Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte primera (capítulos 8-13)

Resumen

El amanecer del 5 de mayo muestra una Buenos Aires en silencio y armonía, sobre la que se extiende un “velo lúgubre y misterioso” (p.83) de tinieblas. Es el terror que de a poco se introduce como una “terrible enfermedad” (p.84) en las familias porteñas. Un hombre alto y flaco, de unos cincuenta años, camina por la calle de la Victoria llevando chaleco colorado y divisas federales, mientras se acerca hasta la casa de Daniel con una caña de la india que se le cae a cada rato.

Antes de revelar la identidad del hombre, la narración avanza hasta el mediodía de ese día, en el que una mujer joven, delicada y hermosa desciende de un carruaje para ingresar en la casa de Doña María Josefa Ezcurra, cuñada de Rosas. Allí se encuentra con un grupo de negras, mulatas y chinas que la miran con insolencia y no le permiten ingresar. La joven, Florencia Dupasquier –la enamorada de Daniel Bello– ordena a su lacayo que llame a la puerta del segundo patio para solicitar que la dueña de casa la reciba. Así logra ingresar, bajo la mirada rencorosa de las otras mujeres.

María Josefa Ezcurra, descrita como un ser maligno y fanático, recibe a Florencia y le pregunta por su madre, que parece unitaria por permanecer tanto tiempo recluida. También nota que la divisa federal de Florencia es poco visible, pero aquella desvía la conversación entregando una donación que satisface la avaricia de María Josefa. Florencia consigue despertar el orgullo de la mujer para que esta le revele lo que sabe del incidente de la noche. María Josefa le explica qué información va a utilizar para descubrir la identidad del que logró escapar: sabe que tiene una herida de sable en el muslo izquierdo, por lo que estará atenta a visitas médicas, pedidos de medicamentos y asistencias de enfermos en las casas. También dice que el lunes, día de limpieza, las lavanderas le dirán si han hallado sábanas o toallas manchadas de sangre.

Antes de partir, María Josefa le dice a Florencia que tenga cuidado con Daniel, que pasa demasiado tiempo con Amalia, sugiriendo que el joven la engaña con su prima. Florencia cae en la trampa y no puede evitar pensar que su amado le ha sido infiel. Así se despide y llega a su casa con el ánimo compungido para recibir la visita de Daniel, a la hora que este le dijo que la visitaría.

La narración vuelve para atrás, a las 9 de la mañana de aquel día, en la casa de Daniel. Fermín le cuenta cómo vio a Florencia cuando fue a dejarle la carta y unas flores, y le avisa que lo espera Don Cándido Rodríguez, el hombre al que se vio caminar al alba en dirección a su casa, y Doña Marcelina, madama de un prostíbulo y unitaria empedernida. Daniel hace pasar primero a Marcelina, a quien recibe en su alcoba. Soporta divertido las citas literarias de la mujer y luego habla con ella sobre una carta que Daniel tiene guardada y que compromete a Doña Marcelina, porque en ella dice que “les había de cortar la trenza a todas las mujeres de la familia de Rosas cuando entrase Lavalle” (p.104). Daniel dice que guarda aquella carta para tener muestras de su patriotismo y de los servicios que Marcelina da a la causa unitaria. Luego le pide que entregue una carta a Mr. Douglas y le avisa que necesitará usar su casa dentro de uno o dos días, a lo que Marcelina accede, prometiendo discreción.

Marcelina se retira y Fermín hace pasar al gabinete a Don Cándido, maestro de escritura de Daniel. Don Cándido se va por las ramas al hablar e impacienta a Daniel, que le ruega que le diga qué es lo que necesita. Este le pide que lo meta en la cárcel por algún asunto civil, porque cree que allí estará a salvo de una falsa acusación que lo ponga bajo peligro de muerte. Daniel quiere saber por qué teme tal castigo, y Don Cándido le cuenta que se ha enterado, por escuchar al hijo de su criada que venía de Tucumán, que La Madrid se ha declarado contra Rosas, lo que provocará que las amenazas de furor popular que lee en la Gaceta, el periódico oficial, se cumplan. Extasiado con la noticia, Daniel le dice a su maestro que, en vez de meterlo en la cárcel, lo hará empleado de una persona importante del federalismo. Luego lo despide y le dice que vuelva a verle a la mañana siguiente. Daniel se prepara para salir mientras Fermín le cuenta que el coronel Salomón mandó a decirle que lo esperan a las tres y media en la reunión de la Sociedad Popular.

