La ladrona de libros

La ladrona de libros Resumen y Análisis Cuarta Parte: El vigilante

Resumen

El acordeonista (La vida secreta de Hans Hubermann)

Max está en la cocina de los Hubermann y se encuentra con Hans. Le pregunta si es Hans Hubermann y si sigue tocando el acordeón, y él le responde que sí. A continuación, comienza un flashback del pasado de Hans: durante la Primera Guerra Mundial, Hans tiene 22 años y es soldado en Francia. Se hace amigo de un judío alemán llamado Erik Vanderburg, quien le enseña a tocar el acordeón, y la Muerte anticipa que es quien le salva la vida.

El día en que el pelotón va a entrar en combate, el sargento Stephan Schneider pregunta quién de ellos tiene buena letra. Ninguno responde, por miedo a que se le asigne una tarea indigna. El sargento dice que, al contrario, el que se ofrezca, quedará exento de ir a la batalla, pero ninguno quiere quedar como un cobarde. Entonces Erik nombra a Hans, que es enviado a escribir las cartas del capitán. Así es como Hans logra escapar a la muerte, mientras que el resto de los hombres mueren en combate.

Hans se queda con el acordeón de Erik y busca a su familia para contarles lo sucedido. Hans le atribuye a Erik el haberle salvado la vida, y se sorprende al descubrir algo que Erik no le contó: tiene un hijo pequeño llamado Max. Hans le deja a la viuda de Erik sus datos y se ofrece a ayudarlos en caso de que necesiten algo.

Hans regresa a Múnich, donde trabaja como pintor y tiene junto a Rosa a sus dos hijos, Hans Junior y Trudy. Pero en 1933, con la llegada de Hitler al poder, el negocio de la pintura sufre un contratiempo. Hans toma la decisión consciente de no afiliarse al NSDAP, un partido que discrimina a los judíos. Él fue salvado por un judío y jamás podrá olvidarlo; incluso muchos de sus clientes más fieles son judíos. Pero esa decisión será desastrosa, según la Muerte. A medida que aumenta la persecución de los judíos, Hans va perdiendo clientes porque estos saben que no es miembro del Partido Nazi. En 1937, Hans solicita la afiliación; enseguida ve cómo una tienda judía es objeto de vandalismo y de pintadas. A pesar de la objeción del propietario, Hans se ofrece a repintar la puerta. Enojado por lo que acaba de ver, Hans rompe a puñetazos la puerta y la ventana de la oficina del Partido Nazi, y le dice a un miembro que no puede afiliarse.

En 1938, tras la denominada Noche de los Cristales Rotos, los judíos son expulsados de la ciudad y la casa de Hans es registrada por la Gestapo. Por suerte, esta no encuentra nada sospechoso y, a pesar de que su solicitud de afiliación queda en lista de espera, Hans consigue el permiso para quedarse en Alemania. Además, se salva de ser apartado por sus vecinos, en parte, porque toca el acordeón mejor que nadie en Molching.

En 1939, seis meses antes de la llegada de Liesel, Hans es abordado por un hombre llamado Walter Kugler, que le pregunta si es un hombre de palabra. Charlan en voz baja y acuerdan reunirse nuevamente esa noche.

Buena chica

La escena de antes se reanuda: es noviembre de 1940 y Max, recién llegado a casa de los Hubermann, tiene 24 años. Liesel ve a Hans y al desconocido en la cocina y Hans le dice que vuelva a la cama. Hans le dice a Max que no tema, porque Liesel es una buena chica.

Breve historia del púgil judío

Esta sección es un flashback al pasado de Max. Nace en 1916 y de pequeño le gustan las peleas a puñetazos. Su padre muere cuando él tiene dos años. A los nueve años, su madre está sumida en la miseria y los dos se mudan a casa de su tío, con seis primos, con quienes aprend esas peleas. A los trece años, el tío de Max muere. Al verlo fallecer en silencio, Max resuelve que nunca morirá sin luchar contra la muerte. La Muerte comenta que le gusta esa “estúpida gallardía” (192).

