Los adioses

Los adioses Resumen y Análisis Parte 4

Resumen

Con la partida de la joven, las cartas se reanudan armoniosamente. El verano va avanzando mientras el almacenero y el hombre juegan, según las palabras del primero, “al juego de la piedad y la protección” (p.84).

Un día, al terminar el carnaval, la mujer mayor baja del ómnibus con un niño. Entran al almacén y se sientan a esperar al hombre. “Al día siguiente, en un paisaje igual, con idéntica luz que el día anterior, vi la pequeña valija oscilando frente a la puerta del ómnibus” (p.86), dice el almacenero. Se trata de la mujer joven, que también ha llegado al pueblo.

El enfermero y la mucama, la Reina, le cuentan al almacenero “la historia del epílogo en el hotel y la casita” (p.89). La mucama detesta a la mujer joven; dice que habría que matarlo al hombre. A ella, a esa “putita” (p.90), no sabe qué le haría; “la muerte es poco si se piensa que hay un hijo” (p.90), agrega. Según los dos informantes, cuando la mujer joven llegó al hotel, estaban almorzando la mujer mayor, el niño y el enfermo. El hombre se alzó con las manos sobre el mantel, hizo el ademán de acercarle una silla a la muchacha pero ella comenzó a retirarse. El hombre la alcanzó frente al ómnibus y discutieron bajo el sol. Luego, tomados de la mano, subieron el camino de la sierra hacia la casita de las portuguesas. Ella se quedó allí y el hombre volvió al hotel.

Según el enfermero y la Reina, por la noche, los cuatro cenaron juntos en el hotel. La joven reía y jugaba con el niño. El hombre enfermo desplegó esa noche toda su simpatía con el personal del hotel. Al terminar de cenar, acompañó a la muchacha hasta el chalet y volvió al encuentro de la mujer mayor. “[H]ay que pensar que [el hombre] estaba desesperado. No se puede negar que hubo un arreglo entre ellas” (p.101), dice el enfermero en referencia al hecho de que, al mediodía siguiente, la mujer mayor y el niño marcharon en el ómnibus.

Ese día, el día en que la mujer mayor y el niño se van del pueblo, el hombre paga su cuenta en el hotel y, con la muchacha, pasan el resto del otoño encerrados en el chalet de las portuguesas. Cada principio de mes abonan a Andrade el monto del alquiler y, dos veces por día, reciben de manos del peón del hotel las viandas con comida. El resto de los empleados y los demás pacientes que convivieron con el hombre antes de su partida vuelven a estar pendientes de los movimientos de este enfermo, que, por alguna razón incierta, los ofende con su actitud. Según el narrador, ellos “controlaban los pedidos de botellas que transmitía el peón al administrador y ocupaban sus horas suponiendo escenas de la vida del hombre y la muchacha encerrados allá arriba, provocativa, insultantemente libres del mundo” (p.103).

Análisis

En palabras del narrador, el enfermo y él jugaban, durante ese verano, “al juego de la piedad y la protección” (p.84). “Pensar en él, admitirlo, significaba aumentar mi lástima y su desgracia” (p.84), dice el almacenero, que comienza a tomar cierta distancia del hombre. Podemos ya a esta altura establecer un vínculo entre ambos, sobre todo desde la mirada privilegiada en el texto, la del almacenero. Desde su punto de vista, aunque esto no se exprese de modo literal, se lee una comprensión de la condición del enfermo desde la empatía. Como bien sabemos desde la primera parte, el almacenero mismo ha tenido tuberculosis y sobrevive hoy con tres cuartos de pulmón. Quizá sea debido a la enfermedad; quizá, con mayor énfasis, por la soledad que lo aqueja, pero el narrador cree tener un entendimiento muy profundo del hombre.

