Nada

Nada Ironía

Andrea llega a Barcelona convencida de que allí encontrará la libertad que tanto ansía; sin embargo, en la casa de la calle Aribau, vive todo lo contrario.

La primera consideración que la narradora realiza sobre su viaje a Barcelona y que da cuenta de sus ansias por mudarse allí es la siguiente: "me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche" (13). Al descender del tren, en la Estación de Francia, en Barcelona, mira a su alrededor con una sonrisa de asombro. Sus sentidos parecen fortificarse: el olor que siente, el rumor constante que escucha, las luces que iluminan el sitio tienen para ella gran encanto, "ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida" (13). El viaje en coche de caballos, también le resulta agradable y le anuncia la llegada a un lugar glorioso que está dando cuenta de cumplir con lo imaginado y ansiado: "atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza" (14).

Sin embargo, toda esta alegría y sus expectativas, se derrumban cuando llega a la casa de la calle Aribau. Apenas pone un pie en el edificio en el que vive su familia, siente que lo esperado o creado en su mente no condice con el lugar al que está ingresando: "Todo empezaba a ser extraño a mi imaginación" (14). Cuando la puerta se abre, el escenario es lúgubre y no se parece en nada, ni el sitio ni los habitantes, a su recuerdo y a la idea formada por la protagonista. En cuestión de minutos, cambia la percepción de la narradora.

No obstante, cuando el primer capítulo termina, unas estrellas que alcanza a ver desde su cama, le devuelven la ilusión. Ilusión que, con el correr de los capítulos, volverá a verse traicionada.

Andrea vive una gran cantidad de experiencias en Barcelona, sin embargo, deja la ciudad con la sensación de no llevarse nada.

Andrea llaga a Barcelona con expectativas de vivir experiencias que provoquen un cambio rotundo en su vida, pero, a medida que pasa el tiempo, se desilusiona, dado que no cree que le estén sucediendo cosas interesantes. De hecho, su estadía en la ciudad termina con ese sentimiento. El mismo título de la novela, Nada, refiere a las experiencias de la narradora en el pasado, quien, al final del texto, confiesa a sus lectores que la protagonista se va de Barcelona, tras un año de estadía, "sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada" (213). Sin embargo, inmediatamente se rectifica, porque como narradora que vuelve a su pasado, desde su presente y su madurez sí entiende qué es lo que se lleva, y sostiene "Al menos, así creía yo entonces".

El título, por tanto, resulta algo irónico. Puede que Andrea no haya crecido mucho en el año transcurrido, puede que no haya cambiado demasiado, puede que no le hayan sucedido cosas a ella. Sin embargo, todo lo vivido, lo observado y pasado la nutren profundamente. La novela que está narrando es sobrada prueba de que, en realidad, sí se lleva experiencias, aprendizajes y emociones de la casa de Aribau. Estas tal vez no coincidan con las esperadas antes de llegar a ella, pero contribuyen a su formación, crecimiento y maduración.

La protagonista de la novela no tiene un rol protagónico.

Andrea es la narradora y protagonista de la novela, sin embargo, en varias ocasiones, menciona, con cierto dejo de angustia, su carácter de espectadora. En la fiesta de Pons, al despedirse, frustrada, del anfitrión, se pregunta para sus adentros si es posible que ella sea "la protagonista de tan ridícula escena" (162): sus expectativas sobre lo que sucedería en ese baile no se están cumpliendo. Al salir y reflexionar sobre lo sucedido comprende su rol: "Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora" (163).

Andrea sostiene que no le sucede nada de lo esperado. Y es que, en realidad, las cosas más significativas las viven los otros personajes en esta novela, y Andrea es testigo de todo ello y es la que hila, mediante la narración, todas las historias. El rol protagónico de Andrea, de alguna manera, podría decirse que comienza cuando la novela culmina. O, mejor, cuando unos años después se da cuenta de que todo lo vivido es digno de ser novelado y se dispone a narrarlo. Carmen Martín Gaite, en "La chica rara" (1987), sostiene que la protagonista adquiere lucidez, justamente, cuando se resigna a no ser la protagonista, porque es entonces cuando descubre su rol. Lo que Martín Gaite plantea es que lo novedoso de esta novela es que rompe con lo esperado tradicionalmente de que a la protagonista le tengan que suceder cosas, y que Laforet imbuye a su Andrea de las dotes propias del narrador testigo.

Al despedirse, Juan le da a entender a Andrea que vivir en casa de familiares es mejor que con extraños, cuando ella, precisamente, acaba de transitar una estadía muy angustiante con sus familiares.

Durante la noche de la despedida de Andrea, a diferencia de todo el año en el que ha vivido en la casa, sus familiares parecen estar de buen humor, hay abundante comida y se lo ve por primera vez al niño "charloteando" desde su silla infantil. Juan despide a su sobrina y le desea un buen viaje, pero también le realiza una advertencia: "Ya verás como, de todas maneras, vivir en una casa extraña no es lo mismo que estar con tu familia, pero conviene que te vayas espabilando. Que aprendas a conocer lo que es la vida..." (212-213). Con estas palabras, da a entender que no hay lugar más confortable para habitar que la casa familiar. Sin embargo, a esta altura del relato, el último capítulo, ya hemos visto que su casa, precisamente, no resulta un hogar cómodo, pacífico, bonito ni amoroso, sino todo lo contrario.

Nunca en la novela la palabra "nada" significa "nada".

Suele suceder en esta novela que cuando un personaje pronuncia la palabra "nada", en realidad, está callando u ocultando algo. La palabra "nada", como en el título, suena entonces a ironía aquí, porque, justamente, su significado real no condice con el literal.

Por ejemplo, cuando Román toca el violín para su sobrina, esta se conmueve profundamente, se llena de emociones, se le desarma la capa de hostilidad que tiene preparada para enfrentarse a la vida; sin embargo, cuando Román le pregunta qué siente, ella contesta que no siente nada. Cuando Andrea le pregunta a Gloria adónde se dirigía la otra noche, la esposa de Juan le contesta "A nada malo. A ver a mi hermana, ya ves tú..." (79); más adelante, se develan las salidas nocturnas de Gloria: participa en apuestas clandestinas, por lo que no era "nada". Cuando Andrea una noche sorprende a Román en el cuarto de Angustias, habitación que ella utiliza para dormir cuando su tía se ausenta, lo mira inquisitoriamente y el hombre le dice: "Nada [...], nada... no quería nada aquí" (62); luego nos enteramos de que tiene una llave del lugar donde su hermana guarda cartas y que las revisa sistemáticamente.