Tokio blues (Norwegian Wood)

Tokio blues (Norwegian Wood) Resumen y Análisis Capítulos 1-3

Resumen

Capítulo 1

Cuando su avión llega al aeropuerto de Hamburgo, Toru Watanabe escucha la canción de los Beatles "Norwegian Wood" por los altavoces y recuerda una escena sucedida en 1969, 18 años atrás, cuando él tenía 19 años. En su recuerdo camina por un gran prado vacío con Naoko, una chica a la que parece haber amado. Mientras avanzan, ella le cuenta la historia de un misterioso pozo escondido nadie sabe dónde, por el que la gente cae y desaparece de la faz de la tierra. Naoko dice que Toru no caerá en dicho pozo mientras esté con ella, así como ella tampoco corre ningún riesgo mientras él la acompañe. Sin embargo, cuando Toru le sugiere a Naoko que está muy tensa y debe relajarse, ella se siente herida y trata de explicarle que no puede hacerlo porque se encuentra al borde del derrumbe. Luego de este exabrupto, mientras los dos caminan hacia un bosque, se reconcilian y Naoko le hace prometer dos cosas a Toru: que él sepa cuánto aprecia que haya venido a visitarla y que la recuerde por siempre. Toru lo promete sinceramente, pero luego comenta cómo el paso del tiempo ha casi desvanecido los recuerdos de Naoko. Por eso, antes de que sea demasiado tarde, se propone escribir sobre ella para rescatarla del olvido.

Capítulo 2

El narrador recuerda sus primeros años en Tokio, a donde se muda para estudiar en la universidad. A los 18 años, viviendo solo en una residencia, todo se despliega como un escenario nuevo ante el recién llegado Watanabe. La residencia es un lugar extraño y siniestro, administrado por un grupo de activistas de derecha que la utilizan para realizar propaganda política. Mientras que el narrador destaca la brutal suciedad de todo el edificio y, especialmente, de las habitaciones de sus compañeros, confiesa alegrarse de la obsesión que su compañero de cuarto tiene por la limpieza. El joven estudiante de geografía es llamado “Tropa-de-Asalto” por los amigos de Watanabe, ya que parece ser un joven de la ultraderecha. Sin embargo, el muchacho no es más que un joven obsesionado con el orden, la limpieza y la rutina, sin aspiraciones políticas.

Watanabe luego recuerda un encuentro casual que tuvo con Naoko en un tren, tras haber perdido su rastro por años. En esa ocasión, ambos tenían planes pero decidieron bajarse en una estación cualquiera y caminar un tiempo, hasta sentarse a comer en una tienda de soba y hablar de sus situaciones actuales. Al final de dicho encuentro, Naoko le pide a Watanabe volver a verlo, y quedan en encontrarse el sábado siguiente.

A continuación, el narrador concentra su relato en la época en que conoció a Naoko por primera vez, durante sus años en un bachillerato público en Kobe. Naoko, una muchacha refinada, asistía a un bachillerato privado y salía con el único amigo de Watanabe, Kizuki. En un principio, Kizuki organizaba citas dobles a las que Naoko acudía con otras amigas para presentarle a Watanabe. Sin embargo, como esto no daba mucho resultado, al final terminaban saliendo solo ellos tres. En esas salidas, Kizuki solía ser el centro de atención: se trataba de un muchacho muy inteligente e ingenioso, con una gran capacidad de destacarse. En verdad, entre Toru y Naoko no existía una relación por fuera de Kizuki.

El narrador indica que no volvió a ver a Naoko tras la muerte de Kizuki, quien se suicidó dentro de su auto, un Honda 360, aspirando el humo del caño de escape. La muerte del muchacho resulta incomprensible para el narrador, quien en parte decide irse al año siguiente a Tokio para poder reconstruir su vida lejos de los eventos que tanto lo han marcado. Tal como lo indica, desde ese momento, la conciencia de la muerte se instala en su vida como una presencia ineludible, que se respira en cada bocanada. Por años, confiesa haberse encontrado en un círculo vicioso, tratando de vivir relajado y sin hacerse problema de nada, pero también demasiado preocupado todo el tiempo por la idea de la muerte.

