Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte segunda (capítulos 7-12)

Resumen

Empieza a llegar la gente al palacio de gobierno para el baile dedicado a “Su Excelencia el Gobernador, y a su hija” (p.179). Hay algo de ajeno entre muchos de los hombres presentes, que se sienten incómodos vistiendo prendas de gala. Las damas federales y las unitarias se diferencian por su actitud, las primeras, por celosas, las segundas, por despreciativas. Llega Manuela Rosas y es recibida con aplausos estruendosos. Después llega Agustina Rosas de Mansilla, la mujer más bella de su tiempo, aunque carece de lo sentimental y lo espiritual. Todas las miradas siguen a Agustina hasta que entran al salón Amalia y Florencia. La primera llama mucho la atención por ser la primera vez que se presenta en público. Hasta Agustina no puede evitar contemplarla y admirarla.

Florencia es invitada a bailar y Amalia se sienta en un rincón en el que se encuentran las mujeres unitarias, forzadas por sus maridos a asistir al baile. Amalia dialoga con la que se presenta como “la señora de N…”, una indiscreta unitaria que le señala quién es quién con comentarios despreciativos que provocan la risa de Amalia. La señora de N… también observa que Nicolás Mariño, el redactor de la Gazeta Mercantil, la mira a Amalia demasiado. La joven ve que Daniel ha llegado a la fiesta y que se dirige a su encuentro.

La narración vuelve unas horas atrás, para detenerse en una escena muy distinta en la casa de Doña Marcelina. A las nueve y media, Daniel da inicio a la reunión para la que convocó a 32 jóvenes, pero a la que solo asistieron 23, incluidos él y Eduardo. Daniel comunica a los presentes la noticia de la sublevación de La Madrid y cuenta cómo se organiza el ejército de Lavalle para llegar a Buenos Aires. Luego expone su idea de que hay que combatir a Rosas permaneciendo en la ciudad. Si emigran, quedará el poder en manos de las mujeres, los cobardes y los “mashorqueros” (p.195).

Eduardo Belgrano explica por qué pensó en exiliarse. Él cree que Rosas ha conseguido controlar a los hombres por el individualismo de los argentinos, que no han sabido asociarse. Por eso teme que el plan de permanecer en Buenos Aires no funcione. Daniel responde diciendo que es tiempo de promover la asociación para obtener la libertad. Eduardo confía en la regeneración de su patria, pero no cree que su generación podrá alcanzarla. Daniel continúa su arenga consiguiendo que los presentes adhieran al plan de desalentar la emigración. Quedan en volver a encontrarse el 15 de junio.

La reunión se disuelve, y Eduardo y Daniel se encuentran con un nuevo personaje que ejerce una gran influencia moral sobre los dos jóvenes. Esta persona cree que antes del 15 de junio la mitad de los que se han mostrado entusiasmados con el plan de Daniel estarán en el exilio, y la otra mitad se habrá olvidado de la asociación. No obstante, considera que es necesario insistir y trabajar siempre para fomentar la caída de Rosas. Luego, los tres hombres salen de la casa, acompañados de Don Cándido y de sus criados de confianza.

A las once y media, Daniel y Eduardo entran en la casa del primero. Este empieza a alistarse para el baile, mientras Eduardo se sorprende por la forma frívola en que su amigo ha pasado de la intriga política a ocuparse de su apariencia. Daniel le dice que su carácter es una expresión de la naturaleza humana, cuyo orden moral es inconstante y transitorio, y afirma que los que no obran así son hipócritas. También señala que el mismo Eduardo es ejemplo de “cómo las inteligencias más altas descienden de las ideas más sociales a un sentimiento de individualidad y de egoísmo” (p.205), porque de pensar en su patria pasa a pensar en su enamorada, en Amalia. Eduardo admite que la ama y que no desea otra cosa que casarse con ella. Su amigo le dice que pronto obtendrán la libertad y podrán vivir juntos con sus amadas en la casa de Barracas. Daniel sale para acompañar a Amalia y a Florencia en el baile. Eduardo esperará en un carruaje a que regresen de la fiesta para escoltar a Amalia de regreso a su casa.