Abordar un motivo que tiene larga tradición en la literatura desde el romanticismo alemán a esta parte, el tema del doble, puede echar luz sobre este asunto. De modo general, podría decirse que el tópico del doble se establece cuando coexisten dos incorporaciones de un mismo personaje en una narración. Decimos que es "de un modo general" ya que, más adelante en la historia literaria, hay muy diferentes manifestaciones del tema del doble que exceden al romanticismo y que involucran otros aspectos, como el esoterismo, el pensamiento mágico, el avance de la ciencia o la psicología. Doppelgänger es el concepto alemán para definir al "gemelo malvado": en primer lugar, define al doble fantasmagórico de una persona viva, pero, con el tiempo, pasa a definir al doble no necesariamente fantasmagórico, sino, por ejemplo, producto de la ciencia o de un trastorno psicológico.

Si bien para el almacenero es el otro el derrotado, el deportista fracasado, enfermo y solitario que no encuentra motivos para curarse, de repente tiene una revelación. Dice: “Y de pronto, o como si yo acabara de enterarme, todo cambió. Yo era el más débil de los dos, el equivocado; yo estaba descubriendo la invariada desdicha de mis quince años en el pueblo, el arrepentimiento de haber pagado como precio de la soledad, el almacén, esta manera de no ser nada. Yo era minúsculo, sin significado, muerto” (p.88). En este punto, la narración se detiene por un momento y nos obliga a reflexionar con respecto a lo mediado por los propios fantasmas del almacenero que puede haber estado todo su relato del principio a esta parte. Cuando hablaba de los más profundos sentimientos del basquetbolista, ¿estaba en realidad hablando de sí? Esta suerte de revelación que tiene el narrador da la pauta de que gran parte de lo dicho hasta ahora puede ser en buena medida una proyección de su propio fracaso, de su propia soledad. Puede ser que haya encontrado mucho de él en ese hombre que, con sus manos, le indicó desde el primer día que no quería curarse. Esta manera de explorar el motivo del doble es de las más populares en la literatura del siglo XX; un modo oblicuo de introducir la figura que se aleja del género fantástico, del terror científico y el pensamiento mágico, y se acerca más al terreno de la psicología.

“Vivir aquí es como si el tiempo no pasara, como si pasara sin poder tocarme, como si me tocara sin cambiarme” (p.88), dice el narrador en voz alta a la mujer joven. Esta frase hasta parece un exabrupto viniendo de boca del almacenero, que se mantiene en general distante del resto de la gente en cuanto a su intimidad y sus reflexiones más profundas. Estas son compartidas solo con el lector, pero nunca proferidas en voz alta. La joven se limita a extender un billete de diez pesos en el mostrador e irse. La expresión del almacenero no tiene respuesta ni una consideración posterior, pero da la pauta que, en estas escenas que mencionamos, el texto abre una segunda historia, que es la propia historia del tendero y su muerte cotidiana, el descubrimiento de su propia soledad radical. La distracción obsesiva ha sido hasta ahora seguir de cerca la historia del basquetbolista enfermo, pero en este punto es claro que el narrador también habla de sí.

Además, en esta parte cambia también el registro del relato. Se hace más evidente la influencia de uno de los escritores que funcionaron como un norte para Onetti, que es William Faulkner. La perspectiva narrativa múltiple o enfoque múltiple es una técnica por la que el escritor norteamericano se caracterizó. Estas técnicas narrativas se hicieron célebres y muy productivas durante el siglo XX, en el que se abandona, en buena medida, al narrador omnisciente que todo lo sabe y que es omnipresente, al narrador testigo, y al narrador confiable en primera persona. Faulkner involucra en sus textos una multiplicidad de voces, algunas más fiables que otras, para componer una narración. Onetti admira este gesto y lo acerca al Río de la Plata en muchas de sus obras. En el caso de Los adioses, en este punto de la novela, el enfermero y la Reina toman el timón del relato y dejan de ser meros traficantes de rumores o soportes de información para el narrador. Él mismo llama a esto “la historia del epílogo en el hotel y en la casita” (p.89).

