Rosario Tijeras

Rosario Tijeras Resumen y Análisis Capítulos 10-12

Resumen

Capítulo 10

El narrador describe Medellín, con la que tiene una relación de amor y odio. Recuerda que una vez Rosario le pidió que se fueran de la ciudad por unos días hacia una finca. La mujer estaba irritable y Antonio creía que era por el consumo abusivo de drogas. Emilio estaba en la misma situación, insoportable e irascible.

Camino a la finca, Rosario manejaba tan rápido que chocaron contra otro auto. Enfurecida, la mujer descendió para discutir con el conductor, llevando encima la pistola. Desde el coche, Emilio y el narrador oyeron un disparo y siguieron su rumbo hasta llegar a destino.

Apenas entraron a la finca, Rosario sacó enormes cantidades de drogas. Durante esos días, la mujer habló, comió y durmió muy poco. Lo que sí fue excesivo el consumo de drogas; luego de unos días, el narrador decidió volver a la ciudad. Durante un mes, no supo nada de sus amigos y se dedicó a recuperarse del consumo y también de la destrucción que le generaba el amor a Rosario.

Un día, Emilio y Rosario lo llamaron para pedirle ayuda; la mujer le dijo que necesitaba que la rescatara. Antonio fue a su auxilio y, al llegar, Emilio le confesó que habían matado a un hombre. Sin embargo, nunca se supo si esto había sido cierto o era producto de los delirios de las drogas.

La razón por la que habían llamado al narrador era porque necesitaban mucho dinero y habían decidido que él fuera a reclamarlo de parte de Rosario. Si bien Antonio temía por su vida, la mujer le juró que nada le pasaría.

El narrador cumplió con su palabra, pero no tuvo éxito, ya que fue interceptado por cinco hombres enormes que lo interrogaron e intimidaron. Cuando volvió donde estaban Rosario y Emilio, los encontró más extraños que nunca. Al comentarles que no había conseguido el dinero, la pareja dijo que no sabía de qué estaba hablando, que ellos jamás le habían pedido nada. Antonio se indignó, pensando en que había arriesgado su vida completamente en vano.

Capítulo 11

Desde el hospital, el narrador recuerda todas las veces que intentó despedirse definitivamente de Rosario. Sin embargo, él sigue ahí, a disposición de la mujer. A través de la ventana, Antonio anuncia que lloverá. Esta lluvia le recuerda aquel dia en que, luego de una temporada de consumo abusivo de drogas, Emilio le pidió que cuidara a Rosario porque él ya no podía más. El narrador corrió a la casa de la mujer y la encontró semidesnuda, mirando la lluvia por la ventana, arruinada y sola. Él le insistió en que durmiera un poco; la acostó y se quedó en su casa unos días para cuidarla y acompañarla en su estado. Esta tarea fue muy difícil, porque la mujer se hundía en la depresión y en los intentos de dejar de consumir drogas. Aunque Antonio intentaba convencerla de que el esfuerzo valía la pena, Rosario parecía resignada a aceptar que la vida era terrible con ella.

Finalmente, después de un tiempo, Rosario abrió las cortinas y las ventanas, y comenzó a limpiar el departamento, enérgica.

La recuperación de Emilio fue también bastante ardua: su familia lo llevó a todo tipo de profesionales para que le indicaran un tratamiento fuera del país, lejos de Rosario. Así, llegaron a llamarla por teléfono para ofrecerle dinero y convencerla de que se alejara de Emilio. Esto enfureció a la mujer, que los insultó y repudió sin ningún tipo de tapujos. Este incidente tuvo repercusiones en el ánimo de Rosario, que, desde que había decidido abrir las ventanas, atravesaba un momento de alegría. Había recuperado su belleza de antes, pero ahora estaba más feliz de vivir la vida. El narrador añora estos momentos, en los que podían disfrutarse los dos solos, sin intrusos. Esta felicidad duró hasta que, una noche, una mujer llamó para hablar con Rosario. Luego de cortar la llamada, la protagonista se fue, sin despedirse ni dejar ninguna nota. Fue así que el narrador entendió que las aventuras de Rosario habían regresado para quedarse.

