Caramelo

Caramelo Resumen y Análisis Parte 3, Capítulos 68-86, p"Pilón"

Resumen

Cuando la abuela se enferma en San Antonio, en casa de Inocencio, sus otros hijos no se hacen presentes. El dinero que la abuela le dio a Inocencio para comprar la casa, marcando su preferencia por su primogénito, caló profundo en los hermanos. “Sé razonable” (Capítulo 68), le dice por teléfono, desesperado, Inocencio a la tía Güera. Ella, desde Monterrey, le responde que Dios es justo y cuelga. Es Zoila entonces la que se hace cargo de los cuidados de su suegra. Lo hace con mucho fastidio; inclusive ha cambiado el tono en el que le habla a Soledad ahora que la situación es diferente entre ellas. Muy a su pesar, la Abuela Soledad necesita de su nuera, inclusive para sus necesidades más básicas e íntimas.

Soledad, por su parte, tiene la sensación de despojarse de su cuerpo. Se va volviendo invisible, según sus palabras. Finalmente muere, y siente una profunda tranquilidad. Celaya no tiene nada para decir al respecto: siente que su abuela es sencillamente la madre de su padre y que no significa nada para ella.

Las cuentas del hospital dejan a los Reyes en una situación precaria. Sin embargo, no todo es tristeza: Celaya puede por fin abandonar la escuela privada de Monjas y cumplir con su sueño de ir a una escuela pública. Lamentablemente, esta no es lo que esperaba. Nuevamente es hostigada por otras adolescentes mexicanas. Le dicen que ella no es mexicana, debido a su aspecto gringo de hippie girl. Finalmente, un día la persiguen a pedradas hasta la autopista. Celaya cruza los peligrosos carriles y llega al camellón, donde la barrera de seguridad divide el tráfico. Es allí donde, por primera vez, escucha la voz de su difunta Abuela Soledad que la llama por su nombre.

Por su parte, Toto, el hermano de Celaya, les anuncia a Inocencio y Zolia que se ha enrolado en el ejército. Zoila se angustia y se enfada. Celaya se dice a sí misma que se enrolaría si pudiera. La joven se siente deprimida, angustiada, una extraña en su propia familia. Mientras tanto, desde el día en la autopista, el fantasma de la abuela la acosa.

A pesar de su extrema soledad y desesperación, Lala se enamora: Ernesto es un amigo de sus hermanos, muy cristiano, “chaparrito”, mexicano. Con Ernesto, Celaya inicia una relación de amor y amistad. Él, extremadamente creyente, teme por su alma. Cree que debe ser virgen hasta el matrimonio. Ambos jóvenes escapan, por idea de Lala, a Ciudad de México y se alojan en un hotel en el centro. Celaya percibe que al segundo día, al volver Ernesto de la calle, está diferente, extraño. El perturbado novio le dice que debe volver a casa, a Estados Unidos, que no puede pecar así. Le dice que le deja dinero para una semana en el hotel hasta que decida qué hacer, pero que él no puede hacer esto. Quiere ser cura.

Cuando Ernesto se va, Celaya, triste, pasea por la ciudad. Va hasta la calle Destino, la calle de la vieja casa de la Abuela Soledad, pero todo es diferente ahora. Finalmente vuelve al hotel y llama a casa. Atiende Inocencio y Lala le pide por favor, llorando, que la ayude a volver. Cuando Inocencio llega a México a buscarla, Celaya teme las represalias familiares. Sin embargo, para su sorpresa, en lugar de regañarla su padre llora y le dice que se siente inútil, que no puede siquiera cuidar de ella. “Todo es. Mi culpa. Yo. Soy el culpable” (Capítulo 81), dice.

La situación económica en casa de Zoila e Inocencio no es buena. La tapicería propia no termina de funcionar bien. Además, Inocencio tiene una discusión con su amigo, el señor Mars, que es quien le alquila el local. La pelea culmina en que Mars desaloja a Inocencio, por lo cual tiene que comenzar de nuevo. Sus hermanos, Baby y Chato, en un gesto de reparación, le ofrecen volver a la vieja tapicería familiar. Inocencio accede, pero todo es a gusto de ellos ahora; usan para trabajar plástico y cromo, materiales que Inocencio se prometió a sí mismo que jamás utilizaría. Sin embargo, les va muy bien en el rubro, son conocidos y ganan mucho dinero.

Tiempo después, la situación económica de los Reyes mejora. Un buen día, Inocencio vuelve a casa muy cansado. Luego de discutir con Zoila, se sienta en la sala. Madre e hija terminan de cocinar. En un momento, Zoila le habla desde la cocina, pero desde la sala nadie responde. Ese día, Inocencio tiene un infarto sentado en el sofá.