La narración continúa con Daniel en camino a la casa de su amada, Florencia Dupasquier. Ha pasado antes por la casa de Arana, donde averiguó que el ministro no se ha enterado de los sucesos de la noche anterior. Llega a lo de Florencia y se sorprende por la actitud de desdén y disgusto que le dispensa su amada. Daniel exige una explicación ante tal destrato, pero Florencia no hace más que mostrarse cruel e indiferente. Solo consigue que Florencia le insinúe algo que no comprende sobre Barracas como un paraje feliz para él.

Desesperado, Daniel se arrodilla frente a su amada, le recuerda su amor apasionado y le cuenta del peligro en que se encuentran Eduardo y Amalia. El corazón de Florencia se ablanda y empieza a regenerarse de la presión de los celos, entonces ella le cuenta lo que averiguó de su conversación con Doña María Josefa. Cuando menciona las insinuaciones sobre él y Amalia, Daniel le dice que aquella mujer infernal quiso torturarla con calumnias. Florencia cree en su amado, pero le exige conocer a Amalia para conocer las cosas por sus propios ojos. Antes de irse, Daniel le deja una cadena tejida con los cabellos de su madre, que Florencia besa mientras Daniel se dirige a la reunión de la Sociedad Popular Restauradora.

El presidente de la Sociedad Popular se encuentra en su casa junto con Daniel Bello, que le ha preparado el discurso que va a dirigir a los miembros de la sociedad presentes. El discurso comienza con las proclamaciones de siempre: “¡Viva la Federación! ¡Viva el Ilustre Restaurador de las Leyes! ¡Mueran los inmundos asquerosos franceses! […] ¡Mueran los salvajes asquerosos unitarios, vendidos al oro inmundo de los franceses!” (p.128). Luego refiere al intento de fuga de la noche anterior, que terminó con cuatro muertos y un fugitivo, del que los miembros de la Sociedad deben ocuparse de encontrar y matar. A continuación, Daniel dirige unas palabras a la Sociedad, diciendo que pronto se convertirá en uno de ellos. También provoca que los presentes acusen a los que no vinieron de unitarios, por no responder al llamado de la sesión.

El presidente Salomón vuelve a proclamar que los socios vigilen mucho a los unitarios y da por concluida la reunión. Daniel, tranquilo de saber que nada saben de Eduardo, se dirige pronto a la casa de Amalia. En el camino se encuentra con Don Cándido, que le cuenta horrorizado que el hijo de su criada, el que llegó por la noche con la noticia de la sublevación de La Madrid, fue fusilado. Daniel le dice a Don Cándido que a partir de mañana será copista del ministro de Relaciones exteriores, Felipe Arana, y le solicita que consiga a alguien de confianza que diga que estuvo con él la noche anterior. Se despiden y Daniel ingresa a la casa de su prima.

Análisis

A medida que avanza la novela, podemos identificar algunos de los recursos narrativos que utiliza Mármol para provocar intriga y suspenso dentro de una trama que involucra hechos históricos ya conocidos para el lector contemporáneo. Uno de esos recursos son los saltos temporales, lo que permite dejar una situación en suspenso antes de revelar la identidad de un personaje o recuperar una situación previa o simultánea a la que se acaba de narrar. En relación con esto, cada vez que se introduce un personaje nuevo, el narrador describe su aspecto y actitud antes de revelar su nombre, como ocurre con Don Cándido, que aparece en el capítulo 8 como una figura que avanza solitaria en el amanecer y de quien recién nos enteramos su identidad en el capítulo 11, lo que se anticipa en el título: “Donde aparece el hombre de la caña de la india”.

Los títulos de los capítulos también sugieren una forma de interpretar lo que se narra en cada uno. El capítulo 9, titulado “El ángel y el diablo”, identifica como encarnaciones del bien y del mal a los dos personajes que se encuentran: Florencia Dupasquier y Doña Encarnación Ezcurra. Florencia es, como casi todos los personajes principales contrarios a Rosas de la trama, un personaje ficticio, que posee atributos de belleza femenina propios de heroínas románticas idealizadas:

Los rizos de un cabello rubio y brillante como el oro, deslizándose por las alas de un sombrero de paja de Italia, caían sobre un rostro que parecía haber robado la lozanía y el colorido de la más fresca rosa. Frente espaciosa e inteligente, ojos límpidos y azules como el cielo que los iluminaba, coronados por unas cejas finas, arqueadas y más oscuras que el cabello; una nariz perfilada, casi transparente, y con esa ligerísima curva apenas perceptible, que es el mejor distintivo de la imaginación y del ingenio; y por último, una boca pequeña, y rosada como el carmín, cuyo labio inferior le hacía parecer a las princesas de la casa de Austria, por el bello defecto de sobresalir algunas líneas al labio superior, completaban lo que puede describirse de aquella fisonomía distinguida y bella, en que cada facción revelaba delicadezas de alma, de organización y de raza, y para cuyo retrato la pluma descriptiva es siempre ingrata (p.86).

