La insoportable levedad del ser

La insoportable levedad del ser Resumen y Análisis Séptima parte

Resumen

Séptima parte: La sonrisa de Karenin

Tomás y Teresa llevan dos años viviendo en el campo y están perfectamente adaptados a su nuevo estilo de vida alejado de la ciudad. El presidente de la cooperativa del pueblo es su amigo y suele visitarlos con la compañía de un cerdo llamado Mefisto, quien se hace amigo de Karenin. El presidente de la cooperativa es muy importante para el establecimiento de la pareja en el pueblo, ya que es quien les consigue trabajos a ambos. A Tomás le da trabajo de camionero, para transportar herramientas y a los campesinos de sus hogares al campo. A Teresa le ofrece un puesto en el establo, cuidando vacas y haciéndolas pastar.

Un día, durante un paseo, Tomás y Teresa notan que Karenin cojea de una pata. Al revisarlo, descubren un bulto que resulta ser un tumor. Por tal motivo, la pata de Karenin es amputada. Aunque la situación es triste, la perra se recupera pronto y vuelve a mostrarse con el humor de siempre.

A los catorce días de la operación, resulta claro que el cáncer hizo metástasis, y la salud de Karenin comienza a decaer nuevamente. Teresa pastorea las vacas junto a la perra, triste por su enfermedad. En ese momento, una vecina se cruza con ella y la ve compungida. La mujer le pregunta si está triste solo por el perro, insinuando que la vida del animal no es motivo suficiente para la pena, y Teresa guarda las apariencias, pero se molesta con los dichos de la mujer. Se siente sola en el amor a Karenin, puesto que, en el pueblo, la gente no concibe los animales como seres con alma, y simplemente los ven como recursos. Teresa tiene un sueño en el que Karenin da a luz dos panecillos y una abeja. El sueño la inunda de esperanza, porque cree que se trata de la conversión del tumor en vida. Sin embargo, cuando se levanta de la cama y llama a Karenin, la perra apenas tiene energía para responder.

Un día, Teresa dibuja sobre la tierra el rectángulo en el que debe cavarse la tumba de Karenin, acción que a Tomás le indigna, porque la perra aún vive. Ambos terminan discutiendo. y Tomás llega a dar un portazo.

El narrador explica la importancia de la palabra "idilio" para Teresa. Para ella, dicho concepto está enlazado con la idea de paraíso, y la felicidad en el paraíso se manifiesta en forma de repetición. En su vida de campo, Teresa encuentra su propio paraíso en la rutina que repite día a día. A raíz de esta idea, el narrador explica que, para Teresa, los animales nunca fueron expulsados del paraíso, y de allí que la corporalidad humana le genere rechazo, mientras que la de los animales, no. Teresa reflexiona sobre su vínculo con la perra, y llega a considerar que el amor que siente por Karenin es mejor que el que siente por Tomás, puesto que del vínculo con el perro no espera nada, y lo acepta como es. En cambio, con Tomás, median los reclamos, las expectativas, los intereses y las necesidades.

Finalmente, la desmejora de Karenin no deja otra alternativa más que la eutanasia. Tomás prepara la inyección, mientras que la perra yace en una manta sobre el sillón, preparada para ese momento. Luego de la eutanasia, ambos deben ir a trabajar, por lo que el cuerpo de Karenin queda durante el día en el sillón. En la noche, cuando Tomás y Teresa regresan, la entierran en el rectángulo que Teresa dibujó días atrás.

El narrador cuenta un sueño de Teresa en él que ella lee una carta con Tomás y luego ambos toman un avión. Cuando descienden, hay tres hombres con fusiles esperándolos. Tomás es ejecutado, pero su cuerpo se encoge y se transforma en algo pequeño que el hombre del fusil comienza a perseguir. En un momento, la persecución concluye y Tomás vuelve hacia Teresa para darle un conejo. El conejo hace a Teresa muy feliz, y de pronto ella se encuentra caminando por las calles de Praga, donde descubre su hogar de la infancia y, en él, a sus bisabuelos. Teresa busca su habitación y se acuesta en su cama de la infancia, con el conejo apoyado sobre su rostro.

