Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Resumen y Análisis “Verde rojo anaranjado”

Resumen

Hace casi dos años que Marco, el amigo de la narradora, no sale de su habitación. Ella lo ve a través del chat; con el tiempo, su amigo se convirtió en un punto verde, anaranjado o rojo, según su estado de conexión. Antes de encerrarse definitivamente, Marco discontinuó sus antidepresivos, que le daban, según él, un efecto secundario muy doloroso, una especie de migrañas que llamaba “escalofríos cerebrales” (p.175).

La madre de Marco está desesperada. Toma cada tanto café con la narradora, le pide ayuda, le pregunta qué dice su hijo. La narradora le miente, para tranquilizarla. Le dice que en el chat conversan sobre libros o películas, pero no es verdad. Marco habla obsesivamente sobre la deep web, la red de servidores clandestinos que aloja asesinos seriales, venta de armas, redes de pedofilia, venta de drogas e infinidad de contenido audiovisual cargado de violencia explícita. Él dice que “necesita conocerla” (p.180); la obsesión de Marco con este contenido le da miedo a su amiga.

A la narradora Marco la irrita; le molesta que haga tanto “teleteatro”(176): “Hoy leí sobre la gente como vos (...). Sos un hikikomori. Sabés qué son, ¿no? Son japoneses que se encierran en sus habitaciones y las familias los mantienen (...). Aunque a veces salen, sobre todo de noche, solos. A buscarse comida, por ejemplo. No hacen cocinar a su madre, como vos” (p.178). A pesar de las provocaciones de su amiga, Marco no sale.

La narradora recuerda a sus amigas y amigos de Internet de hace años, gente de otros países con la que creía tener un vínculo fuerte. Incluso recuerda a una chica sueca que tampoco salía de su casa, como Marco. También piensa en una maestra que tuvo hace años, que la invitó a su casa a conocer a su hija que nunca salía. Ella temió. No aceptó la invitación y, al llegar a su casa, se lo contó a su madre. Resultó ser que la maestra no tenía ninguna hija.

Marco dice que algún día una máquina podría ocupar su lugar y responder mensajes por él, que ella no se daría cuenta. La narradora no lo cree así, pero se dice a sí misma que, ojalá, cuando Marco escape no se acumule comida en el pasillo, “que no haga falta tirar la puerta abajo” (p.184).

Análisis

En este relato, la imagen predominante es la del joven (o la joven, si pensamos también en la narradora) sentado frente a una pantalla en su habitación. La computadora, y podemos decir la telefonía móvil ahora, como vehículo de comunicación es uno de los tópicos de análisis predominantes a la hora de hablar de la situación vincular de la juventud en este siglo. Enriquez toma para este cuento un temor palpable para muchos: el miedo a que un amigo, un hijo, una pareja, o inclusive uno mismo, pueda ser absorbido por una máquina.

En “Verde rojo anaranjado”, Marco encarna esta figura del muchacho que ya no sale de su habitación y pasa el día entero frente a la pantalla. El nombre del relato remite a los estados de conexión de un programa de mensajería, que ya casi no se utiliza, llamado Messenger. Marco se comunica a través de este chat con su amiga, la narradora. La madre de Marco, con quien el joven convive, pierde todo tipo de vínculo con su hijo. Solo se entera de él a través de la narradora, que a su vez habla con Marco a través del chat. Este dato es importante, ya que la amiga pone de manifiesto que la situación de encierro de Marco debido a su depresión de alguna manera anuló su capacidad empática: “la gente triste no tiene piedad” (p.176), dice, al comentar la actitud de su amigo con su mamá. Igualmente, así como Marco se abstrae en Internet, su madre lo hace en un “sueño químico” (p.184) a través de los medicamentos que toma para, como una computadora, encender o suspender ciertas funciones. Ambos, de alguna manera, se van tornando figuras fantasmagóricas. Él, por su parte, es consciente de esto. Le dice a la narradora que ahora hay máquinas que pueden reproducir a un muerto: “¿cómo te vas a dar cuenta cuando sí sea una máquina?” (pp.183-184), le pregunta.

Por más que hay cierta dimensión espectral, que se abre a través de la figura de la madre en su sueño químico o la de un hijo al que se le cocina pero no se lo ve, este cuento se vincula tanto con el horror como con la ciencia ficción. En la ciencia ficción, sobre todo en la distópica, muchos relatos buscan poner el foco sobre una problemática actual planteando un futuro posible en el cual alguna condición de vida se extrema. En este caso, la posibilidad de que sean computadoras las que responden por las personas a través del chat y que no tengamos claro con quién hablamos, si con un vivo o con un muerto, como plantea Marco, es aterradora, pero no imposible. En este cuento no hay elemento sobrenatural de por medio, tan solo tecnología y una creciente problemática social a la que no se atiende con la debida preocupación. Este enfoque queda claro cuando la narradora le dice a su amigo que es un hikikomori, término acuñado en el mundo entero pero originado en Japón.

El síndrome de hikikomori es descrito como un aislamiento voluntario casi absoluto, fruto de la incapacidad de muchas personas de lidiar con las presiones del mundo exterior. El término es utilizado por primera vez en 1998 por Saito Tamaki, psicólogo japonés. Los jóvenes a los que refiere la expresión pueden pasar años sin ningún tipo de contacto familiar o social. Inclusive, ha habido casos de personas que, con tal de no salir ni ser vistos por nadie, han muerto de inanición. Enriquez toma, como en tantos otros relatos, estos casos reales en los cuales la presión fóbica social, que tan productiva le resultaba a Stephen King, como base para narrar el horror que nos rodea. Esta vez, su sustrato real es la agorafobia, la ansiedad, la dependencia de la virtualidad y la rotura de los vínculos más cercanos debido a la presión. Figuras arquetípicas como los fantasmas, por ejemplo, dejan de ser un artificio desafectado bajo la forma de una sábana que se mueve en un rincón, y pasan a ser personas comunes y corrientes que pueden, como Marco, atravesar una pantalla y convertir su propia desaparición en una versión realista, pero no por eso menos horrorosa, del fantasma.