Tokio blues (Norwegian Wood)

Tokio blues (Norwegian Wood) Temas

La memoria

Desde el inicio de la novela, la memoria se propone como el tema principal de Tokio Blues (Norwegian Wood): Toru Watanabe, ya entrado en años, escucha en el avión un fragmento de la canción "Norwegian Wood" de los beatles que dispara los recuerdos de su juventud, cuando estuvo enamorado de Naoko, una joven que termina suicidándose. En ese momento, el narrador indica que "la memoria es algo extraño" (p. 9) y luego recuerda con nitidez una caminata que realizó con Naoko por un prado solitario; extrañamente, esta escena, la primera en ser recordada, está ausente en el resto de la novela y no se retoma, aunque ya marca el tono de la narración.

La memoria está estrechamente vinculada a la identidad y a los procesos de autopercepción y de comprensión personal, y por eso es tan importante para Toru, quien intenta reconstruir sus recuerdos para hallarse él mismo y repensar su juventud desde la nueva óptica que trae consigo la madurez. Además, el gran pedido que hace Naoko al narrador es que la recuerde, como si le tuviera más miedo al olvido que a la muerte.

A su vez, puede vincularse la memoria con el dolor que produce la soledad y la presencia constante de afectos muertos, como Kizuki y la propia Naoko al final de la novela. Así, la memoria es algo vivo, que determina la forma de ser y de sentir del individuo. Toru está conformado por sus muertos y el recuerdo que guarda de ellos determina su forma de ser y de relacionarse con su entorno. En este sentido, la necesidad de preservar la memoria constituye uno de los argumentos principales de la novela.

La muerte

Otro de los temas principales de la novela es la muerte y su relación con la vida. El interrogante existencial que atraviesa la narración podría resumirse de la siguiente manera: "¿para qué vivir y no suicidarse?". Todos los personajes parecen enfrentarse con esta pregunta, especialmente aquellos que han sido marcados desde temprano con la muerte de un ser querido. Así, Toru está marcado por el suicidio de su mejor amigo, Kizuki, y luego por la muerte de Naoko, quien a su vez ha sufrido el suicidio de su hermana y de su novio. La muerte de este último, en verdad, es lo que une a Toru y a Naoko, quienes se encuentran en Tokio, a donde ambos se han mudado en un intento de reconstruir su vida tras la pérdida.

Toru comprende que su forma de estar en el mundo está marcada por la presencia de la muerte, y su relación con Naoko es un claro ejemplo de ello: los dos parecen estar buscando algo ausente o perdido (Kizuki) y, debido a esto, su amor parece alejarlos de la vida y aproximarlos hacia la muerte.

Midori introduce otra faceta del tema, que es la muerte por enfermedad: tanto su madre como su padre mueren debido a un cáncer cerebral, y la muchacha debe enfrentarse a la soledad desde su temprana juventud. A pesar de ello, Midori es un personaje vital que ayuda a Toru a regresar a la vida y mantenerlo conectado con el mundo.

El tiempo

El tema del tiempo se explicita, en principio, en relación con el tema de la muerte. En las reflexiones de Toru y de Naoko sobre Kizuki se manifiesta la idea de que este, al haber muerto, permanecerá de 17 años para siempre, mientras que sus propias edades cambiarán año tras año. Luego, esto mismo sucede cuando Naoko se suicida, a los 21. En este caso, es su imagen la que queda congelada en el recuerdo de Toru y se salva así del paso del tiempo y el envejecimiento.

También es importante que la novela comience con Toru diciendo que tiene 37 años; esto, de alguna manera, indica que el paso del tiempo es una preocupación para él, puesto que afecta los recuerdos y hasta puede borrarlos por completo. En verdad, toda la novela enfatiza la dolorosa inevitabilidad de crecer y cómo ello está ligado al paso del tiempo: a casi todos los eventos que ocurren se les da una fecha o se los identifica con un mes o una estación del año, con el fin de que el lector pueda sentir el paso del tiempo tal como lo perciben los personajes.

Los trastornos mentales

Aunque no estén definidos ni se los desarrolle explícitamente, los trastornos mentales conforman uno de los temas principales de la novela. En este sentido, Naoko es el personaje que pone de manifiesto con mayor evidencia los problemas mentales que sufre y que terminan llevándola al suicidio. En primera instancia, estos trastornos impiden que la joven se comunique fluidamente con su entorno, así como también la afectan a nivel físico y no le permiten, por ejemplo, relacionarse sexualmente con Kizuki primero y luego con Toru (salvo por el episodio paradigmático de su vigésimo cumpleaños).

Para lidiar con estos trastornos, Naoko decide internarse en la Residencia Amy, un sanatorio de terapias no tradicionales que dista mucho de abordar la enfermedad como se haría en un hospital psiquiátrico. En este sanatorio, Naoko aprende que las "deformaciones" (p. 119) -así las llaman los pacientes- no deben intentar curarse, sino que uno debe aprender a convivir con ellas. Este es un abordaje particular que puede contrastar fuertemente con las formas de concebir la medicina del mundo occidental, pero que propone una mirada integral sobre el ser humano y la aceptación de las particularidades de cada individuo, sin la necesidad de medicalizar a cada sujeto que se escape de lo que socialmente se establece como lo normal y lo sano.