Capítulo 3

El sábado siguiente a su primer encuentro, en mayo de 1968, Naoko llama a Watanabe y quedan en verse al otro día. El domingo se encuentran y dan otro largo paseo sin rumbo por Tokio, siempre hablando, aunque en ningún momento tocan el pasado, y evitan referirse a Kizuki. Toru está feliz de pasar tiempo con Naoko, aunque siente que ella necesita simplemente la compañía de alguien y no necesariamente de él. Sin intenciones específicas, las salidas de los domingos se vuelven una costumbre. En octubre del mismo año, Toru conoce a Nagasawa, un estudiante mayor que él, muy inteligente y que parece encantar a toda la gente con la que se cruza. La primera vez que se cruzan, Nagasawa repara en Toru porque este está leyendo El gran Gatsby, una famosa obra de Scott Fitzerald que les gusta mucho a ambos y gracias a la cual se vinculan.

Nagasawa lo invita a participar de sus salidas nocturnas con el objetivo de conocer chicas y acostarse con ellas. El procedimiento es muy simple: ambos llegan a un bar, se piden algo de tomar y esperan; tarde o temprano, las chicas se les acercan a hablar y terminan yendo a un hotel transitorio a pasar la noche. Aunque siente que es una conducta un tanto autodestructiva, Toru acompaña a Nagasawa porque siente a menudo la necesidad del contacto íntimo con otras personas. En noviembre, Toru cumple 19 años y al mes siguiente, al inicio del invierno, comienza a trabajar en una tienda de discos en Shinjuku.

Para el vigésimo cumpleaños de Naoko, a mediados de abril de 1969, Toru le lleva un pastel a su departamento; después de la comida, Naoko se pone muy habladora, algo muy extraño en ella. Toru siente que algo está fuera de lugar, pero decide dejarla hablar sobre su vida, hasta que a altas horas de la noche la interrumpe para decirle que ya es muy tarde y que debe marcharse; ella entonces estalla en un llanto incontrolable, y Toru intenta consolarla durante un buen rato. Finalmente, la acompaña a su pieza, la ayuda a desvestirse y se mete en la cama con ella. Ambos terminan teniendo sexo, y Toru descubre, para su sorpresa, que Naoko es virgen. Cuando él le pregunta por qué no se había acostado con Kizuki, ella comienza a llorar de nuevo hasta dormirse. A la mañana siguiente, cuando Toru se levanta y se prepara para marcharse, Naoko parece dormida y no contesta a sus llamados.

Una semana después, como no recibe ningún llamado de su parte, Toru vuelve a visitar el departamento de Naoko, solo parar descubrir que la muchacha se ha mudado y no ha dejado ninguna indicación sobre su paradero. Lo único que se le ocurre, entonces, es enviarle una carta a su casa paterna, en Kobe, y esperar que su familia pueda reenviarla a donde sea que esté. A finales de mayo comienzan las históricas protestas estudiantiles de Tokio de 1969. En junio, Toru le escribe a Naoko otra carta, y recibe una respuesta de su parte en julio, en la que Naoko le cuenta que dejó la escuela y entró en una especie de sanatorio. Al final del mes, Tropa-de-Asalto le da a Toru una luciérnaga en un frasco y luego se marcha a pasar las vacaciones con su familia. Toru sube al techo de la residencia para liberar la luciérnaga y se queda contemplando la noche y pensando en el rastro de luz que, como un faro, el insecto había dejado en la oscuridad.

Análisis

Desde el primer capítulo, existen ciertos rasgos temáticos y de estilo que señalan inconfundiblemente a Tokio Blues (Norwegian Wood) como una obra de Murakami. El relato comienza con el problema de la memoria, con el narrador protagonista indicando que ha llegado a Alemania nuevamente, e insinuando que ha escuchado muchas veces la canción de Los Beatles que da nombre a la novela, “Norwegian Wood”, aunque nunca tan intensamente como en aquel momento, 18 años después de la historia con Naoko que se propone narrar. La perspectiva de este narrador maduro que ronda los 40 años revela al lector que se tratará de un relato de recuerdos, más o menos fiables, aunque, a la vez y como el propio narrador lo indica, con posibles lagunas y confusiones: “En definitiva -así lo creo-, lo único que puedo verter en este receptáculo imperfecto que es un texto son recuerdos imperfectos, pensamientos imperfectos” (p. 16).

