Nada

Nada Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos XIII-XV

Resumen

Capítulo XIII

Un día después del encuentro entre Román y Ena, esta última comienza a mostrase esquiva con Andrea. De hecho, en la última hora de clase, Ena le pide a su amiga que no la vaya a visitar por la tarde a su casa ni en los días posteriores porque tiene que ocuparse de un asunto. Ante este pedido, Andrea siente, como la tarde anterior, una suerte de opresión; salvo que lo que antes era presentimiento, ahora le parece una certeza: sucede algo malo.

En la casa de Aribau, Gloria está más nerviosa que de costumbre; Román y Juan, en cambio, están de buen humor e incluso mantienen amenas charlas entre ellos. Uno de esos días, Andrea escucha que Román toca en el piano su canción de primavera, compuesta en honor al dios Xochipilli. Entonces, ella entra y le pregunta sobre la conversación que él mantuvo con Ena el otro día, ya que desde ese momento dejaron de ser amigas. Román le dice que no hablaron de nada en particular, que él no tiene nada que ver con esas tontas historias de colegialas; luego, se marcha.

Andrea asiste a la biblioteca de la universidad para estudiar, dado que ya no cuenta con los libros de Ena. Una tarde, encuentra allí a Pons, y este le promete que al día siguiente le prestará sus libros. Cumple: le regala libros nuevos y ella se siente avergonzada por el hecho. Él tiene una proposición para hacerle, que dice no haber hecho antes porque no estaba permitida la presencia femenina: la invita al estudio de Guíxols, un pintor amigo suyo, en el que se reúnen asiduamente con otros amigos. Se trata de un grupo de artistas, escritores y pintores, y él lo presenta como un mundo bohemio y carente de convencionalismos sociales. Él les ha hablado de Andrea como una joven diferente al resto de las mujeres, y ellos quieren conocerla. Disfrutan juntos el camino hacia el barrio antiguo, en el que pasan por la iglesia de puro estilo gótico catalán Santa María del Mar, quemada durante la guerra, y llegan luego al atelier. Una vez allí, Pons presenta a Andrea a sus amigos: a Guíxols, el dueño del estudio; a Iturdiaga, escritor que recientemente ha vuelto del Monasterio de Veruela, donde ha estudiado a Bécquer; a Pujol, un pintor que imita el estilo de Picasso. Son todos muchachos de familias adineradas que llevan una vida bohemia dedicada al arte. Charlan entre ellos, y Andrea se halla muy a gusto. Ella prepara bocadillos y café para todos y escucha la charla, que gira en torno a la falta de dinero que está atravesando Iturdiaga debido a que su padre, como castigo por haber hecho un préstamo a un amigo, no le financia su novela. El capítulo termina cuando Pujol da vuelta un cuadro que lleva una frase: “Demos gracias al cielo de que valemos infinitamente más que nuestros antepasados. - Homero” (117).

Capítulo XIV

Como es época de exámenes, Andrea estudia mucho y siente frecuentes dolores de cabeza y problemas de memoria. Se sigue viendo con Pons, pero ya no con Ena. Gloria le cuenta que Ena visita a Román en su cuarto y que él toca sus composiciones de violín para ella. La mujer le pregunta si cree que van a casarse, pero Andrea lo niega y dice que es una estupidez aquello, que no hay nada entre ellos en ese sentido amoroso.

Una tarde en la universidad, Ena y Andrea vuelven a charlar. Ena le dice que, si bien su plan no ha concluido, se tomará esa tarde de descanso junto a su amiga y todo volverá a ser como antes. Ena, entonces, le cuenta que ha estado en la casa de Aribau buscándola y, al no encontrarla, Román la ha entretenido con música y cordialidades durante cuatro horas. Ena le recrimina que se avergüence de su familia y subraya lo original y buen artista que es Román y lo diferente que es a todas las personas que conoce. Es, justamente, esa diferencia la que le atrae. Le confiesa que Andrea le resulta parecida a Román en su forma de ser y que es eso lo que la ha llevado a querer ser su amiga: su diferencia en relación con el resto de los jóvenes. Sin embargo, en estos momentos, al mostrarse molesta por la amistad que Ena mantiene con Román, Andrea le recuerda el aburrimiento, la vulgaridad y la hipocresía que encuentra en su propia familia, tan formal y preocupada por seguir las normas. Andrea le advierte que Román es un ser mezquino y malo, pero Ena le dice que no se alejará de él. Ella está maravillada con el sitio en el que vive Andrea y con las personas que la rodean en aquella casa. Y le dice que el otro día, cuando Andrea entró al cuarto de Román, con esa mirada que puso sobre ella, estropeó su entusiasmo, por ello se ha enojado.