De adolescente, Max sigue luchando entre un grupo de amigos y enemigos. Su pelea favorita es con un chico llamado Walter Kugler, con quien terminan haciéndose buenos amigos. En 1935, Max pierde su trabajo por ser judío, luego de que entren en vigor las leyes de Nuremberg. Estas le niegan a los judíos la ciudadanía alemana y les prohíbe casarse con alemanes. El 9 de noviembre de 1938, la Noche de los Cristales Rotos, las tiendas y los hogares judíos de toda Alemania son atacados. Walter va a buscar a Max a su casa y le ofrece una oportunidad para esconderse. Al principio Max se niega a dejar a su familia; finalmente, lo hace. En la despedida, su madre le da un papel con el nombre y la dirección de Hans Hubermann.

Max se esconde en un almacén durante los dos años siguientes, y Walter lo visita periódicamente con comida. Entretanto, Walter chequea el estado de la familia de Max, hasta que un día le cuenta que su familia ha desaparecido. En 1939, Walter visita al hombre del papel que le dejó su madre, Hans Hubermann, quien acepta cumplir su promesa y ayudar a Max. Hans le da a Walter algo de dinero, mapas, direcciones y una copia de Mein Kampf con una llave. Finalmente, en 1940, Max emprende el peligroso viaje a Molching.

La ira de Rosa

Rosa encuentra a Max y Hans en la cocina y le da a Max un poco de sopa de guisantes. Liesel los observa en silencio y nota la gran preocupación de Rosa. Max termina vomitando la sopa, porque hacía mucho tiempo que no comía tanto.

La charla de Liesel

Max pasa la noche en una cama libre en la habitación de Liesel. A la mañana siguiente, Liesel no va al colegio. En el sótano, Hans le confiesa a Liesel lo que le ocurrió en la guerra, y le dice a Liesel con toda claridad que nunca debe hablarle a nadie de Max. Hans le explica detalladamente lo que le ocurriría si ella rompiera el silencio: Hans quemaría sus libros, y luego seguro se llevarían a Hans, a Rosa y a Max, y jamás volverían a verse. Liesel llora desconsoladamente, porque comprende lo terrible de la situación.

El dormilón

Max duerme durante tres días, y Liesel lo observa con fascinación. Dormido, menciona nombres de su familia y sus amigos, y también a Hitler. Un día, Max se despierta desorientado y se aferra al brazo de Liesel. Hans acude en su ayuda y Max se relaja, comprendiendo su confusión.

El intercambio de pesadillas

Max decide dormir en el frío sótano a partir de ahora, escondido por una pared de sábanas viejas y unos botes de pintura. Se siente avergonzado y culpable por poner en peligro a la familia Hubermann. También siente culpa por haber abandonado a su familia, además de deseos de ser libre. Al cabo de unos días, Liesel se ve obligada a llevarle la cena a Max. Ve al hombre leyendo Mein Kampf y quiere preguntarle si es un buen libro, pero encuentra el valor para hacerlo.

En las semanas siguientes, Rosa actúa de manera muy distinta, recatada y apagada, demostrando un gran valor en tiempos difíciles. Pierde otro cliente de la lavandería, pero no se queja por ello. Rudy y Liesel van juntos a la escuela, como de costumbre, y Rudy menciona por primera vez a un sádico líder de las Juventudes Hitlerianas llamado Franz Deutscher. Además, Liesel sigue visitando a Ilsa Hermann y queda fascinada por un libro titulado El hombre que silbaba. Mientras tanto, la salud de Max se deteriora en el frío sótano.

A principios de diciembre, Hans lleva a Liesel al sótano para reanudar sus clases, y encuentra a Max frío y enfermo. Hans decide que empezará a dormir en el suelo de su dormitorio, junto al fuego. En Navidad, Hans hijo no vuelve a casa, pero sí lo hace Trudy. A Trudy no se le habla de Max. Este siente que el hijo de Hans no vuelva a casa, y Hans dice que su hijo tiene derecho a ser obstinado.

Una noche, junto al fuego, Liesel observa que el cabello de Max parece hecho de plumas. Finalmente, se atreve a preguntarle si Mein Kampf es un buen libro, y Max dice que sí, y que le ha salvado la vida. Max comienza a contar la historia de su vida durante las siguientes semanas. Hans comenta que a Liesel también le gusta pelear, y revela que se ha enterado de la vez que ella le pegó a Ludwig Schmeikl.

