Amalia

Amalia Resumen y Análisis Parte tercera (capítulos 1-8)

Resumen

La tercera parte comienza con una vista de Montevideo desde un barco que se aproxima a la ciudad en la que se encuentran muchos de los emigrados que se oponen a Rosas. Un hombre la observa maravillado por el panorama y por la ilusión de que allí hallará un pueblo libre y unido. Aquel hombre es Daniel Bello, que se embarcó en una ballenera conducida por Mr. Douglas, contrabandista de emigrados, para entrevistarse en Montevideo con Bouchet de Martigny, cónsul francés en la Banda Oriental.

Daniel se presenta en la casa del cónsul con una carta de visita por la mitad, código acordado para identificarse ante Martigny, con quien se ha estado enviado cartas sin dar a conocer su nombre. Estando frente a él le dice que se llama Daniel Bello. Luego comunica la noticia de la derrota y retirada del general Lavalle en la Batalla de Sauce Grande. Mostrando firmeza y resolución, Daniel le dice al cónsul que lo que debe hacer Lavalle es acelerar el golpe contra Buenos Aires con el respaldo de las provincias sublevadas, el gobierno francés y el Estado Oriental. Martigny le comunica que, en efecto, el plan de Lavalle es invadir Buenos Aires, pero que no contará con el apoyo del general Rivera, presidente del Estado Oriental, porque este no quiere contribuir a un triunfo de Lavalle. También admite que la Francia se retirará del conflicto porque su atención está puesta en la cuestión de Oriente.

Daniel se siente desilusionado, pero insiste en que Lavalle debe continuar con su plan de invadir Buenos Aires, porque el poder de Rosas radica en la ciudad. De realizarse la embestida, Daniel se ocupará de convocar a cien de sus amigos para abrir el paso a las tropas libertadoras. Martigny admira la valentía de Daniel y le dice que comunicará las ventajas de un ataque rápido sobre Buenos Aires a la Comisión Argentina en Montevideo.

Antes de que Daniel se retire, un criado anuncia la llegada de los señores Don Julián Agüero y Don Florencio Varela. Daniel siente algo de timidez ante la presencia de estos hombres célebres que admira mucho. Martigny presenta a Daniel, revelando que es el hombre que les ha estado enviando noticias desde Buenos Aires. Daniel les lee una lista de personas que cayeron presas hace poco y declara que ha iniciado en su país “la época que alguna vez se llamará del terror” (p.242). Varela cree que Rosas ha aumentado el número de sus víctimas porque perdió en la Batalla de Sauce Grande, cuando Daniel le había dicho a Martigny que el que perdió fue Lavalle, y no Rosas. A continuación, observa sorprendido cómo Varela interpreta el comunicado de la batalla de Sauce Grande leyendo entre líneas el mensaje, para convencerse de que ha ocurrido lo contrario a lo que allí se constata.

Daniel se atreve a decir que está convencido de la derrota de Lavalle e insiste en que es necesario que este invada pronto Buenos Aires. Varela cree que el triunfo de Lavalle es infalible, porque todos se levantarán en contra del tirano. Daniel desmiente esto diciendo que Rosas ha sabido aprovecharse del individualismo del pueblo argentino, por el que ha conseguido que impere la desconfianza y el temor hasta entre miembros de una misma familia. Por eso cree que la presencia de Lavalle en Buenos Aires eliminaría el peligro de la delación y fomentaría una reacción pública y colectiva contra Rosas.

Varela, Agüero y Martigny se conmueven con la valentía y la confianza de Daniel, que se despide diciendo que se reencontrarán de nuevo en Buenos Aires, cuando haya sucumbido Rosas. Sin embargo, Daniel tiene la superstición de que esa será la última vez que hablará con aquellos hombres. Daniel le pide entonces a Martigny que mande una carta de introducción al señor Don Santiago Vázquez, a quien entrevistará antes de retornar a Buenos Aires, y le pide que un criado lo conduzca a la fonda donde se hospedará los dos días que permanece en Montevideo.

