La insoportable levedad del ser

La insoportable levedad del ser Resumen y Análisis Segunda parte, Tercera parte

Resumen

Segunda parte: El alma y el cuerpo

El narrador explica que la creación del personaje de Teresa surge a partir del ruido del estómago; por esto, su existencia está apuntalada entre la tensión del cuerpo, entendido como lo mundano y escatológico, y el alma. A su vez, la relación de Teresa con su propio cuerpo está atravesada por el vínculo con su madre, ya que su propia apariencia le recuerda a ella, y ese reconocimiento la espanta.

El narrador explica brevemente la vida de la madre de Teresa. De joven, ella era bella y tenía un gran número de pretendientes. Sin embargo, por un descuido, queda embarazada del menos interesante de todos ellos, por lo que se ve obligada a contraer matrimonio con él. Pasado el tiempo, la mujer termina por abandonar a su esposo y a su hija para irse con otro hombre. La mujer se reencuentra con Teresa solo cuando su expareja muere y ella vuelve a hacerse cargo del cuidado de la niña.

Luego, el narrador detalla la infancia de Teresa. Ella era una niña ejemplar, con un buen desempeño en la escuela y un excelente comportamiento en la casa. Sin embargo, vivía avergonzada de la vulgaridad de su propia madre, que andaba desnuda por la casa y no dejaba pasar ninguna ocasión en la que puediera burlarse de la niña. Es por esto que los problemas de Teresa con su propio cuerpo, la incomodidad que sufre por el parecido con su madre y sus intentos de diferenciar su cuerpo de los del resto encuentran su origen en el pasado familiar.

El narrador vuelve al momento del encuentro entre Tomás y Teresa, pero esta vez enfocándose en ella. Teresa trabaja de mesera en un bar cuando, desde una mesa, Tomás capta completamente su atención porque se trata de un extranjero apuesto que lee un libro. Esa excentricidad, que se opone a todo lo que representa su familia y a todo lo que conoce, es lo que la atrae a él.

Cuando sale del trabajo, a las seis de la tarde, tiene una hora para disfrutar de la compañía de Tomás, puesto que él toma su tren de regreso a Praga a las siete. Antes de irse, él le deja una tarjeta con su número de teléfono, en caso de que ella visite su ciudad. Al poco tiempo, obsesionada con Tomás, Teresa se toma una semana de vacaciones y va a Praga para encontrarlo, aunque esa semana que comparten Tomás debe cuidarla, porque ella se enferma.

Tiempo después, Teresa vuelve a Praga con una valija en la que contiene todas sus posesiones de valor, con la intención de no volver a su ciudad, e inicia su nueva vida en Praga, viviendo junto a su amado. Gracias a Sabina, consigue trabajo en un laboratorio fotográfico. El nuevo trabajo la entusiasma y, cuando Sabina la instruye, Teresa se interesa genuinamente, al punto de obtener grandes resultados como fotógrafa en muy poco tiempo. Teresa asciende al equipo de fotógrafos de la revista y, en la celebración del ascenso, cuando baila con uno de sus compañeros, Tomás sufre su primer episodio de celos. Teresa, incrédula, lo disfruta.

Teresa tiene pesadillas recurrentes. En una, ella y un montón de mujeres más están desnudas alrededor de una piscina, y Tomás, ubicado en las alturas, les va disparando con un rifle. El narrador explica que esta pesadilla se debe a que Teresa busca que Tomás la haga sentir única, que su cuerpo no es igual al de todos los demás, como siempre le hizo sentir su madre. Pero con las infidelidades que él comete, termina por hacerla sentir exactamente de la forma opuesta a lo que ella desea. El narrador explica tres tipos de pesadillas que Teresa padece recurrentemente, aunque todas remiten a lo mismo: las infidelidades de Tomás.