Max y Liesel no solo comparten el gusto por la lectura, sino también las pesadillas. Una noche, Liesel le pregunta a Max sobre ellas. Él le cuenta que se ve a sí mismo despidiéndose de su familia, y Liesel le cuenta las pesadillas sobre su hermano muerto. Una tarde, Liesel le lleva a Max un periódico que encuentra en un cubo de basura, y Max lo lee y hace los crucigramas, agradecido de tener un pasatiempo.

En febrero de 1941, Liesel cumple doce años y Hans y Rosa le regalan Los hombres de barro, un libro sobre un padre y un hijo muy raros. Max se disculpa por no haberle regalado nada y Liesel, al verlo tan solo, se acerca y lo abraza. Max queda conmovido y pasa noches pensando qué darle a cambio.

Las páginas del sótano

Hans y Rosa mantienen a Liesel alejada del sótano durante una semana, mientras Max trabaja en su regalo: arranca varias páginas de Mein Kampf y las blanquea con pintura, para luego escribir sobre ellas una historia llamada El vigilante. La Muerte recrea las palabras y los dibujos de los que se compone esa historia. En ella, Max es como un ave, y recuerda a todas las personas que lo han vigilado al dormir, hasta que conoce a una de ellas –Liesel–, con quien comparte sus sueños, y a quien considera una amiga. Una madrugada, Max le deja el regalo a Liesel. Luego de leer la historia, la niña va a agradecer a Max al sótano, pero lo encuentra dormido, y se sienta a su lado y se queda dormida también.

Análisis

En la cuarta parte, se amplía la historia de Hans y aprendemos el trasfondo detrás de su voluntad por ayudar a los judíos. Con esta historia, se resolverá la duda planteada anteriormente respecto de si Hans es o no un cobarde. Durante la Primera Guerra Mundial, la situación era muy diferente a la actual para los judíos alemanes: los judíos no eran odiados como ahora y luchaban junto a sus compatriotas no judíos. Así fue como Hans y Erik Vandenburg, un alemán judío, se hicieron amigos. Cuando Erik le salvó la vida a Hans, este sintió que había quedado en deuda con él, pero no pudo retribuirselo porque Erik murió. Desde entonces, Hans parece haber llevado consigo ese sentimiento de deuda y una de las maneras que encuentra de pagarla parece haber sido seguir tocando el acordeón de Erik, y otra, muy significativa, fue ayudar a los judíos perseguidos por los nazis. De ese modo, arriesgar su vida para esconder a Max es la valiente retribución de Hans por la buena acción de Erik, el padre de Max. Al cuidar de Max, que todavía sufre la pérdida de su padre a una edad temprana, Hans cumple con un importante deber paternal.

Erik es introducido como un típico soldado alemán que, como muchos otros de su generación, luchó y murió por su país. Entonces nadie lo discriminaba por su condición de judío y era tratado como a cualquier otra persona. En el presente de la historia, sin embargo, los judíos son considerados prácticamente infrahumanos por muchos alemanes, y el hijo de un hombre que dio su vida por su país es considerado como un enemigo al que hay que eliminar. Por su parte, Hans, por el simple hecho de no odiar a los judíos y sentir simpatía por ellos, como lo haría por cualquier persona, se ha convertido en un rebelde. Hans demuestra así no solo una gran valentía sino una enorme coherencia moral, en la medida en que defiende sus convicciones, sin negociar con su ideología: “No era culto y no le interesaba la política, pero era un hombre que valoraba la justicia. Un judío le había salvado la vida y no iba a olvidarlo. No podía afiliarse a un partido que alentara el antagonismo entre la gente de esa manera. Además, igual que Alex Steiner, algunos de sus clientes más fieles eran judíos. Al igual que muchos judíos, Hans creyó que ese sentimiento de odio no duraría mucho, por lo que no seguir a Hitler fue una decisión consciente. En muchos aspectos, también fue desastrosa” (184).


