La ladrona de libros

La ladrona de libros Citas y Análisis

—Hijo, no puedes andar por ahí pintado de negro, ¿me entiendes?

(...)

—¿Por qué no, papá?

—Porque te llevarán.

—¿Por qué?

—Porque no deberías querer ser como los negros o los judíos o como cualquiera que… no sea como nosotros. (...)

—Ojalá fuera como Jesse Owens, papá- comentó Rudy. (...)

—Lo sé, hijo, pero tienes un precioso cabello rubio y unos ojazos azules que te evitarán muchos problemas…

Rudy y Alex Steiner, Primera parte, p. 62

En esta cita, Alex Steiner advierte a su hijo sobre los peligros de haberse disfrazado y de haberse pintado la cara de negro como la de su ídolo, el atleta Jesse Owens. Es evidente que Alex adapta su discurso al entendimiento inocente de un niño, pero en sus palabras se deducen los preceptos racistas y antisemitas de la ideología nazi. Alex intenta hacerle entender a Rudy que los negros y los judíos son diferentes a ellos. Mediante ese "nosotros", el padre de Rudy da cuenta del modo en que el nazismo generó una complicidad entre un conjunto de personas, aquellas identificadas con la raza aria –los de cabello rubio y ojos azules–, que aparentemente serían superiores a otras personas, como los negros y judíos. Alex insiste en que Rudy no debe disfrazarse de otra cosa, pues son justamente sus rasgos étnicos –su pelo, sus ojos– los que lo salvarán de muchos problemas. Mediante un eufemismo ("muchos problemas"), Alex alude evasivamente a la discriminación, la persecución y el exterminio que sufren los "enemigos de la Patria" que construye el relato nazi.

—O estás con el Führer o estás contra él —insistó, acercándose—, y ya veo que estás contra él. Siempre has estado en su contra (...). Es muy triste que un hombre sea capaz de mantenerse al margen y quedarse de brazos cruzados mientras toda una nación limpia la porquería y florece.

Hans hijo, Segunda parte, p. 107

Hans hijo es un acérrimo defensor de la doctrina nazi y esa es una de las cosas que lo enfrentan con su padre. En efecto, en esta escena, le reprocha a su padre no haberse afiliado al Partido Nazi y estar en contra de Hitler. Según Hans hijo, la actitud de su padre es cobarde, en la medida en que se mantiene al margen de un proceso que –desde su perspectiva– es admirable. Ese proceso consiste en limpiar "la porquería" (es decir, exterminar a los indeseados, como los judíos) y florecer (embellecer la imagen de Alemania, garantizando la supervivencia de las "razas superiores").

Sin embargo, pronto se irá confirmando que las categorías de valentía y cobardía son flexibles en la novela. La presunta cobardía de Hans padre será pronto entendida como valentía, en la medida en que cuestionar y contradecir el discurso de terror de Hitler es mucho más riesgoso y revolucionario que acatar ciegamente sus ideas, como hace Hans hijo.

Las páginas arrancadas del Mein Kampf estaban amordazadas, se asfixiaban bajo la pintura a medida que iba pasándolas.

La Muerte, Cuarta parte, p. 239

En esta cita, la Muerte expone el gesto subversivo de Max al intervenir Mein Kampf (el libro autobiográfico en que Hitler volcó toda su ideología y programa racista) y transformarlo en un libro distinto para Liesel. Max lleva consigo ese libro porque le sirvió de coartada para ocultarse en su viaje a la casa de los Hubermann. Cuando Liesel se interesa por él, Max comprende que no puede introducir a la niña en semejante ideología atroz. Por lo tanto, decide convertir el libro en otro distinto, específicamente hecho para Liesel. Entonces arranca las páginas del libro, las cubre de pintura blanca y escribe sobre ellas una historia totalmente distinta al material antijudío que escribió Hitler. Narra, en cambio, un breve relato sobre su vida, la persecución de su familia por parte de los nazis y el valor de su amistad con Liesel. Es decir, Max reemplaza la propaganda antijudía por una denuncia de la persecución judía por parte del nazismo y un homenaje a la amistad entre un judío y una alemana.

De esta manera, el gesto de Max es revolucionario, ya que contrarresta la violencia nazi con un relato de amor y solidaridad. El modo en que la propaganda nazi es desbaratada queda representada en esta cita mediante una metáfora, que representa a las páginas de Mein Kampf y sus palabras como asfixiadas por la blancura que les impone Max. La palabra autoritaria de Hitler queda reducida y silenciada en el libro que Max escribe para Liesel.

¿Cuántos de ellos habían perseguido a otros de forma activa, ebrios de la mirada penetrante de Hitler, repitiendo sus frases, sus párrafos, su obra? ¿Rosa Hubermann era responsable de algo? ¿La mujer que ocultaba a un judío? ¿O Hans? ¿Merecían morir? ¿Y los niños? Cuando suele pasarme con los humanos, cuando leo lo que la ladrona de libros escribió sobre ellos, los compadezco, aunque no tanto como a los que en aquella época recogí a paletadas en varios campos.