Teresa comienza a tener problemas de estabilidad; todos los días sufre una caída, o algo se le cae de las manos. El narrador explica que se trata de la necesidad que siente de caer, un temor a tocar fondo mezclado con el deseo de hacerlo, que explica bajo el concepto de vértigo. Este vértigo se genera por las infidelidades de Tomás, y por eso ella llega a considerar la idea de ser parte de sus aventuras sexuales. Como su pareja se niega, ella intenta estrechar vínculo con Sabina, hasta que finalmente le propone fotografiarla en su estudio.

Teresa visita a Sabina para sacar las fotos. Antes de comenzar, Sabina le muestra los cuadros que pinta y se los explica. Cuando Teresa comienza a fotografiarla, surge cierta tensión erótica entre las dos. En un momento, Teresa le pide a Sabina que se desnude, a lo que ella accede a condición de que ambas lo hagan. La sesión continúa mientras las dos mujeres están desnudas y la tensión entre ellas aumentan, hasta que ambas comienzan a reírse histéricamente y terminan vistiéndose con pudor.

Durante la invasión rusa, Teresa se ocupa de registrar fotográficamente los acontecimientos. Cuando se va a Suiza junto a Tomás, acude a una revista y se presenta con cincuenta fotos reveladas. A pesar de que en Praga aún padecen las consecuencias de la invasión, para el resto del mundo el evento ya no posee interés, motivo por el cual el redactor no se interesa por su trabajo. Durante la entrevista llega otra fotógrafa de la revista con fotos de una playa nudista. La fotógrafa y el redactor asumen que, para Teresa, aquellas fotos son frívolas, y que ella, viniendo de un país comunista, es más conservadora respecto de esos temas. La fotógrafa invita a Teresa a tomar un café y a hablar de sus trabajos, y le recomienda incursionar en el mundo de la moda para conseguir trabajo como fotógrafa, pero Teresa termina por explicarle que no necesita vivir de sus fotos, puesto que su pareja es un médico y puede mantenerla. Eso deriva en un intercambio incómodo; para la fotógrafa, Teresa es una mujer anacrónica, algo que, aunque dolida, Teresa acepta.

La vida en Zúrich se vuelve difícil. Tomás pasa días enteros en el hospital y Teresa sigue padeciendo celos. Un día, una mujer llama a la casa y pregunta por Tomás. Aunque ella sabe que el llamado no significa nada, porque puede ser una enfermera o una paciente, para Teresa es suficiente para pasar el resto del día perturbada, pensando en las amantes de su pareja. A partir de entonces, piensa en la dependencia que tiene con su pareja desde el momento en que se fueron al extranjero, y estas ideas la convencen de volverse a su ciudad de origen junto a Karenin, la perra.

A pesar de que Teresa planea abandonar Praga y volver a su ciudad, no llega a concretarlo, porque antes aparece Tomás, quien abandonó su puesto para estar con ella.

Tercera parte: Palabras incomprendidas

El narrador introduce un nuevo personaje, Franz, un docente universitario casado, que al salir de trabajar va en camino a ver a su amante, Sabina. Para verla con más frecuencia, Franz acepta dar conferencias en diferentes lugares, porque ello le sirve de coartada. Al poco tiempo, empieza a mentirle a su esposa y a inventar conferencias para poder escapar por varios días con Sabina.

Durante los encuentros entre Franz y Sabina suele haber malos entendidos. En general, no logran comprenderse, porque le asignan diferentes significaciones y valores a las cosas. Él le propone viajar diez días a Palermo y, como ella rechaza su invitación, Franz siente que a quien rechaza es a él. Sabina se desnuda y se pone el sombrero de hongo de su abuelo, y él no comprende nada de lo que ella hace, pero insiste con su invitación a Palermo, y Sabina termina por aceptar.

Sabina queda sola en su estudio y reflexiona acerca del sombrero. Momentos antes se lo puso desnuda frente al espejo porque remite a un juego erótico que realiza con Tomás. Sin embargo, ese mismo juego con Franz la hizo sentir ridícula. Esta es una de las tantas incomprensiones que generan una distancia entre ellos dos.

