Los museos abandonados

Los museos abandonados Metáforas y Símiles

“Todo parecía quieto, en una verde duración embalsamada” (Metáfora) (“Los extraños objetos voladores”, p.16)

El narrador, focalizado en María, describe los efectos de un eclipse ocurrido hace muchos años en el campo. Para ella, a pesar de durar muy poco, el eclipse le dio a todo el entorno un tinte de quietud perenne. La metáfora de la taxidermia viene a reforzar esta sensación: la duración, la quietud está “embalsamada” (p.16), es decir, resistirá con creces el paso del tiempo.

“El olor [de las ropas del salón de las matronas] era algo así como a duración, si es posible, o a eternidad: el olor que se escondía en el incienso, es decir, en las catedrales y en los libros antiguos: uno podía sondear su solemnidad, también, en los cementerios y en las arcadas de los salones más viejos del museo” (Símil) (“Los juegos”, p.88)

Nuevamente, en el siguiente relato, la idea de duración, de lo que se mantiene intacto, reaparece. El narrador compara el olor de las catedrales, los libros antiguos, los cementerios y las arcadas con el olor de las ropas antiguas del salón de las matronas en que supuestamente se esconde Ariadna, para dar esta idea de eternidad, muy propia del ámbito del museo.

“Como el ciervo se detiene, en medio del bosque, cuando no oye a sus perseguidores..." (Símil) (“Los juegos”, pp.95-96)

En los juegos en los que el narrador acecha a Ariadna, la compara con un ciervo que se siente amenazado. Él se mantiene quieto e inmóvil y la imagina detenida en algún salón, inquieta, levantando la cabeza como un ciervo, a la espera de un indicio para escapar. Al tratarse de un juego de persecución, este símil resulta, al menos, esperable.

“Yo rememoraba: cuanto sabía, cuanto podía recordar, cuanto pudiera traer a la memoria (...), podía suscitar en su fino cuerpo, en su piel desnuda, el erizamiento del dolor, cual una bandera, el rasguño de la pena, penetrándole como el estilete de un sucio insecto que sobrevolara su piel" (Símil) (“Un relato para Eurídice”, pp.112-113)

Contrariamente a lo que sucede en la comparación anterior, un tanto evidente, entre el ciervo y Ariadna, en este caso pasa todo lo contrario: la comparación del enraizamiento del dolor en la piel de Eurídice con el izamiento de una bandera resulta, cuanto menos, extraño. ¿Cómo puede parecerse un dolor a izar una bandera? A esto se suma una segunda comparación: el dolor penetra como “el estilete de un sucio insecto” (p.113). El estilete es una palabra que no remite, como algunos lectores pueden inferir, al instrumento de escritura, al arma o a la sonda quirúrgica, sino a una parte de la boca de un insecto, denominada de ese modo. Estos dos símiles, casi encabalgados, enrarecen por demás la lectura. El dolor que un relato puede infligir a la interlocutora no es fácil de comprender a través de las comparaciones; no son clarificadoras, sino, quizá, todo lo contrario: complican los sentimientos de Eurídice más aún.

“Usted quizás estuviera construyendo su pájaro de acero o su trinomio, en tanto los jóvenes echaban a rodar sus arengas como frutas maduras por las calles, resbalando” (Símil) (“Los refugios”, p.143)

El narrador no respondió al llamado de los jóvenes. Ariadna le señala que, posiblemente, él estaba muy entretenido con sus esculturas y su museo mientras, afuera, los jóvenes arengaban a la revolución. La comparación que hace entre las arengas y la fruta madura da cuenta de la inminencia del cambio de era. El fruto ha llegado al final de su proceso de maduración y es hora de que estalle, como sucede al final del libro: “Nos quedamos adentro, en silencio, hasta que todo estalló, como una gran fruta madura, como una formidable víscera descompuesta” (p.149).

Es de común conocimiento que, una vez terminado el ciclo de maduración, inicia otro: el consumo o la descomposición. La arenga de los jóvenes, lanzada como fruta madura, parece decir que el momento de decidir, de salir a plegarse a la lucha, es ahora o nunca.