Tomás le cuenta a Teresa sobre las cartas que recibe de su hijo. Ella siente un gran alivio de que no se trate de una amante, se culpa por haber desconfiado de él y le insiste para que lo invite al campo, pero Tomás teme encontrarse con él. Ese mismo día, cuando Teresa sale del granero, escucha ruidos en la carretera y lo ve a Tomás, junto a otros hombres, cambiando la rueda del camión. Escondida, observa a su pareja arreglando el auto. Lo nota viejo y se siente culpable por todo lo ocurrido. Considera que, a través de sus constantes victimizaciones, logró que Tomás la siguiera hasta un pueblo alejado, abandonando su profesión de cirujano por la de camionero.

Tomás repara la rueda y Teresa se va a dar una ducha. Cuando sale, decide vestirse de manera coqueta para agasajarlo a él, y terminan saliendo a bailar junto a otros miembros de la cooperativa. Tomás no quiere beber alcohol porque debe manejar a la vuelta, pero el presidente le dice que pasarán la noche en el hotel, por lo que puede beber cuanto quiera. Más tarde, Teresa baila con Tomás y le pide disculpas por el estilo de vida al que lo condenó. Él, sorprendido ante sus dichos, le asegura que es feliz, y que en el campo se siente libre. En la noche, cuando se van a dormir en el hotel, Teresa siente, como en su sueño, que se está acostando con el conejito que Tomás le entregó.

Análisis

La séptima y última parte está dedicada a la vida que Tomás y Teresa desarrollan en el campo hasta que fallecen en un accidente, y a Karenin, su perro. Para Teresa, la vida fuera de la gran ciudad significa una renovación de sus ánimos: ahora que Tomás no está rodeado de sus amantes y es todo para ella, al fin logra sentirse feliz.

La vida en el interior también le enseña a la pareja hasta qué punto la invasión rusa intenta modificar la identidad de la nación y asimilarla al kitsch comunista. Todos los pequeños pueblos han cambiado sus costumbres y ya no se cumplen los ritos sociales que daban cohesión a la vida comunal, como ir a misa o reunirse en la taberna los sábados para beber y bailar:

Pero en el régimen comunista las aldeas ya no se parecen a esta antigua imagen. La iglesia estaba en la aldea vecina y nadie la frecuentaba, la taberna se había convertido en oficinas, los hombres no tenían dónde reunirse a beber cerveza, los jóvenes no tenían dónde bailar. Las festividades religiosas no podían celebrarse, las estatales no interesaban a nadie. El cine estaba en la ciudad, a veinte kilómetros. De modo que al terminar la jornada, durante la cual la gente gritaba alegremente y charlaba en los minutos de descanso, todos se encerraban entre las cuatro paredes de sus casas con sus muebles modernos, que destilaban a chorros mal gusto, y miraban la pantalla encendida de los televisores. No se hacían visitas, todo lo más se detenían unos minutos en casa del vecino antes de cenar. Todos soñaban con irse a vivir a la ciudad. La aldea no les ofrecía nada que se pareciese un poco a una vida interesante (pp. 294-295).

Por eso, Tomás y Teresa son una pareja atípica, que avanza a contracorriente: mientras los campesinos sueñan con vivir en la ciudad, ellos se instalan en el campo y encuentran que allí poseen más autonomía que en Praga: nadie los espía, nadie los conoce, no tienen que vivir para satisfacer las expectativas de terceros y pueden reinventarse en un nuevo contexto.

En este escenario, el narrador utiliza los últimos capítulos de la novela para reflexionar sobre la naturaleza humana en función de la forma en que las personas se relacionan con los animales. Para ello, parte de la enfermedad de Karenin -un cáncer irremediable- y se remonta hasta el Génesis para señalar que Dios crea al hombre para “confiarle el dominio sobre los pájaros, los peces y los animales” (p. 298). Sin embargo, continúa, como el Génesis fue escrito por los hombres, vale la pena pensar que, probablemente, la dinámica se dio a la inversa: son los hombres los que inventaron a Dios para elevar a un estatuto sagrado la pretensión de superioridad sobre el resto de los animales. El humano se coloca en la cima de la jerarquía por medio del discurso religioso para justificar el violento usufructo que realiza sobre la naturaleza.