La decisión de Hans de refugiar a un judío en su casa es un peligro para su familia y modifica en gran medida su dinámica: “La vida había dado un giro de ciento ochenta grados y, sin embargo, era esencial que actuaran como si nada hubiera ocurrido. Imagínate que tienes que sonreir después de recibir un bofetón. Y luego imagínate que tienes que hacerlo las veinticuatro horas al día. En eso consistía ocultar a un judío.” (213). Y sin embargo, todos hacen esfuerzos por asimilarlo de la mejor manera posible. La Muerte destaca elogiosamente la actitud de Rosa, quien enseguida acoge a Max y lo trata humanamente, demostrando que ella tampoco adscribe a la ideología de odio del nazismo. Ante la presencia de Max, la familia debe una vez más cuidarse de no levantar sospechas, lo cual configura nuevamente un sistema de oposiciones entre el mundo interior de la casa y el mundo exterior, de las apariencias: “El truco estaba en mantenerlos separados” (223), dice la Muerte, describiendo la manera en que Hans y su familia deben ocultar lo que ocurre en su casa.


La vena luchadora y la actitud desafiante de Max contrastan con la persona enfermiza y escondida en la que se ha convertido en el sótano de los Hubermann. La Muerte no se ahorra opiniones sobre aquello que narra. Al contar la rutina de Max, lo describe con amargura: “Un humano sin voz. La rata judía de nuevo en su agujero” (218). Con ello, la Muerte denuncia el horror de lo que viven los judíos durante el nazismo: la naturalización de unas condiciones de vida infrahumanas, que lo asimilan más con un animal que con un ser humano. Max, que ha resuelto no morir sin luchar, siente una profunda vergüenza por el hecho de sobrevivir mientras que su familia probablemente ha muerto y siente remordimiento por poner en riesgo la vida de la familia de Hans. Sin embargo, la propia existencia de Max y su voluntad de sobrevivir representan un desafío a las políticas de exterminio racial de Hitler. Por un momento, Max considera la posibilidad de regalar Mein Kampf, su única posesión, a Liesel por su cumpleaños, pero comprende que eso es un riesgo. A cambio, Max termina subvirtiendo el poder del nazismo con un gesto simbólico: interviene las páginas de Mein Kampf y pinta sobre ellas una historia totalmente diferente. Así, el texto de Mein Kampf, construido sobre el odio a la raza judía, es reemplazado por una historia sobre la amistad entre un judío y una niña alemana.

Si bien al comienzo Liesel siente incomodidad con la llegada de Max -lo ve sucio y desnutrido y no comprende aún la naturaleza de su sufrimiento-, de a poco ella y Max irán forjando una amistad, a medida que reconocen lo mucho que tienen en común. Una vez más, será el poder de los libros el que haga avanzar la trama: Liesel se siente inmediatamente intrigada por Max simplemente porque lleva un libro consigo. Se trata de Mein Kampf, y el hecho de que la niña aún desconozca el contenido de ese libro da cuenta asimismo de su desconocimiento de la trama oscura del nazismo.


La niña también se identifica con Max porque ambos tienen pesadillas, lo cual evidencia que ambos cargan con un pasado difícil mientras duermen, y esta experiencia compartida crea un vínculo entre ellos. La posibilidad de hablar de sus pesadillas con Max tiene un efecto terapéutico sobre Liesel, que ya no necesita que Hans la acompañe mientras duerme. Pero Liesel también aporta algo a Max: comienza a llevarle periódicos y se convierte en su conexión con el mundo exterior. Cada uno de ellos encuentra algo que necesita en el otro, y ambos se sienten muy agradecidos por la presencia del otro en sus vidas. Al final de la sección, Max le da a Liesel lo más valioso para ella: un libro.


El vigilante es una de las dos historias ilustradas que aparecen dentro de La ladrona de libros. Es la historia de un pájaro que tiene miedo de los hombres, y con esa historia Max construye para Liesel una lectura alegórica de su propia vida. Al representarse a sí mismo como un pájaro, sugiere por un lado que está como enjaulado en ese sótano, pero también que su espíritu es libre y es indomable ante los nazis. Max ha alcanzado quizás el punto más vulnerable de su vida hasta ahora, estando a merced de los Hubermann. Pero su amistad con Liesel lo reconforta y lo ayuda a sobrevivir a su miserable vida.