De esta forma, aunque la narración luego se vuelque al recuerdo, queda en el lector la sensación de que el amor entre el protagonista, Watanabe, y Naoko ha quedado en el pasado y es irrecuperable. “¿«Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así?»” (p. 9) se pregunta el narrador al recuperar los recuerdos de Naoko de forma difusa y con mucho esfuerzo. Luego, acepta con resignación que la memoria es un ámbito extraño y cambiante y que probablemente esté condenado a olvidarlo todo en el futuro: “Puede que pronto su rostro desaparezca absorbido por las tinieblas de la noche” (p. 10). Frente a esta certeza irrevocable, el proyecto de escritura no se manifiesta como una rebelión contra el olvido, sino más bien como una forma de acompañarlo y de utilizar el espacio de la escritura como una forma de organizar sus recuerdos y llegar a comprender los trágicos eventos de su pasado y cómo han marcado su personalidad.

El lector comprende ya desde el capítulo 1 que la novela revisará la pérdida de un amor juvenil, un motivo recurrente en la obra de Murakami, desde la perspectiva masculina del narrador, que perdura en él tras la muerte de Naoko, su gran amor. Este narrador protagonista se describe a sí mismo desde una perspectiva crítica, pero, a su vez, autoindulgente: reconoce su inutilidad al tener que cumplir con la promesa de recordar siempre a Naoko, puesto que cada vez le cuesta más evocar sus rasgos, al mismo tiempo que acepta su mediocridad y la ausencia de rasgos que podrían hacerlo destacar.

Tokio Blues (Norwegian Wood) tiende a ser considerada aparte del resto de las novelas de Murakami por la notable falta de recursos surrealistas y de los sucesos casi mágicos que lo suelen caracterizar; por el contrario, como se ve en el capítulo 2 y más adelante, existe una representación de la realidad ligada fuertemente a las cuestiones mundanas. Un ejemplo de ello es la descripción de la vida universitaria en la Tokio de finales de los años 60. Cuando Watanabe se muda a la residencia en 1968, un año antes de las grandes protestas estudiantiles masivas, la política ya se extiende a todos los ámbitos de la vida social, aunque con tintes siniestros y ridículos, como lo demuestra la pareja compuesta por el celador y el alumno que cada día a las 6 de la mañana izan la bandera y reproducen el himno en la residencia. En este sentido, es clara la sátira que realiza la novela a propósito de las ideologías de derecha y su influencia en la vida universitaria.

Aunque en el capítulo 1 el narrador se ha presentado como una persona que no destaca por su inteligencia, en este capítulo realiza observaciones que demuestran lo contrario y que, además, revelan su profunda sensibilidad para con el mundo que lo circunda. Esto se ve, por ejemplo, en sus reflexiones en torno a la bandera que se arria todas las noches: “¿Por qué tenían que arriarla de noche? Las razones se me escapaban. La nación sigue existiendo durante la noche, y hay mucha gente que trabaja a esas horas. Las brigadas del ferrocarril, los taxistas, las chicas de alterne, los bomberos con turno de noche, los guardas nocturnos de los edificios… me parecía injusto que todas las personas que trabajaban de noche no contaran con la tutela del Estado” (p. 21).

Sin embargo, aunque pareciera que el narrador está expresando una postura que podría considerarse ideológicamente comprometida y alienada con la izquierda, momentos después desacredita su pensamiento en un rasgo que se vuelve característico de su forma de pensar y revisar sus ideas: “Tal vez no le preocupaba a nadie y fui yo el único que reparó en ello. Y a mí, en realidad, sólo se me pasó una vez por la cabeza, y no tuve ganas de llevar las cosas más lejos” (p. 21).

En verdad, el lugar que ocupa el narrador, casi dos décadas después de los hechos que recuerda, le permite revisar las anécdotas que componen su relato y complementarlas con una visión irónica de su propia vida. Así, es difícil para el lector saber si la voz del narrador está siendo sincera o si está jugando con sus recuerdos. Al final del capítulo, sin embargo, el tono cobra seriedad al hablar de la muerte. Aunque los hechos que está recordando se presentan lentamente, la conciencia de la muerte es uno de los elementos que mueve al narrador.

La noción que se plantea sobre la muerte es en extremo interesante: tras el suicidio de Kizuki, Watanabe comprende que entre la vida y la muerte existen vínculos poderosos y omnipresentes, y se lo explica con una frase contundente: “La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella” (p. 37). En este sentido, las duras experiencias parecen fraguar el carácter del narrador y explicar su forma de concebir el mundo. Cuando se instala en Tokio con el fin de comenzar una nueva vida lejos de todo lo que conoce, intenta llevar adelante una existencia relajada y sin preocupaciones, pero no puede alejar de sí mismo la conciencia de la muerte que se ha apoderado de él y que marca su forma de ser: “Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte” (p. 38). Así, desde los primeros capítulos queda claro que uno de los temas principales de la novela es la relación que se establece entre la vida y la muerte.

