Poeta en Nueva York

Poeta en Nueva York Resumen y Análisis Parte II

Resumen

II. Los negros

“Norma y paraíso de los negros”

El poema comienza enumerando, mediante imágenes y símbolos, las cosas que odian y que aman los negros de Nueva York. En la primera estrofa se indica que los negros odian la sombra del pájaro, una imagen que indica la ausencia, la idea de que algo está faltante. A esa imagen se le suma la de la blanca mejilla, una representación racial de la población blanca. En la siguiente estrofa se agrega el odio por “la flecha sin cuerpo” (p. 85) y el “gramíneo rubor de la sonrisa” (p. 85), todas alusiones a la cultura blanca, como se explicará en el análisis.

En la tercera estrofa, el poeta consigna en otra serie de imágenes y símbolos que los negros aman la naturaleza y todas sus manifestaciones. Entre estos símbolos destaca el color azul, que representa la pureza de un cielo no contaminado por la vida en las ciudades. En este azul sueñan los negros, y ese sueño es lo único que les queda de su antigua conexión vital con la creación y la naturaleza.

El rey de Harlem

El rey de Harlem aparece en escena golpeando con una cuchara de palo el trasero de los monos y arrancándole los ojos a los cocodrilos. Luego llega un viejo cubierto de setas, al lugar en el que los negros lloran. Mientras las rosas huyen en el aire, los niños machacan ardillas con frenesí.

El poeta indica que es necesario matar al “rubio vendedor de aguardiente” (p. 88) y a todo lo que representa al mundo blanco para llegar al centro de Harlem y poder experimentar el mundo negro. Este es un mundo oprimido, lleno de dolor y de furia, en el que el rey aparece como un prisionero, con un traje de conserje. El poeta canta entonces a los negros oprimidos y a su sangre, que busca “por mil caminos muertes enharinadas y cenizas de nardos” (p. 89), que se derrama y se extingue en un mundo abrumador.

Ante las imágenes de la sangre y la muerte, el poeta alienta a los negros a huir, a escapar de la vida oprimida, de ser cocineros, camareros y limpiadores de los blancos. Un viento del sur llega y arrastra por el fango barcas rotas y astillas que se clavan en la carne; a dicha imagen le sucede la aparición de un muro imposible de franquear, y el poeta recomienda a los negros que no intenten atravesarlo, sino que busquen el sol que se halla en el centro. Se trata del sol que baja por el río y es seguido por los animales. Bajo ese sol, el poeta pide a los negros que aguarden hasta que las plantas crezcan sobre las azoteas, y entonces podrán danzar en un mundo recuperado del dominio blanco.

Al finalizar el poema, Lorca eleva un canto lastimero por Harlem, amenazada por un “gentío de trajes sin cabeza” (p. 92), e indica que hasta él le llega el rumor del barrio, a través “de los caballos muertos y los crímenes / diminutos” (p. 92) y a través del rey desesperado.

“Iglesia abandonada (Balada de la Gran Guerra)”

El poeta anuncia que tenía un hijo llamado Juan, que se perdió un viernes de todos los muertos. La última vez que lo vio fue jugando en “las últimas escaleras de la misa” (p. 93), y aunque lo buscó, no pudo hallarlo.

Luego el poeta dice que comprendió que su niña era un pez. Él había tenido una niña, pero ahora tiene un pez muerto. También había tenido un mar, pero lo ha perdido. A esta idea le sucede una serie de imágenes que muestran la degradación del mundo y la corrupción de la materia. El poeta ha perdido su corazón y espera que el sacerdote salga a espantar los sapos nocturnos para poder buscarlo en el ofertorio, donde finalmente lo halla.

El poeta vuelve a clamar por su hijo perdido, que era como un gigante, aunque anuncia que los muertos son más fuertes. Al final del poema, el orden natural del mundo del poeta se ha perdido para siempre y este exclama como loco que tenía tenía un hijo para que la gente lo escuche y salga a repetir su mensaje de pérdida y desesperación.

Análisis

Lorca se halla ya instalado en Nueva York, el epítome de la modernidad y del capitalismo. Abrumado por la vida frenética, anónima y desalmada de la gran ciudad, el poeta se siente atravesado por un profundo sentimiento de pérdida que lo orienta hacia el pasado: su infancia, sus amigos y sus amores han quedado atrás definitivamente y solo pueden recuperarse mediante el ejercicio de la memoria.

Con toda esta carga emocional, Lorca recorre las calles de Nueva York, observa cómo se desarrolla la vida en la ciudad y se rebela contra la alienación que produce el orden establecido, un orden que atenta contra la esencia del ser humano y con lo que el poeta considera que es el orden natural de las cosas. Por esta razón, los críticos suelen unificar las partes dos y tres de Poeta en Nueva York como las secciones dedicadas a la denuncia de las formas de vida en la gran ciudad.

En los poemas aquí reunidos, el yo poético se subleva contra el orden establecido, se proyecta sobre la ciudad para denunciar todas sus miserias. Como el propio Lorca lo indicó durante la conferencia en la que presentó por primera vez los poemas de esta obra, para poder escribir sobre la situación de una ciudad, es necesario llegar a conocerla en profundidad: “no se puede uno entregar a las reacciones líricas sin haberse rozado con las personas de las avenidas y con la baraja de hombres de todo el mundo” (Lorca, 2020).