La reflexión prosigue: el narrador revisa posturas filosóficas a lo largo del tiempo y presenta al hombre como un parásito de la vaca. Descartes es quien convierte al hombre en amo y señor de los animales: “el animal, dice Descartes, es sólo un autómata, una máquina viviente, machina animata. Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal” (p. 300). Esta perspectiva es la que se mantiene hasta el presente, dice el narrador. La indiferencia y la hostilidad hacia los animales solo pueden entenderse como una expresión de odio a la vida. Los individuos y las culturas que, de alguna manera, participan de esta actitud, lo hacen porque desean vengarse de la vida. Por eso no hay que sorprenderse de que también se ataquen entre ellos. El narrador presenta entonces, como ejemplo, el desprecio del comunismo ruso por las palomas y los perros, a los que se intenta eliminar por entero en ciertos poblados. Luego, interpreta este evento como una anticipación de las atrocidades hacia los seres humanos que se cometerían posteriormente por parte de este régimen. “La maldad acumulada (y entrenada en los animales) tardó un año en dirigirse a su verdadero objetivo: la gente” (p. 301).

Así llega el narrador hasta la idea que más le interesa: las relaciones que establecemos con otros son el resultado “de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros” (p. 302). Por eso, la naturaleza del hombre no se revela en el trato con sus pares, sino con los animales sobre los que históricamente ha ejercido su dominio. En un pasaje que resulta fundamental para la novela, el narrador expresa:

La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás (p. 302).

En el campo, Teresa acaricia la cabeza de una vaca a la que ha llamado Marqueta, y el narrador se lamenta por el destino del ganado, que ahora está en manos de grandes corporaciones que lo someten a condiciones deplorables con tal de aumentar la productividad. Luego, trae a colación una anécdota de Nietzsche: el filósofo se abraza al cuello de un caballo que está siendo golpeado por el cochero, llora y le pide disculpas por lo que la humanidad ha hecho con los animales. El narrador finaliza el capítulo de la siguiente manera: "Y ése es el Nietzsche que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, ‘dueña y señora de la naturaleza’, marcha hacia delante" (p. 303).

Tras esta reflexión, el narrador entra en la recta final de su novela, y regresa sobre la idea del eterno retorno que postuló al inicio. A partir de la observación de Karenin, Kundera explica que el tiempo en la naturaleza corre de modo circular. Es en la vida de los animales no humanos donde la repetición se instaura realmente como un eterno retorno. Todas las mañanas, Karenin espera que Tomás y Teresa despierten para saltar sobre la cama y darles la bienvenida al nuevo día. Todas las tardes, el perro juega con Tomás a robarle la galleta, y no se cansa, sino todo lo contrario: lo espera y lo festeja. Los eventos que han de darse ya son de antemano conocidos, y para los animales esto no es motivo de aburrimiento, sino de felicidad. En este modo de vivir no existe angustia, dice el narrador, porque no existe un yo constituido por medio de la consciencia. Cuando el hombre se distancia de esta inocencia y adquiere consciencia de que es hombre (y declara su dominio sobre la naturaleza), comienza a experimentar el tiempo como una línea recta, una carretera que conduce hacia lo desconocido. Ese es el momento en que la humanidad se aleja de la felicidad y cambia la repetición por la incertidumbre. Ahí comienza lo que el narrador llama "la debacle de la humanidad".

Queda preguntarse, entonces, si en los seres humanos la repetición también puede responder a la búsqueda de la felicidad (repetimos hábitos, frecuentamos lugares y personas, etc.) y si es más deseable insistir en la repetición que nos hace felices o buscar lo desconocido que nos permite reinventarnos. Son estas dos posibilidades las que mueven a Teresa y a Tomás, a Franz y a Sabina.

Como ya hemos visto, la estructura narrativa de la novela se desarrolla en función de las decisiones que los personajes toman. Estos personajes son creados a través de palabras claves que expresan los conceptos filosóficos que hemos trabajado: la levedad y el peso, el cuerpo y el alma. Cada personaje está construido a partir de una contradicción entre levedad y peso, cada uno desea liberarse de un peso en particular o de una vida aparentemente leve y sin sentido. Sin embargo, terminan sometidos por la insoportable levedad del ser: mientras que el mundo se les presenta como fugaz, lo único que se parece permanente es aquello de lo que desean escapar: sus propias personalidades.