Sin embargo, aunque la estadía en la Residencia Amy sirve a Naoko para sentirse mejor por un tiempo, no es suficiente para que la joven pueda recuperar una vida plena. Tal como ella misma lo reconoce, hay algo en su interior que está enfermo y no puede remediarse. Al final de la novela, Naoko comienza a alucinar y escuchar voces que terminan por dominar su vida cotidiana. Así, aunque en la novela no se desee diagnosticar al personaje, es evidente que padece un trastorno mental y que no puede sanarlo sin la intervención de la medicina psiquiátrica, algo que llega demasiado tarde.

Toru también padece otros trastornos mentales, especialmente de depresión. Sin embargo, el abordaje que propone el narrador de su propia historia no lo contempla como una enfermedad que debe sortear, sino como un estado natural de su ánimo en respuesta a las situaciones dolorosas que le toca vivir. Así, aunque los trastornos mentales estén presentes en toda la novela, su abordaje es sutil y escapa al diagnóstico médico, algo que se contrapone mucho a la visión occidental del tema.

El destino y la justicia

No es sorprendente que a lo largo de la novela haya numerosas referencias a la tragedia clásica, especialmente debido a la carrera que Toru está cursando en la universidad: Teatro. En la conversación que Toru sostiene con el moribundo padre de Midori, le habla de Eurípides y del recurso dramático conocido como Deus ex machina, que implica la intervención repentina de un dios que soluciona los problemas de los personajes. El deseo de que pueda existir una intercesión divina que los salve hace evidente el sentido de inevitabilidad que pesa sobre el narrador de la novela y sobre los hechos que componen su vida. De esta forma, el destino se relaciona con la imposibilidad de evitar los males que suceden a los seres queridos, como el suicidio de Kizuki o el cáncer cerebral que aqueja al padre de Midori.

Naoko, por su parte, asocia la idea de destino a la de justicia, cuando plantea que no es justo que una joven tenga que sufrir las pérdidas que ella ha sufrido de manera tan temprana en su vida. Así como la vida ha sido injusta con ella, es esa misma injusticia la que marca su destino: acostumbrada a sufrir la pérdida, Naoko también siente que su destino será el mismo que el de Kizuki o el de su hermana, y es esa certeza la que termina empujándola a suicidarse.

La comunicación

Tokio blues (Norwegian Wood) presenta el intento de Toru, en su adultez, de escribir sobre un episodio de su vida que sucedió a sus 20 años. Al inicio de la narración, se indica cómo la claridad y la proximidad del recuerdo de Naoko le impidió escribir antes sobre ella; así y todo, también se hace referencia a cómo el paso del tiempo se encargó de desdibujar los recuerdos hasta hacerlos menos dolorosos y darle la posibilidad de comunicarlos. En este sentido, la intención fundamental de comunicar ese episodio de su vida acompaña al objetivo de recordar y de salvar a Naoko del olvido.

A su vez, la comunicación entre personajes es fundamental a lo largo de la novela, principalmente por la dificultad que tienen de expresar sus pensamientos y sus sentimientos con claridad. En los largos paseos que Naoko y Toru dan por Tokio, ambos se muestran poco capaces de expresar lo que sienten, y Naoko muchas veces ni siquiera puede comunicar las ideas más simples. Luego, una vez que Naoko se interna en la Residencia Amy, la comunicación con Toru continúa por medio de cartas, que se vuelven un contenido muy importante de la novela. Tal como lo expresa Toru, las cartas que le envía a Naoko son lo único con lo que logra mantener una unión con ella, incluso cuando no recibe ninguna respuesta de su parte. En contrapartida, aunque Toru generalmente encuentra una manera de expresarse, principalmente debido a su sinceridad absoluta, Naoko tiene problemas para traducir sus sentimientos y pensamientos en palabras y compartirlos con su entorno. En esta incapacidad de comunicarse radica la esencia de su dolor.

Midori, por su parte, es capaz de comunicarse con Toru con cierta facilidad, aunque en algunos casos mienta sobre su trasfondo familiar hasta no confiar más en su amigo. Así, la forma en la que los personajes se comunican en la novela a menudo pone de manifiesto sus personalidades y sus estados emocionales, incluso más que las propias descripciones explícitas que el narrador incluye de ellos.

La soledad

La soledad es otro de los grandes temas de la novela y se desprende principalmente de los problemas de comunicación que existen entre los personajes y de la relación que estos establecen con la muerte.

Tanto Toru como Naoko son personajes esencialmente solitarios. Toru se presenta como un sujeto sociable y fácil de tratar que, sin embargo, no suele tener muchos amigos y tampoco suele relacionarse profundamente con las mujeres -más allá de Naoko y de Midori-. En verdad, el narrador incluso llega a reconocerse como una persona solitaria que, sin embargo, sufre la soledad en la que se encuentra sumido. La soledad no solo se experimenta por la lejanía de Naoko y de Midori en diversos momentos de la novela, sino que se expresa también como una característica propia de la sociedad japonesa, alienada y egoísta. Cuando Toru regresa de su primera visita a la Residencia Amy, esto es lo primero que le llama la atención de la ciudad de Tokio: cómo todos sus habitantes, a pesar del hacinamiento masivo, se encuentran profundamente solos y desamparados.

Naoko también es un personaje que experimenta una profunda soledad. El primer vínculo que se rompe entre ella y el mundo que la circunda es el de su hermana, que se suicida durante el último año del secundario. A este episodio le sigue la muerte de su novio, Kizuki, y con ello la joven termina sintiéndose totalmente sola y desamparada. Cuando se encuentra en Tokio con Toru tras algunos años de separación, este encuentro parece poner a raya el profundo dolor que viene aparejado con la soledad. Sin embargo, este encuentro no es suficiente para salvar a Naoko, quien termina recluyéndose del mundo y luego suicidándose.