Daniel y Mr. Douglas beben en silencio en el café Don Antonio, oyendo las conversaciones a su alrededor. Entran en el café cuatro hombres que Daniel reconoce: “Alberdi, Gutiérrez, Irigoyen [y] Echeverría” (p.254). Otro grupo de hombres que se hallan en el café identifican como porteños a los que acababan de entrar. Empiezan a hablar entre ellos sobre la situación en la que viven los orientales por verse envueltos en los conflictos de sus vecinos, echándole la culpa de esto a su presidente Rivera. Daniel se lamenta al escuchar aquel destrato, aunque luego oye a otro individuo que dice que la causa de los argentinos es común a la de los orientales. Antes de partir, Daniel observa una vez más a los cuatro compatriotas presentes en el café, que no saben que Daniel está arriesgando su vida por la prosperidad de los dos pueblos.

En el viaje de regreso a Buenos Aires, Daniel dialoga consigo mismo sobre los desengaños que ha ganado con su visita a Montevideo. Se ha desengañado respecto de los intereses políticos que allí se reúnen, hallándolos en anarquía. Se ha desengañado también con la noticia de que el pueblo oriental depende de la voluntad autoritaria de un caudillo como Rivera. Daniel creía que los unitarios eran hombres prácticos, y los halló llenos de ilusiones. También pensó, erróneamente, que Lavalle estaba en acuerdo con la Comisión Argentina. De su entrevista con Vázquez, sacó en limpio que Lavalle es un hombre valiente, pero que no tiene las calidades necesarias “para estar al frente de los sucesos de la época” (p.258). Por todo esto, Daniel concluye que ha ganado más de lo que ha perdido, porque en política el hombre está en pérdida si solo tiene ilusiones. Él confía en el porvenir de su patria, pero cree que ese tiempo de esperanza está muy lejos del suyo. Cierra su monólogo dirigiéndose a Florencia, único ser al que querría volver a hallar en el cielo para contemplar con su compañía aquella tierra que fue testigo de su amor.

El narrador lleva al lector hasta la casa de Doña María Josefa Ezcurra, mientras esta recibe en su habitación a distintas personas de los sectores populares. En la sala aguardan quienes tienen peticiones para Rosas, pero María Josefa solo hace pasar a los que poseen información para sus intrigas. Deja entrar en su habitación a un hombre que dice haber trabajado como criado en la casa de Amalia. Este le cuenta a Ezcurra que Amalia lo despidió de su trabajo la mañana del 5 de mayo, con la excusa de querer economizar. Doña María Josefa le pregunta si ha visto allí a algún hombre enfermo. El hombre, que respeta mucho a su antigua ama, insiste en que no ha visto a nadie.

Ezcurra despide al joven y manda a llamar a una joven negra, “rotosa y sucia” (p.266), a quien la acusa de haberle mentido sobre la presencia de un hombre enfermo en la casa de Barracas. La joven se defiende asegurando que ha visto a Amalia paseando con un hombre que renguea en el jardín de la casa, del que tiene vista desde la pulpería en la que trabaja. También dice que la señora debe ser unitaria, porque ni ella ni el hombre que la acompaña usan los distintivos federales. Doña María Josefa le pide que vuelva a espiar para confirmar lo que ha visto y luego la despacha. La cuñada de Rosas continúa sus entrevistas a diversas criadas que le proveen información sobre las conductas de sus amos o de sus vecinos. Después atiende a unos pocos de los que vienen con ruegos y solicitudes, cuyos regalos recibe prometiendo que llevará sus reclamos a Rosas, cosa que nunca lleva a cabo.

María Josefa Ezcurra está por salir a realizar una de sus visitas diarias a Rosas cuando llega a su casa Mariño. Ambos dicen estar enojados con el otro, por lo que exponen sus razones. María Josefa arguye que Mariño les ha estado sirviendo a medias, porque en su Gaceta solo se predica el degüello de los unitarios y no el de las unitarias. Por su parte, Mariño le recrimina que le haya revelado a su esposa su interés por Amalia. Ezcurra le da poca importancia y se regocija de hacerle daño a Mariño. Este le pidió que confirme su sospecha de que Amalia vive con un hombre oculto y que averigüe el carácter de su relación. María Josefa le cuenta que una “negrilla” (p.273) ha visto a aquel hombre paseando con Amalia en el jardín, con intención de provocar celos en Mariño. Ella está por confirmar algo sobre aquella casa y dice que ella enviará a la viuda de Barracas a la imprenta de Mariño, a cambio de que él se ocupe en su cuartel de “la cosa que [anda] buscando y que [espera] hallar” (p.276). Mariño acepta y queda en volver a visitarla dentro de 4 o 5 días.

