó a Asunción un funcionario de la corte, José de Antequera y Castro, que fue capaz de ver el sufrimiento paraguayo y quiso defender la soberanía del territorio. Al ver los estragos que la corrupción colonialista había impreso sobre el lugar, José de Antequera se sublevó y llamó al pueblo a levantarse contra los realistas-absolutistas. Agrega El Supremo que esa rebelión despertó blasfemias, difamaciones y pasquines similares a los que recibe hoy él mismo; e incluso menciona el libro del clérigo Pedro Lozano, la Historia de las Revoluciones del Paraguay, en el cual -según El Supremo- se deslizan muchas mentiras sobre Antequera. Finalmente, la rebelión de Antequera contra la Colonia fue sofocada por el gobernador de Buenos Aires, y Antequera fue fusilado.

Es por eso que, casi un siglo después, El Supremo se ha levantado nuevamente con el fin de contribuir a la independencia de Paraguay, que está en manos de criollos déspotas que se disfrazan de revolucionarios. Sin embargo, la oligarquía ve con pésimos ojos su intervención, justamente, porque lo que él ha venido a hacer -su causa- implica poner fin a la desigualdad social, acabar con la división entre amos y esclavos, y garantizar la igualdad y la libertad de las personas. Desde su llegada al poder en 1814, él se ha esforzado por redactar leyes iguales para pobres y ricos, para acabar con la dominación y explotación de los criollos sobre los pueblos indígenas, pero también se ha asegurado de contener a los indígenas de cometer los excesos que los blancos les enseñaron. El Supremo menciona las distintas críticas que se le suelen hacer, como sus gastos excesivos o sus políticas de terror y violencia, pero las matiza asegurando que todo lo que hace es en función de redimir al Paraguay.

El Dictador detiene el dictado, le ordena a su secretario que envíe esa circular, y luego le pide que lo acompañe a su habitación. Patiño lo ayuda a acostarse y, a modo de almohadones, le acomoda tres libros debajo de las nalgas: Las Siete Partidas, las Leyes de Indias y el Fuero Juzgo. Antes de dormirse, el Dictador observa otra vez el pasquín y nota que ese tipo de papel no se usa desde hace años, así que le encarga a Patiño que averigüe cómo entró ese papel al país y si fue La Andaluza la contrabandista, la que lo hizo entrar. Patiño le dice que La Andaluza no ha regresado a Paraguay desde la entrevista que El Supremo le concedió. Ante ello, el Dictador le dice que no mienta, pues él nunca recibió a la mujer, y le dice que se vaya.

El Compilador interviene otra vez, aclarando en un paréntesis que lo que sigue son fragmentos del cuaderno privado de El Supremo. Allí, el hombre reflexiona acerca de la necesidad que tiene de escribir, siendo el único modo de saber que aún existe. Escribe que Patiño es un idiota porque se ha confundido: él sí le concedió una audiencia a La Andaluza, pero no llegó a recibirla. La mujer, aparentemente, quería llevarle una propuesta para el contrabando de armas, pero él se negó, pues sospechó que se trataba de un complot. Además, admite que varias veces le compró a ella, no solo armas, sino también otros artículos, violando así el bloqueo del río.

De todas formas, agrega El Supremo que la fantasía de Patiño le viene bien para recrear su propia fantasía, y comienza entonces a escribir una escena sexual en la que él espía por una rendija a la Andaluza mientras ella se desnuda; la escena acaba con su perro, Sultán, abalanzándose libidinosamente sobre la mujer. Entonces, El Supremo aclara que no debe censurarse y que él escribe lo que se le antoja, ya que no lo hace para nadie sino para él. En ese punto, asegura que más tarde continuará esa “noveleta” (78), pero que lo cierto y real es que la Andaluza se marchó pronto del estudio, seguida por los ojos de su sirviente, el negro Pilar, quien también espiaba por una rendija. Sin embargo, al preguntarle si no vio a una mujer salir de su estudio, el negro Pilar le dice que no vio a nadie; tampoco lo hicieron sus centinelas, quienes vigilaron la puerta todo el rato que él estuvo en el estudio.

En el cuaderno también escribe que cada vez le cuesta más poner en palabras lo que piensa o lo que cree recordar; si lo consiguiera, estaría curado. Entonces se acuerda de que esa misma mañana mencionó a Patiño el libro del clérigo Lozano, libro que leyó en el Cuartel del Hospital durante su internación a raíz de la caída en un paseo. Eso le hace recordar lo que pasó en dicho paseo: él iba a caballo cuando se cruzó a un cura con unos monaguillos, portando viáticos para algún moribundo, y creyó ver en el rostro del cura a Pedro Lozano. Primero pensó que se trataba de un complot para matarlo, pero pronto recordó haber leído que Lozano había muerto hacía un siglo. Se largó entonces una tormenta y, para evitar que su caballo se desbocara, tiró muy fuerte de sus riendas, con lo cual el caballo terminó derribándolo. El Supremo cayó al barro, se quebró la columna y se golpeó fuerte la cabeza, razón suficiente -escribe- para dar lugar a este tipo de alucinaciones.

