Enrique IV, parte 2

Enrique IV, parte 2 Resumen y Análisis Acto IV

Resumen

Escena I

Esta escena transcurre en una selva de Yorkshire. Allí se encuentran el Arzobispo de York, Mowbray y Hastings.

El arzobispo les informa a los otros rebeldes que Northumberland no los apoyará en el levantamiento. Pese a esta mala noticia, todos siguen comprometidos en la lucha contra el rey.

Entra Westmoreland, enviado del rey, en escena. Les pregunta a los rebeldes cuáles son sus demandas. Asegura que el rey se encargará de satisfacerlas si detienen el levantamiento. El arzobispo entonces le entrega a Westmoreland un papel con las exigencias de los rebeldes.

Escena II

Esta escena transcurre en otra parte de la selva. Allí hay dos bandos: de un lado están Mowbray, el arzobispo y Hastings junto a sus hombres; del otro lado, el Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y los hombres del ejército real.

El Príncipe Juan les dice a los rebeldes que se ha decidido satisfacer sus demandas. Estos, entonces, informan a su ejército que se ha llegado a un acuerdo de paz y envían a los hombres a sus casas. Ambos bandos se unen, beben juntos y tienen una conversación agradable. Sin embargo, una vez que el ejército rebelde se ha disuelto totalmente, sus líderes son arrestados por orden del Príncipe Juan. En el acto se los sentencia a muerte por cometer traición.

Escena III

Esta escena transcurre en otra parte de la selva. Allí, Falstaff se encuentra con un caballero rebelde llamado Coleville, quien, al ver a Falstaff, se rinde de inmediato.

Entra en escena el Príncipe Juan. Le reprocha a Falstaff haber llegado tan tarde a la batalla. Falstaff, con orgullo, exhibe a su reciente prisionero. Luego le pide permiso al Príncipe Juan para regresar a su casa. El permiso es concedido.

Todos salen de escena excepto Falstaff, quien monologa acerca del desagrado que le causa el Príncipe Juan. Afirma que este es así de hosco porque no bebe alcohol. Luego elogia largamente las virtudes del vino.

Entra Bardolfo en escena y le dice a Falstaff que es hora de regresar a la casa del Juez Trivial para estafarlo.

Escena IV

Esta escena transcurre en una sala del Palacio Real. Allí se encuentran el Rey Enrique IV, Clarence, el Príncipe Humphrey y Warwick. Están esperando noticias de la batalla. El Rey Enrique IV pregunta por el Príncipe Hal, pero nadie sabe decirle dónde está. Luego le pide a su hijo Clarence que permanezca cerca de Hal cuando este se convierta en rey y se encargue de que no viva como un descarriado. A continuación, el rey se extiende hablando sobre la mala vida que ha llevado desde siempre su hijo mayor. Warwick le dice que, en realidad, Hal ha vivido hasta ese momento como un descarriado para estar cerca del pueblo, y que cuando se convierta en rey actuará rectamente.

Entra Westmoreland con la noticia de que han vencido al Arzobispo de York. Luego entra Harcourt e informa que Northumberland y Lord Bardolfo han sido derrotados por el sheriff de Yorkshire. El rey se alegra por las noticias, pero de inmediato sufre un desmayo. Es trasladado a su cama.

Entra en escena el Príncipe Hal preguntando por la salud de su padre. Le informan que está muy debilitado. Todos salen de escena excepto Hal, quien se queda junto a su padre. Al acercarse a él y no percibir ningún signo de vida, piensa que está muerto. Entonces agarra la corona, se la pone y sale.

El rey se despierta, advierte que no tiene la corona y llama a sus hijos. Le dicen que Hal estaba con él hasta hace un instante. El rey entonces da por hecho que Hal le robó la corona por codicia. Sin embargo, Warwick entra en escena diciendo que encontró al Príncipe Hal llorando en la habitación contigua. El rey pide hablar con el príncipe a solas.

En esta conversación, el rey reprende duramente a su hijo. Lo acusa de ser un descarriado codicioso, que le robó la corona antes de fallecer. Hal le pide perdón, aunque le aclara que no quiso robarle la corona, sino que lo creyó muerto y quiso aliviarle el peso que se cernía sobre su cabeza. Su padre le cree.