Para analizar estas diferencias de sentido que cada uno le otorga a las cosas, el narrador crea una sección que llama “Pequeño diccionario de palabras incomprendidas”, en el que explica la carga semántica que Franz y Sabina le otorgan a diferentes palabras. La primera palabra es “mujer”: para Sabina es algo que se es por azar, mientras que, para Franz, ser mujer es un valor, y no todas las mujeres son una “mujer”. Allí el narrador introduce a su esposa, Marie-Claude, y menciona los intentos de Franz de amar a la “mujer” que hay en ella. Luego, el diccionario sigue con palabras como "fidelidad", "música", "luz", "oscuridad" y "traición". Durante esta última palabra, el narrador cuenta el adoctrinamiento que recibe Sabina por parte de su padre para que se enmarque en el arte realista (asociado a la doctrina comunista), y sobre cómo eso la impulsa a traicionar a su figura paterna, al amar a Picasso.

Sabina se encuentra en una asociación de compatriotas checos. Allí discuten sobre la guerra y la invasión rusa a su país, pero ella se siente incómoda porque no comparte la opinión de esa gente. Le molesta que se sientan víctimas y que hablen de tomar las armas cuando, en el momento de la guerra, solo huyeron. Ella es consciente de que sus pensamientos son crueles, pero no puede evitarlos. Se retira de la reunión sintiéndose injusta por los juicios emitidos, pero, al mismo tiempo, se regodea con ello. El narrador explica que todo se trata de otra traición más que ella comete; la primera encuentra sus orígenes en la traición a su padre, al rechazar los ideales comunistas que le intenta inculcar, y desde entonces Sabina inicia un camino de traiciones que se constituyen como un patrón de conducta.

El narrador continúa con el diccionario de palabras incomprendidas y desarrolla el concepto de "manifestaciones". Sabina odia las manifestaciones porque, a lo largo de su infancia y adolescencia, tanto su padre como su escuela la obligaban a asistir a ellas. En cambio, para Franz son algo exótico y vivo, en contraste con su vida estática y rodeada de libros.

Marie-Claude organiza un cóctel en su casa e invita a diferentes pintores y escultores, entre quienes está Sabina. Franz está nervioso con su presencia, pero acordó con Sabina que, para no levantar sospechas sobre sus amoríos, lo mejor es que ella asista. Cuando Sabina llega, Marie-Claude la recibe amablemente, aunque, para demostrarle su jerarquía, le indica a viva voz que su colgante le parece feo y que no debería usarlo. Marie-Claude es dueña de una galería de arte y considera que Sabina, como artista novata y sin fama, está en situación de inferioridad ante ella.

El narrador introduce la última sección del diccionario de palabras incomprendidas y propone el término "fuerza". Sobre este concepto, explica que, para Franz, el amor implica renunciar a la fuerza, mientras que Sabina, contrariamente, anhela que Franz utilice su fuerza con ella y se le imponga. Esta bondad de Franz hace que Sabina no lo considere en serio. El último concepto del diccionario es "vivir en la verdad". Para Franz, es importante la honestidad y la transparencia, mientras que, para Sabina, es fundamental que la gente mantenga sus secretos y su privacidad. Un día, antes de ir a una supuesta conferencia, Franz no puede tolerar seguir con la mentira frente a Marie-Claude, y le confiesa que no existe tal conferencia y que, en realidad, va a encontrarse con su amante, Sabina. Luego de la confesión, Franz se siente tranquilo y puede abordar el avión para encontrarse con su amante en paz.

Franz le cuenta a Sabina sobre la conversación con su esposa, y ella se siente vulnerada y expuesta, aunque no se lo dice. Hacen el amor una vez más y Sabina se entrega con pasión, porque sabe que es la última vez que lo harán.