A los días, se despierta en una camilla de hospital. Celaya espera muy preocupada para poder entrar a verlo en la habitación. Zoila se acerca a su hija y le dice que es su turno. Sin embargo, antes de que Celaya entre, su madre le cuenta algo que la deja helada: Inocencio tiene otra hija. Zoila le dice que se enteró de esto tiempo después de tener con Inocencio a todos sus hijos, incluida Celaya. En Acapulco. “¿Te acuerdas de ese viaje que hicimos a Acapulco?” (Capítulo 83), le pregunta. Celaya recuerda. Y se da cuenta de que eso es lo que aquel día desató la furia de su madre y la pelea con su padre y su abuela. Durante años estuvieron sepultados los motivos de esta discusión; ahora se completa para Celaya el contenido de aquella escena de revelación. Además, se da cuenta por las palabras de su madre que esa hermana suya es la hija de la lavandera, la niña Candelaria, a la que la Abuela Soledad tuvo trabajando bajo su techo durante años.

Celaya está contrariada. No entiende por qué su madre le cuenta esto justo antes de ver a Inocencio en este estado, tan cercano a la muerte. Entra en la habitación del hospital y, junto a la cabecera de la cama, está enroscada la Abuela Soledad. Le dice a Lala: “Ya lo has tenido mucho tiempo. Ahora me toca a mí” (Capítulo 83). Dice también que es un ánima sola, y que por eso quiere a su hijo con ella. Conversan, no sin discutir e insultarse, hasta que poco a poco abuela y nieta se entienden. Soledad le hace prometer a Celaya que la ayudará a “cruzar del otro lado” (Capítulo 83): “¿Contarás mi historia, no, Celaya? ¿Para que me entiendan? ¿Para que me perdonen?” (Capítulo 83).

Al tiempo de esta escena, Inocencio ya está en casa, recuperándose. Sus hijos montarán nuevamente una tapicería propia, para que su padre se abra de la tapicería de sus hermanos. De esta manera, tendrá Inocencio con sus hijos una tapicería familiar en la que las cosas se hagan a la manera clásica, como a él le gusta. La alegría es grande. Además, Inocencio decide celebrar sus 30 años de matrimonio con Zoila con una fiesta que impresione, a pesar de que no llevan aún 30 años de casados. En la fiesta, conversa con Celaya y ella le promete que nunca contará lo que esa noche él le confiesa: “No andes contando esas cosas como los bárbaros, mi vida. Mencionarlas hace que nuestra familia quede como sinvergüenzas” (Capítulo 86). Aquí culmina la narración principal de Caramelo.

Sin embargo, luego del final de la historia de los Reyes, la narradora regala un “pilón” al lector: “algo de más que [el tendero mexicano] te echa a la bolsa para agradecer tu compra justo antes que te vayas” (“Pilón”). Allí, cuenta una breve escena en la que, ante la música de un organillero que toca “Farolito”, la narradora recuerda una sensación, previa a la pubertad, en la que era más un espíritu que un cuerpo. “Y no sé cómo es para los demás, pero para mí estas cosas, esa canción, esa época, ese lugar, se encuentran todas ligadas a un país que extraño, que no existe ya. Que nunca existió. Un país que yo inventé. Como todos los emigrantes, atrapada entre aquí y allá”.

Análisis

El desplazamiento y los viajes se encuentran, como venimos viendo, en el centro de la formación de la identidad de Celaya. México, a lo largo de la infancia y muy a pesar del recuerdo amargo del mal trato de la Abuela Soledad, se configura como un lugar idealizado: las comidas, las músicas, el festejo. No es casual que la fuga de Celaya y Ernesto los lleve directamente a la Ciudad de México.

Pero, antes que eso, Celaya tiene una conversación importante con su padre. Intercambian opiniones sobre el deseo de Lala de vivir sola. Los varones tienen en la familia Reyes el derecho de vivir solos: los jóvenes hermanos que estaban por terminar sus estudios se quedaron en Chicago cuando Celaya y el resto de la familia se mudaron a San Antonio. Las mujeres tienen otro destino:

—Es sólo que quisiera estar sola algún día.

—Pero eso no es para niñas como tú. Las niñas buenas no se van de casa hasta que se casen, y no antes. ¿Por qué te gustaría vivir sola? ¿O es que... quisieras hacer cosas que no puedes hacer aquí?

—Nada más me gustaría probar algunas cosas. Como enseñarle a leer a la gente, o rescatar animales, o estudiar historia egipcia en una universidad. No sé. Cosas como... como las que ves hacer a la gente en las películas. Quiero una vida como...

—¿Como las que no son mexicanas?

—Como otros seres humanos. Es que me gustaría tratar de vivir sola algún día.

—¿Sola? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué querría una señorita estar sola? No, mija, eres muy ingenua para saber lo que estás pidiendo.