Tras reconciliarse, el rey le dice que finalmente Inglaterra se encuentra unida y que Hal debe aprovechar el momento de paz interna para ampliar los territorios de la nación. Entran los otros hijos del rey. Este pide que lo lleven a Jerusalén para que pueda morir allí.

Análisis

Como hemos visto previamente, entre la primera y la segunda parte de Enrique IV existen varios paralelismos. Aquí, en la primera escena del cuarto acto, aparece uno más: Westmoreland se acerca a los rebeldes para escuchar sus peticiones tal como lo había hecho en la primera parte Sir Blunt. En ese caso, Hotspur, el líder iracundo y soberbio de los rebeldes, se negó a compartir sus demandas. En esta segunda parte, el líder de los rebeldes es el Arzobispo de York, un personaje mucho más político que Hotspur, quien sí acepta mandarle sus demandas al rey en pos de obtener la paz sin luchar.

Estas demandas no se dicen a viva voz, sino que son anotadas en un papel. Los espectadores, por lo tanto, desconocemos en qué consisten. Lo que sí aclara a viva voz el Arzobispo de York es que él es un hombre de paz, que lamenta profundamente haberse visto impelido a tomar las armas. Afirma que el levantamiento armado se le ha presentado como una necesidad inevitable, ya que el Rey Enrique IV no le ha dado ni siquiera una entrevista personal para escuchar sus demandas. Tanto aquí como en la primera parte de la obra, vemos cómo el Rey Enrique IV tiene problemas por no saber negociar políticamente con sus enemigos y construir un mandato basado en la soberbia y la arrogancia.

En la segunda escena de este cuarto acto, los rebeldes son vencidos por el Príncipe Juan. Ahora bien, la victoria de la corona no se da a través de las armas, sino a través de la palabra. El Príncipe Juan engaña y traiciona a aquellos a los que, paradójicamente, termina condenando a muerte por traición. Esta maniobra de Juan es sumamente astuta, pero también carente de honor.

Al respecto, es importante destacar que los historiadores consideran que Enrique IV es el último rey medieval. Enrique V ya es considerado un rey renacentista. El Renacentismo fue un movimiento filosófico y cultural que se produjo durante los siglos XV y XVI, reemplazando al pensamiento medieval (recordemos que la obra está situada a comienzos del siglo XV). Una de las características fundamentales del Renacimiento fue la preponderancia del pensamiento racional por sobre las pasiones. Por el contrario, en el pensamiento medieval, el honor y el coraje eran mucho más importantes que la razón. En esta maniobra, Juan de Lancaster demuestra que es un hombre renacentista como su hermano Hal; un hombre que entiende que la astucia política es mucho más poderosa que la espada.

Tras dos escenas de corte dramático, el tono cómico vuelve en la tercera escena con la aparición de Falstaff, quien también vence a su rival sin necesidad de desenvainar la espada. En este caso, Sir Coleville, el caballero rebelde, se rinde apenas advierte que su rival es Falstaff. Para comprender por qué Falstaff, un hombre viejo y con un estado físico deplorable, intimida de ese modo a Coleville, debemos remontarnos a la Batalla de Shrewsbury, representada en Enrique IV: primera parte. En dicha batalla, Falstaff no lucha ni una sola vez, pero se encuentra de casualidad con el cadáver de Hotspur (quien había muerto a manos de Hal). Decide entonces marcarlo con su espada y llevar el cadáver a cuestas para que crean que fue él quien le dio muerte al gran guerrero rebelde. Así se construye el mito de que Falstaff es un guerrero temible. La creencia en dicho mito es lo que hace que Coleville se rinda de inmediato.