Daniel entra en el baile y va a buscar a su prima. Amalia le cuenta de su charla con la señora de N…, y Daniel le dice que aquella unitaria empedernida inventa mucho de lo que dice. Luego la lleva a presentarse ante Manuela, de quien dice que es “lo único bueno de toda la familia de los Rosas” (p.209). Amalia y Manuela conversan amablemente mientras Daniel va a encontrarse con Florencia. Empieza un vals y Mariño se acerca a pedir la mano de Amalia, pero Daniel, que ha vuelto con su prima, toma su mano y le dice que está comprometida. Inicia el vals y las miradas de todos se detienen en Florencia y Amalia. Cuando vuelven a sentarse, Manuela llega del brazo con Agustina Rosas, que conversa con Amalia admirando lo que lleva puesto.

Se acerca Doña Mercedes Rosas, hermana de Agustina, y su esposo, el doctor Rivera. Amalia se sorprende de su vulgaridad. Luego, Manuela se dirige a la mesa acompañada del comandante Maza. La siguen el resto de los convidados, en especial las damas federales, que hacen lo posible por sentarse cerca de la hija de Rosas. De camino hacia allí, la señora de N… se cruza de nuevo con Amalia, y le advierte que ha escuchado que Mariño quiere hacerla suya. Amalia dice que Mariño es un loco y va a sentarse junto a su primo.

Empieza el banquete y se hace un silencio incómodo entre los presentes, hasta que el general Mansilla inaugura los brindis por el Ilustre Restaurador de las Leyes, por su hija, y por la aniquilación de los salvajes unitarios. Otros le siguen con brindis similares que provocan entusiasmo y griterío. Al ver que ni Florencia ni Amalia acompañan los brindis, Daniel les indica que es preciso hacerlo. Doña Mercedes Rosas pide que alguien lea unos versos que compuso para la ocasión, que producen entusiasmo en los federales, y risa entre las damas unitarias. Las señoras regresan a los salones de baile, mientras los hombres permanecen en la mesa. Entonces Daniel aprovecha para brindar por aquel federal que sea el primero en asesinar a los traidores y espías que se encuentran entre ellos, consiguiendo la admiración de los presentes.

Daniel se retira del baile con Amalia, Florencia y su madre. Después de dejar a las damas Dupasquier en su casa, se encuentran con Eduardo, que remplaza a Daniel en el coche de Amalia. De camino a Barracas, tres jinetes se acercan y flanquean los caballos del coche. Amalia reconoce a Mariño, que le ofrece escoltarla hasta su casa. Eduardo responde desde adentro solicitando la retirada de Mariño, pero este, que cree estar hablando con Daniel, le dice que se ha dirigido a Amalia. Entonces Amalia le suplica a Mariño que tenga la bondad de retirarse. Eduardo quiere enfrentarlo, pero ante el pedido de Amalia de no darse a conocer, ordena a Pedro que reanude la marcha. Mariño se acerca al coche una vez más para decir que no se va a olvidar del insulto recibido, y después se va.

De regreso en su casa, Amalia se siente feliz al lado de su enamorado. Le expresa sus sentimientos, pero también le dice que toda persona a la que ella ha amado ha sido presa del infortunio. Por eso, le pide a Eduardo que se separen para que ella pueda conservar el recuerdo de su amor evitando una desgracia. Eduardo insiste en que no se irá de su lado y que consagrará su vida para defenderla. Acto seguido besa la frente de Amalia, que decide interrumpir la escena yendo a despertar a Luisa.

Análisis

En estos capítulos presenciamos dos escenas clave de la novela, porque desarrollan dos formas en las que el terror rosista somete a la sociedad porteña. Por un lado, está el baile en nombre de Rosas, que no asiste a la velada. La ausencia del gobernador es una de las formas en las que ejerce su poder, que impone mostrándose distante e inalcanzable. Por otro lado, está la reunión clandestina organizada por Daniel Bello, que ocurre en el mismo momento en que ocurre el baile, cuando la mayor parte de los adeptos al “tirano” están distraídos con los festejos.

La narración identifica a los federales con un sector popular y bárbaro de la sociedad que se siente ajeno a los protocolos civilizados del baile. Una de las formas en que se expresa esta inadecuación es a través de la vestimenta. A los militares federales se los ve “reventando dentro de sus casacas abrochadas, doloridas las manos con la presión de los guantes, y sudando de dolor a causa de sus botas recién puestas” (p.179). Desde el punto de vista unitario –encarnado en los comentarios mordaces de la señora de N…– el aspecto y los modales torpes de los federales delata una falta de buen gusto y de pertenencia: ellos son bárbaros y por eso se sienten incómodos al respetar las reglas de etiqueta que demanda el evento. Esto también se evidencia en la vulgaridad de Doña Mercedes, hermana de Rosas, que no se percata de que su soneto provoca risa y no admiración en sus rivales unitarias.

