Libro de buen amor

Libro de buen amor Resumen y Análisis Estrofas 1315-1728

Resumen

El primer domingo posterior a Pascua, el día de Cuasimodo, después de que el arcipreste observa iglesias y altares “llenos de alegría, de bodas e cantares” (1315 b), recurre a la anciana Trotaconventos (antes llamada Urraca), para pedirle que encuentre una nueva pareja para él. Ella intenta concertar un encuentro entre él y una viuda lozana, pero esta lo rechaza.

El 25 de abril, día de San Marcos, Juan Ruiz se enamora, en una iglesia, de una mujer viuda muy hermosa. Entonces, acude nuevamente a los servicios de Trotaconventos para cortejarla. La anciana se esfuerza por ayudar al arcipreste y, fingiendo ser una vendedora de joyas, consigue entrar a la casa de la mujer y sugerirle que se case con él. Poco después, pese a que la respuesta de la mujer parecía favorable, ella se casa con otro hombre.

Luego, Trotaconventos le aconseja al poeta que ame a una monja, y propone que elija a doña Garoza, a quien había servido durante diez años. Entonces, la mensajera visita a la monja y entabla con ella una disputa por fábulas. Primero, doña Garoza relata el “Ejemplo del hortelano y la culebra”. Esta fábula cuenta la historia de un hombre que dio refugio a una serpiente durante el invierno y, al llegar el verano, fue atacado por ella. La monja le explica a Trotaconventos que, así también, ella la ayudó durante un tiempo mientras fue su ama y, sin embargo, ahora la anciana la incita a perder su alma. Trotaconventos responde relatando el “Ejemplo del galgo y del señor”. La fábula cuenta que un galgo viejo al que su dueño halagaba en el pasado, cuando era un hábil cazador, luego, ya débil, fracasa en la caza de un conejo, y entonces su dueño lo castiga por ese motivo.

A continuación, doña Garoza relata el “Ejemplo del ratón de Monferrado y del ratón de Guadalajara”. Este se siente a gusto cuando el primero lo invita a comer, pese a la humilde comida que aquel le ofrece. Luego, el ratón de Guadalajara invita al de Monferrado a su casa y le ofrece un exquisito banquete, pero los ratones no pueden disfrutarlo porque son atacados repentinamente. El ratón de Monferrado explica que al que le teme a la muerte, el panal le sabe a hiel. De esta manera, doña Garoza sugiere que es mejor vivir en la pobreza y con paz, que en la riqueza con miedo, y añade que “más vale en convento las sardinas saladas” (1385 a), que perder el alma con “perdizes assadas” (“perdices asadas”, 1385 c) y ser deshonrada.

La disputa prosigue con otras fábulas y, finalmente, doña Garoza relata el “Ejemplo del ladrón que hizo carta al diablo de su ánima”. Este cuenta la historia de un ladrón que vendió su alma y consiguió así, con la ayuda del diablo, permanecer impune tras varios de sus delitos. Sin embargo, al final, el diablo no impide que muera en la horca. Doña Garoza explica así que quien tiene trato con el diablo o hace amistades con malos amigos, “por mucho que se tarde, mal galardón alcança” (1476 c). Es decir: tarde o temprano, alcanza malas recompensas. A pesar de todo, Trotaconventos no desiste de su objetivo y consigue que doña Garoza se interese por el arcipreste. La mensajera describe entonces las cualidades de este, y la mujer da su consentimiento para recibir a su enamorado. El arcipreste, antes de visitarla, le envía una carta a la monja por medio de la mensajera, y recibe luego de ella una respuesta favorable.

Al día siguiente, Juan Ruiz asiste a la misa y observa la belleza de doña Garoza. Ambos se enamoran y mantienen un “linpio amor” (1503 c), pero la monja fallece dos meses después. Pronto, para olvidar el dolor, el arcipreste le pide a Trotaconventos que encuentre a alguien con quien él pueda casarse. La anciana se dirige entonces a una mora, quien rehúsa su iniciativa con palabras en árabe. Luego, durante un tiempo, el poeta se dedica a componer cantigas, hasta que, repentinamente, muere Trotaconventos. El arcipreste incluye a continuación un planto o elegía funeral en honor a la anciana. En ella despliega consideraciones sobre la muerte. Luego, añade un epitafio y, finalmente, hace una digresión acerca de las “armas” que debe usar cristiano para vencer al diablo y evitar las tentaciones mundanas: obras de misericordia, dones del Espíritu Santo, obras de piedad y los siete sacramentos.

