Los museos abandonados

Los museos abandonados Símbolos, Alegoría y Motivos

El museo (Motivo)

Los museos son una constante en los textos de Peri Rossi, más allá de este libro de cuentos en particular. Después de Los museos abandonados, reaparecen, por ejemplo, en el cuento que abre y da nombre a otra colección, “El museo de los esfuerzos inútiles” (1983), así como en “La rebelión de los niños”, del libro de igual título (1980), y en “La condena”, de Una pasión prohibida (1986). En estos dos últimos relatos, el foco de la historia se desplaza desde el espacio del museo hacia un objeto que forma parte de él: una escultura y un cuadro, respectivamente.

Se trata en sí de una institución de archivo y memorialista, aunque conviene no olvidar, incluso si parece obvio, que la conformación de un museo no resulta independiente de un determinado modo de concebir la cultura y los objetos culturales, y que algo de eso es lo que está puesto en cuestionamiento en estos relatos.

El mar (Motivo)

Si bien ninguno de los cuatro cuentos que componen el libro tiene lugar en la costa o en altamar, el mar es un motivo recurrente que aparece en forma de metáforas, símiles y otras figuras retóricas muy utilizadas por los narradores de los relatos, todos ellos de un lirismo muy marcado.

María, en “Los extraños objetos voladores”, recuerda en su museo de memorias el naufragio de un barco años atrás: “era lo suficientemente vieja como para recordar hasta el naufragio del Titanus, cuando los muertos, pobrecitos, llegaron nadando hasta el arroyo. Ella nunca se explicó cómo pudieron realizar aquel viaje, pero allí estaban los cuerpecitos, mojados por la lluvia y por el mar, podridos por el tiempo y la maceración” (p.16).

A veces el mar resulta una amenaza, como para María, que le teme a las grandes ciudades, al mar y a los océanos. Pero en otras ocasiones representa un espacio poético por antonomasia. Por ejemplo, encontramos esta apreciación positiva por parte del narrador en el poema que interrumpe la narración en “Un cuento para Eurídice”:

Le proponía
juegos en las casas del museo,
puentes levadizos,
el dialecto de los colores
en los matices del mar de Rimbaud,
botes que no van a ninguna parte.

(p.113)

Eurídice misma recuerda viejos tiempos, y repite para sí: “Eurídice, mira el mar. Huele el mar. Aspíralo. Eurídice, el mar. Pero qué dientes tan blancos tienes, Eurídice, como una dulce hilera de pelícanos observando, a babor” (p.115). Ella, que gusta de las historias del narrador, le pide que le cuente cómo se conocieron ellos. Él habla, y entremezcla la mención a las historias de marinos que en aquel momento dice haber relatado con palabras propias del campo semántico náutico aplicadas a la conversación erótica: “Sobre la mesa no había más que una botella oxidada y su vela. Historias de viejos marineros, de barcos y de naufragios, de bandoleros y espacios hendidos por babor. El desfiladero caliente de tu cuello por donde yo hubiera querido descender la quilla, la hoz del ancla, al otro lado de Oyapuc, para no volver” (p.121).

En “Los refugios”, Ariadna le pregunta a su interlocutor por qué no ha respondido a los jóvenes y el amor. Ellos llamaban “Como las sirenas de los barcos. Es altamar y hace frío. Una nave, sumida en la niebla, lanza su lamento desde el vientre redondo, negro, obeso, como una madre en acecho del hijo que no nace. Usted quizás estuviera construyendo su pájaro de acero o su trinomio, en tanto los jóvenes echaban a rodar sus arengas como frutas maduras por las calles, resbalando” (p.143). En este caso, el mar es nuevamente vértigo y temor, pero, a su vez, es también la posibilidad de la llamada del barco, la pasión de los jóvenes, de cuyo lado está el “amor universal y la justicia” (p.143).

Las estatuas (Motivo)

Las estatuas, las esculturas en los museos, aparecen constantemente en los textos como un intento, generalmente clásico, de archivar la belleza, salvaguardarla de la destrucción (en “Los refugios”), o del olvido y el abandono (en “Los juegos”). Sobre todo, se trata de esculturas de mujeres, generalmente de mármol blanco.