Capítulo 12

Luego de este episodio, el narrador volvió a su casa, absolutamente derrotado, y con la certeza de que tenía que recuperarse de dos adicciones: a la droga y a Rosario. Sin embargo, el hecho de estar en el hospital, esperándola, da cuenta que siempre ha estado atento al destino de la mujer.

Después de la desaparición repentina de Rosario, pasaron unos días y ella regresó como siempre, con llamadas a la madrugada y un tono conciliador. Le preguntó al narrador por Emilio. Antonio había quedado herido del último abandono e intentó serle esquivo muchas veces.

Lo mismo ocurría con Emilio: su familia lo tenía asediado bajo tratamiento médico y psiquiátrico para que no pudiera ver a Rosario.

Sin embargo, finalmente, la mujer ganó: citó al narrador para encontrarse en el cementerio porque era el aniversario de la muerte de Johnefe.

Al llegar al mausoleo del hermano de Rosario, dos muchachos custodiaban la tumba. De ella salía música a través de un equipo de sonido que estaba protegido con unas rejas. Rosario cambió el CD que sonaba y, de cerca, el narrador pudo leer el mensaje de la lápida: “Aquí yace un bacán”.

A los pocos días, Emilio apareció y los tres prometieron sostener un vínculo sano. Cuando el narrador le contó que había acompañado a Rosario al cementerio, su amigo le reprochó no haber averiguado el apellido real de la muchacha. A pesar del tiempo que llevaban juntos, nunca pudo saber cuál era el apellido, ya que la mujer no abandonaba el bolso jamás. Unos días más tarde, Rosario bajó a la portería y dejó la cartera al alcance suyo. Allí vieron la pistola y hasta una foto de Ferney, pero no encontraron nada sobre su nombre real. Aunque el hecho de haber encontrado esta foto enfureció a Emilio, el narrador le hizo jurar que no diría nada.

Esto demostraba que Rosario sabía cuidar bien sus misterios. Antonio, de repente, se da cuenta de que no sabe dónde está ahora el bolso de Rosario. En el hospital ya hay sol, pero el reloj sigue clavado en las cuatro y media.

Análisis

En estos capítulos, la ciudad de Medellín aparece como un personaje más de la trama de violencia que atraviesa la vida de los protagonistas. “Algo muy extraño nos sucede con ella, porque a pesar del miedo que nos mete, de las ganas de largarnos que todos alguna vez hemos tenido, a pesar de haberla matado muchas veces, Medellín siempre termina ganando” (p.115), comenta el narrador. Esta descripción contradictoria se relaciona con los años más oscuros de la ciudad, dominada por la violencia, la muerte y el narcotráfico. Esta situación se vuelve tan asfixiante que obliga a los tres amigos a refugiarse en una finca. Este espacio aparece como una escapatoria de la ciudad, una residencia lejos del caos urbano que les da la posibilidad de alejarse de la violencia que domina la vida cotidiana. Así lo entiende Antonio: “Rosario había llegado muy irritada después de un fin de semana con los duros y nos pidió que nos fuéramos de la ciudad por unos días” (p.116). La mención a los “duros” alude, una vez más, a los vínculos que entabla la mujer con los líderes de las bandas asociadas al tráfico de drogas; en este sentido, la irritabilidad de Rosario aparece como una consecuencia del contacto directo con estos personajes.

Una vez más, las drogas aparecen como uno de los temas fundamentales en el vínculo que entablan Rosario, Emilio y el narrador. En estos capítulos, los protagonistas sufren desvaríos emocionales y psicológicos relacionados con el consumo abusivo de sustancias. Es ejemplar al respecto el episodio en el que se sugiere que Rosario disparó contra un conductor, cuando, en realidad, había sido ella la que había cometido la imprudencia. Una vez más, frente a una situación de tensión, Rosario usa la violencia como primera herramienta de defensa personal, sin preocuparse demasiado por las consecuencias de sus actos.

