Caramelo

Caramelo Resumen y Análisis Parte 1, Capítulos 1-12

Resumen

Caramelo comienza con la descripción de una fotografía. “Recuerdo de Acapulco” es un pequeño apartado que antecede al Capítulo 1, en el que se introduce a Celaya “Lala” Reyes, la narradora. Ella cuenta que en la fotografía está toda la familia: la Abuela Enojona, el padre, la madre, los tíos, los primos. Falta ella, Lala. Al momento de posar para la fotografía no estaba, pero los demás solo se dan cuenta de esto cuando reciben la copia impresa.

A partir del Capítulo 1, seguimos a Lala y su familia en su viaje en coche hacia México DF desde Chicago. El tío Chato y su familia van en un Cadillac blanco; el tío Baby, en un Impala verde con los suyos, y la familia de Lala, en la Chevrolet roja de Inocencio “Tarzán” Reyes, su padre. Los coches van a toda velocidad, demasiado cargados. “Si llegamos a Toluca me voy de rodillas a la Iglesia” (Capítulo 1) había dicho, con miedo, Tía Licha, mientras llenaban los autos con toda la mercadería que venderían en México, las valijas con sus pertenencias, los niños. La idea de que los tres hermanos viajen juntos a México es de la Abuela Enojona. Los tres han dejado sus trabajos en Chicago; cuando un trabajo no les gusta, los Reyes renuncian.

En los siguientes capítulos, la narradora describe las casas de sus tíos y tías en Chicago y las compara con la suya. La casa de la tía Licha y tío Chato es humilde, de madera, muy baja, y ellos viven allí con sus tres hijos: Elvis, Byron y Aristóteles. Tío Baby y tía Ninfa viven como estrellas de cine: aire acondicionado, estéreo de alta fidelidad y un french poodle con las uñas pintadas de rosa. Ella es italiana, pero nunca ha estado en Italia. Todo en su casa es blanco y dorado, y la tía tiene una obsesión con el orden y la limpieza. Todo está tan limpio que a los niños no les gusta ir de visita. Baby y Ninfa tienen dos hijas: Amor y Paz. La casa de la narradora y su familia es humilde, pero está más equipada que la de Licha y Chato. Tienen muchos muebles, aunque siempre son prestados de la mueblería en la que trabaja Tarzán.

En el viaje se percibe la transición entre un país y otro: al llegar a México, se siente la diferencia con todo su peso. En la casa de la Abuela Enojona se habla español. En inglés solo hablan los niños entre ellos, y no siempre. La abuela es “como la bruja en ese cuento de Hansel y Gretel” (Capítulo 6) según Lala, que recuerda con dolor una vez en la que, obligada, la llevaron en Querétaro para que le cortaran sus dos trenzas largas hasta la cintura, que tanto amaba.

Una vez en Ciudad de México, en la casa de la calle Destino, todos se reencuentran con Tía Güera y su hija, Antonieta Araceli, a quien aquella ha criado como madre soltera con la ayuda de su jefe, el señor Vidaurri. Toda la familia sospecha que algo más sucede entre la tía y su jefe, pero no son cosas que se mencionen en voz alta. Lala, a su vez, conoce a alguien nuevo en la azotea donde se cuelga la ropa lavada: la niña Candelaria, que tiene la piel del color de un caramelo y el cabello negro, y a quien sus primos y hermanos discriminan por morena.

Tarzán quiere comprarle a su hija Celaya un rebozo de seda y le pide consejo a la Abuela Enojona. La abuela le dice a su hijo que no vale la pena gastar ese dinero, ya que no se sabe si Lala querrá usarlo cuando sea mayor, ya que las nuevas generaciones desprecian las tradiciones de sus antepasados. Mientras tanto, los niños planean entrar en secreto a la habitación de los abuelos, cosa que tienen terminantemente prohibida. Cuando lo hacen, a la hora de la siesta, encuentran allí poco y nada, salvo una sorpresa: juguetes que creían perdidos están todos escondidos bajo la cama de la abuela.

Cada año se celebra en la Ciudad de México el cumpleaños de Tarzán, el papá de Lala. La abuela da órdenes a gritos durante todo el día. Por la mañana pone un disco de Pedro Infante cantando “Las mañanitas” en la habitación de su hijo. La madre de Lala se irrita, como cada año también, porque su suegra entra a la habitación sin tocar la puerta, y la encuentra aún sin peinarse.

Análisis

“La verdad es que estas historias son puro cuento, pedazos de hilo, retazos hallados aquí y allá, bordados y entrelazados para hacer algo nuevo (...). Si en el curso de mis inventos he tropezado sin querer con la verdad, perdónenme” (Nota preliminar). Así comienza Caramelo, estableciendo una premisa que recorrerá todo el texto: a pesar de que la narradora, Celaya, lucha contra el ocultamiento, práctica común en la familia Reyes, y pretende dar una versión más profunda y acabada de la historia de su familia, sabe que lo que está alcanzando no es la verdad. Veremos más adelante que, inclusive, hay debates en el texto entre Celaya y su Abuela en los que esta última deja ver que no comprende bien qué significa para su nieta construir un relato, que es lo que Celaya intenta hacer con las historias que recupera.

La cita con la que comenzamos este análisis es, además, una muestra del estilo de la autora. La metáfora en Caramelo generalmente viene a condimentar, a otorgar lirismo al decir, y no tanto a ampliar el sentido de lo que se dice. Por ejemplo, si “Caramelo” es el nombre del rebozo de la abuela, prenda tradicional mexicana, no en vano el tejido, el bordado, el hilo, todos forman parte de un lenguaje metafórico que la narradora emplea para describir a su familia: las historias son retazos y se unen para formar un dibujo, una trama familiar.