(Capítulo 74)

Deseos que solo se permiten a sí mismas las jóvenes estadounidenses habitan en el cuerpo de una jovencita mexicana de familia tradicional. Escapar, la fuga, es la única salida que encuentra Celaya para salirse de esa opresión. Le ruega a Ernesto que la secuestre, que la robe, que la lleve con él lejos. Es importante destacar que así como en México sucede años antes la primera menstruación, allí también llega el sexo y, más tarde, el abandono por parte del amado. Ernesto, atormentado por su concepción cristiana de la vida, la deja con dinero para una semana y vuelve, temeroso, con su madre castradora a Estados Unidos. La fuga de Celaya se ve frustrada; ella misma le ruega a su padre que la deje volver a casa. A partir de allí, no hay más conversaciones con respecto a la tan necesitada independencia.

Los viajes son inevitables: la cultura chicana se funda en un espacio entre-naciones, en una frontera. Es una cultura de la síntesis. Celaya no es ni de aquí ni de allá, no es menos mexicana por ser rubia o haber nacido en Estados Unidos, no es menos estadounidense por tener raíces mexicanas. Sin embargo, es cuestionada, e inclusive expulsada y violentada, en diversas ocasiones, debido a su condición de chicana. Si el rebozo por el cual la novela lleva su nombre es tomado como un símbolo, podemos pensarlo como este espacio simbólico de síntesis: este objeto originalmente español, de uso típico durante la conquista, fue resignificado por el uso dado por las mujeres mexicanas a lo largo del tiempo. Es decir, este rebozo es ahora otra cosa. Eleuterio Reyes, sevillano, ya era un hombre dividido entre sus orígenes y la tierra en la que decidió asentarse. Años después, sus descendientes migrarían una y otra vez más. Caramelo es, de este modo, una novela que da testimonio de una visión general y polifónica (múltiples voces la componen) de lo que significa ser migrante.

En este sentido, la literatura aparece como el lugar idóneo para Celaya desde donde abordar el problema de la identidad cultural. Si la diferencia cultural, el choque de culturas, generalmente se encara desde una lógica binaria, Caramelo es una novela de los bordes, que encuentra su lugar en el centro de la cultura chicana. Este espacio intermedio es dinámico, se encuentra en constante mutación y redefinición, se resiste a las categorías fijas o muy rígidas, se resiste también a la lengua única. Desde ahí, y no desde la expulsión desde una u otra cultura, es que intenta narrar Lala.

La Abuela Soledad se encuentra también en un espacio intermedio: necesita que, como un “coyote” que cruza migrantes ilegales por la frontera, su nieta Celaya la ayude a cruzar “para el otro lado” (Capítulo 83). La literatura nuevamente puede ser la salida; al igual que Celaya, ella también se encuentra atrapada “entre aquí y allá”, y necesita de su nieta. Ella sabe componer un relato, organizar la información y presentarla de un modo significativo; quizá esto ayude a Soledad a explicarse, a justificar su vida y conseguir el perdón de aquellos a quienes hizo daño (entre ellos su propia nieta): “Tú eres la única que puede verme. Ay, es horrible ser mujer. El mundo no repara en ti hasta que te crecen las tetas, y luego una vez que se te secan, te vuelves invisible otra vez. Tú eres la única que puede ayudarme, Celaya. Tienes que ayudarme. Después de todo, soy tu abuela. Me lo debes” (Capítulo 83).

La desesperación de Soledad está teñida, en varios pasajes, de la desesperación propia de una mujer que ha vivido al servicio de un estilo de vida y un rol rígido que poco a poco se desvanece con el correr de las generaciones. Su irritación con Celaya por sus ideas modernas, o inclusive con su nuera Zoila, tienen mucho que ver con este lugar que ella ocupa en la familia y que, de alguna manera, no es reconocido por su nuera y su nieta como ella desearía. Sus súplicas se mezclan con el imperativo a Celaya: la joven “se lo debe” tan solo porque ella es su abuela. Soledad no sabe cómo comunicarse con su nieta ahora que precisa de ella. Sin embargo, hay algo que las une, y esto es el modo de amar por el que están atravesadas; un modo de amar, según el texto, propio de los mexicanos, que tiene en este caso como objeto a Inocencio: "Por amor a papá, mataría a cualquiera que se le acercara para lastimarlo o entristecerlo. Me he convertido en ella", afirma Celaya, sorprendida, "yo soy la abuela enojona" (Capítulo 86). Celaya, por más que en cierto punto es una outsider y esto le permite componer un relato familiar, es a su vez una pieza tan fundamental como otras de ese tejido que son los Reyes. La cultura mexicana le es en este sentido tan propia como a todos ellos.

Como vimos, Celaya compara a su familia con náufragos que están varados o vagan a la deriva. Ya al final del texto, adulta y no sin cierta nostalgia, vuelve sobre la imagen del migrante chicano, que es la imagen también del fantasma de Soledad y, en mayor o menor medida, de toda su familia: “Y no sé cómo es para los demás, pero para mí estas cosas, esa canción, esa época, ese lugar, se encuentran todas ligadas a un país que extraño, que no existe ya. Que nunca existió. Un país que yo inventé. Como todos los emigrantes, atrapada entre aquí y allá” ("Pilón").