Como ya se puede comprobar en la cita anterior, la mayor parte de la novela está estructurada como las reflexiones del narrador sobre los eventos traumáticos de su pasado, que son episodios como el suicidio de Kizuki, la noche en que tiene sexo con Naoko y, más adelante, el suicidio de esta última. Para un narrador con la sensibilidad de Toru Watanabe, la memoria no es un acto gratuito o neutral, sino que está cargado de decisiones conscientes, de juicios de valor y de intencionalidades. Como Toru comenta en su segunda cita con Naoko: "Cuando nos apetecía, hablábamos de nuestras vidas cotidianas o de la universidad, pero siempre de una manera fragmentaria, sin hilvanarlo con nada. No mencionamos el pasado. Paseamos todo el tiempo. Es una suerte que Tokio sea una ciudad tan grande” (p. 39).

Tanto Naoko como Watanabe se mudaron a Kobe con el objetivo de alejarse de la tragedia que significa para ellos el suicido de Kizuki, y aunque el tiempo ha pasado, ninguno de los dos ha logrado erradicar el profundo pesar que los abate. Para Toru, esa tristeza se convierte en una coraza que le impide relacionarse a nivel profundo con sus parejas, tal como él mismo lo dice al hablar de una novia que tuvo en los primeros meses en la universidad: “Tal vez mi corazón esté recubierto por una coraza y sea imposible atravesarla -le dije- por eso no puedo querer a nadie” (p. 42). A pesar de sus intentos de huir y olvidar, se hace evidente que ninguno de los dos ha procesado su dolor y que sus conductas están marcadas por la pérdida.

En los meses que van de mayo de 1968 a abril de 1969, las llamadas de Naoko que Toru espera en el vestíbulo de su dormitorio los sábados por la noche y las largas caminatas que realizan todos los domingos les proporcionan una estructura aparentemente estable a sus vidas, y el vasto espacio de Tokio sugiere que esta costumbre puede sostenerse en el tiempo; sin embargo, el problema que se avecina se hace evidente en la insatisfacción de Toru con su vida y la necesidad de saciar su impulso sexual saliendo a buscar chicas con Nagasawa y luego sintiéndose culpable por su promiscuidad.

A pesar del contacto estrecho que se establece entre ellos y de la intimidad que esto implica, Toru comprende que él no es especial para Naoko sino que cumple una función de soporte y compañía un tanto despersonalizada. Como lo plantea: “No era mi brazo el que ella buscaba, sino el brazo de alguien. No era mi calor lo que ella necesitaba, sino el calor de alguien” (p. 42) Ese alguien es, sin duda, Kizuki muerto, quien en vida había sido el único vínculo entre Toru y Naoko y ahora, de una manera misteriosa y tácita, continúa mediando entre los dos.

El día de su cumpleaños, Naoko habla de corrido durante más de 4 horas, algo que jamás había pasado, y Toru siente que ella quiere decirle algo pero que existe una barrera cuyas palabras no pueden sortear: “De pronto, empezó a llamarme la atención algo en su manera de hablar, algo extraño, poco natural, forzado. (…) Aquella extraña forma de contar las cosas se debía a que al hablar sorteaba ciertos puntos. Uno, por supuesto, era Kizuki, pero no era el único. Relataba con extrema minuciosidad algo intrascendente al tiempo que eludía otros temas” (p. 55).

Este pasaje demuestra que Naoko es incapaz de expresar lo que siente y lo que le pasa con su vida, aun cuando es evidente que tiene algo importante que decir. Después de la interrupción de Toru, Naoko se larga a llorar y la situación deriva en la escena sexual, de la que el narrador destaca el momento de la penetración. Dicha imagen tampoco es gratuita, sino que funciona a nivel simbólico: aunque las palabras de Naoko fallan, su intención de abrirse ante Toru se manifiesta en el plano corporal, cuando abre su vagina y es penetrada por el narrador. Sin embargo, la conexión sexual no funciona como una forma de acercamiento para los personajes, sino que se convierte en un episodio traumático que se suma a la vida de Naoko. Luego de aquella experiencia, la joven abandona su departamento y se ingresa en un sanatorio donde se trata la depresión y otros trastornos mentales.