Además, veremos cómo esta trama familiar de tres generaciones forma parte de un cuadro mayor: la historia de México, a la que se alude una y otra vez. Las referencias culturales e históricas del México de la época abundan, a pesar de que gran parte de la novela transcurre en Estados Unidos. Cabe señalar que no sucede lo mismo con la historia estadounidense, mucho más solapada en el texto que la mexicana. Caramelo tiene la particularidad de tener abundantes notas al pie, que tienen la función de recuperar estas manifestaciones de la vida cultural y social poco conocidas más allá de las fronteras nacionales. La recuperación de estas manifestaciones culturales tiene en Caramelo generalmente un carácter reivindicativo. En las notas al pie encontramos relatos que corresponden a anécdotas de la familia Reyes, pero también pequeñas biografías de artistas de la época, historias de canciones, drogas, bailes, personajes célebres de la vida social mexicana en general.

El proceso de recuperación (que no necesariamente es siempre un gesto de reivindicación) también se da en relación con los secretos familiares: la narradora puede cumplir con este papel de quien rastrea indicios y retazos de historias gracias a que es de alguna manera una outsider en la familia. El término “outsider” refiere a personas o elementos que están en la periferia de las normas sociales. En el caso de las personas, podemos pensar en alguien que vive con mayor o menor distancia de la sociedad común, o alguien que observa un grupo desde fuera. Este es un poco el caso de Celaya, una niña muy particular que cuestiona desde siempre ciertos aspectos de su familia y del sentido común y que, ya entrada en la juventud, decide recomponer el relato familiar con todo lo que el ocultamiento ha dejado fuera durante años.

Es por esto que el ocultamiento es uno de los temas principales de Caramelo. A pesar de que no se termina de decidir con respecto a qué es realmente decir la verdad, la narradora se ocupa de exponer las consecuencias que tiene el ocultamiento para las personas que lo perpetúan y para quienes son engañadas. El ocultamiento será una de las prácticas que inclusive regirá los giros dramáticos de Caramelo, no sin su reverso: la revelación.

Caramelo comienza con la imagen de una fotografía familiar. Tíos, abuelos, padres, hermanos, primos; todos posan en Acapulco. Todos menos la narradora, una niña en ese entonces, que por alguna razón no ha salido en la foto. Nadie percibirá este hecho hasta recién revelada y comprada la imagen al fotógrafo que la tomó. Celaya, por fuera de la imagen familiar, busca a su vez en la novela recomponer su propia imagen, su identidad. La identidad es otro de los tópicos por excelencia del relato. En este caso, la identidad de la narradora se define siempre por reacción a su entorno, inclusive en la descripción del mismo: “Nunca me podía dibujar a mí misma sin dibujar a los demás. Lala, Memo, Lolo, Toto, Tikis, Ito, Rafa, mamá, papá” (Capítulo 81), dirá la narradora más adelante.

En el primer capítulo, luego de la introducción de la familia a través de la fotografía, tres autos se dirigen a la Ciudad de México desde Chicago. Estos tres autos, en los que viajan los hermanos Reyes con sus respectivas esposas, hijos e hijas son de colores simbólicos: un Cadillac blanco, un Impala verde y una Chevrolet roja. Son tres autos estadounidenses que, juntos, completan los colores de la bandera mexicana. Estos coches viajan, a su vez, en transición de un país a otro: los ojos de Celaya recorren este camino de Estados Unidos a México que tanto conoce percibiendo poco a poco los cambios.

Se llama “cultura chicana” a las costumbres y tradiciones de los estadounidenses de origen mexicano. En un principio, este término tuvo mayormente una connotación negativa, pero, con el tiempo, los estadounidenses de origen mexicano se apropiaron del término y revalorizaron el hecho de participar de ambas culturas. Inclusive, en el último censo en Estados Unidos, se incluyó la palabra “chicano/a” para censar a estas personas. En esta línea, lejos de la connotación peyorativa, se inscribe la novela, resaltando el lugar “en-medio” en que se emplaza la cultura chicana, de síntesis; esta síntesis es a la que apela la metáfora antes mencionada de los automóviles de los hermanos Reyes.

Ya en casa de la Abuela Enojona, se festeja el cumpleaños de su hijo Tarzán. Al despertar, la abuela abre la puerta de la habitación en la que duermen Tarzán, Zolia, Celaya y sus hermanos. Le da serenata, cantando “Las mañanitas”, una tradicional canción mexicana. El cumpleaños se festeja en todo su esplendor y la abuela cocina mole, una comida típica de compleja receta que su hijo festeja con entusiasmo. Todo el cumpleaños permite componer un detallado retrato de usos y costumbres mexicanas, de las cuales los nietos, chicanos, participan en mayor o menor medida. Celaya es criticada por no hablar bien el español y su madre, Zoila, se incomoda por la entrada intempestiva de su suegra a la habitación. Esta es una de las primeras veces que Zoila se muestra irritada con su suegra. La relación entre Zoila y Soledad es tensa a lo largo de la novela, y esta tensión irá acrecentándose a medida que pasan los años. La figura de la madre es muy importante en la cultura mexicana (también en la chicana, como es de esperar) y esta idolatría hacia la figura materna traerá en más de una ocasión complicaciones a nivel interfamiliar, como veremos más adelante.