Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Resumen y Análisis “El chico sucio"

Resumen

La familia de la narradora de “El chico sucio” cree que ella está loca por haber elegido vivir en Constitución, un barrio peligroso de Buenos Aires en el que la desigualdad social muestra su peor cara. La narradora viene de un familia algo acomodada, es profesional y contrasta con el resto de la gente que habita Constitución. Ella repone al comienzo del cuento la historia del barrio, sus inicios como zona de gente acaudalada que luego, por la fiebre amarilla, migró hacia el norte de la ciudad. Sin embargo, sus casas señoriales permanecieron, casas como la que ella habita.

En la esquina, frente a su caserón, una madre joven, raquítica y drogadicta vive con su hijo pequeño, el “chico sucio” que da título al cuento. El niño pide dinero en el subterráneo y pasa las noches en los colchones que comparte con su madre en la vereda. Una noche, golpea la puerta de la narradora, llorando. Su madre no está, tampoco sus pocas pertenencias. El chico está solo. La narradora le da algo de comer, y lo lleva, descalzo como está, hasta una heladería. Al volver a la esquina luego del helado, la madre del chico descansa allí nuevamente. Increpa a la narradora, que se asusta y corre a su casa. Al otro día, madre e hijo desaparecieron.

A la semana siguiente, la narradora encuentra, al volver del trabajo, el barrio lleno de policías. Han encontrado a un niño decapitado, con la boca cosida. Entre el gentío que rodea a los móviles policiales está Lala, su amiga peluquera. Juntas van a la casa de la narradora, a ver lo que sucede por televisión. Ella le confiesa a Lala que cree conocer al chico. Le refiere toda la historia de la semana anterior.

Los vecinos del barrio no quieren hablar con la policía; temen verse involucrados con las mafias. Por la mañana aparece en las noticias una mujer que reclama al niño. No es la madre del chico que la narradora conoce. Cuando días después la llaman a declarar, como a todos los vecinos, y le muestran una foto de “Nachito”, el niño degollado. No es el chico que ella conoce. La policía le pregunta si sabe que el Gauchito Gil murió degollado. Ella responde que sí, y les pregunta a los policías si creen que ese hecho tiene relación con el caso. No le responden.

Una noche, al volver del trabajo, la narradora ve nuevamente a la madre del chico sucio. Ya no está embarazada, como antes, pero tampoco lleva a una criatura en brazos ni hay rastros tampoco del chico sucio. Sin pensarlo dos veces la increpa, le pregunta dónde está su hijo. “Yo no tengo hijos” (p.31), dice la joven. Forcejean, hasta que la raquítica vagabunda se desembaraza de la narradora. “¡Yo se los di! (...) Y a éste también se lo di. Se los prometí a los dos” (p.32), le grita mientras se acaricia la panza y sale corriendo. La narradora se va a su casa y queda allí, esperando los golpes en la puerta del chico sucio.

Análisis

Por ser el primero de la serie, este cuento tiene una posición privilegiada con respecto al resto. A partir de “El chico sucio” es que se abre la puerta al mundo que Enriquez compone en Las cosas que perdimos en el fuego. Quizá esta sea una posible explicación para el hecho de que no en todos los cuentos se detiene en una descripción pormenorizada del escenario como en “El chico sucio”. En este caso, el barrio de Constitución se describe en dos direcciones. Por un lado, desde su conformación social y urbana actual y, por el otro, haciendo una pequeña historización. De este modo, otorga una explicación verosímil a por qué una joven diseñadora gráfica vive en un caserón aristocrático del siglo XIX venido a menos y emplazado en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad.

Esta explicación se completa con ciertas particularidades de la narradora que la separan de su entorno o que, al menos, la vuelven alguien difícil. Mudarse a Constitución por deseo propio ya es algo particular con respecto a las convenciones sociales porteñas. Esta inclinación por la oscuridad, quizá por lo siniestro o macabro, será una constante en muchos personajes de este libro, que se materializa de diversas maneras, pero que siempre está y otorga un aura de unicidad a los personajes. Los diferencia de su entorno.

La narradora siente también interés en los santos paganos y la cultura popular, un interés que tiene más que ver con la fascinación que con lo intelectual, y que involucra los códigos de la calle y la adrenalina del temor que le provocan. Menciona entre los santos paganos a la Pomba Gira María Padilha, a San la Muerte y al Gauchito Gil. Se centra, principalmente, en este último. Es del único del cual otorga una pequeña biografía y explicación del culto. Esto tiene sentido ya que, más adelante, es al santo al que estará asociada la supuesta muerte del chico sucio (así como también, semánticamente, el degüello del chico de las noticias).

