Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Resumen y Análisis “Bajo el agua negra”

Resumen

La fiscal Marina Pinat investiga el caso de dos jóvenes, Emanuel López y Yamil Corvalán, que supuestamente se ahogaron en el Riachuelo de Buenos Aires. Entrevista a un policía implicado en el caso, lo hace escuchar su propia voz en una grabación: “Asunto solucionado. Aprendieron a nadar” (p.156), dice el oficial en la cinta. Sin embargo, a pesar de reconocer que es su voz, el oficial afirma que ahí no dice nada relevante.

No obstante las declaraciones de los policías, según la investigación, Emanuel y Yamil volvían de bailar a sus casas en Villa Moreno, a orillas del Riachuelo, cuando los interceptaron agentes de la comisaría 34 y los acusaron de intentar robar un quiosco. Yamil llevaba un cuchillo con él, pero nunca se comprobó el intento de asalto. Los policías estaban borrachos, golpearon a los adolescentes hasta dejarlos casi inconscientes y los arrojaron al agua desde el mirador del puente que cruzaba el Riachuelo.

El cuerpo de Yamil aparece a un kilómetro del puente. Una testigo dice haber escuchado a alguien gritar esa noche: “Me tiraron, ayuda, me muero” (p.157). Por otra parte, el cuerpo de Emanuel no aparece. Sí sus zapatillas, que su madre reconoce de inmediato al verlas.

En su despacho, Pinat recibe también a una testigo que le dice que “el Emanuel está en la villa” (p.160). Asevera que el joven salió del agua. “El Emanuel la quiere conocer”, (p.161) afirma la chica, antes de pedirle dinero a la fiscal a cambio de su particular testimonio.

Pinat, inquieta, llama a la villa, pero nadie la atiende. Ni siquiera Francisco, el desesperanzado cura del barrio, al que había conocido durante la investigación. A pesar de que es peligroso, decide ir personalmente al día siguiente. Esa noche, la fiscal sueña con la mano del chico muerto que toca la orilla; la mano se sacude, se le caen los dedos. Pinat se despierta con olor a carne muerta.

Al día siguiente, viaja en taxi hasta la villa. Mientras se acercan, Pinat recuerda las historias que le contaba su padre sobre el agua del Riachuelo: que los mataderos tiraban los restos de carne y huesos allí; que la podredumbre generaba anoxia, es decir, falta de oxígeno; que el agua se ponía roja y a la gente le daba miedo. En eso está cuando, de repente, el taxista frena y le dice que la va a dejar allí, que no va a entrar a la villa. Ella se enfurece, pero comprende que la decisión del conductor es inapelable. Baja del taxi y camina. No encuentra por ningún lado al padre Francisco, ni a la madre de Emanuel. La villa parece muerta, no hay nadie alrededor. Le extraña la falta de olor a chorizo, música, pero sobre todo la falta de imágenes y estatuillas de los santos populares, Iemanjá, el Gauchito Gil, que decoran siempre el barrio.

De repente, aparece frente a ella un chico deforme, de esos a los que el agua contaminada hizo hecho nacer con defectos. Sin hablar, la guía hasta la parroquia. Las paredes de la capilla están cubiertas de graffitis. Son letras incomprensibles. “YAINGNGAHYOGSOTHOTHHEELGEBFAITHRODOG” (p.168), versan, tanto adentro como afuera.

