Segunda carta de relación

Segunda carta de relación El imperio azteca frente a la llegada de Cortés y el choque de cosmovisiones

Vale la pena recordar que el paradigma heredado como consecuencia de la Conquista en todo el continente americano es eminentemente eurocéntrico. Desde esta perspectiva —que domina hasta la actualidad los sistemas educativos de la mayor parte del mundo occidental—, todos los fenómenos que atravesó Europa (como el mal llamado “Descubrimiento de América”, la Reforma protestante, el Renacimiento italiano o la Revolución francesa) son contemplados como eventos mundiales a partir de los cuales Europa es concebida como el centro del mundo moderno y colonial. Así, los conocimientos producidos por fuera de ese centro, en las periferias como América Latina, no son tenidos en cuenta y se consideran de poco valor, innecesarios o poco científicos.

Al llegar al Nuevo Mundo, los españoles no tienen reparo en destruir todo lo que se interpone a sus proyectos. Al mismo tiempo, someten a las poblaciones nativas e instituyen a la fuerza su lengua y su religión, dos sistemas mediante los cuales también inculcan la superioridad de sus conocimientos sobre los vernáculos. En este sentido, la Conquista implica la instauración de una nueva subjetividad sobre los pueblos mesoamericanos y todo un nuevo sistema de valores con los que interpretar el mundo.

Cuando los españoles llegan al Golfo de México, el imperio azteca se encuentra en su mayor esplendor y se extiende a lo largo y ancho del territorio. Su riqueza es consecuencia de las conquistas realizadas entre 1428 y 1440 por Itzcóatl, un caudillo que, unido al señor de Tetzcoco, el sabio Nezahualcóyotl, derrota a los antiguos gobernantes de la región y establece una triple alianza con Tlacopan. Años más tarde, el sobrino de Itzcóatl, Tlacaélel, realiza una profunda reforma política, religiosa, social y económica basada en la integración de las costumbres mexicas a la herencia cultural recibida del pueblo tolteca.

Dicha reforma implica la destrucción de las pinturas que guardan la memoria histórica de los pueblos dominados y la creación de nuevos códices. Esta nueva visión de la historia es la que se conserva en los documentos mexicas que han llegado hasta nuestros días. En ellos, los mexicas aparecen emparentados a la nobleza tolteca, y las divinidades mexicas, especialmente a Huitzilopochtli, se sitúan en el mismo plano que los dioses creadores toltecas, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Lo que es más importante, en dicha documentación puede entreverse el espíritu místico-guerrero de los aztecas (y de Huitzilopochtli), quienes tienen por misión someter a todos los pueblos de la Tierra para hacer cautivos cuya sangre pueda ser entregada para conservar la vida del sol.

A partir del trabajo de Tlacaélel, el dios Huitzilopochtli gana cada vez mayor representatividad en la religión mexica: hacia él comienzan a dirigirse las antiguas plegarias toltecas, y los sacerdotes componen en su honor himnos similares a los que se le cantan a Quetzalcóatl. Es también Tlacaélel quien populariza entre los señores mexicas el sacrificio humano con el fin de preservar la vida del dios Sol. Con ello, justifica el afán conquistador de su nación y da lugar a las llamadas “guerras floridas”, las famosas cacerías humanas organizadas para obtener víctimas para ofrecer a Huitzilopochtli.

Como hemos dicho, los aztecas son un pueblo profundamente religioso. Desde su cosmovisión, la supervivencia del mundo depende de los rituales y las ofrendas que se hacen a los dioses y, especialmente, de las ofrendas de sangre con que los sacerdotes alimentan a Huitzilopochtli, el Dios Sol. En este sentido, la función del rito es volver a hacer presente los gestos paradigmáticos realizados por los dioses en la creación del mundo. Así, una ceremonia no se limita a presentar una ofrenda o alzar una plegaria para recordar un hecho del pasado, sino que tiene la fuerza de hacer presente dicho tiempo mítico. De esta manera, el pueblo convive con las fuerzas generadoras de la naturaleza y se inscribe dentro de la potencia vital del mundo. Cada hacer ritual es un volver a hacer para instaurar el tiempo divino sobre el humano. Desde esta perspectiva, el paso entre el día y la noche que se venera en el Templo Mayor no recuerda la batalla entre el dios Sol, Huitzilopochtli, y la Luna, sino que dicha batalla vuelve a desarrollarse cada día. De la misma forma, así como el dios Quetzalcóatl crea la humanidad en un tiempo mítico, cada día repite el gesto y la re-crea al enviar el alma a los recién nacidos. En este sentido, el orden social y político de los aztecas está fuertemente anclado en las ceremonias y los rituales que se realizan.

Por otra parte, algunos mitos sobre Quetzalcóatl, una de las principales deidades toltecas, son utilizados por Cortés para someter a los aztecas. Según la cosmovisión heredada de los toltecas, luego de crear la humanidad, Quetzalcóatl abandona el Golfo de México junto a otros dioses y se dirige hacia el este, con la promesa de regresar un día para volver a reinar entre los hombres de su pueblo. Por eso, ante las descripciones que llegan a Tenochtitlan de los extraños sujetos que aparecen por el este, no es raro que Moctezuma y sus sacerdotes consideren la posibilidad del regreso de Quetzalcóatl. Es por esta razón que los mexicas, en un principio, se refieren a los españoles como “los dioses”. Ante esta posibilidad, Moctezuma decide recibir a Cortés con una serie de exquisitos regalos y de sacerdotes mensajeros que realizan sacrificios humanos ante los españoles.

Ahora bien, lo que para la cosmovisión azteca es un recibimiento propio de dioses, para los españoles es una muestra de la barbarie de los pueblos mesoamericanos. Además, desde la perspectiva católica, tales prácticas quedan asociadas al culto de satán, por lo que, en los sacrificios humanos, los españoles encuentran una doble justificación de la Conquista: someter a los adoradores del demonio y destruir sus prácticas satánicas es hacer justicia divina.