A continuación, el arcipreste añade un elogio de las “dueñas chicas” (mujeres pequeñas), en que destaca sus virtudes y las compara con objetos pequeños y valiosos. Sin embargo, el poeta concluye que, como del mal es mejor “tomar lo menos” (1617 c), de las mujeres, “la mejor es la menor” (1617 d). Luego, a comienzos de marzo, cerca del inicio de la primavera, busca a un nuevo mensajero, don Hurón. Él es pendenciero, calumniador, ladrón, necio y perezoso, y fracasa en el intento de despertar el interés de doña Fulana por el arcipreste.

Luego, de manera inesperada, se introduce un epílogo en donde el poeta manifiesta que pone fin a su libro, aunque no lo cierra, sino que lo deja abierto a la colaboración de otros. Así, invita a quienes sepan componer poesía a añadirle fragmentos o a enmendarlo, permitiendo que el libro circule “de mano en mano” (1629 c). También recomienda que se preste el libro de buen grado, puesto que “es de buen amor” (1630 a), e insiste en que, a propósito de cada palabra, “se entiende otra cosa” (1631 c). Afirma entonces que habló en “juglería” (“en burlas” o “utilizando técnicas juglarescas”, 1633 b), para entretener al público, a quien se dirige para pedirle que, en recompensa, rece por él un “Padre nuestro” y un “Ave María”. El manuscrito está fechado “Era de mill e trezientos e ochenta e un años” (correspondiente al año 1343 de la Era Cristiana, 1634 a). Finalmente, se añade que el poema fue compuesto por los males y daños que hacen “muchos y muchas a otros con engaños” (1634 c), y para mostrar a quienes desconocen la ciencia poética versos que nunca han oído.

A continuación, se incluyen las composiciones poéticas “Gozos de Santa María”, una cantiga de escolares, una glosa del “Ave María”, cuatro cánticas de loores de Santa María, y un cantar “a la ventura”. También se introduce un último episodio que narra la agitación que ocasiona entre los clérigos de Talavera las medidas del arzobispo don Gil concernientes a limitar el concubinato de los clérigos. Para finalizar, se incluyen dos cantares de ciegos.

Análisis

Tras los episodios de las serranas y el regreso triunfal de don Amor, se narran las últimas aventuras amorosas del arcipreste. La primera se inicia luego de que el poeta contempla las celebraciones de numerosos matrimonios en las iglesias, el día de Cuasimodo, por lo que el episodio adquiere cierto tono melancólico:

El día de Quasimodo, iglesias e altares
vi llenos de alegrías, de bodas e cantares:
todos avién gran fiesta, fazién grandes yantares
andan de boda en boda clérigos e juglares.

Los que antes eran solos, desque eran casados,
veíalos de dueñas andar acompañados;
puse cómo oviese de tales gasajados (“me propuse tener tales placeres”),
ca omne que es solo siempre piensa cuidados. (“el hombre que está solo siempre tiene en el pensamiento preocupaciones”, 1315-1316)

Cabe mencionar que el último verso remite al pasaje bíblico del Génesis: “Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo” (2, 18).

Luego de relatar brevemente dos episodios amorosos en los que no consigue alcanzar sus objetivos, el poeta se detiene en el extenso debate que entablan Trotaconventos y una monja, doña Garoza. Se trata, en este caso, de un intercambio de apólogos o fábulas, que concluyen con lecciones prácticas con las que ambas mujeres definen sus posiciones en el debate. Doña Garoza defiende una posición ética-religiosa, puesto que teme caer en la deshonra y el pecado, mientras que los argumentos de Trotaconventos son de tipo práctico. Finalmente, cuando doña Garoza pide una descripción física del arcipreste (“su fechura”, 1484 c), la extensa prosopografía o descripción que hace de él la anciana no es retrato realista, sino que reúne rasgos con los que numerosos tratados medievales sobre la fisonomía y temperamento caracterizaban al hombre galanteador. Por otra parte, la enumeración de sus rasgos obedece a un orden canónico. Esta descripción puede leerse como la contraparte del retrato arquetípico de la belleza femenina expuesto anteriormente por don Amor (431-435).

