Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte cuarta (capítulos 9-17)

Resumen

Después de detenerse en la situación política y militar de la época, el narrador considera necesario dar un conocimiento detallado de los personajes que caracterizan el periodo y que contribuyen al desenlace de los acontecimientos que determinan la suerte de los protagonistas de su relato. A continuación, describe a Manuela Rosas como el “rasgo histórico más visible, después de su padre, en el cuadro de la dictadura argentina” (p.398). Manuelita es de carácter alegre y comunicativo, pero también apesadumbrado y melancólico. Es la primera víctima de Rosas, quien ha decretado su celibato eterno, y también su mejor instrumento de popularidad. Manuelita es el ángel custodio que vela por la seguridad de su padre.

Nos acercamos a Manuela Rosas un día en que su salón está lleno de gente de todos los estratos del federalismo. Miembros de la Sociedad Popular, mujeres federales, Cuitiño, María Josefa Ezcurra y Mariño se encuentran allí. Todos pronuncian expresiones violentas de adhesión a Rosas en las que prometen traer las orejas o la cabeza de algún unitario a Manuelita, quien aborrece aquel “coro perpetuo de juramentos y de maldiciones” (p.400). Doña María Josefa insinúa que Cuitiño dejó escapar unitarios, pero este se defiende diciendo que él sabe matar a esos traidores y que ha dado prueba de ello. Mariño habla con el general Soler sobre una fiebre cerebral que ha poseído a Gaete. Luego entra Daniel Bello al salón, mientras Mariño comenta por lo bajo que Daniel, a pesar de ser hijo de un verdadero federal, es un unitario encubierto.

Daniel destaca sobre los demás por su apariencia apuesta y distinguida. Mercedes, hermana de Rosas, le dice a Daniel que quiere volver a su casa tomada de su brazo para que su marido rabie al verla acompañada por un joven buen mozo. Daniel se sienta cerca de Manuela para hablar con ella sin que los demás los oigan. Manuelita le hace saber que le desagrada toda la gente que la rodea y que ha venido a “darse valimiento de federal a [sus] ojos” (p.407), para que ella se lo repita a su “tatita” (ibid.). Daniel empatiza con su sufrimiento y le pide que responda por una mujer que la comprendería y la querría. Le revela que se trata de Amalia, que sufre por las calumnias de un hombre que la persigue. Manuela se sensibiliza y le promete a Daniel que escribirá una carta para que Amalia muestre a quien quiera ingresar a su casa sin orden del gobernador.

Manuela Rosas indica que deben dejar de hablar para no provocar los celos de los demás. Cuando todos se retiran, lo mismo hace Mercedes tomada del brazo de Daniel. El joven sufre el paso lento con el que Mercedes avanza hacia su casa mientras le cuenta que Rivera, su marido, es zonzo y prosaico, y que ella necesita un hombre de imaginación ardiente y de talento como ella. Cuando por fin llegan a la casa, Mercedes insiste en que Daniel entre y escuche las memorias que está escribiendo, pero el joven le dice que no puede quedarse y que hará el intento de volver otro día.

La narración vuelve unos días atrás, al momento en que Don Cándido Rodríguez se dirige a la casa de Daniel, el mismo día que intentó exiliarse cruzando a pie el río. Cuando llega le cuenta a su discípulo, con un sinfín de adjetivos, lo que le ocurrió en la oficina de Arana con el cura Gaete, las monjas y Doña Mercedes. Por ella sabe que Gaete se encuentra en la casa de Cochabamba durmiendo la siesta. De repente, Daniel tiene una idea y sale corriendo junto con Don Cándido, que lo obedece muy a su pesar. Llegan a la casa de Doña Mercedes y, en complicidad con aquella, entran a la habitación donde duerme Gaete. Sin hacer ruido, Daniel ata al cura con una colcha torcida, mientras él y Don Cándido se colocan a los costados de la cabecera del catre. Luego lo despiertan gritando su nombre y le empiezan a hablar como si fueran dos espíritus que lo van a castigar por haber entregado su alma al demonio. Así consiguen amedrentarlo, diciendo que morirá si no se convence de que jamás se ha encontrado con las personas a quienes quiere perseguir. El cura Gaete es presa de un sacudimiento convulsivo. En ese estado casi apoplético lo dejan y se van de la casa, no sin antes dejarle un dinero a Mercedes para que le diga al cura que todo fue un sueño.