A la vuelta del viaje, Franz vuelve a su casa y espera encontrar a la frágil Marie-Claude, que siempre necesitó de su protección. Sin embargo, ella se sorprende con la llegada de Franz y le informa que no le molesta en lo absoluto que se vaya a vivir de inmediato con su amante, Sabina. A Franz eso lo sorprende y le duele, aunque, a la vez, le hace más fácil la separación. Ese mismo día, luego de dar clases, va a la casa de Sabina, pero nadie lo atiende. Pasa entonces la noche en un hotel, y los siguientes días vuelve a la casa de Sabina, pero nunca obtiene respuesta. Finalmente, un día se encuentra cargando sus muebles a tres hombres, que tienen la orden de no revelar la dirección a la que están mudando las cosas. Franz queda devastado, pero con el tiempo comprende que más importante que la presencia física de Sabina es todo lo que le enseñó y los cambios que produjo en su vida. Ahora está separado de su familia y, particularmente, de su esposa, a quien no ama, y vive en un departamento tranquilo, con sus libros y una amante joven. Aun así, un día Franz visita a Marie-Claude para proponerle que vuelvan a casarse, pero ella lo rechaza.

Sabina se muda a París y, al tercer año viviendo allí, recibe una carta de Praga del hijo de Tomás. El muchacho le cuenta sobre el fallecimiento de Tomás y Teresa en un accidente de tránsito, mientras Tomás conducía un camión. Sabina queda estupefacta con la noticia y, para calmar su angustia, decide visitar el cementerio de Montparnasse, el más cercano de su hogar. Pasear por cementerios es una actividad que la calma, pero, en esta oportunidad, cuando ve que sobre los ataúdes colocan grandes lápidas de piedra, experimenta lo opuesto. Sabina considera que esas piedras sólidas y pesadas son una forma de establecer una distancia con los muertos e impedir la comunicación con ellos. Este detalle del cementerio de París la convence de que, eventualmente, deberá mudarse de allí para no ser enterrada de esa forma.

La tercera parte concluye con el narrador contando una serie de actividades que Franz realiza con su nueva novia. Todo lo que ellos comparten secretamente, para Franz, incluye a Sabina o le hace recordarla. La joven, inocente, desconoce esos significados.

Análisis

En esta sección abordaremos la segunda y la tercera parte de la novela, dedicadas a Teresa y a Franz y Sabina, respectivamente. Como hemos mencionado anteriormente, la estructura narrativa de La insoportable levedad del ser no se basa en su cronología, sino en una división que permite ir y venir constantemente en las vidas de cuatro personajes: Tomás y Teresa, Franz y Sabina. En este sentido, el narrador se vale de la analepsis, un recurso retórico que le permite romper la secuencia cronológica para traer al texto escenas del pasado, y la prolepsis, que consiste en adelantarse y dar información sobre hechos que transcurren en un tiempo cronológico posterior al del momento de la narración.

La segunda parte de la novela utiliza la analepsis para repasar la vida de Teresa, desde el momento en que se va a vivir con Tomás, hasta su triste infancia en la casa materna. La psicología de Teresa, explica el narrador, se comprende en función de su relación con su madre, quien la culpa de todas sus desgracias y no pierde ocasión de ponerla en ridículo y denigrarla. En su juventud, la madre de Teresa es una hermosa joven con nueve pretendientes. Sin embargo, por un descuido queda embarazada de uno de ellos y debe casarse. El matrimonio resulta una pesadilla: desprecia a su esposo y vive frustrada, hasta que decide abandonarlo para irse con otro hombre. Así, Teresa queda sola con su padre, hasta que este es arrestado por la policía comunista y, entonces, ella es enviada a la casa de una madre ya desconocida, que vive con un hombre desagradable que la considera un estorbo, y con los tres hijos que tuvo con él. En esas condiciones, la madre vive del recuerdo de su hermosura y se pasa el tiempo mirando su cuerpo avejentado en el espejo y mortificándose. En este contexto, Teresa se convierte en el chivo expiatorio de las frustraciones de su madre: “la única persona que le pertenecía y no podía huir, el rehén que podía pagar por todos los demás, era Teresa” (p. 49). A causa de este odio, Teresa debe dejar los estudios y dedicarse a las tareas del hogar, al mismo tiempo que crece llena de culpa y de inseguridades, con el deseo desesperado de hacer lo que sea con tal de obtener la aprobación de su madre.

