Amalia

Amalia Temas

Civilización y barbarie

Como novela representativa del programa político y literario de la Generación del 37, Amalia ensaya una forma de narrar la confrontación entre la civilización y la barbarie que, desde el Facundo (1845) de Domingo F. Sarmiento, se presenta como fórmula o clave para entender los conflictos sociales que atraviesa la Argentina durante el siglo XIX. En el pensamiento liberal e ilustrado de los románticos argentinos, la civilización son los valores que provienen de Europa, como la libertad, la igualdad, la racionalidad y la industria, mientras que la barbarie es aquello que se asocia con la herencia española y con lo americano, entendido como inculto, retrógrado y violento, y con tendencia a ser controlado por gobiernos autoritarios y déspotas.

En la época que reconstruye la novela, el antagonismo se expresa en la lucha entre unitarios y federales. Del lado unitario –que también incluye a una joven generación que se piensa superadora del antagonismo de facciones– están los protagonistas de la historia: Daniel, Eduardo y Amalia. Del lado federal se encuentran sus antagonistas, personajes históricos del periodo rosista, como María Josefa Ezcurra, Cuitiño, Mariño y el propio Juan Manuel de Rosas. La novela también manifiesta esta oposición en términos estéticos –los unitarios son más bellos, tienen mejores modales y un gusto más sofisticado– y morales –los federales son más indecentes, orgullosos y sanguinarios–.

Casos excepcionales son los de Manuelita Rosas, que pertenece al bando federal, pero es una víctima de su padre, y la propia Amalia, que por su origen tucumano encarna aquello que los románticos argentinos rescatan del espacio nacional: la belleza de la naturaleza, como costado poético de la barbarie americana. En última instancia, la oposición entre unitarios y federales, entre civilizados y bárbaros, expresa la lucha inveterada y universal entre el Bien y el Mal, particularizada en las circunstancias históricas y sociales de la época que busca retratar la novela.

Las armas y las letras

La Generación del 37 se concibe como un movimiento que viene a continuar la revolución en las armas de la Independencia con la revolución en las ideas a través de la palabra. En Amalia, esta revolución tiene su cauce en los intentos unitarios por acabar con el régimen rosista que los reprime y que ven como contrario a la consolidación de una identidad nacional basada en principios de libertad e igualdad republicana. Por eso, una de las formas en las que se expresa esta lucha es a través de la oposición entre las armas y las letras. Si en el Estado federal prevalece el puñal como arma característica de la Mazorca que degüella a todo aquel que se oponga al régimen, los antirrosistas se defienden con la letra, midiendo la eficacia del lenguaje para contrarrestar la violencia del puñal. La propia novela de Mármol funciona, en el contexto de su publicación, como arma de combate para deslegitimar a Rosas en el exilio, asistiendo con la letra a su caída.

Dentro de la trama, ambos bandos hacen uso de las armas y de las letras para combatir. Del lado federal, es el dictador Rosas el que dicta, valga la redundancia, las formas del lenguaje que se deben utilizar para nombrar al enemigo. Así le dice a Corvalán: “Cuando vea unitarios en esos papeles, léame salvajes unitarios” (p.481). Sus seguidores repiten este lenguaje y son envalentonados por las palabras violentas que reproduce Mariño en el periódico oficial, la Gazeta Mercantil. A la hora de defenderse cuerpo a cuerpo, los unitarios también utilizan las armas, como el fusil, la espada o el “casse-tête”, una varilla con dos balas de fierro en sus extremos que es el arma secreta de Daniel. Pero el combate más importante que da este personaje es el que realiza a través de la letra escrita, enviando y recibiendo papeles que circulan clandestinamente, en Buenos Aires y en Montevideo, para elucubrar un plan de acción contra el gobierno de Rosas.

La delación

En Amalia, una de las formas en que Rosas impone el control sobre la población y que contribuye a construir el ambiente de tensión de la trama es la delación, por medio de la cual los unitarios –que pertenecen a los sectores más ricos de la sociedad– corren el peligro de ser espiados por las personas que trabajan para ellos y que pertenecen a los sectores populares.

La orquestadora principal del sistema de espionaje y delación es María Josefa Ezcurra, que se aprovecha de la clase servil para obtener información sobre las personas que sospecha contrarias al gobierno federal. En el transcurso de la historia es ella la que intenta descubrir a través de estos informantes el paradero del único sobreviviente de la emboscada contra los hombres que intentaron exiliarse, Eduardo Belgrano.