Al volver, Ena le pide perdón y la invita a ir a su casa cuando quiera. Le hace saber que su madre pregunta por ella y la estima mucho, ya que la alegra que su hija, por fin, tenga una amiga mujer.

Capítulo XV

Cuando Andrea regresa a la casa, Antonia, la criada, le dice secamente: “Va a haber entierro (...) Se va a morir el crío” (123). Se refiere al niño de Gloria y Juan, que, de acuerdo con el médico, tiene un principio de pulmonía. No cuentan con las medicinas recetadas, dado que en la farmacia, desde la muerte del abuelo, no les fían.

Gloria le exige a Juan que vaya a trabajar, porque le ha surgido una oportunidad para realizar una guardia en un almacén, pero él duda, temeroso por el niño. Finalmente, y ante la insistencia de su esposa, sale. Apenas Gloria oye que la puerta se cierra tras él, llama a la abuela y le entrega al niño. Luego, se pone sus mejores ropas, se maquilla y sale hacia la casa de su hermana para buscar dinero para las medicinas del bebé. Unas tres horas más tarde, Juan regresa antes de tiempo, para saber sobre la salud de su hijo. Cuando descubre que Gloria no está allí, arranca en un ataque de furia y sale a la calle. La abuela le pide a Andrea que lo siga porque teme por la vida de Gloria.

Juan camina de prisa, casi corriendo, y no se percata de que su sobrina va tras él. Cruzan varias calles hasta que se adentran en las callejuelas del Barrio Chino. Es el lugar peligroso del que Andrea ha recibido previamente advertencias de Angustias y que se abre ahora ante sus ojos como un lugar poblado de olores, música y personajes que parecen disfrazados con mal gusto. En un momento, un borracho cae sobre Juan. Este lo repele y le propina un puñetazo en la mandíbula. Los hombres pelean enzarzados y la calle se llena de espectadores, hasta que, de repente, el sonido de una alarma de bomberos o de la policía provoca que todos huyan del lugar: solo quedan Juan y Andrea en el centro de la calle. Ella lo ayuda a ponerse en pie y recién en ese momento, él se da cuenta de su presencia. Ante los pedidos de Andrea para que vuelva a casa, Juan vocifera en contra de su esposa y de todas las mujeres. Luego, al volver sobre las calles andadas, se detiene en un lugar, aporrea una puerta hasta que le abren e ingresa, dejando a Andrea afuera. Ella se sienta en el umbral y espera alrededor de una hora.

Cuando ya está temblando de frío, una mujer abre y la hace pasar. Se trata de una tienda de comestibles. Juan está allí en el mostrador con un vaso lleno. De otra habitación llegan ruidos animados y luz. Andrea se da cuenta de que allí están jugando a las cartas. La mujer que le ha abierto a Andrea es la hermana de Gloria y le dice a Juan que ya es hora de que se entere de lo que sucede, que nadie quiere sus cuadros y que el dinero lo consigue Gloria apostando en el juego de cartas. En ese momento, por una puerta lateral aparece Gloria que toma a Juan y salen juntos a la calle. Ella le pregunta si el niño se ha muerto. Él le dice que no y se larga a llorar de manera tan desaforada, que ella llora junto a él.

Análisis

La ciudad de Barcelona continúa mostrando los secretos que tiene para Andrea: dos espacios nuevos aparecen en esta parte de la novela, totalmente diferentes uno del otro. Uno de los lugares es el atelier de los bohemios; el otro, el Barrio Chino.

Pons abre para Andrea un mundo nuevo al permitirle ingresar al atelier, lugar al que por primera vez ingresa una mujer. Le permiten la entrada por ser diferente al resto de las mujeres. Este lugar, habitado por jóvenes y bohemios artistas de familias adineradas, se convierte en una especie de remanso para la protagonista. A diferencia del mundo adulto y sórdido que conoce en la casa de la calle Aribau y del mundo adulto con el que tienen contacto los jóvenes bohemios, aquí los jóvenes tienen una espacio para experimentar, conversar y proyectar con personas cercanas a ellos en edad. Los bohemios, también, como Andrea, se quejan del mundo adulto, aunque por cuestiones diametralmente diferentes a las de la protagonista. La brecha generacional entre jóvenes y adultos separa dos visiones de mundo diferentes. Los jóvenes bohemios se muestran esperanzados y llenos de ilusión. Los adultos que suele frecuentar Andrea se ven agotados y con huellas visibles de la guerra tanto en sus cuerpos como en sus actitudes; los adultos que suelen frecuentar los bohemios, preocupados por sacar adelante sus negocios millonarios y con la mente trabajando todo el tiempo en pos de conseguir dinero.