Análisis

Yo el Supremo reconstruye, combinando elementos históricos con otros ficcionales, la Dictadura Perpetua del dictador de Paraguay, José Gaspar Rodríguez de Francia (apodado “doctor Francia”), quien gobernó primero en triunvirato, en 1811, luego en consulado, en 1813, y luego como dictador, desde 1816 hasta su muerte en septiembre de 1840. Hay numerosos datos y sucesos históricos mencionados que encuentran su correlato en la realidad: por ejemplo, los hitos sobre la independencia paraguaya narrados en la circular, como la historia de José de Antequera, sucedieron realmente; también existieron personajes como Patiño y sus antecesores -“Mateo Fleitas, Jacinto Ruiz, Bernardino Villamayor, Sebastián Martínez Sanz” (45)-, quienes fueron efectivamente secretarios del dictador Francia. Es en este sentido que la novela se inscribe dentro del género de novela de dictadores latinoamericanos; género que explora la constante histórica de gobiernos dictatoriales y militares en los países de Latinoamérica. En esta novela, Roa Bastos aporta al género particularidades específicas, como exhibir una figura de dictador más realista y humano, con pliegues y contradicciones, sin demonizarlo. Esto último se genera especialmente gracias a la implementación de la primera persona: en la novela, El Supremo cuenta desde su perspectiva su versión sobre el régimen que encabezó.

Si bien la voz que predomina a lo largo de la novela es la del Dictador, desde esta primera parte se hace evidente que la novela está construida a partir de voces y fragmentos de diversas fuentes que configuran distintas instancias textuales. Entre ellas, destacan los apuntes de Patiño en los dictados del Dictador, las entradas del cuaderno privado del Dictador, los pasquines y parodias de la oposición, la circular perpetua -un documento del Dictador a sus servidores- y, por último, las intervenciones del Compilador -notas que citan fuentes históricas, amplían información o comentan sobre lo que se expone en las otras textualidades-. En este sentido, la obra está caracterizada por la polifonía y por una profusa intertextualidad.

El relato alterna mayormente entre un diálogo sin marcas entre el Dictador y Patiño, y el dictado que el primero hace al segundo; dictado en el que Patiño actúa como un amanuense que escucha y transcribe lo que El Supremo pronuncia. Sin embargo, los límites entre ambas discursividades son difusos, ambiguos e, incluso, se mezclan. Por otra parte, el diálogo entre los dos personajes es muchas veces humorístico, Patiño tiene salidas en extremo sumisas y otras que dan cuenta de su falta de entendimiento, mientras que el Dictador lo maltrata. Más aún, el hecho de que Patiño transcriba sus propias intervenciones colabora con este tono jocoso. Además, hay varias referencias metalingüísticas, aclaraciones en las que se señala que lo que leemos no es un discurso oral sino escrito: por ejemplo, en letra cursiva y entre paréntesis aparecen aclaraciones como “(el resto de la frase quemado, ilegible)” (25) o “(quemado el borde del folio)” (26). Así, en estas aclaraciones se filtra una tercera voz que organiza las anteriores y también las distintas textualidades: el Compilador.

Efectivamente, el Compilador tiene la función de organizar e interpretar las fuentes. De hecho, al citar el primer fragmento del diario privado del El Supremo, el Compilador inserta una nota al pie en la que reconstruye la investigación que caracterizó su labor y la de los historiadores. Todos ellos indagaron sobre el archivo de El Supremo, sus legajos, papeles y todo aquello que logró sobrevivir al incendio que ocurrió días antes de su muerte. Así, anticipamos que la novela se pretende construida sobre la base de esos restos, fragmentos de archivo que el Compilador ha ordenado en pos de un relato coherente; también sabemos que esos fragmentos estarán incompletos, porque muchos se han perdido.