Entre la noche del 24 de mayo y los últimos días de julio, Eduardo y Amalia fueron consolidando su amor. En ese tiempo, Doña Agustina Rosas de Mansilla visitó la casa de Barracas cuatro veces, mostrando su interés por toda prenda de vestir que tiene Amalia en su casa. El 15 de junio, Daniel se lleva la decepción de recibir en su reunión clandestina a solo 7 hombres de los 21 que asistieron a la primera; los demás se exiliaron o se unieron al ejército de Lavalle. Fue después de la batalla de Sauce Grande, del 16 de julio, cuando Daniel viajó a Montevideo. Ahora se halla de regreso en Buenos Aires, una noche de frío en la que visita la casa de Barracas junto con Florencia y su madre. Allí se entretienen junto a Amalia y Eduardo, tomando café y hablando sobre Lord Byron, hasta que su atención se detiene en el relato de cómo Daniel dio con Eduardo el día de la emboscada. Distraídos con el relato, no oyen la llegada de un coche que trae a Agustina Rosas y María Josefa Ezcurra. Están esperando a ser recibidas en la sala anterior al gabinete, por lo que Eduardo no tiene tiempo de ocultarse en las piezas interiores.

Análisis

La tercera parte de Amalia abre con un cambio de escenario: entre el capítulo 1 y el 4, Daniel se encuentra en Montevideo, en la República Oriental del Uruguay, una de las ciudades que refugia a los exiliados durante la época de Rosas. Este momento de la narración gira en torno a un hecho histórico, la batalla de Sauce Grande, que enfrentó a las fuerzas de Lavalle con las de Pascual Echagüe, gobernador de Entre Ríos por el Partido Federal. Sobre este tema, la novela plantea el problema de cómo circulaba la información en esos tiempos de manipulación de la información y control de la opinión pública. Los antirrosistas denuncian la censura y partidismo del periódico oficial de la Federación, la Gazeta Mercantil, que redacta Nicolás Mariño. Pero lo que muestra Amalia es que en Montevideo también se tergiversan los hechos, puesto que los unitarios exiliados se convencen de que Lavalle ha ganado la batalla, cuando ocurrió lo contrario.

El capítulo 1 inicia con una descripción de Montevideo que se entrelaza con las esperanzas que Daniel deposita en la ciudad:

Contraste vivo y palpitante de la ciudad de Buenos Aires, en su libertad y en su progreso; y más que eso todavía, Montevideo despertaba en todo corazón argentino que llegaba a sus playas el recuerdo de una emigración refugiada en él por el espacio de once año, y la perspectiva de todas las esperanzas sobre la libertad argentina, que de allí surgían, fomentadas por la acción incansable de los emigrados, y por los acontecimientos que fermentaban continuamente en ese elaboratorio [sic] vasto y prolijo de oposición a Rosas… (p.229).

En el siguiente párrafo, el narrador anticipa cómo se verán frustradas las expectativas de Daniel, con un comentario sobre cómo se distorsiona lo que se observa a la distancia:

La imaginación humana abulta el tamaño de las cosas y de los hombres a medida que los ve de lejos, y aquellos hechos verdaderos eran hiperbolizados, sin embargo, en la fantasía de aquel hombre que contemplaba la ciudad desde la popa del pequeño batel (p.229).

Julián Agüero y Florencio Varela son dos personajes históricos que representan en la novela al Partido Unitario, cuyas ideas son recuperadas y criticadas por la generación del 37, que también tiene en la novela sus ejemplos históricos, en los cuatro hombres que Daniel ve entrar a un bar: Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Miguel Irigoyen y Esteban Echeverría. Agüero es el que es presentado como una “encarnación viva del Partido Unitario”, mientras que Varela es descrito como un “término medio entre el Partido Unitario y la nueva generación, que ni era federal, ni unitaria, y a que Daniel pertenecía por su edad y por sus principios” (p.239). De esta forma, la novela señala que la generación joven se piensa a sí misma como una resolución del conflicto entre unitarios y federales. Esto propone Sarmiento en el Facundo (1845), al sostener que es necesario superar esa división para construir la asociación necesaria para derrotar a Rosas.