La Muerte, Séptima parte, p. 371

Esta cita corresponde a una reflexión de la Muerte mientras los vecinos de Molching se refugian en un sótano, al reparo de los ataques aéreos. El sufrimiento de estas personas lleva a la narradora a preguntarse por la humanidad y sus acciones, y a reflexionar sobre qué ha llevado a estas personas a vivir lo que viven. En sus reflexiones se evidencia la noción de responsabilidad colectiva en los crímenes de Hitler; la Muerte se pregunta en qué medida las acciones individuales de los alemanes contribuyeron a que las atrocidades del nazismo tuvieran lugar. Da a entender que muchas personas, "ebrias de la mirada penetrante de Hitler", es decir, cautivadas y sometidas por la omnipresencia autoritaria de Hitler, replicaron la persecución nazi, reproduciendo su ideología y persiguiendo a sus pares. Pero también comprende que hay otras personas, como Hans y Rosa, que obraron de manera contraria, defendiendo a los judíos solidariamente, y sin embargo corrieron finalmente la misma suerte: todos ellos murieron durante la guerra.

La mirada de la Muerte es, por un lado, extrañada, pues no termina de comprender las contradicciones de los humanos, pero también es compasiva. Lejos del estereotipo de Muerte como entidad cruel e insensible, la narradora de la novela siente pena por estos personajes que temen por su vida en un sótano. Sin embargo, se encarga de aclarar que más pena siente por las víctimas directas del nazismo, es decir, los judíos que murieron en las cámaras de gas nazis.

Contemplándolos, Liesel estaba segura de que eran las almas vivientes más desgraciadas que había visto. Así los describió por escrito. El tormento constreñía sus rostros descarnados. El hambre los devoraba al caminar. Algunos miraban al suelo para evitar la mirada de la gente en las aceras. Otros observaban suplicantes a los que habían ido a contemplar su humillación, el preludio de sus muertes. Otros rogaban que alguien, quien fuera, diera un paso al frente y los cogiera en brazos. Nadie lo hizo.

La Muerte, Séptima parte, p. 386

La Muerte, a partir de las memorias de Liesel, introduce el impacto que genera en ella la macabra imagen de los judíos en procesión hacia Dachau. La niña ve por primera vez la dimensión de explotación y deshumanización que viven los judíos durante el régimen nazi. Esas personas están en un grado de deterioro tal que Liesel las concibe como "almas vivientes": por un lado, casi no hay cuerpo en ellos; por otro, parecen estar más cerca de la muerte que de la vida, de ser solo almas. Ese borramiento del cuerpo tiene que ver con el hambre feroz que sufren, el cual queda reforzado en la personificación que de él hace la Muerte: el hambre se impone sobre los judíos y, metafóricamente, los devora, es decir, los consume y los debilita. Una vez más, la Muerte expone cómo las personas, a pesar del horror que observan, se quedan al margen y no intervienen para ayudar a estas personas que sufren y suplican ayuda. El único que se animará a hacerlo, a continuación, será Hans.

Me enteré de que no fue la mano herida ni ninguna otra herida lo que acabó finalmente con Michael Holtzapfel, sino la culpa de estar vivo. (...) ¿Cómo se consuela a un hombre que ha visto algo así? ¿Le dices que el Führer está orgulloso de él, que el Führer lo estima por lo que ha hecho en Stalingrado? ¿Cómo te atreves siquiera? Lo único que puedes hacer es dejarlo hablar. Por descontado, el problema es que esa clase de gente se guarda las palabras más importantes para después, para cuando los humanos que los rodean tienen la desgracia de encontrarlos.

La Muerte, Décima parte, p. 489

Aquí la Muerte reflexiona sobre las motivaciones de Michael Holtzapfel para suicidarse. Lo principal en él es el doloroso sentimiento de culpa que siente por estar vivo, a diferencia de su hermano, que murió trágicamente. Es una constante a lo largo de la novela el sentimiento de culpa de los sobrevivientes por sobre los muertos y su sentimiento de responsabilidad por estar vivos; es un sentimiento que acoge a muchos personajes, en un contexto de tanta violencia y muerte. Mientras que en la mayoría de los casos ese sentimiento de culpa es contrarrestado y convertido en una reivindicación de la vida –como sucede en Liesel, en Hans, en Max–, Michael no logra sobreponerse; la culpa lo carcome y termina quitándose la vida.

La Muerte justifica, de alguna manera, este accionar del personaje. Ella intenta dimensionar el alto grado de trauma que Michael ha vivido. Mediante preguntas retóricas, la Muerte evidencia su desazón y su dificultad para comprender a la humanidad.

Fue todo muy sencillo: las palabras pasaron de la joven al judío, treparon hasta él. (...)Max observó a la gente y luego volvió la vista hacia el vasto y resplandeciente cielo azul. Contundentes rayos –columnas de sol– alcanzaban maravillados la calzada al azar. Las nubes arquearon la espalda para echar un vistazo atrás al reanudar la marcha.

—Hace un día precioso —dijo Max con voz quebrada.