A su vez, otro de los mecanismos que la madre utiliza para castigar a su hija es la desvalorización del cuerpo. Con todo ello, la joven desarrolla una vergüenza y una timidez que la incapacitan para relacionarse socialmente con otras personas. Teresa queda aislada, encerrada en sí misma y, tal como expresa el narrador, “El alma, triste, tímida, atemorizada, estaba escondida en las profundidades de las entrañas de Teresa y le daba vergüenza que la vieran” (p. 53). Por eso, Teresa tiene por costumbre mirarse al espejo, pero no por vanidad, sino por el asombro que le provoca su propia imagen reflejada. En esa imagen, la joven busca su alma, ese núcleo identitario que no puede revelarse a través de su cuerpo.

Teresa siente la necesidad de diferenciarse de su entorno, de elevarse y escapar a la mediocridad de la casa materna. Eso es lo que la impulsa, por ejemplo, a ir a un concierto o a leer ávidamente y llevar un libro siempre con ella. Por eso, la aparición de Tomás señala un nuevo camino en su vida, y significa la posibilidad de dejar atrás la brutal tiranía de su madre.

La casualidad marca el encuentro de ambos: Tomás almuerza en el café en el que Teresa trabaja, y lleva un libro siempre con él, algo que llama la atención de la joven y la empuja a dar el primer paso y proponerle un encuentro después del trabajo. Esta situación es observada minuciosamente por el narrador en más de una parte de la novela, y Kundera llega a la conclusión de que el amor es hijo del azar. Son los encuentros inesperados y casuales los que evocan el sentido de belleza ante el cual la sensibilidad de las personas se intensifica y hace brotar el amor: “No es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las causalidades deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de san Francisco de Asís” (p. 55).

Una vez que conviven como pareja, Teresa sufre intensamente los celos que le provocan las amantes de Tomás, y comienza a tener una serie de sueños que van a acompañarla por el resto de su vida. Al principio, sueña que la atacan muchos gatos que quieren quitarle los ojos, y el narrador se apresura a explicar que, en el argot checo, el término "gato" refiere a las jóvenes bellas. Luego sueña, directamente, con un montón de mujeres en contextos sensuales y explícitamente eróticos, y en algunos de aquellos sueños Tomás aparece rodeado de mujeres que asesina cada vez que hacen algo mal.

Teresa reconoce que todas esas mujeres que aparecen en sus sueños representan a las amantes de su pareja, y son tantos sus celos que comienza a sentir que toda mujer es potencialmente su rival en el amor por Tomás. Si en un principio Tomás había aparecido como el camino para escapar de su madre y de comenzar una nueva relación con su cuerpo y su alma, ahora Teresa se siente reducida a ser tan solo un cuerpo más entre los innumerables cuerpos de las amantes de su pareja. Los sueños que tiene le hablan de la humillación que siente ante el deseo de ser ella misma, de su miedo a ser utilizada como un objeto en vez de poder convertirse en un sujeto. Teresa no puede aplicar a su persona la separación que Tomás hace entre el sexo y el amor, y desea que su cuerpo sea el único que despierte el apetito de él. Por eso, Teresa vive insatisfecha y angustiada.

Tras la ocupación rusa, la pareja se muda a Suiza, y la esperanza que al principio tiene Teresa se convierte en una derrota mayor cuando comprueba que el estilo de vida de Tomás no cambia en absoluto. Debilitada, sola y sin nadie a quien acudir, Teresa siente el vértigo de la caída. El narrador explica: “el vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados” (p. 65). Teresa abandona a Tomás y regresa a Praga, pero este, al poco tiempo, descubre que no puede vivir sin ella y vuelve a buscarla. Así se da la dinámica entre los dos: Teresa siente el peso del amor que la debilita y la aplasta. Tomás, acostumbrado a la levedad, se conmueve ante la indefensión de su pareja y la socorre. Así se equilibran las fuerzas que dan estabilidad a la relación: para el fuerte, la compasión es su debilidad, mientras que el débil puede utilizar su debilidad como un arma para hacer brotar la compasión en el más fuerte y, así, manipularlo; “Aquel que se cae está diciendo: ¡Levántame! Tomás la levantaba pacientemente” (p. 67). En esta mecánica, deja entrever el narrador, el poder de la relación queda en manos del más débil y, en apariencia, más vulnerable, es decir, en Teresa. Esto se comprobará más adelante, cuando Tomás acepte la decisión de Teresa y la acompañe a vivir al campo.