En las afueras de Buenos Aires, de camino a San Isidro, se encuentra un paraje llamado los Olivos. Allí hay una casa derruida y aislada conocida por el nombre de la Casa Sola. Inhabitada hasta hace poco, empezó a ser remodelada para ser habitable por dentro, sin tocar nada del exterior. La noche del 31 de agosto, cerca de la casa, al pie de la barranca que da al río, una mujer contempla la aparición de la luna. Es Amalia. Absorta en sus pensamientos, no oye la llegada de Eduardo, que la observa embelesado hasta que ella descubre su presencia. Eduardo se arroja a sus pies declarando la belleza de su amada. Los enamorados intercambian expresiones de amor y felicidad, hasta que un trueno lejano abruma a Amalia con una “idea profética y terrible” (p.430).

Amalia y Eduardo vuelven a la casa, donde reciben la visita de Daniel. Hablan sobre Mercedes, sobre el espionaje en la casa de Barracas y sobre las novedades del Ejército Libertador de Lavalle. Eduardo se ha estado escondiendo en diferentes casas y ahora está resguardado en la de Daniel. Los dos se alistan para volver a la ciudad cuando oyen que Amalia pega un grito desde otra habitación. Se precipitan hacia donde se encuentra y ella les cuenta que vio la figura de un hombre espiando por la ventana. Era Mariño, por lo que Daniel sospecha que lo ha seguido desde la ciudad. Daniel manda a Fermín a que utilice sus conocimientos de gaucho para reconocer el rumbo de los caballos de Mariño y sus ordenanzas.

Eduardo y Daniel salen en dos caballos en busca de Mariño, dejando a Fermín y Pedro al cuidado de Amalia. Daniel intenta persuadir a Eduardo de abandonar la persecución, pero Eduardo quiere a toda costa luchar contra Mariño. Su amigo consigue desviarlo del camino y así se asegura de que no lo podrán alcanzar. Luego son detenidos por una comitiva de jinetes entre los que se encuentra el general Mansilla, que se desempeña esa noche como jefe de día. Daniel solicita acompañarlo en su ronda nocturna y queda en encontrarse con él de nuevo en el fuerte. Acompaña a Eduardo hasta su casa y vuelve a salir. De camino al fuerte se cruza de nuevo con Mansilla, por lo que llega al punto de encuentro junto a él. Allí se encuentra con Mariño, que está cumpliendo la función de comandante de serenos. Tanto Daniel como el redactor de la Gazeta se sorprenden al encontrarse allí, pero los dos lo disimulan. Daniel lisonjea a Mariño y le da a entender que ha estado acompañando a Mansilla toda la noche, lo que hace que este dude de si era Daniel el hombre al que siguió hasta la Casa Sola, y si era Amalia la mujer que estaba allí.

Daniel sigue a Mansilla en su inspección de los cuarteles que están a la espera del ataque de Lavalle. Son las doce de la noche y la ciudad, que usualmente es alegre y bulliciosa a esas horas, está en completo silencio. Conversando con el general, Daniel consigue que este hable mal de Rosas, diciendo que él, Mansilla, tendría a la juventud a su favor en el caso de que hubiera una revolución. Daniel quiere evitar que Mansilla desconfíe de él por aquella indiscreción, por eso pretende haber entendido que Mansilla quiso probar su lealtad federal, y que por eso dijo una mentira. Mansilla responde aliviado que eso fue lo que quiso hacer y se despide de Daniel pensando que es un “pobre y cándido muchacho” (p.453).

Daniel entra en su casa a las cuatro de la mañana, abrumado por los eventos de la noche. Contempla a su amigo Eduardo mientras este duerme con un ceño en el semblante. Daniel pasa a su bufete y se pone a escribir tres cartas. La primera, dirigida al señor Bouchet Martigny, insiste en la necesidad de que Lavalle produzca una violenta invasión a la ciudad en no más de quince días, porque si el Ejército Libertador se retira todo se perderá por muchos años. En la segunda, se dirige a Amalia y le dice que ha conseguido despistar a Mariño, pero que es necesario volver pronto a Barracas y esperar allí que los sucesos se precipiten. La última carta es para su amada Florencia, a quien insta a convencer a su madre de irse juntas a Montevideo.