“No tendrías que haber venido” (169), dice de repente una voz conocida. Es el cura Francisco, que aparece por detrás. “En su casa espera el muerto soñando” (169), suelta el chico deforme a su lado. El cura lo mira y se desespera, le comenta a la fiscal que todos en la villa repiten eso sin cesar. Le dice también algo que descoloca por completo a Pinat: “Durante años pensé que este río podrido era parte de nuestra idiosincrasia, ¿entendés? Nunca pensar en el futuro, bah, tiremos toda la mugre acá, ¡se la va a llevar el río! Nunca pensar en las consecuencias, mejor dicho. Un país de irresponsables. Pero ahora pienso diferente, Marina. Fueron muy responsables todos los que contaminaron este río. Estaban tapando algo, ¡no querían dejarlo salir y lo cubrieron de capas de aceite y barro!” (p.170-171). Francisco afirma haberse dado cuenta de que, al final, no estaba mal que se tiraran los residuos al río, porque evitaban que eso saliera. Culpa a los policías que, en su estupidez, tiraron gente al río. La mayoría se ahogó, dice, pero, según él, algunos aprendieron a nadar en esas aguas y despertaron al poder que residía en el lecho.

De lejos suenan tambores, pero Francisco sostiene que no es una murga. Ella intenta agarrar al cura del brazo, ayudarlo, para irse de allí, pero él le quita el arma que ella siempre porta y se vuela la cabeza.

Cuando sale de la iglesia, aturdida y con las manos llenas de la sangre de Francisco, Pinat ve pasar por la puerta lo que sonaba como una murga. Filas y filas de gente deforme, por el agua contaminada y la mala alimentación, avanzan en procesión. Detrás, cargan un ídolo sobre una cama. Pinat intenta acercarse, pero solo ve un brazo caer hacia un lado. Recuerda la mano y los dedos de su sueño, y empieza a correr despavorida, alejándose a toda velocidad con sus propias manos ensangrentadas.

Análisis

Este cuento es, junto con “El chico sucio”, el que más claramente coloca en primer plano el tema de la desigualdad social y la injusticia. En estos relatos que abordan la temática, el horror puede estar vinculado a las posibilidades de lo real, como en “El chico sucio”, en el que una madre mata a sus hijos para entregárselos como ofrenda a un santo pagano. En “Bajo el agua negra”, por el contrario, el componente horroroso está más allá del ámbito de lo real: en él, un mal sobrenatural se despierta en el río y un muerto vivo vuelve a su casa. Sin embargo, podemos decir que, en ambos casos, partimos del hecho de que la experiencia urbana está gobernada por asuntos como la injusticia social, la discriminación y la desigualdad económica que deseamos ignorar, cubrir, tapar. Los cuentos de Enriquez sugieren que, cuando lo velado se despeja, emerge bajo la forma de lo terrorífico.

En “Bajo el agua negra”, Emanuel vuelve a la villa porque, según el cura Francisco, luego de ser golpeado y arrojado al Riachuelo, aprende a nadar en sus aguas muertas. El joven resucitado vuelve y trae consigo aquello bestial que debía mantenerse oculto en el lecho del río. La trama, por supuesto, es casi una reversión del cuento de H. P. Lovecraft “El llamado de Cthulhu”. En el relato de este autor tan admirado por Enriquez, un hombre investiga a una secta que venera a Cthulhu, un ser que llegó hace millones de años a la tierra y que descansa en un sueño profundo en R’lyeh, su ciudad sumergida. Enriquez trae al Riachuelo la posibilidad de que Cthulhu descanse en lo profundo de su agua negra, y de que en lugar de emerger porque la estrellas sean propicias, haya emergido porque los miserables adolescentes asesinados por la policía lo despertaron. De este modo, los habitantes de la villa, intoxicados durante años por el agua plagada de residuos de las fábricas, ponen en jaque la violencia de la desigualdad apropiándose del poder que los jóvenes asesinados encuentran en el lecho del Riachuelo. Los santos paganos desaparecen del barrio; los íconos de la capilla del cura Francisco, también. Ahora, el venerado es el profeta y muerto-vivo Emanuel, que ha traído consigo el poder bestial de aquello que habitaba bajo el agua. El agua tóxica y espesa, residuo de las formas de producción capitalista más brutales, era lo que mantenía subyugada a esa fuerza que ahora atrae a los vecinos.