La temporalidad tiene un tratamiento muy particular en la novela. El tiempo no es lineal, cronológico, sino que -en virtud del carácter fragmentario del relato- hay en él varios tiempos superpuestos y alternados mediante saltos temporales arbitrarios. Así, la novela desafía al lector proponiéndole un ejercicio de lectura muy activo en el que constantemente hay baches y ambigüedades que no siempre es fácil resolver. En principio, hay dos tiempos claramente marcados: el de los sucesos históricos narrados, encontrados en apuntes del Dictador y otros documentos, y uno posterior, el tiempo del Compilador que reúne y comenta todos esos fragmentos una vez que Francia ha muerto. Resulta muy significativo, no obstante, que hay sucesos de ese pasado del Dictador que desbordan las fuentes históricas y exceden la mera reconstrucción que pudo haber hecho el Compilador. Así, más allá de los restos archivísticos -la circular dictada y los apuntes del cuaderno privado-, encontramos escenas que dan cuenta de un salto temporal del lector hacia el pasado: el diálogo entre el Dictador y Patiño es tan vívido y cotidiano que de ninguna manera puede ser solamente un extracto escrito del pasado. Pareciera, en este punto, como si al mostrarnos algunas de esas fuentes históricas, pudiéramos ingresar en un tiempo anterior y presenciar escenas que no habrían quedado reflejadas en ningún documento histórico. Se trata de escenas ficcionalizadas sobre la vida del Dictador. Tal es el caso, por ejemplo, del pasaje en que Francia le pide a Patiño que lo lleve a su habitación y lo acueste en la cama. Este se narra en tiempo presente, y es evidente que no tiene por qué haber registro escrito de ello, ya que tampoco tiene relevancia para los historiadores.

Por otra parte, en cuanto a la temporalidad, el anacronismo es un recurso muy explotado que contribuye, en gran medida, a engrosar el pacto ficcional de la novela. Ya, en esta primera parte, hay un dato que alerta al lector respecto del tiempo del relato. En el diálogo entre el Dictador y su amanuense, este último lee un oficio del comandante Antonio Escobar, fechado el 21 de octubre de 1840, en el cual se describe el funeral que se brindó en homenaje a Francia, quien presuntamente ha muerto. Este oficio se vincula, asimismo, con otro documento escrito que da inicio a la novela: el pasquín que, asumiendo la voz del Dictador Perpetuo, anuncia su propia muerte. Desde el comienzo, este libelo preocupa al Dictador, pues se trata, según él, de un documento difamatorio que busca desestabilizar su poder, haciéndole creer al pueblo paraguayo que él ha muerto. El lector asiste al momento en que Francia ordena a su secretario que encuentre al los responsables de otra de las tantas conspiraciones que le ha tocado vivir. Así, a primera vista, el oficio de Escobar parece ser réplica de ese pasquín conspirativo, de ahí que su remitente exprese la intención de despejar dudas respecto de las noticias ambiguas. Sin embargo, una lectura más detenida llama la atención sobre la fecha del oficio de Escobar y permite evidenciar que es posterior a la muerte histórica del doctor Francia, la cual tuvo lugar el 20 de septiembre de 1840. Si bien, en esta primera parte, esto no es más que un dato confuso que parece desviar a la novela de la reconstrucción fiel de los hechos históricos, cobrará significancia en las próximas secciones.

El perfil que se construye del Dictador sigue algunos de los estereotipos esperados en la novela de dictador; por ejemplo, su crueldad, que no solo queda retratada en el trato violento que tiene a veces hacia Patiño, sino en el modo mismo de gobernar. Esto se comprueba en la alusión a la implementación de cárceles donde los reos viven en condiciones infrahumanas: “Están encerrados en la más total obscuridad desde hace años (…), mandé tapiar a cal y canto las claraboyas, las rendijas de las puertas, las fallas de tapias y techos” (19). Sin embargo, hay varias intervenciones del Compilador que ayudan a matizar esa imagen. Por ejemplo, en la nota al pie en que desmiente las difamaciones de Patiño sobre Fleitas, menciona elogios que el pueblo hace respecto del Dictador.

También el propio Dictador, gracias a su relato en primera persona, puede matizar esas miradas negativas de su gobierno. A lo largo de toda la novela, reconstruye la historia de la independencia paraguaya y se enarbola como el principal gestor y líder de ese proceso. Efectivamente, la circular que dicta a Patiño tiene como objetivo contar el arduo recorrido que hay detrás de la independencia de Paraguay -“La importancia, la justeza, la perennidad de nuestra Causa” (53)- y va dirigida a sus funcionarios, muchos de los cuales solo conocen esa historia porque se la han referido. El Supremo considera que el pasquín que anuncia falsamente su muerte atenta contra la soberanía de Paraguay; de ahí que llame a sus autores “gachupines” y “porteñistas”; es decir, les atribuya una conexión con los enemigos de la Patria que atentan contra la independencia paraguaya, pues quieren anexar el país a sus dependencias: España (gachupines) y Buenos Aires (porteños). Ante esa amenaza, el Dictador dirige a sus funcionarios una circular que insiste en la importancia de defender la soberanía de Paraguay, y que liga estrechamente esa soberanía a su propia persona: “¿De qué me acusan estos anónimos papelarios? ¿De haber dado a este pueblo una Patria libre, independiente, soberana? Lo que es más importante, ¿de haberle dado el sentimiento de Patria? (…) Les quema la sangre que haya asentado, de una vez para siempre, la causa de nuestra regeneración política en el sistema de la voluntad general” (52). De este modo, el Dictador se adjudica el proceso de liberación paraguaya y se erige como pilar fundamental para su perduración.