Análisis

El capítulo 9 se titula “Manuela Rosas” y se centra en la descripción de este personaje histórico al que Mármol concibe como una joven inocente y de buen corazón, que ha sido sometida al carácter déspota de su padre. En la escena que abre el capítulo, se la describe como una “emperatriz” de una extraña corte en la que desfilan hombres y mujeres que “fuman, juran, blasfeman y ensucian la alfombra con el lodo de sus botas o con el agua que destilan sus empapados ponchos” (p.399). Una vez más, la oposición entre civilización y barbarie se representa en la historia por la inadecuación de los personajes federales a las formas fingidamente aristocráticas en las que se presentan ante Manuelita, en su intento desesperado de ganarse la consideración de Rosas.

La llegada de Daniel Bello refuerza el antagonismo entre civilización y barbarie, al ser él una expresión acabada de lo civilizado. Aun cuando va vestido a “la rigorosa moda de la Federación” (p.406), Daniel no pierde de vista su pulcritud, buen porte y delicadeza. Manuela reconoce en Daniel aquella sensibilidad y distinción que le es más afín, y que contrasta con el carácter de la gente con la que está obligada a sociabilizar: “Me fastidian, señor Bello. Paso la vida más aburrida de este mundo. No oigo hablar sino de sangre y de muerte a estos hombres y a estas señoras” (p.408). Esta afinidad le permite a Daniel hallar una garantía en la hija del gobernador, que le será de ayuda para salvar a su prima una vez más en la historia.

Doña Mercedes es otro personaje que pertenece a la familia de Rosas y que se describe como “la más original, pero la menos ofensiva, y la de mejor corazón” (p.412). Así, el narrador omnisciente concluye que las mujeres de apellido Rosas, entre las que podemos incluir a la bella y superficial Agustina, no ha obrado el mal, mientras que “ningún hombre ha dejado, más o menos, de hacer sentir los arranques de su carácter despótico” (ibid.). Mercedes es un personaje como el de Marcelina, porque no es consciente de su vulgaridad literaria ni de la risa que produce. Por su parte, el cura Gaete es un personaje que amenaza con poner en peligro la vida de Daniel y de Don Cándido, un ser inmoral y bajo –es un cura sanguinario al que le gusta emborracharse, comer y frecuentar un prostíbulo– que se muestra muy cobarde y susceptible de ser presa del engaño. Por eso, es más fácil para Daniel empujar a la locura al cura Gaete que convencer a Mariño de que no lo ha seguido hasta la Casa Sola, si bien consigue desorientarlo un poco.

La escena que reúne a Amalia y a Eduardo mientras contemplan la luna sobre el río tiene todos los estereotipos de la representación del amor romántico, idealizado hasta el paroxismo. Se describe una correspondencia perfecta entre la belleza natural y la belleza de los personajes –“los ojos de esa mujer tenían un brillo astral, y su mirada era lánguida y amorosísima como el rayo de la cándida frente de la luna” (p.427)–; correspondencia que también se adecúa a la expresión de sentimientos sublimes, como los que dirige Eduardo a Amalia: “Luz de mi vida, yo no envidio a tu lado la existencia inefable de los ángeles” (p.428). Es esta armonía perfecta entre la naturaleza y las pasiones lo que hace que el rugir de la tormenta despierte en Amalia su ya mencionada superstición, por la que augura un final nefasto para su amor; así le dice a Eduardo: “[¿]no es singular que en el momento de hablar de una desgracia, en medio de esa aparente tranquilidad de la Naturaleza, un trueno haya retumbado en el espacio como una fatídica confirmación de mis palabras?” (p.431). La trama le da la razón cuando la aparición de Mariño en aquel refugio recluido los pone nuevamente en peligro.

Daniel continúa con sus intrigas, tratando de socavar información de las personas poderosas con las que tiene buenas relaciones. Tal es el caso del general Mansilla, que tiene la condición particular de ser el cuñado de Rosas, habiendo pertenecido en el pasado al Partido Unitario. Daniel –y el propio Mármol, a quien Lucio V. Mansilla, hijo del personaje de la novela, acusó de difamar a su padre– se aprovecha de esta circunstancia y consigue sacarle una indiscreción. Asimismo, vuelven a aparecer las cartas como el medio por el que Daniel interviene en el destino de su país y de sus seres queridos, escribiendo a Martigny por el ataque de Lavalle, a su prima y su amada para ponerlas a salvo.