Un gran día para morir. Un gran día para morir así.

La Muerte y Max, Décima parte, p. 496

En esta cita, la Muerte reconstruye el momento en que Liesel encontró por fin a Max en una de las crueles procesiones de judíos rumbo a Dachau. Siguiendo el ejemplo valiente de Hans, Liesel se atreve a romper las filas de soldados nazis y mezclarse entre los judíos para acercarse a su amigo. Un soldado nazi la persigue, pero ella persevera. Como un modo de acercarse a Max, a quien ve sumamente deteriorado y alienado, Liesel le recita un fragmento de El árbol de las palabras. Y como sucedía en la fábula que Max le regaló a Liesel, las palabras logran atravesar la distancia y la violencia nazi, y hacer mella sobre Max. El judío, completamente humillado, hambriento, violentado, logra salirse por un instante de su alienación, diferenciarse del paso autómata de la masa de judíos, y mira el cielo. Así como durante su estadía en la calle Himmel Max había necesitado mirar el cielo como una pequeña recuperación de su condición humana, aquí Liesel le da la posibilidad de recobrar parte de su humanidad, restituyéndole algo de su subjetividad y de su capacidad para admirar la naturaleza. Max se asombra del sol y disfruta por un instante de él. Ese pequeño placer, aunque efímero y censurado por el soldado nazi, es revolucionario.

No me hagáis feliz. Por favor, no me cameléis y me dejéis creer que algo bueno puede salir de todo esto. ¿No veis los moretones? ¿No veis esta raspadura? ¿No veis la herida que tengo dentro? ¿No veis cómo se extiende y me corroe ante vuestros ojos? No quiero volver a tener esperanzas. No quiero rezar para que Max esté vivo y a salvo. O Alex Steiner. Porque el mundo no se los merece.

Liesel, Décima parte, p. 504

En esta cita, Liesel se dirige a los libros como sus interlocutores. Ella está en la biblioteca de Ilsa, luego de ver a Max desfilar junto a otros judíos, rumbo al campo de concentración. Esta experiencia dolorosa pone en evidencia para ella el nocivo poder de las palabras, aquellas que usó Hitler hábilmente para desplegar las enormes atrocidades que Liesel acaba de atestiguar. Es por eso que aquí, la niña se dirige con mucho dolor a los libros y les reprocha el haberla hecho feliz, pues eso es solo un engaño, una apariencia de que las cosas pueden salir bien. Al contrario, su experiencia por fuera de los libros le muestra otra realidad.

En este punto, el lector asiste al momento de más desesperanza de Liesel. La bronca y frustración la llevan a romper un libro de Ilsa, pues solo es capaz de identificar la dimensión negativa de las palabras. Gracias a Ilsa, sin embargo, podrá reencontrarse con la dimensión positiva de aquellas: con el cuaderno que la mujer del alcalde le regala, Liesel podrá desplegar aquellas palabras sobre su historia, aquellas que le salvarán la vida.

He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.

Liesel, Décima parte, p. 511

Con esta frase se cierra el libro de Liesel, aquel en el que narró su propia vida. En ella queda condensada la importancia que tienen las palabras y su aprendizaje en la vida de la niña. Pero esa relación no ha sido fácil, sino que atravesó momentos difíciles. Parte de su aprendizaje consiste en entender que las palabras pueden servir para el bien pero también para el mal. Así como las palabras la ayudaron a vincularse con sus seres más queridos, como Hans y Max, también han sido la herramienta fundamental para el ascenso de Hitler al poder y su despliegue cruento de violencia.

Frustrada por las pérdidas que ha vivido y el sufrimiento de sus seres queridos, Liesel llega a desconfiar de las palabras y destruye un libro en la biblioteca de Ilsa. Sin embargo, la mujer del alcalde la ayuda a superar esa frustración y le regala un cuaderno en blanco. En él, Liesel encuentra la posibilidad de empoderarse y de crear algo nuevo por fuera de toda la oscuridad y la pérdida que ha vivido. Escribe así un libro de memorias, en el que vuelca toda su experiencia. Su aprendizaje concluye con esta frase final de su cuaderno, en el que la joven reconoce la dualidad inherente a las palabras.

Los humanos me acechan.

La Muerte, Epílogo, p. 531

Esta es la última frase de La ladrona de libros, y es la última reflexión que introduce la Muerte, a modo de conclusión, respecto de lo que ha aprendido de la humanidad durante el recorrido de la novela. Toda la novela está enmarcada por la contemplación de la Muerte del valor de la humanidad, y en la escena final, en conversación con el alma de una Liesel ya muerta, da cuenta de su aprendizaje. La Muerte se admite incapaz de emitir certezas respecto de los humanos, en la medida en que ha vivenciado su inherente contradicción: la pervivencia en ella de belleza y fealdad, de dolor y placer, de crueldad y compasión, de bondad y de maldad. La historia de la vida de Liesel ha sido una demostración de esa constante dualidad. Por eso opta por pronunciar esta frase final, en la que la Muerte expone el misterio que le reporta aún la humanidad.