También se construye de él una imagen de hombre autodeterminado, que no se deja amedrentar ni someter. Ese perfil se insinúa en la escena en que Patiño ayuda a El Supremo a acostarse en su cama, y le acomoda tres libros bajo sus miembros: Las Siete Partidas, las Leyes de Indias y el Fuero Juzgo. Significativamente, se trata de tres libros que representan las leyes españolas de Castilla. Las Siete Partidas son un compendio de normas redactado en Castilla, en el siglo XIII, con el objetivo de dar cierta uniformidad jurídica al reino, y es el que rigió en Hispanoamérica hasta el siglo XIX. Las Leyes de Indias fueron las legislaciones promulgadas por los reyes españoles para regular la vida de los territorios americanos anexados a la monarquía española. Por su parte, el Fuero Juzgo fue la traducción que se hizo, en época del rey Fernando III de Castilla, durante el siglo XIII, de un cuerpo de leyes visigodo, y que se mantuvo vigente en la península ibérica hasta el siglo XIX. El hecho de que Francia se acueste sobre estos libros simboliza, por un lado, que él, como gobernador, descansa sobre la ley. Pero también simboliza su irreverencia ante la ley española: lejos de brindarle homenaje, posa sus nalgas sobre esos libros; no los usa por su valor intelectual, sino por su valor utilitario, para paliar sus achaques de vejez. Este simbolismo anticipa la actitud defensiva que tendrá El Supremo contra los enemigos de la patria paraguaya a lo largo de toda la novela y el uso pragmático que le dará a las leyes: con el objetivo de defender sus intereses.

Pero el perfil de El Supremo también asume otros rasgos, como la vejez, la enfermedad e incluso la demencia. Efectivamente, en esta primera parte se deslizan las primeras pistas respecto de su enfermedad y sus alucinaciones. En su cuaderno privado, anota algunas fantasías sexuales y algunos encuentros que después son puestos en duda por Patiño y otros servidores. Es lo que sucede, por ejemplo, con el encuentro que narra con la Andaluza. Así, el lector pierde el sentido de qué parte de lo narrado es cierto y qué es alucinado. Ante esas confusiones, que él mismo reconoce, aunque evasivamente, el Dictador se pone a escribir. Con ello se introduce un tema transversal a la novela que es el de la importancia de la escritura: Francia escribe para sí mismo, sin reparar en su interlocutor. Escribe por necesidad, para saber que existe, y para volcar aquello que cree recordar: “Yo hago y escribo lo que se me antoja y del modo que se me antoja, puesto que solo escribo para mí” (78). Su discurso en estos parlamentos privados e íntimos es muy distinto al que mantiene con Patiño: está cargado de juegos de palabras, de frases en latín, de giros irónicos y burlescos. El lenguaje se complejiza, lo cual contribuye en gran medida a la sensación de fluir de la consciencia y, sobre todo, de desvarío: “No puedes franquear esa línea latiente por más que empujes con el hombro, con tu sombra, el espacio sin espacio que te contiene junto con las otras miserables especies, fénix-hembra de la humedad. Memento homo. Nepento mulier” (76) o “Sansón-hembra se ha abrazado a las columnas de mi templado templo. Enrosca sus millares de brazos a los horcones de mi inexpugnable eremitorio-efectorio” (77).

Al final de la primera parte, esas alucinaciones encuentran una causa cuando el Dictador describe en su cuaderno el accidente que lo llevó a estar internado en el hospital; un accidente de raíz histórica que derivó en la enfermedad y posterior muerte de Gaspar Francia. Atravesado por su paranoia, que lo lleva a ver conspiradores por todos lados, el Dictador confunde a un cura con Pedro Lozano. Esa distracción deriva en que su caballo se desboque y él caiga y se golpee la cabeza. Es ese golpe, según él, el que daría lugar a ese tipo de alucinaciones. De esta manera, la primera parte de la novela termina advirtiendo al lector del crítico estado de salud de El Supremo y de su predisposición para el discurso alucinatorio.

Asimismo, en ese fluir de la consciencia que es su cuaderno, el Dictador arroja una pista que más adelante será muy importante: “¿Quién puede asegurarme que no esté yo en el instante en que vivir es errar solo? Ese instante en que efectivamente, como lo ha dicho mi amanuense, uno muere y todo continúa sin que nada al parecer haya sucedido o cambiado” (70). Se trata de una referencia ambigua que sugiere la posibilidad de que él esté a punto de morir o, incluso, de que ya esté muerto. En las próximas páginas, estas pistas no harán más que seguir acumulándose.