En el estudio, Andrea se permite comparar el arte pobre de Juan, que no le reditúa ni un céntimo, con el de Guíxols. Juan, como ya percibe Andrea en el capítulo III, no posee ningún tipo de talento: "En el lienzo iba apareciendo un acartonado muñeco tan estúpido como la misma expresión de la cara de Gloria al escuchar cualquier conversación de Román conmigo" (30). En cambio, Guíxols, "tenía suerte y vendía bien sus cuadros, aunque no había hecho ninguna exposición. Sin querer, comparé su pintura con la de Juan. La de Guíxols era mejor, indudablemente" (115).

El otro espacio que recorre Andrea en esta parte es el del Barrio Chino, aquel lugar del que su tía le advierte en los primeros capítulos. A diferencia de los ambientes habitados por las personas de mayor poder económico, en donde todo luce ordenado, está limpio, es espacioso y las conversaciones son límpidas, en este barrio el orden es caótico: las calles son como laberintos, algunas llenas de gente, ruido y luces, y otras oscuras, enlodadas y silenciosas; el olor a fruta podrida, a restos de carne y de pescado así como las ratas que pasan corriendo unas calles antes anuncian la entrada al barrio. Otra vez Andrea siente, como al arribar por primera vez a la casa de la calle Aribau, que está inmersa en una pesadilla, y Juan se le aparece como una figura animalizada, a la que compara con un perro que olfatea. Los personajes que aparecen son borrachos, estafadores, apostadores, como la hermana de Gloria, que tiene un negocio donde se juega timba de forma clandestina.

La ira de un Juan totalmente desencajado se calma y se torna angustia y llanto cuando descubre la verdad. Este hombre, que se adjudica para sí los valores patriarcales tradicionales, que golpea e insulta continuamente a su esposa y que se ufana de ser quien lleva el pan a la mesa, es humillado al demostrarse que no es quien provee en la casa: es Gloria quien lo mantiene a través de sus apuestas en los juegos de cartas. Su esposa no sale de la casa por las noches para prostituirse ni para engañarlo, sale para conseguir dinero para sostener a la familia. Aquí se revela una de las incógnitas que construye la narración.

En estos capítulos, además, se establecen dos momentos diferentes en la relación de amistad que Ena mantiene con Andrea. Al principio, en el capítulo XIII, Ena le pide distancia para atender un asunto que no revela. Esta distancia es la que permite que Pons ocupe el lugar que Ena deja vacío en la vida de Andrea y, por lo tanto, que ella conozca a los bohemios. Luego, en el capítulo XIV, Ena invita a Andrea a pasear con ella al Tibidabo y mantiene una conversación significativa con su amiga.

Andrea, que cree que la de su amiga es una vida perfecta, rodeada por una familia entrañable y sin complicaciones, descubre que, en realidad, las expectativas de Ena respecto de la vida en general son otras. Lo que a Andrea le atrae del mundo que rodea a Ena es, justamente, lo que Ena rechaza; y viceversa. Ena es una suerte de antítesis de Andrea. Ena es linda y coqueta, de Andrea no hay mucha información sobre sus rasgos físicos y rechaza la coquetería, sobre todo porque no cuenta con dinero para ocuparse de su aspecto; Ena es rica y Andrea es pobre; Ena tiene una familia que la quiere y apoya, Andrea es huérfana y la familia que debe cuidarla le resulta odiosa y violenta; Ena tiene una personalidad fuerte y avasallante, Andrea es tímida y suele ser dejada de lado en varias circunstancias; Ena consigue lo que se propone, mientras que Andrea encuentra obstáculos para conseguir sus objetivos.

En la conversación que mantienen las dos amigas, Ena le confiesa que ella no busca los valores tradicionalmente considerados como positivos en las personas, sino que se interesa por la gente que se permite ver la vida y el mundo de un modo diferente, "que hace que la existencia no sea monótona" (121), por eso se siente atraída por Román; por eso, también, rechaza a su respetable y utilitaria familia; por eso es que, además, critica a Andrea, su amiga y confidente, al notar que se comporta como los adultos que Ena desprecia al tratar de alejarla de su tío. Ena, de esta forma, rompe el estereotipo de la joven modelo de la España de su época: la cautiva lo diferente, lo que rompe con lo establecido. Esta diferencia que encuentra en Andrea es la que la acerca a ella en un primer momento. Tanto Ena como Pons y los bohemios se acercan a Andrea porque los atrae su diferencia.

En la parte final del diálogo entre las amigas, se cumple lo que Andrea prefigura cuando apenas la conoce: que algún día Ena, y nadie más que ella, podrá sentirse interesada y podrá comprender la novelable vida de la casa de Aribau. "Te comprendía mejor" (122), le confiesa Ena; "no hay nada que no me interese..." (122), insiste. Sin embargo, Andrea no es feliz con esa intromisión en el interior que desea mantener escondido. Es un espacio de miserias que no quiere compartir.