Caramelo

Caramelo Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos 35-51

Resumen

Un buen día, Soledad comienza a mostrar los signos de un embarazo. Los nervios de Eleuterio, que es el único que parece notar esta situación, pero se encuentra preso en su propio cuerpo, aumentan día a día. Por su parte, Narciso consigue un trabajo en la sucursal de la Comisión Federal de Caminos de Oaxaca. En consecuencia, Regina organiza una fiesta de despedida para su consentido hijo. Soledad, triste por la partida de Narciso, sirve a los invitados y Eleuterio, cada vez más nervioso, es como siempre ignorado por todos los asistentes. Sin embargo, en un acto casi milagroso, el hombre levanta su batón, lo estrella contra la cristalería de su esposa y finalmente logra hablar y hacerse entender: “¡No somos perros!” (Capítulo 36), grita.

En ese momento, Narciso toma conciencia de lo que su padre quiere decirle. Decide cumplir con su obligación de caballero y se casa con Soledad. Aún así, en uno de sus viajes a Oaxaca, donde trabaja, conoce a Exaltación Henestrosa, “la mujer del tocado de iguanas” (Capítulo 37). Esta vendedora ambulante de iguanas, huevos de tortuga y pescado seco cautiva su corazón. Exaltación tiene fama de loca y desprecia un poco a Narciso, que la persigue como un loco a su vez. Duermen juntos, pero ella pronto se fuga con la cantante Pánfila Palafox sin dejar rastro. Mientras tanto, Soledad, embarazada y en desesperación, sospecha de su marido. Finalmente descubre una foto cortada por la mitad en la que solo se ve a Narciso inclinándose hacia alguien que está fuera del cuadro; el dobladillo de una falda es la prueba irrefutable de esa presencia femenina.

Triste, presa de los celos, Soledad comienza a engordar y a andar descalza por el dolor de pies, para vergüenza de su marido. Finalmente, da a luz a un niño al que llama Inocencio. Por su parte, Narciso, desesperado de amor por Exaltación, visita a María Sabina, una curandera acusada de entregar a las estrellas de rock de aquellos años los secretos del peyote. Ella le dice a Narciso que está embrujado de amor, y que para hechizar a la mujer del tocado de iguanas debe primero olvidarla. Él sabe que eso no podrá ser.

Los años pasan. Una vez, una tamalera le dijo a Soledad que solo calmaría su dolor por el engaño de Narciso encontrando otro amor. A pesar de que olvidó las palabras de la tamalera, Soledad encuentra ese nuevo amor en su hijo Inocencio, ese joven soñador, aficionado poeta y un poco loco. Con el tiempo, Soledad tiene dos hijos más: Chato y Baby. Inocencio pasa así de ser su único hijo a ser su predilecto. Al llegar a la juventud, Inocencio trae malas notas de la escuela a casa. Ya había sucedido con su hermano menor: por el mismo motivo, Chato había sido corrido de casa por su padre. Antes de que esto mismo le suceda, Inocencio se adelanta y decide seguir a su hermano Chato a Estados Unidos.

Al igual que su padre, Inocencio ama a las mujeres y ama el baile. Su tío Víbora, primo de Narciso e hijo del Tío Viejo, le enseña el oficio de tapicero en Chicago. Inocencio trabaja y a la vez, como su padre, sale por las noches. Son las noches de charleston y alboroto en Chicago. Una vez, lo detiene la policía y en el calabozo conoce a un señor de edad, muy apuesto, vestido de frac, que se llama Wenseslao Moreno. Wenseslao es marionetista y ventrílocuo; la policía le ha roto sus marionetas y le será muy difícil trabajar cuando salga de allí. Le aconseja a Inocencio que, para ganarse la residencia estadounidense y no ser deportado por este incidente, se enrole en el ejército. Al ser liberado, Inocencio así lo hace.

Unos años después conoce a Zolia. Zoila dice de Inocencio que era un fanfarrón, es decir, un engreído. También dirá, y repetirá en varias ocasiones, que era un “mentiroso de mierda” (Capítulo 50). En ese tiempo, Zolia se veía frecuentemente con un hombre llamado Enrique Aragón, un dandy de la época, hijo de los dueños de varios cines de Chicago y Los Ángeles. Ernesto le había dicho una inolvidable frase que le había roto el corazón: “ni contigo ni sin tí” (Capítulo 50). El amor de Zoila no es correspondido. Enrique quiere acostarse con ella, pero no formar una pareja. Finalmente, ella se queda con Inocencio, a quien conoce en el baile. Él se enamora de ella inmediatamente, pero Zoila se entrega a él por motivos que hasta sus propias hermanas desconocen.