La última escena de este cuarto acto es una de las más importantes de toda la obra. Aquí, el Rey Enrique IV se reúne con sus cuatro hijos (el Príncipe Hal, el Príncipe Juan, el Príncipe Humphrey y Clarence) y se prepara para morir. El rey se encuentra sumamente preocupado. Sabe que, tras su deceso, la corona quedará en manos de su hijo mayor, Hal, a quien considera incapaz de gobernar con rectitud. En un largo soliloquio, el rey afirma que su hijo es una persona inteligente y bondadosa que se ha arruinado por culpa de las malas compañías. Entonces, Warwick se atreve a contradecir a Enrique IV. Afirma que Hal pasa tiempo con personas de los bajos fondos porque necesita conocer íntimamente al pueblo que habrá de gobernar. Afirma: “El príncipe sólo estudia a sus compañeros como una lengua extranjera. Así, para saber su idioma, es necesario haber aprendido las palabras más inmodestas” (p. 194). Estas palabras de Warwick tienen una profunda relación con las que el Príncipe Hal le dice a la audiencia en el primer acto de Enrique IV: primera parte: “Os conozco bien a todos y quiero, por un tiempo aún, prestarme a vuestro humor desenfrenado. Quiero imitar al sol, que permite a las nubes ínfimas e impuras que oculten al mundo su belleza, hasta que le plazca volver a su brillo soberano, reapareciendo al disipar las brumas sombrías y los vapores que parecían ahogarle. Para ser más admirado” (p. 44). A través de estas palabras, Hal le deja en claro a la audiencia que su andar descarriado es parte de una estrategia política mayor. En esta segunda parte de la obra, Warwick se presenta como el único personaje capaz de interpretar correctamente el accionar de Hal. En términos históricos, es interesante destacar que, durante el reinado de Enrique V, el Conde de Warwick fue uno de los nobles que tuvo mayor cercanía con el rey. Es probable que Shakespeare se haya basado en este hecho histórico a la hora de construir a Warwick como el único personaje capaz de comprender realmente a Hal.

Tras su conversación con Warwick, el rey es informado de que el Arzobispo de York ha sido derrotado por el Príncipe Juan y Northumberland ha sido apresado por el sheriff de York. Como ya hemos visto, Shakespeare, con fines dramáticos, combina a lo largo de toda la obra hechos reales con hechos ficcionales. En este caso, el apresamiento del Arzobispo de York a manos de Juan es un hecho histórico, mientras que el apresamiento de Northumberland es ficcional. Northumberland, en realidad, consiguió huir a Escocia y refugiarse allí. De hecho, en 1408, se reveló por tercera vez contra Enrique IV. En esta ocasión, Northumberland sí tomó las armas y murió en la llamada Batalla de Bramham Moor. Su cabeza fue exhibida en el Puente de Londres.

El rey recibe la noticia de ambos apresamientos con suma alegría, pero de inmediato se desvanece y debe ser trasladado a su lecho. Le quitan la corona y la colocan en la almohada. El Príncipe Hal permanece a solas junto a él. Al ver al rey tan falto de fuerzas, cree que está muerto y entonces le dice a la corona: "¡Oh, majestad! ¡Cuánto oprimes a aquel que te lleva! Lo haces como una rica armadura que, en el calor del día, abrasa protegiendo" (p. 197).

Hal, entonces, le quita la corona a su padre y se va al cuarto contiguo a llorar. Cuando el rey se despierta cree que su hijo le ha quitado la corona porque desea el poder, pero, para Hal, la corona no es un símbolo de poder, sino de carga y responsabilidad.

En la última conversación entre rey y heredero, Hal logra que su padre crea en él, que confíe en que le quitó la corona para aliviarle la carga y en que se convertirá en un buen rey. Padre e hijo finalmente se reconcilian. Enrique IV está listo para entregarle la corona a su heredero, pero antes le da un consejo. Le dice que, a diferencia de lo que hizo él, Hal deberá manejar a sus enemigos políticamente, sin entrar en constante pugna con ellos. Solo de esa manera podrá mantener la paz en el reino. En realidad, Hal ya sabe esto. En el final de la primera parte, tras vencer en la Batalla de Shrewsbury, Hal decide dejar libre a Douglas (uno de los líderes rebeldes) en lugar de encarcelarlo. Así se gana su respeto, y así demuestra su temprana astucia política.

Sobre el final de este cuarto acto, el rey pide ser llevado a Jerusalén para morir allí. Desde la primera escena de la primera parte, Enrique IV quiere ir a Tierra Santa bajo pretexto de que su destino es morir allí. Sin embargo, por entonces cree que morirá combatiendo en las cruzadas. Ahora advierte que morirá allí siendo víctima del paso del tiempo. La muerte de Enrique IV en Jerusalén no es una creación ficcional de Shakespeare, sino un hecho histórico.