La descripción de Florencia condensa en su belleza y porte connotaciones de pertenencia a la clase alta y a la civilización europea. Las mujeres que, en cambio, encarnan la barbarie americana son aquellas negras, mulatas y chinas que esperan en la antesala de la casa de María Josefa, mezcladas con animales y hombres de fisonomía bestial. En esta descripción se hace evidente el sesgo racista y clasista del narrador, porque coloca a estos personajes en situación de inferioridad respecto de los personajes como Florencia, que pertenecen a la aristocracia porteña:

Ese prestigio moral que ejercen siempre las personas de clase sobre la plebe […] influyó instantáneamente en el ánimo de los seis personajes que, por una ficción repugnante de los sucesos de la época, osaban creerse […] que la sociedad había roto los diques en que se estrella el mar de sus clases oscuras, y amalgamándose la sociedad entera en una sola familia (p.88).

Doña María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación Ezcurra, la fallecida esposa de Juan Manuel de Rosas, es presentada como “la personificación más perfecta de esa época de subversiones individuales y sociales” (p.89). En la historia tiene un papel clave como agente de Rosas que intenta descubrir los secretos de sus enemigos y herir con sus sospechas e insinuaciones. En su conversación con Florencia, María Josefa llama la atención sobre otra de las formas en que Rosas ejerce el terror en la sociedad: a través de la vestimenta. En esa época, era obligatorio utilizar prendas que manifestaran la adhesión al Partido Federal, como chaleco colorado, guantes y peinetones con el rostro de Rosas y su esposa, o con las exclamaciones “¡Viva la Federación!” y “¡Mueran los salvajes unitarios!”, y la divisa punzó, que los personajes antirrosistas como Florencia llevan discretamente como una forma sutil de rebelarse. Por eso María Josefa dice que las unitarias “se encierran por no usar la divisa como está mandado, o porque no se la peguen con brea, lo que es una tontería, porque yo se la remacharía con un clavo en la cabeza” (p.90). Vemos entonces la importancia que tiene adherir al partido a través de la vestimenta para evitar ser torturados o asesinados.

Doña Marcelina y Don Cándido aparecen como personajes caricaturescos, porque no se dan cuenta de lo ridículos e impertinentes que pueden ser para Daniel. A pesar de ello, le son útiles, dado que Cándido le da información clave sobre los alzamientos contra Rosas fuera de Buenos Aires y Marcelina, como veremos, le prestará a nuestro héroe su casa para llevar a cabo una reunión clandestina. Marcelina también forma parte de un grupo de personajes que pertenecen al Partido Unitario y que son cuestionados por la joven generación por mantener una oposición facciosa que es necesario disolver para combatir a Rosas, lo que resuena en la época en que se publica Amalia, porque es un federal, Urquiza, el que lidera el frente que terminará con el gobierno de Rosas.

En estos capítulos Daniel es caracterizado como

una conspiración viva contra Rosas, admirable por su temeridad, aun cuando reprensible por su petulancia al querer trastornar, con la sola potencia de su espíritu, un orden de cosas constituido más bien por la educación social del pueblo argentino, que por los esfuerzos y los planes del dictador (p.116).

De esta manera, la narración va realizando una crítica a la conspiración como estrategia para combatir a Rosas, porque esta terminará fallando. En este sentido, la novela plantea una ironía al mostrarnos que Daniel utiliza un plan parecido al de Rosas, porque pretende, al igual que él con los unitarios, confabular y sembrar la discordia entre federales para destruirlos. La ironía consiste en que el que saldrá victorioso de este trance no es el héroe conspirador, sino el que sabe hacer funcionar perfectamente su sistema de delación y represión.

Por último, vemos en esta parte una escena de celos entre Florencia y Daniel que introduce otro tema de la novela, el del amor romántico. Se trata de un amor en el que se idealizan los sentimientos de los enamorados, quienes viven su pasión con una intensidad tal que les hace sufrir cada desencuentro o malentendido como una terrible desazón. Florencia hace sufrir a Daniel con su desdén, y ella misma sufre por la inocencia de su “inexperto corazón” (p.121), que la hace presa de la desconfianza y los celos. Este tema se desarrolla más adelante en la trama con el amor entre Amalia y Eduardo, cuya historia tiene un tinte más trágico por la forma en que se entrelaza con el conflicto político.