Análisis

Los hombres tienen secretos en la familia Reyes. El ocultamiento es el garante de una aparente armonía familiar a la vez que un tema alrededor del cual la narradora gira constantemente. Hace muchos años, el abuelo Eleuterio abandonó Sevilla dejando allí a su esposa; los Reyes no lo saben o no hablan de esto. Narciso, por su parte, al volver de Estados Unidos en la juventud, mantiene relaciones sexuales con Soledad a espaldas de sus padres. Se casa con ella luego de que Soledad queda embarazada, pero el amor se encuentra en otro lugar: la mujer del tocado de iguanas. Narciso mantiene una sola vez relaciones sexuales con esta mujer, pero se enamora de ella para siempre y se convierte en su mayor secreto. Tío Chato engaña a Tía Licha, hasta que le transmite una enfermedad venérea y todo se descubre. Inocencio también ha ocultado algo. Nos da la pauta de esto la cantidad de veces que Zoila lo llama "mentiroso". Todas estas mentiras tienen algo en común: lo que se esconde es también algo que se repite de generación en generación y que tiene que ver con el amor, el vínculo con las mujeres y las estructuras familiares rígidas.

El matrimonio de Narciso y Soledad aparece lleno de sufrimiento. Este es un dolor que la esposa nunca explicita a su marido porque “sufría como sólo los mexicanos sufren, porque amaba como los mexicanos aman” (Capítulo 39), es decir, en silencio y con resignación, de acuerdo a las normas sociales establecidas desde siglos pasados y mantenidas hasta la actualidad de la novela. El comportamiento de Soledad con su esposo y su familia política revela su hermetismo intrínseco. La forma en que enfrenta su orfandad es a través del silencio; como empleada doméstica no emite quejas y obedece; como amante, recibe a Narciso pero no se comunica con él, y como esposa calla todos sus sentimientos. Es, quizá, a través de su nieta, en el relato que ella escribe, que por primera vez Soledad puede hablar con sinceridad. Esto se explica en gran parte por la castración sufrida de niña en su casa, y más adelante por la falta de información en casa de la Tía Fina: “... [Soledad era] tan pura como un rebozo de seda y tan inocente como si la hubieran castrado antes de nacer. Y así había sido. No con cualquier cuchillo salvo uno abstracto llamado religión. Tan ingenua era sobre su cuerpo que no sabía cuántos orificios tenía ni para qué servían” (Capítulo 34).

La inocencia y la ignorancia de Soledad contrastan con la imagen que en la novela se construye de la amante de su marido, la mujer del tocado de iguanas, Exaltación Henestrosa. Exaltación es vendedora ambulante, voluptuosa, de falda anudada, abiertamente bisexual. No tiene ningún tipo de reserva a la hora de llevarse al casado Narciso a la cama, ni de decirle en su cara lo mal amante que es. Exaltación tiene, a diferencia de las mujeres de la familia Reyes, información sobre su cuerpo, conocimiento de su propio deseo, independencia económica y libertad sexual. Narciso se casa con Soledad y valora los atributos de su esposa y de toda mujer de buena familia mexicana, como su madre. Pero siente por Exaltación un deseo irrefrenable y jamás la olvida. La sexualidad de las mujeres de familia, como de la familia Reyes, se oculta, se niega, se condena. Es el caso también de la Tía Güera, que es señalada por su relación con el Señor Vidaurri, su jefe, con quien la une un vínculo pero con quien nunca se casa. Y es, sobre todo, señalada también por haber sido abandonada por el padre de su hija Antonieta Araceli.

En esta parte, en la que se recupera la historia de tres generaciones, se teje la constelación familiar. Si la identidad de cada personaje se explica por su genealogía, premisa que parece sostener Caramelo casi explícitamente, esta es la historia que forja la identidad de Celaya. El favoritismo es una marca constante en los vínculos familiares y otorga roles. Si Narciso era el elegido de su madre Regina, e Inocencio el predilecto de Soledad, en el caso de Lala se invierten los roles y es ella, la única hija mujer, la favorita de su padre. Zoila no cumple al pie de la letra con el mandato social de ser una madre consagrada a su labor y, además, no parece tener hijos predilectos. Inclusive, por momentos trata con desprecio a Celaya. Su marido y sus cuñados, en cambio, son en torno a la Abuela Soledad todo lo que se espera de una familia mexicana, según la narradora: hay hijos preferidos, hijas enclaustradas y madres idolatradas. Podemos pensar en la Tía Güera como una hija enclaustrada, condenada a quedarse en México cuidando a su madre mientras sus hermanos migran a Chicago.

