Caramelo

Caramelo Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos 21-34

Resumen

En la parte 2, el tiempo de la narración vuelve hacia atrás y se cuenta la historia de la Abuela Soledad (a partir de ahora la narradora la llamará "Soledad" o "Abuela Soledad" en lugar de "Abuela Enojona") y el abuelo Narciso desde sus inicios. “Esta historia es del tiempo de antes. Antes de que mi Abuela Enojona se volviera enojona” (Capítulo 21). Por un lado, Celaya deja de ser una niña para convertirse en una mujer adulta que dialoga con su abuela. La voz de Soledad acompaña el texto durante toda esta segunda parte. Agrega detalles al relato de su nieta, corrige algunos aspectos, desmiente o da fe de algunas anécdotas y aporta sobre todo su estilo a la narración de su propia vida y la de su familia.

Soledad nace en una familia humilde pero buena; es hija de dos afamados reboceros de Santa María del Río, San Luis Potosí. Sus rebozos eran en aquel momento los más codiciados de la república. Ambrosio, el padre de Soledad, lograba un color negro perfecto, el más difícil de los colores. La madre, Guillermina, anudaba los flecos en diseños tan elaborados que su labor de empuntadora era reconocido por todas las mujeres a simple vista por su complejidad. La madre de Soledad muere muy joven, antes de poder enseñarle el oficio de empuntadora a su hija. Ambrosio vuelve a casarse y se aleja de la pequeña, a quien envía a vivir con su Tía Fina, una mujer humilde, lavandera y madre de muchos niños, propios y ajenos.

Un buen día, llega a casa de Fina el joven Narciso Reyes. Soledad se enamora de él inmediatamente. Hablan en el descanso de la escalera y, a pesar de su cortos 12 años, Soledad llora de amor. Narciso le da en aquel momento un beso de consolación en la ceja. Luego, le dice que vaya a trabajar a su casa, que su madre Regina busca una nueva joven que haga los quehaceres domésticos. Soledad comienza así a trabajar en casa de Narciso. La señora Regina es muy buena con la niña, tanto que Soledad se avergüenza de tener que aceptar sus vestidos y objetos. Ella también es una Reyes: es prima lejana de Narciso, pero es de una rama de la familia de la clase “atrasada, india, que a Regina le recordaba demasiado a sus propias raíces humildes” (Capítulo 24).

Celaya repone, luego de los relatos de la primera infancia de Soledad, el contexto social de la época. Le dice a su abuela que olvida un dato importante: que el año que ella llega a casa de los Reyes a trabajar es el Centenario de la Independencia de México. “Para que una historia sea creíble hay que tener detalles” (Capítulo 26), le dice a su abuela. A partir de aquí, el trabajo de Celaya como narradora es también el de ir enmarcando con el contexto social de aquellos años la historia de vida de su abuela.

Durante la Decena Trágica, mientras el presidente Madero yace prisionero en el palacio presidencial, Narciso se encuentra contrariado. Siente que en el ejército fue entrenado para defender a México, no para ver cómo se enfrentan mexicanos contra mexicanos. Decide escapar de sus responsabilidades en el ejército al menos por un rato e ir a casa. En el camino ve escenas terribles de una violencia que estruja su corazón, hasta que es interceptado por un grupo de soldados. Mientras discuten si fusilarlo o no por desertor, Narciso escapa. Sin embargo, al entrar a su casa, se desploma en el suelo. El diagnóstico es el de un colapso del pulmón y, para salvarlo, los médicos tienen que quitarle tres costillas, que le son entregadas envueltas en un bulto de gasa. Nunca más Narciso se meterá al mar o a un jacuzzi debido a la herida, y guardará sus costillas en el armario para siempre.

Al tiempo, Regina envía a su hijo Narciso a Chicago con el tío Viejo; “no quiero ver a mi hijo reducido a tres costillas” (Capítulo 28), dice. Su hijo aguardará la revolución con su tío, un estafador que luego de robarse la nómina del ejército mexicano huyó a Cuba y luego a Estados Unidos. Al llegar a Chicago, Narciso se da cuenta de que su vida cambiará drásticamente. Su tío Viejo tiene una tapicería junto a sus hijos y trabajan todo el día. Narciso no es muy hacendoso: trabaja lo menos posible y gasta sus pies bailando por las noches en clubes. En uno de ellos se enamora de Freda McDonald, quien tiempo después se hará llamar Josephine Baker y será la célebre bailarina de la falda de plátano.

Un buen día, una carta desde México que informa la muerte de su padre Eleuterio hace volver a Narciso repentinamente a casa. Pero, al llegar, se encuentra con que su padre en realidad está vivo, al menos a medias: Eleuterio ha tenido un ataque epiléptico y lo creyeron muerto. Y aunque vive, ha perdido el habla y el control sobre la mitad de su cuerpo.

En casa, Narciso se reencuentra con Soledad, que ya no es una niña. Ella sigue admirándolo, presa del amor. Aprovecha el joven estos sentimientos de la criada y noche tras noche se mete en su habitación. Eleuterio ve cómo su hijo se comporta como un perro pero no puede decir nada. Ha perdido completamente la capacidad de comunicarse con su familia.