La introducción de las voces de la Reina y el enfermero se da de un modo complejo. En primer lugar, el narrador parafrasea las historias contadas por estos dos informantes. De este modo, dice cosas como “a pesar de la mansa displicencia con que [la muchacha] miraba las mesas vacías, las copas manchadas y las servilletas en desorden, fingía -esto era para la Reina repugnante e inexplicable- no haber distinguido el grupo macilento” (p.91). El narrador no estuvo allí, sino que toma las palabras de la Reina y, con aclaraciones como la citada, se aleja de lo que narra y afirma que son palabras de la mucama. Pero, para aportar mayor complejidad, inmediatamente hay también fragmentos de discurso directo en el texto, interrupciones de la propia voz de la Reina (y también del enfermero). Por ejemplo, dice con respecto a esta escena citada: “Ganaba tiempo [la muchacha], hasta ella misma se avergonzaba viendo la criatura” (p.91). El discurso de la Reina se mezcla con las reflexiones y fragmentos aportados por el enfermero, e inclusive con lo que el mismo narrador imprime en esta parte de la historia a la que llama “epílogo”. A esta técnica narrativa se la ha llamado muchas veces “caleidoscopio”, por el efecto de distorsión de la narración que genera. Como bien dijimos al comienzo de este análisis, este tipo de textos exigen un rol mucho más activo por parte del lector, que debe todo el tiempo seleccionar información y dudar permanentemente de lo que se dice.

Llamar “Epílogo” a esta parte del relato también introduce otro concepto, que es el de metalenguaje, es decir, el lenguaje que se utiliza para hablar del mismo lenguaje. Este tipo de gestos abona la idea de que el narrador está escribiendo mientras habla, que de alguna manera compone el relato in situ mientras se dirige al lector, y que estamos ante una muestra de lo que para Onetti es el proceso creativo. El proceso creativo es uno de los grandes tópicos de su literatura, mucho más cercana a la inspiración y el genio que a la noción de trabajo disciplinado. Onetti mismo ha dicho en varias entrevistas que la inspiración lo asaltaba por sorpresa, y entonces debía anotar sus ideas en servilletas y papeles sueltos que luego se perdían o, al llegar a casa, dejaban de tener sentido. Pero siempre había cierta idea del fluir de las ideas, de la conciencia, de ir con la corriente sin tanta especulación. De este modo, muchas veces fue criticado porque no hay grandes matices o diferencias entre sus personajes, y porque sus tópicos son repetitivos y obsesivos. En el caso de Los adioses, sin embargo, resulta cuanto menos sospechoso que se trate de un libre fluir de los pensamientos. Hay una construcción lo suficientemente estructurada y minuciosa del discurso del almacenero. En la última parte, entenderemos que la construcción del narrador como alguien poco fiable, que se deja llevar por los rumores y su propia imaginación desbordada, tiene que ver con que la verdadera naturaleza de la relación del hombre con las dos mujeres desbarata la organización mental del almacenero y lo descoloca, y de eso se tratará el clímax del relato.

El rechazo hacia el hombre enfermo por parte de los locales gana terreno en esta parte. Si pensamos en dos relatos solapados, el del almacenero y sus conjeturas, y el del hombre enfermo y las dos mujeres, esta última también alcanza su clímax en el momento en que los tres se encuentran en el comedor del hotel y el chisme está en boca de todos. Según el almacenero, quienes esparcían los rumores “[n]o podían dar nombre a la ofensa, vaga e imperdonable, que él había encarnado mientras vivió entre ellos” (p.103). Pero, al final de ese mismo párrafo, dice que la muchacha y el hombre se mostraban “insultantemente libres” (p.103), dando de alguna manera una pista sobre el tenor de la ofensa imperdonable: la libertad es algo que resulta insultante para los testigos de la vida del ex-basquetbolista. Y con esto nos referimos no solo a la libertad de mostrarse alegre con la joven y de haberse exhibido ante todos con ambas mujeres días atrás, sino también, y sobre todo, la libertad del hombre de no mostrar desesperación por curarse. No ponerse a disposición absoluta de los médicos, no estar aterrorizado por la muerte es en cierta forma una ofensa para el enfermero, la mucama, los otros pacientes, que “concentraban su furia en la casita de las portuguesas” (p.103) y sentían “la insoportable insistencia del hombre en no aceptar la enfermedad que había de hermanarlo con ellos” (p.102).