Daniel se desilusiona al enterarse de que Fructuoso Rivera, presidente del Estado Oriental, actúa como un caudillo autoritario –“no sanguinario como Rosas, pero que al fin hace lo que quiere, y no lo que conviene al pueblo” (p.257), dice Daniel– que prefiere poner en riesgo su país antes que asistir en la victoria de Lavalle. Y también se decepciona al conocer que “los viejos unitarios […] son hombres de ilusiones como cualesquiera otros” (ibid.), capaces de convencerse de una mentira –como suponer que Lavalle ganó la batalla de Sauce Grande– con tal de mantener viva la esperanza de salvar a su patria.

Otro tema que aparece en la conversación entre Daniel, Martigny, Varela y Agüero es el de la delación en relación con el problema del individualismo de la sociedad argentina. Daniel plantea que Rosas ha logrado controlar a Buenos Aires aprovechando esta forma de ser del pueblo; así plantea que

Rosas no encontró clases, no halló sino individuos cuando estableció su gobierno; aprovechóse de este hecho establecido, y tomó por instrumentos de explotación en él, la corrupción individual, la traición privada, la delación del doméstico […]. Fundó de este modo el temor y la desconfianza en las clases aparentemente solidarias y hasta en el recinto mismo de la familia (p.250).

Esto explica, sostiene Daniel, que sus compatriotas no reaccionen contra de Rosas, y le permite justificar la importancia de armar un plan de acción que incite la asociación de todas las partes que quieran vencer al tirano.

El reloj como símbolo de la forma en que Daniel controla el tiempo vuelve a tener importancia en estos capítulos, como cuando mira “la grande péndola del café” (p.256) y luego indica a Mr. Douglas que es hora de partir. Daniel debe tener cuidado de no pasar demasiado tiempo en Montevideo porque se puede conocer en Buenos Aires que se ha ido. Además, debe regresar para proteger a los suyos. Una vez que Daniel y la narración regresan a la ciudad sitiada por el terror, vemos cómo lo que ha descrito Daniel sobre el sistema de delación se pone en práctica a través de las intrigas de María Josefa Ezcurra.

En la casa de María Josefa se reúnen personas de diversas procedencias, como si no hubiera distinciones de clase, lo que el narrador describe, manifestando prejuicios de la época en que Mármol escribe la novela: “Estaban allí reunidos y mezclados el negro y el mulato, el indio y el blanco, la clase abyecta y la clase media, el pícaro y el bueno; revueltos también entre pasiones, hábitos, preocupaciones y esperanzas distintas” (p.261). Ezcurra quiere convencer a sus informantes de la igualdad que promueve el gobierno federal, por eso dice: “Ya se acabó el tiempo de los salvajes unitarios, en que el pobre tenía que andar dando títulos al que tenía un fraque o sombrero nuevo. Ahora todos somos iguales, porque somos todos federales” (p.262). Esto se presenta como una ironía, no solo por el poder verticalista de Rosas, sino también porque excluye a cualquiera que caiga bajo sospecha de no ser federal.

En estos capítulos empieza a ser más evidente el verdadero peligro en el que se hallan Amalia y sus amigos, que por más precaución que tomen para evitar sospechas, no pueden frenar el eficiente sistema de delación del gobierno. La alianza entre Ezcurra y Mariño anticipa lo que le espera a Eduardo si es descubierto: ser víctima de la violencia federal. Esto se insinúa cuando la narración dice que el hombre que entra al cuartel de serenos de Mariño, “no [sale] de allí sino para la eternidad” (p.276). De esta manera, la escena que antecede el punto de inflexión de la historia, en la que primero vemos a Amalia y a Eduardo en una situación romántica, y después a todos los personajes disfrutando juntos una velada invernal, contrasta con el ingreso de María Josefa Ezcurra, que amenaza con destruir su refugio y espacio ameno.