Volviendo a los santos paganos, estos son uno de los tópicos fundamentales en la literatura de Mariana Enriquez. Podría decirse, más bien, que su interés no solo radica en los santos y deidades, sino las supersticiones y costumbres populares en general. Encuentra en estas el elemento sobrenatural que el pionero del terror H. P. Lovecraft decía que el género debía contener para provocar el horror (Ver sección “El Terror: una breve historia del género y el surgimiento de Mariana Enriquez en Argentina”). La historia del Gauchito Gil proviene de la tradición oral Argentina, al igual que de Brasil proviene la Pomba Gira, o de México y el Caribe, San La Muerte. Las leyendas orales fueron tomadas y reelaboradas en tiempos de surgimiento en Europa del gótico (género literario en el que abundan los castillos embrujados, criptas, brujas, fantasmas o monstruos, la nocturnidad y lo macabro). Mariana Enriquez, por su parte, reescribe la oralidad de la región en función de lo que podemos llamar gótico latinoamericano, principalmente rioplatense.

Los santos paganos, las supersticiones y la cultura popular florece en las clases bajas; de este modo, es indisociable de otro de los temas pregnantes en la literatura de Enriquez, y en Las cosas que perdimos en el fuego en particular: la desigualdad social. Si lo que hace la escritora es “traducir” la tradición anglosajona a Latinoamérica, la desigualdad económica y social no puede ser en sus cuentos otra cosa que el telón de fondo, si no la motivación principal, para el horror. Siempre presentes, las condiciones desiguales de vida de muchos actores principales de las historias promueven la violencia, la autolesión, la depresión, la abulia, el uso problemático de drogas, y, sobre todo, la vulnerabilidad ante la violencia policial, la violencia machista, el abuso de poder. Como bien toma Enriquez del escritor norteamericano Stephen King, el horror ya no descansa exclusivamente sobre el elemento sobrenatural que Lovecraft reconocía como parte fundamental del género, sino sobre la presión fóbica social. Es decir, el horror debe explotar los temores personales, a la vez que estos se conectan con los temores compartidos por un amplio espectro de la población, como es el caso, en “El chico sucio”, del miedo a los horrores de la marginalidad, la droga y la violencia callejera. King ha hablado más de una vez sobre cómo la popularidad de las películas y las novelas de horror parece coincidir con un momento de tensión social y económica.

Como es bien sabido, que un texto denuncie un estado de las cosas, social, político o económico, no necesariamente significa que lo haga de un modo literal, llano y directo. En el caso de Enriquez, sin embargo, no es difícil desprender una postura política ante la adversidad que retrata. Por ejemplo, se detiene en la gente que vive en la calle más allá de su barrio como una condición para nada excepcional en la ciudad: “También vive mucha gente en la calle. No tanta como en la plaza Congreso, a unos dos kilómetros de mi puerta; ahí hay un verdadero campamento, justo frente a los edificios legislativos, prolijamente ignorado pero al mismo tiempo tan visible que, cada noche, hay cuadrillas de voluntarios que le dan de comer a la gente (...). En Constitución la gente de la calle está más abandonada, pocas veces llega ayuda” (p.11).

A la narradora, la madre y el chico que viven en la esquina de su casa le generan sentimientos encontrados. Por un lado, está la consideración de su triste situación, pero, por el otro, el temor mezclado con un grado de fascinación. La actitud del chico cuando pide dinero la perturba; la actitud de la madre al encontrarla a ella con su hijo volviendo de la heladería la aterroriza. El paco, droga que destruye la vida de las personas que viven en la marginalidad, es problemática para la narradora, pero también tiene un componente monstruoso: deforma el cuerpo de la madre, embarazada, y la convierte en un ser amenazante y macabro. “Esa mujer es un monstruo” (p.13), sentencia Lala, su amiga peluquera. Cuando amenaza a la narradora, la madre del chico sucio ruge como un perro: “Estaba tan cerca que le veía cada uno de los dientes, cómo le sangraban las encías, los labios quemados por la pipa, el olor a alquitrán en el aliento” (p.20). Los síntomas y las señales de la droga se transforman entonces en los atributos de un monstruo.

El hecho de que no se resuelva finalmente qué es lo que pasó con el chico tiene mucho que ver con las condiciones de desigualdad social en la que se vive en la ciudad: el chico desaparece “como solían desaparecer los chicos de la calle” (p.26).

La muerte y lo macabro, otro de los grandes temas de la literatura de Enriquez, se manifiesta acá de un modo bivalente. Por un lado, está el cadáver del chico en el cual se ejerce la violencia con la mayor saña imaginable, la misma con que lo relata la narradora. El nivel de detalle con que se retrata el estado del cadáver degollado remite al elemento gore que King decía era tan propio del género: suscita en el lector el horror, la emoción violenta de la perturbación. Lo macabro explota su costado morboso. Dice la narradora: "se sabía que la cabeza estaba pelada hasta el hueso y que no se había encontrado pelo en la zona. También, que los párpados estaban cosidos y la lengua mordida, no se sabía si por el propio chico muerto o (...) por los dientes de otra persona"(p.22). Por el otro lado, el misterio de qué fue lo que sucedió efectivamente con el chico sucio, y la sugerencia de su madre de que se los dio, que se los prometió a los dos, probablemente al Gauchito Gil o San la Muerte, introduce la posibilidad del elemento sobrenatural. En este caso, el elemento sobrenatural, la creencia y la superstición, se materializan en hechos concretos: matar, un hecho material, violento y criminal, se constituye en una ofrenda a algunos santos paganos. En esta acción radica el componente perturbador de estos cultos.