La familia Reyes es una familia marcada por la migración. Como vimos, la migración es otro de los grandes temas abordados por Caramelo. No son una familia puramente mexicana: su mexicanidad se exacerba en función de abonar un sentimiento de pertenencia. Mediante esta hiperbolización de lo propiamente mexicano pueden resistir a la sensación de expulsión de la cultura estadounidense en la que viven. Pero, como contracara de esto, en los viajes a la Ciudad de México los niños son señalados por sus parientes mexicanos por no hablar bien el español, y Zoila es señalada como yanqui. Pareciera ser que ser chicano es, por momentos, participar de dos culturas y, a la vez, ser expulsado de ambas en diferentes instancias. Para Celaya sus familiares son náufragos: “Eso es lo que somos. Un galeón enorme hecho de esto y aquello varado en tierra firme” (Capítulo 60). Los chicanos son seres varados o a la deriva en una zona nueva, una síntesis dinámica y no necesariamente organizada de las culturas estadounidense y mexicana.

Como anticipamos, el vínculo entre familia y migración también se estrecha en torno a la figura de la madre. Esta, como motivo de culto, es un símbolo también del arraigo, del hogar, de la tierra; según el texto, la Virgen de Guadalupe es para los mexicanos la síntesis de esta idolatría, entre la maternidad propiamente dicha y la cultura mexicana. El patriarcado se estructura de un modo complejo: el padre es proveedor y autoridad, pero es la madre en la casa la que detenta una fuerza imperativa mayor. Según Caramelo, es madre mexicana quien, a través de sus tradiciones, sus comidas, su modo de vestir, su música, transmite de generación en generación lo más profundo de los valores de la cultura mexicana. A ella se le rinde culto. Los varones de la familia son, siguiendo esta analogía, sus sacerdotes: “Es increíble lo ciegos que son los hijos mexicanos ante los defectos de sus madres” (Capítulo 36), dice la narradora, y también: “no hay nada que los hombres mexicanos reverencien más que a sus mamás; son los hijos más devotos, quizá porque sus mamás son las mamás más devotas... cuando se trata de sus varones” (Capítulo 27).

La maternidad mexicana, aunque idealizada y exaltada en algunos casos, en la novela también aparece bajo otra luz a través del personaje de la Tía Fina. Ella es la mujer que cuidaría a la pequeña Soledad después de la muerte de su madre. Para contrastar con la imagen de madre ideal, que años después encarnará Soledad, la Tía Fina “tiene tantos niños que no sabe cuántos tiene” (Capítulo 22). La negligencia en el cuidado de los niños se manifiesta en la indiferencia de la tía, ya que, según ella, solo Dios sabe la cantidad de niños que habitan la casa. El caos y el desorden que predominan en la casa de Tía Fina conforman un espacio de barbarie y de atraso, e incluso se llega a mencionar que los primos de Soledad parecen “...criados por lobos”, “(...) todos lloriqueando, gimiendo, chillando, berreando como una camada de seres salvajes. Tía Fina parece no darse cuenta o no importarle” (Capítulo 22). Esta imagen por supuesto refuerza la idealización, por comparación, de la figura de la Abuela Soledad en el relato. Inclusive, el hecho de que uno de esos niños haya sido la mismísima abuela abre nuevos significados en torno a cómo se forjó su carácter a lo largo de su vida.

En otro orden de cosas, en esta segunda parte de la novela se hace referencia a varias personalidades de los márgenes de la época: Josephine Baker, bailarina; Pánfila Palafox, célebre cantante; Wenceslao Moreno, ventrílocuo famoso, y María Sabina, una guía espiritual que se hizo conocida por haberle facilitado a varios rockeros y rockeras estadounidenses la información sobre el consumo de los hongos alucinógenos que tomaban los chamanes y sabios mexicanos (Ver "Alusiones" en la sección Elementos literarios). De este modo, además de narrar pequeños sucesos históricos que dan indicio de los procesos que México vivía en aquellos años, Caramelo incorpora personajes afamados en su tiempo en ciertos círculos jóvenes y quizá underground, para también reforzar este anclaje en su contexto histórico.