Más tarde, a propósito de la muerte de Trotaconventos, el poeta compone un planto o “llanto”, lamentando la muerte de la anciana. El planto contiene las tres partes que exigía convencionalmente este género medieval: consideraciones sobre la muerte (en estas el poeta se extiende considerablemente), el lamento de los sobrevivientes y alabanzas al difunto. Entre las imprecaciones contra la muerte, Juan Ruiz elabora una serie de antiguos lugares comunes, como por ejemplo, el de que la muerte no hace distinciones de estado o riqueza entre las personas a las que “hiere” (“tú fieres”, 1521a):

Muerte, al que tú fieres, liévaslo de belmez (“los llevas irremisiblemente”),
al bueno e al malo, al rico y al refez (“podre o vil”),
a todos los egualas e los lievas por un prez (“los igualas y los llevas por el mismo precio”),
por papas e por reyes non das una vil nuez. (1521)

Hacia el final del libro, el arcipreste retoma el tópico sobre la oposición entre la apariencia y la realidad. En este caso se refiere a las cualidades de las mujeres chicas, es decir, de constitución pequeña o que poseen partes del cuerpo pequeñas, como podría ser la cabeza, los labios o las orejas. A ellas les atribuye mayor valor, trazando comparaciones con objetos pequeños y valiosos: una piedra preciosa llamada jacinto “girgonça” (1610 a), un pequeño grano de pimienta, una rosa pequeña, un rubí y pequeñas aves como la calandria o el ruiseñor. El elogio resulta, sin embargo, puesto en entredicho, a causa de la sentencia final: “Del mal tomar lo menos, dízelo el sabidor, / por ende de las mugeres la mejor es la menor” (1617 cd). Dicha sentencia obliga a reinterpretar el sentido del elogio, poniendo así nuevamente el foco en la ambigüedad a la que un texto puede dar lugar.

Luego de un brevísimo episodio que relata un fracaso amoroso del arcipreste, esta vez, con la intervención de un nuevo intermediario, don Hurón, un dechado de múltiples vicios, se introduce de improvisto un epílogo. Acá el poeta invita al público a enmendar su libro y colaborar con su composición, con la condición de que quien lo haga conozca el arte de componer poesía (“trobar”, 1629 a):

Qualquier omne que·l oya, si bien trobar sopiere,
más á ý añadir e enmendar, si quisiere;
ande de mano en mano a quienquier que·l pidiere (1629 abc).

Al finalizar el libro, el arcipreste insiste en cómo debe ser interpretado: el texto presenta un sentido distinto al que se presenta a primera vista: “Sobre cada fabla (“cuento, episodio o historia”) se entiende otra cosa” (1631 c). En última instancia, como declara en el prólogo, es el lector el quien debe darle el sentido.

Luego se añaden al libro algunas piezas más, entre ellas dos Gozos de Santa María (1635-1648) y cuatro cantigas de loores a la Virgen (1668-1684). A estos últimos posiblemente se refiera el poeta al inicio del epílogo:

Porque Santa María, segund que dicho he,
es comienço e fin del bien, tal es mi fe,
fisle quatro cantares, et con tanto faré
punto a mi librete, mas non lo çerraré. (1626)

El poeta concluye así el libro con una cuidadosa simetría: a estas cantigas dedicadas a Santa María (a quien se refiere llamándola “comienço e fin del bien”), corresponden los gozos a que el poeta le dedica el inicio del mismo.

Por último, dentro de las piezas finales también se incluye una composición satírica referida a los clérigos de Talavera, quienes protestan contra el celibato eclesiástico. La composición es una imitación de tres poemas goliárdicos de principios del siglo XIII, conocidos en general como Consultatio sacerdotum, donde se pinta burlescamente la resistencia del clero regular a los preceptos de sus superiores. El arcipreste adapta, sin embargo, el tema del modelo a la realidad del siglo XIV. En este caso, la composición parece referirse al sínodo toledano que promulgó don Gil de Albornoz, -a quien el poema alude: “Llegadas son las cartas del arçobispo Don Gil” (1690 b)-, con disposiciones severas contra las concubinas de los clérigos.

Cabe mencionar que, durante la Edad Media, muchos clérigos tomaban concubinas con quienes compartían su vida y este episodio muestra la resistencia a la que dieron lugar las disposiciones que restringían dicha práctica. Por ejemplo, uno de los clérigos imagina apelar al rey de Castilla diciéndole: “Que sabe el rey que todos somos carnales: quererse ha adolesçer de aquestos nuestros males” (1697 cd). El arcipreste no es parte de los personajes de este episodio, sin embargo, la inclusión del mismo al final del libro puede ser entendida como una toma de posición del autor frente a las medidas que intentaban imponerse para erradicar el amancebamiento de los clérigos.