Sabina, una de las amantes predilectas de Tomás, cobra importancia desde la primera parte de la novela, y llega a tener cierto protagonismo en la tercera. Este personaje representa la expresión más contundente de lo que es una vida construida desde la levedad. El motivo recurrente de su vida es la rebelión: contra sus padres, contra la religión, contra su pareja e, incluso, contra la Academia de Artes. Tal como lo plantea el narrador, Sabina construye su vida en función de la traición: cada decisión que toma se fundamenta en una traición que la saca del lugar en el que se encuentra. Por ejemplo, para espantar a sus padres puritanos, se casa con un joven que representa todo lo que ellos rechazan. Luego, cuando estos mueren y ya no debe llevarles la contra, abandona a su pareja y se mantiene, al igual que Tomás, soltera y rodeada de amantes.

A su vez, Sabina pondera su individualismo ante cualquier posible sentimiento de camaradería o cualquier doctrina colectivista: repudia todo tipo de manifestaciones que reúnen multitudes y considera que el sentimiento de rebaño es el origen de los males morales y de los totalitarismos políticos que alienan a las personas. Cuando se instala en Suiza, reniega de cualquier sentimiento de patriotismo hacia Checoslovaquia, y no ve la necesidad de reunirse con compatriotas en el exilio. Sabina es seductora, disfruta de su sexualidad con espontaneidad y libertad, y evita a toda costa que el amor se convierta en una obligación o una rutina, es decir, que tome peso en su vida.

Por eso, cuando Franz, el joven idealista que, al igual que Teresa, vive bajo el signo del peso, deja a su esposa y quiere que Sabina sea su pareja y no su amante, ella lo rechaza: “El amor, cuando se hace público, aumenta de peso, se convierte en una carga. Sabina ya se encorvaba por anticipado al imaginarse ese peso” (p. 123). Sabina decide desaparecer, abandonar su departamento sin dejar ninguna señal y huir del compromiso con su amante para instalarse en París. Allí, sin embargo, encuentra más signos que la abruman: le produce pánico ver en los cementerios de esta ciudad las lápidas de piedra que se colocan sobre los muertos, y lo profundo que son sus sepulcros. También debe dejar esta ciudad, porque “si muriera aquí, le pondrían una lápida encima y, para una mujer que nunca tiene sosiego, la idea de que su huida vaya a detenerse para siempre es insoportable” (p. 133).

La existencia de Sabina es tan ligera que nada la ata a la vida, y estando en París se asusta al comprobar que no hay ningún suelo firme al que pueda anclarse. Al contrario de Teresa, para ella no hay caída, sino solo la amenaza de la ligereza, el miedo de flotar en la nada, sin obligaciones, sin peso pero tampoco identidad, sin raíces que la aten pero que, al mismo tiempo, puedan nutrirla y servirle de sostén. Su drama no es el peso, sino la levedad. Al igual que Tomás, ella encarna la insoportable levedad del ser que da título a la novela. En las partes cinco y seis del relato, la vida de Sabina se resuelve en Nueva York, donde se instala bajo el mecenazgo de una pareja de ancianos aficionados a la pintura y recrea, a su modo, la idea de un hogar y una familia. Para llevar hasta las últimas consecuencias su estilo de vida, Sabina escribe en su testamento que, al morir, deben cremarla y esparcir las cenizas al viento. Al contrario de otros personajes, como Franz, Sabina no quiere dejar marcas de su paso por el mundo.