El cuento “Bajo el agua negra” está, además, basado en el caso real de Ezequiel Demonty (en el cuento llamado Emanuel López), un joven a quien la policía apresó junto a dos amigos al salir de un local nocturno. Los tres fueron víctimas en el año 2002 de un simulacro de fusilamiento y luego arrojados al Riachuelo. Allí se les ordenó que nadaran hasta la otra orilla, aún habiendo escuchado a Demonty rogar y decirles a los oficiales que no sabía nadar. Los dos amigos sobrevivieron, Ezequiel murió ahogado en el río. Su cuerpo fue encontrado una semana después a tres kilómetros del lugar donde ocurrieron los hechos.

En el cuento, la fiscal Pinat lleva la investigación del caso. En ella se plasman las consideraciones ideológicas del texto con respecto a estos delitos: “(...) ¿Cuántas veces un policía le negaba, en su cara y frente a toda la evidencia, que había asesinado a un adolescente pobre? Porque eso hacían los policías del sur, mucho más que proteger a las personas: matar adolescentes (...). Había muchos y muy ruines motivos para matar adolescentes pobres” (p.156). La fiscal Pinat tiene a su cargo los casos de las zonas más pobres de Buenos Aires. Este hecho refuerza el valor de sus opiniones, ya que está en permanente contacto con la sistematicidad de la violencia policial, la impunidad de la institución y la corrupción que la rodea.

La fiscal emprende un camino que aparenta ser heroico, pero que se torna ominoso. El taxi la deja en el límite de la villa, el puente Moreno. Al adentrarse en el barrio, se encuentra con una realidad atípica; resulta llamativo que los signos de siempre de la villa están ausentes; como leímos, no hay olor a chorizo, ni cumbia, ni gente, ni las típicas figuras de santos paganos que la inundan. De este modo, se va gestando la tensión narrativa a través de fenómenos inexplicables. Pinat avanza entonces hacia la capilla buscando a Francisco, el cura, a quien encuentra borracho y aterrorizado. Es este personaje quien sintetiza el momento de giro en el que, definitivamente, ya no estamos en el terreno del policial, sino del terror más puro y arcano.

Francisco es artífice de este cambio de curso en la trama que descoloca el tono realista del relato: el cura no niega la dimensión sobrenatural de los comentarios sobre el retorno de Ezequiel a la villa, sino que los reafirma y da a entender que forman parte de algo mayor; se trata de un mal oculto bajo las aguas negras que los policías, con su estupidez, despertaron al arrojar gente al río. Dice Francisco: “Durante años pensé que este río podrido era parte de nuestra idiosincrasia, ¿entendés? Nunca pensar en el futuro, bah, tiremos toda la mugre acá, ¡se la va a llevar el río! Nunca pensar en las consecuencias, mejor dicho. Un país de irresponsables. Pero ahora pienso diferente, Marina. Fueron muy responsables todos los que contaminaron este río. Estaban tapando algo, ¡no querían dejarlo salir y lo cubrieron de capas de aceite y barro!” (p.170-171).

De repente, el lector tiene ante sí un cambio de paradigma completo: el accionar de la policía es horroroso, por supuesto, pero hay un horror aún mayor que, sin saberlo, la policía despierta. Un horror arcano que se mantiene oculto bajo la toxicidad del agua junto a la que vive la gente más pobre de la ciudad. Y esta gente es la que ahora, con sus tambores en procesión, recibe de nuevo a Emanuel, que viene desde el fondo del agua negra. “¿Sabés qué quiere decir «Emanuel»? Quiere decir «Dios está con nosotros». De qué Dios estamos hablando es el problema” (p.171), dice Francisco antes de tomar el arma de Pinat y volarse la cabeza frente a ella. Podemos ver de este modo cómo el terror político de la desigualdad social, tema muy explorado por Enriquez, es también el espacio del terror sobrenatural, ese Cthulhu que los vecinos de la villa ahora veneran y que les otorga un nuevo poder.