Análisis

Como bien dijimos, en la Parte 2, el tiempo de la novela retrocede: por un lado, se mantiene en suspenso qué es lo que se reveló sobre Inocencio en Acapulco al final de la Parte 1, y nada más se dice al respecto. En lugar de esto, ahora cobra protagonismo la Abuela Soledad. Comienza su historia desde la primera infancia, y, junto a su historia, la del rebozo caramelo que da título al libro. Se trata de un rebozo que su madre, tejedora de flecos, no llegó a terminar porque fue alcanzada por la muerte. Ya la introducción del relato de la infancia de Soledad le imprime otro matiz a su caracterización en la novela, complejizando así su construcción como personaje. Además, es el miembro de la familia que realiza el primer viaje del campo, San Luis de Potosí, a la ciudad, Ciudad de México. Soledad es ahora algo más que la "Abuela Enojona" para Celaya. Es una niña huérfana que vive de prestado en una casa llena de niños, invisible para todos, o, quizá, para todos menos para el joven Narciso, que entra un día a casa de Tía Fina a dejar ropa para lavar. La narradora se ocupa de destacar la diferencia de edad entre ambos, así como la distinción social de ambas familias.

Narciso lleva a una preadolescente Soledad a trabajar a casa de sus padres. Se remarca que Regina, su madre, es una mujer del mismo extracto social que Soledad. Podemos encontrar un paralelismo entre ambas mujeres, a pesar de la competencia entre ellas, que rige su vínculo. Sus raíces indígenas las emparentan. Por un lado, Soledad nació en una familia de bien. Es también descendiente de los Reyes, de alguna manera es inclusive prima lejana de Narciso, pero la fortuna la ha llevado a vivir de forma miserable en casa de Tía Fina. Por su parte, Regina ha tenido buena fortuna, ya que pudo casarse con Eleuterio, un español.

A pesar de sus raíces compartidas, Regina derrama sobre la joven la bondad que se derrama sobre los desafortunados, marcando siempre la posición subalterna de Soledad en la casa. Paradójicamente, esta distancia entre ambas está justificada en el pensamiento de Regina por una diferencia social, racial y étnica. Regina actúa como quien ha limpiado su sangre indígena porque ha engendrando a un niño rubio, Narciso. Sin embargo, sigue siendo una mujer morena de rasgos aindiados como Soledad. Más adelante veremos cómo Soledad hará lo mismo: borrará su sangre engendrando a un niño blanco, güero, al que llamará Inocencio, y despreciará a los mexicanos de rasgos nativos. Esto no hace más que revelar la propia vergüenza de ambas mujeres por sus orígenes. La idea de que la historia se repite está presente en el texto; es una manera de ilustrar costumbres y concepciones del mundo que se mantienen rígidas a lo largo del tiempo en la familia Reyes.

Una de las cosas más importantes a destacar en esta parte es que irrumpe la voz de la Abuela Soledad, y por irrupción debemos entender algo cercano a un relato colaborativo. Capítulos como el 25 están narrados casi por completo por la abuela. Las primeras intromisiones de Soledad son para agregar algún relato breve, una descripción, un comentario al pasar. Pero poco a poco se involucra en el proceso de construcción de la historia, e inclusive tiene debates con Celaya, su nieta y narradora de su vida, con respecto a la verosimilitud de lo que cuenta y de los efectos posibles de sus revelaciones. Ambas, nieta y abuela, tienen dificultades para ponerse de acuerdo: Soledad se esfuerza por mantener su imagen personal y familiar; Celaya hace lo suyo por quitar velos, correr esa imagen de la abuela y narrar lo otro, lo nunca antes dicho. En esta tensión es que se despliega la vida de Eleuterio, Regina, Narciso, Soledad y, más adelante, los primeros años de Inocencio.

La intromisión de Soledad en el relato de Celaya constituye la mezcla de dos voces pertenecientes a dos tradiciones totalmente distintas. La abuela aparece como un personaje representativo de la tradición indígena del México revolucionario. Al hacerse presente en el discurso de su nieta, conjuga el pasado mexicano con el presente anglosajón en el que se sitúa Celaya, más cerca de Estados Unidos de lo que la abuela querría.

El hecho de que la historia del pasado mexicano se una con dicho presente de Celaya se debe al reconocimiento que ambas hacen de la unión familiar que hay entre ellas, imprescindible para la construcción de la identidad de la nieta. La comunicación entre Celaya y su abuela alcanzará la armonía cuando ambas encuentren el punto en común: el amor por Inocencio, padre de Lala. Por lo pronto, en esta parte, es un contrapunto feroz en el que se encuentran el gusto por la ficción de la nieta, su comprensión literaria a la hora de construir el relato familiar (sus comentarios son claramente los de una escritora), y la necesidad de la Abuela de mantener las formas, conservar el honor familiar y, a la vez, justificarse en su accionar, cuestionado por la nieta.

Puede decirse a partir de esto que la narradora no solo renuncia a utilizar una sola lengua para narrar esta historia transcultural, sino que también se niega a tomar la voz por completo y otorga espacio a otras voces, principalmente, como vimos, a la de la Abuela Soledad.