El tema de la delación muestra el sesgo clasista y racista del narrador omnisciente, que señala a la raza negra como la principal colaboradora en el sistema de espionaje. Por esta razón se la describe influenciable y corruptible, así como traicionera y desagradecida con aquellos responsables de que estén en libertad. De esta manera, las personas negras –pero en especial, las mujeres negras– son presentadas como personas que no son de confiar, lo que se representa en la novela a través de la joven negra que trabaja en la pulpería ubicada al lado de la casa de Barracas y que revela a María Josefa la presencia de Eduardo en aquella casa.

La conspiración masculina

El plan de lucha que concibe Daniel Bello para combatir a Rosas es la conspiración política, con la que organiza la resistencia clandestina para contribuir en el ataque que conduce el general Lavalle fuera de Buenos Aires. Daniel es hábil fingiendo que es un buen federal y obteniendo la confianza de mandatarios en el poder, como Salomón y Cuitiño. Eso le sirve para evitar ser objeto de sospecha, recabar información importante y manipular a sus enemigos para que actúen inconscientemente a su favor. Pero Rosas también sabe cómo controlar a sus partidarios y su sistema de delación es muy poderoso. Por eso, a pesar de que Daniel opera con inteligencia y agilidad, salvando en más de una ocasión a los suyos con sus intrigas, la “ciencia infernal” de Rosas es más eficiente y hace que la conspiración de Daniel fracase.

La resistencia social femenina

Si los hombres en la novela se dedican a las intrigas políticas, las mujeres unitarias ofrecen otro tipo de resistencia, la que ejercen en el ámbito de la sociabilidad porteña. Ellas desafían al poder rosista con una actitud valiente, y por momentos altanera, con la que intentan evitar a toda costa participar en las muestras públicas de adhesión al régimen. Esto lo hacen a través de la vestimenta, utilizando una divisa federal apenas visible, y permaneciendo lo más posible dentro de sus casas, como lo hacen Amalia o Madama Dupasquier. Cuando se ven forzadas por los hombres a participar en eventos como el Baile dado para Rosas y su hija, resisten observando con deprecio a las mujeres federales y dándoles a entender que no pertenecen a la misma clase social que ellas. Si bien la novela reivindica la dignidad y la honra de estas mujeres unitarias, también señala el peligro al que se exponen. Esto ocurre particularmente con Amalia, que, si bien le hace caso a su primo asistiendo al Baile, también enfrenta a las autoridades federales, y en especial a Mariño, consiguiendo que este se ensañe con revelar su identidad unitaria para extorsionarla.

Asociación vs. individualismo

Otra cuestión que se construye en la novela como explicación al fracaso de la causa antirrosista de 1840 es la falta de asociación. Según Daniel Bello, que adopta en este punto la perspectiva de Mármol, Rosas ha conseguido mantenerse en el poder porque supo aprovecharse de un rasgo propio del carácter argentino: el individualismo. En este sentido, sostiene que Rosas extremó una condición preexistente a su gobierno y que afecta por igual a unitarios y federales. Por eso es un tema que funciona como crítica a la derrota unitaria de aquellos años y que, a la vez, construye un horizonte de expectativas esperanzador para el momento en que se publica la novela. Si en el pasado no fue posible la asociación, el presente del lector contemporáneo a Amalia proyecta una inminente victoria que se sostiene en el armado de un Ejército Grande, en el que unitarios y federales se alían para vencer al tirano en el poder.

El amor romántico

Además de ser una novela histórica, Amalia es una historia de amor, la de una joven hermosa, honrada y valiente, que le da su nombre a la novela, y un joven apuesto y valeroso, que lleva en su apellido el nombre de un héroe de la Revolución de Mayo. Amalia y Eduardo son dos personajes estereotípicamente románticos, seres nobles y virtuosos que aman apasionadamente y que están dispuestos a sacrificar su vida por proteger la de su amado. En la concepción romántica, el amor es una forma de trascender espiritualmente que otorga una inmensa felicidad a los que aman, pero que también infunde una inmensa desdicha, porque el temor de perder al ser amado es demasiado fuerte. Eduardo y Amalia no pueden vivir el uno sin el otro, por eso el final trágico, pero abierto de la historia arroja una sombra funesta sobre cómo será la vida de Amalia después de la muerte de Eduardo. Frente a este amor, el de Daniel y Florencia es más animado y superficial, que se permite una escena de celos intensa, pero caprichosa, aunque no por ello pierde la idealización propia de los enamorados.