En principio, la distancia entre estatuas y mujeres de carne y hueso se desdibuja: no solo en estos cuentos, sino en mucha de la producción poética y prosística de Peri Rossi, las esculturas son objeto de pensamientos y acciones eróticas y lujuriosas. Inclusive, en la novela El libro de mis primos, el personaje de Gastón viola a una estatua.

En el caso de los cuentos que conforman Los museos abandonados, nos encontramos también con escenas en las que las estatuas forman parte de la relación erótica entre los personajes y allí cumplen el rol de representar el cuerpo femenino, así como la imposibilidad de poseerlo o preservarlo.

En “Los juegos”, Ariadna y el narrador se persiguen por todo el museo. El narrador, generalmente, busca a Ariadna. “Una noche la encontré delirante, abrazando una estatua” (p.82), dice. También él, como Gastón en la novela citada anteriormente, violenta una estatua. Las mira a todas, poco a poco, recorriéndolas desde los pies, y dice: “llegado al cuello de la primera que estaba en la fila, bruscamente, me asaltó el deseo: ella me miraba impasible, quizás con un poco de tristeza, y yo la noté un poco gruesa, un poco digna, un poco estática: brutalmente me lancé sobre ella, derrotándola sobre el suelo. La dama apenas se agitó, quebradas las piernas, pero debajo de su túnica plegada, mis manos la registraron hábilmente: desgarróse la tela como el cuerpo, y por los intersticios de los ojos nadie me miraba” (pp.88-89). Nuevamente, la túnica puede desgarrarse: ¿se trata de una estatua o se trata de Ariadna? Este tipo de ambigüedades, en cada persecución, incomodan la lectura.

Por otra parte, en “Los refugios”, el juego es el opuesto. El narrador trae elementos de la escultura hacia la mujer: “Cubrí a Ariadna con una de las sábanas que protegían a las estatuas del polvo y del tiempo” (p.149), dice, haciendo de la verdadera Ariadna una pieza de museo.

De este modo, si bien las esculturas parecen, en principio, traer la idea de la inmortalidad de la belleza en el relato, en realidad hablan de la incapacidad de cumplir con esta intención, debido a que continuamente peligran, son ultrajadas, destruidas o abandonadas. A pesar de la intención de aprehender el cuerpo femenino/estatua, poseerlo, preservarlo, salvaguardarlo del tiempo y el polvo, la destrucción y la violencia resultan en los cuentos inevitables.

La dicotomía ciudad-campo (Motivo)

Este motivo aplica, ante todo, al primer cuento, “Los extraños objetos voladores”. Si bien la vida en el campo no es idílica para Lautaro y María, debido a la alternancia de sequías e inundaciones, a la pobreza de las cosechas que se traduce en hambre y necesidad, la ciudad representa un mundo de negativos, muerte y horror. Ante la muerte de su hijo, al volver de Buenos Aires, María dice: “La ciudad me lo mató” (p.25). Según ella, la ciudad sedujoa Sebastián, lo encerró y le quitó el hambre. “El bicho de la curiosidad” (p.25) es lo que se instaló en su estómago. Cuando Sebastián vuelve, lo hace con una mirada alucinada que no se le quitará nunca más y que, según María, es fruto del horror visto en la ciudad, de la cárcel, el hambre, las ratas y el maltrato policial. Para María, la ciudad no simboliza el avance y el desarrollo, sino la muerte y la oscuridad, que se opone a la dura pero comprensible y aprehensible vida de campo.

El sol (Símbolo)

Contrariamente a las asociaciones más pedestres con respecto a la luz y las sombras, es decir, el bien y el mal, el avance de la luz del sol en “Un cuento para Eurídice” simboliza el advenimiento del fin, del apocalipsis y la muerte. Eurídice le da la espalda al sol y su luz que ilumina todos los cadáveres afuera del museo, que funciona como un refugio de ese sol que todo lo abrasa.