La reunión clandestina se da en el prostíbulo de Doña Marcelina, un lugar vinculado a lo privado que prefiere mantenerse fuera de la mención pública. Es una reunión en la que predomina el silencio, porque, como se ha mencionado antes, la ciudad escucha, y el peligro de la delación acecha en todos los rincones. Por eso, Daniel le pide a los congregados: “Despacio, no alcéis la voz, todavía no es tiempo de dar gritos en Buenos Aires” (p.194). No es casual que el capítulo de la reunión se llame “Daniel Bello”, porque es él el principal orador, el que propone las ideas y el que organiza el plan de resistencia. Pero esta indicación del nombre propio da cuenta de la falta de un colectivo, lo que Eduardo refiere cuando dice que los argentinos no están lo suficientemente asociados para combatir a Rosas.

Daniel está de acuerdo con que es necesario fomentar la asociación, por eso convoca a los que todavía resisten en Buenos Aires. Pero cuando habla de su plan de acción utiliza la primera persona del singular, como quien revela, sin quererlo, su pretensión de que puede él solo contra el tirano:

Si yo logro que los puñales se alcen prematuramente, y que en vez de encontrar un pueblo de individuos atemorizados, se hallen con un pueblo asociado y fuerte, yo habré entonces preparado el terror para que obre su influencia sobre el ánimo de los asesinos, en vez de obrarse, como ellos pensaron, en el ánimo de las víctimas (p.198).

El arma que utiliza Daniel para combatir a Rosas es la palabra, con la que se dirige a sus aliados, pero también a los federales, pretendiendo ser uno de ellos mientras fomenta el fanatismo de sus enemigos. Rosas también utiliza el lenguaje como forma de control, lo que se evidencia en el brindis, cuando todos se exaltan con las palabras de adhesión al líder. El general Mansilla rompe el silencio incómodo de los federales con un “bomba, señores” (p.216), para introducir su brindis interpelando el campo semántico de las armas, que caracteriza al bando federal. Otra forma de asociar a la Federación con las armas es a través de la deformación ortográfica de “Mazorca” –nombre con el que se identifica a la Sociedad Popular Restauradora, grupo parapolicial de Rosas– en “Mashorca” (más horca).

El brindis de Mansilla, entonces, fomenta el entusiasmo y el griterío pasional, escena que contrasta con la reunión clandestina, en la que se pide silencio y se prioriza la razón por sobre las pasiones. Daniel contribuye al furor para que los federales crean que forma parte del mismo fervor partidista; por eso dice que bebe “por el primer federal que tenga la gloria de teñir su puñal en la sangre de los esclavos de Luis Felipe que están entre nosotros” (p.220), en referencia a la alianza unitaria con el gobierno francés.

La escena del baile tiene como protagonistas a las mujeres, y en especial a las damas unitarias. Si a los hombres les compete la conspiración política, a las mujeres les toca resistir en el ámbito de la sociabilidad. La señora de N… representa la frustración de las mujeres que se ven obligadas a disimular y que combaten a través del chisme, que es percibido por el bando femenino opuesto. Así lo expresa esta unitaria intransigente: “Saben ellas que si nos presentamos en sus fiestas es por nuestros hijos, o por nuestros maridos […] Ese es nuestro único desquite: que lo sepan, que comprendan la diferencia que hay entre ellas y nosotras” (p.190). Esta forma de actuar es censurada por Daniel, que considera que este uso combativo de la palabra es una bajeza, por eso dice que las unitarias “no tienen otras armas que el ridículo” (p.209).

Pero las observaciones irritadas de la señora de N… detectan una amenaza para Amalia: la mirada de Mariño, en la que la unitaria lee un peligro, un posible acoso, una intimidación que violenta la figura de la joven y que pone en riesgo su dignidad, insinuando una posible violación a su intimidad y su persona. Esto se empieza a manifestar unos capítulos después, cuando Mariño acosa a Amalia con la excusa de acompañarla hasta su casa. La obsesión de Mariño con Amalia es uno de los primeros indicios de que se cumplirá el destino nefasto que Amalia prevé en su vida y la de su amado.