Tanto Emilio como el narrador siguen a la mujer en este camino de autodestrucción: “Nos volvimos como tres suicidas compitiendo por llegar primero a la muerte, tres zombis frenéticos, cortándonos con nuestras rabias afiladas, con nuestros sentimientos punzantes, hiriéndonos a punta de silencio, acallando lo que sentíamos con droga, solamente mirándonos y metiendo" (pp.120-121). En este punto, el consumo de drogas es la forma que encuentra el narrador de poder acallar sus sentimientos prohibidos por la mujer. Además, deja en claro que el camino de Rosario es, ante todo, un camino de muerte; no hay alternativa saludable en el estilo de vida que propone la mujer.

En estos capítulos, el narrador traza un paralelismo entre los efectos devastadores de los estupefacientes y la otra "droga": el amor que siente por Rosario. La naturaleza de este sentimiento conduce a Antonio a situaciones cada vez más enredadas, hasta llegar al punto de poner en riesgo su propia vida frente a los pedidos de la mujer. Sin dudas, el punto máximo de sometimiento ocurre en el capítulo 10, cuando ella le exige ir a buscar un dinero a la casa de unos desconocidos peligrosos. Sobre ese encuentro, el narrador comenta: “Lo único que conseguí fue que cinco monstruos acorazados me llevaran arrastrando hasta un garaje para someterme a un interrogatorio de una hora, intimidado por sus armas, insultos y risitas tenebrosas” (p.126). Lo más perverso de esta petición es que luego Rosario niega haberle pedido algo semejante; esto permite ver que el sometimiento del narrador significa poco y nada para la mujer.

En este sentido, la novela muestra una relación polarizada entre ellos dos. El personaje femenino responde al modelo de la mujer fatal, capaz de manipular al hombre que la quiere, sin importarle demasiado sus sentimientos. Por otra parte, el narrador concuerda con el estereotipo del amante desesperado, el enfermo de amor que evita la cura y persiste en su proyecto autodestructivo.

A propósito de esto, los lectores sabemos que este amor desesperado, callado y vivido en silencio perdura hasta el presente de la enunciación de la novela. A pesar de los intentos que hace el protagonista por alejarse de la mujer, él está en la sala de espera del hospital, expectante y ansioso por la lucha de Rosario contra la muerte. Una vez más, la mujer es un destino del que no se puede huir.

Para lograr este sometimiento de los hombres, Rosario explota sus armas de seducción. Así y todo, la femineidad de la protagonista se ve resaltada especialmente por la mirada del narrador: luego del período de depresión que sufre la mujer, el hombre comenta que “... había vuelto a sus encantos, a sus bluyines apretados, a sus camisetas ombligueras, a los hombros destapados, a su sonrisa con todos los dientes. Había vuelto a lo que era antes, pero distinta, más exquisita, más dispuesta para la vida, más deliciosa para quererla…” (p.137). En esta descripción, se subraya la vestimenta que deja ver su figura sugerente y atractiva, que destaca sus encantos y que enloquece a los hombres que la conocen. Sin embargo, también se ve que el episodio de la tristeza de Rosario transforma a la mujer y le aporta un matiz vulnerable. Como personaje acostumbrado a lidiar con grandes tragedias, el hecho de haber podido salir de la oscuridad le trae una experiencia de vida que la enriquece y la hace más humana. Esto solo enamora más al narrador, “cómo no quererla si cada día la quería más, si con su nueva actitud se parecía más a lo que yo soñaba, a lo que siempre esperé de ella” (p.137). En esta frase, se ve nuevamente el egoísmo que tienen los hombres que rodean a Rosario: el narrador dice que la quiere más porque ahora está a la altura de sus expectativas.

Si bien los lectores conocemos la intensidad de los sentimientos Antonio, en estos capítulos también se ve el afecto que siente Rosario por el narrador. Es ejemplar al respecto el episodio del cementerio. La mujer prefiere atravesar este momento de dolor y vulnerabilidad con Antonio antes que con su novio, Emilio. En estos gestos, se ve que la relación tiene un grado de confianza que supera, incluso, el vínculo amoroso que mantiene Rosario con su pareja.