Sobre “Norma y paraíso de los negros”, dijo Lorca al presentarlo en su famosa conferencia sobre el poemario:

Yo quería hacer un poema de la raza negra en Norteamérica y subrayar el dolor que tienen los negros de ser negros en un mundo contrario, esclavos de todos los inventos del hombre blanco y de todas sus máquinas, con el perpetuo susto de que se les olvide un día encender la estufa de gas o guiar el automóvil o abrocharse el cuello almidonado (...) Pero yo protestaba todos los días. Protestaba de ver a los muchachillos negros degollados por los cuellos duros, con trajes y botas violentas, sacando las escupideras de hombres fríos que hablan como patos. Protestaba de toda esta carne robada al paraíso, manejada por judíos de nariz gélida y alma secante. (Lorca, 2020)

Como puede apreciarse en este pasaje, los negros representan para Lorca la alteridad, aquello que es distinto frente al orden establecido; estos “otros”, aparecen como seres primitivos (teniendo en cuenta la valoración positiva que Lorca atribuye a lo primitivo, que se acerca en su poética a las ideas de pureza, de inocencia y de conexión vital con la naturaleza), marginados sociales y, por lo tanto, alejados de la correcta forma de vivir de la burguesía. Como antítesis del occidental blanco, burgués y capitalista, el negro representa una instancia primitiva del ser humano, no pervertida aún por la modernidad y, por ende, más pura, que ostenta una moral natural y una libertad instintiva. Así, al observar al negro, el poeta añora el paraíso perdido sin tener esperanzas de poder recuperarlo; el deseo de libertad y el sentimiento de pérdida se fusionan en el poema y hacen evidente hasta qué punto el poeta se aleja de la vida normada de la burguesía blanca de Nueva York y se convierte, él mismo, en la figura del otro: Lorca también es una víctima de la civilización y de las costumbres burguesas del mundo de los blancos.

Para representar la oposición del mundo blanco y el mundo negro, Lorca articula “Norma y paraíso de los negros” con base en la antítesis amor-odio, como se observa en las primeras tres estrofas. En primera instancia, el mundo blanco se representa en los siguientes versos: “Odian la sombra del pájaro / sobre el pleamar de la blanca mejilla” (p. 85). A dichos versos se opone la idea de inocencia y conexión con la naturaleza que constituye el mundo de los negros: “Aman el azul desierto, las vacilantes expresiones bovinas (...) la danza curva del agua en la orilla” (p. 85). Esta inocencia natural de los negros, en la que Lorca encuentra huellas de su paraíso perdido, continua en las siguientes estrofas: “Es por el azul crujiente, / azul sin un gusano ni una huella dormida (...) es por el azul sin historia, / azul de una noche sin temor de día (p. 86).

Sin embargo, el poema se carga finalmente con la desesperanza del poeta que sabe que no podrá recuperar jamás ese estadio de inocencia. Así, los versos finales presentan un panorama desolador, en el que la muerte se ha apoderado del mundo vital de los negros: “Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba. / Allí los corales empapan la desesperación de la tinta, / y queda el hueco de la danza ¡sobre las últimas cenizas!” (p. 86). La metáfora del hueco, que aparece a lo largo de toda la obra, representa el vacío de un elemento ausente, de algo que se ha perdido para siempre. La danza, elemento ritual que manifiesta la profunda conexión cultural del hombre con sus creencias, es el elemento ausente en el nuevo orden social, aquello que el poeta añora de un mundo ya perdido.

En “Rey de Harlem”, el poeta da rienda suelta a la rabia que se acumula en su interior y vuelve a presentar una antítesis entre dos mundos: la oposición blanco/negro implica un correlato antinómico entre la idea de civilización/naturaleza y la de opresores/oprimidos. Dicha oposición es fácilmente comprobable a lo largo de todo el poema, y puede observarse en los siguientes pasajes:

Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente, (...) y es necesario dar con los puños cerrados / a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas, / para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre, (...) y para que nadie dude la infinita belleza / de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas. (p. 88)

El rubio vendedor de aguardiente y las judías llenas de burbujas son claras imágenes del mundo blanco cuya destrucción desea el poeta para poder recuperar la vitalidad del mundo negro, representada en este caso en la belleza de elementos tan básicos como necesarios, los enseres de cocina.

En el extenso poema, el yo poético de Lorca exhorta a los negros a huir de la civilización para recuperar la vitalidad perdida y articula su denuncia ante la opresión que ejerce el mundo blanco: “¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! / No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos, / a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro (...) a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje” (p. 88).

La denuncia da paso, en el siguiente poema, al dolor de la pérdida que se encarna en la imagen de un hijo muerto. Ante la pérdida, el mundo se vuelve un lugar inhabitable, donde todo lo bueno y puro termina corrompiéndose, como puede observarse en los siguientes versos: “Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar! / Subí a tocar las campanas pero las frutas tenían gusanos / y las cerillas apagadas / se comían los trigos de la primavera” (p. 93). Frente al mundo agonizante, el yo poético se vuelca hacia la religión católica y espera encontrar en ella la vitalidad y la pureza que no halla en la ciudad. Así, se hace evidente otra antítesis que atraviesa a toda la obra: los valores católicos en los que Lorca halla la pureza y la vitalidad propias de su España natal contra los valores protestantes de la sociedad norteamericana que se manifiestan en el afán mercantilista de la burguesía neoyorkina.