Los adioses

Los adioses Resumen y Análisis Parte 1

Resumen

Un almacén de una pequeña localidad de Córdoba funciona también como estafeta de correos y parada de colectivos. Entra al lugar un hombre que acaba de bajarse de un colectivo y tiene como destino final el hotel en el cual va a hospedarse para tratar su tuberculosis. Lo primero que nota el narrador, que no es otro que el almacenero, son las manos del recién llegado. En ellas, en sus movimientos, cree encontrar las señales que le indican que el hombre no va a curarse.

En el almacén se encuentra también el enfermero, otro personaje clave del relato, con el cual el almacenero conversa cada día. El enfermero trabaja en la clínica, y tiene como jefe al Dr. Gunz, que va a tratar al hombre. Desea tener el favor del narrador, por lo que se muestra siempre simpático y confidente con él. Sin embargo, a pesar de su interés obsesivo, el almacenero se mantiene distante, responde con frases breves a los comentarios del enfermero y no lo considera capaz de comprender en profundidad algunos asuntos.

Buscando su complicidad, el enfermero le pregunta al almacenero qué piensa sobre el nuevo, si va a curarse o no. El narrador le responde que cree que no, pero guarda para sí las razones: ve en el recién llegado incredulidad por la enfermedad que padece, y también, tras ella, desesperación, una desesperación a la que el enfermo está acostumbrado. Sin embargo, al nuevo “no le importaba curarse” (p.52), porque “no cree en el valor, en la trascendencia de curarse” (p.51).

En estas primeras páginas, el almacenero nos dice que él mismo ha padecido también la tuberculosis, y que se las arregla ahora con tres cuartos de pulmón.

Análisis

Los adioses es una novela breve, un género literario que Onetti exploró largamente y por el que, junto con sus cuentos, es célebre. En el prólogo de la edición escogida para este análisis, el escritor argentino Juan José Saer plantea que, en los años 60, la máxima aspiración estética de los escritores jóvenes latinoamericanos, el modelo de toda perfección narrativa, era la novela corta. Este género brindaba la posibilidad de un desarrollo narrativo más profundo que el cuento, podía abordar los grandes temas de la novela (la condición humana, la pregunta por el ser, la pérdida de la fe, por poner algunos ejemplos), a la vez que parecía provenir de un rapto de inspiración creativa fugaz. Onetti, como insistente explorador de la novela corta, fue un gran ejemplo a seguir para las siguientes generaciones de escritores uruguayos del género.

Los adioses está dedicada a Idea Vilariño. La ensayista, poeta y crítica uruguaya tuvo una relación larga y tormentosa con Juan Carlos Onetti. Ambos formaron parte de lo que se llamó en Uruguay la Generación del 45, un gran grupo de artistas que se alejaba de los tópicos gauchescos y campestres, y tomaba su inspiración de la ciudad y la cultura urbana, que crecía rápidamente en esos años. Ambos compartían la idea de que era necesario alejarse de la gauchesca, género literario que se cultivaba mucho por aquellos años en Uruguay y Argentina, y cierto costumbrismo pastoril vacío que no reflejaba las verdaderas condiciones de vida en las crecientes ciudades latinoamericanas de aquellos años.

En esta novela, sin embargo, la historia no transcurre en la gran ciudad, sino en una localidad cordobesa muy pequeña. Sabemos que se trata de Córdoba (Argentina) por varios indicios: la mención de las sierras, de la placa de un coche de la localidad de Oncativo y, sobre todo, por el hecho de que era muy frecuente en aquellos años retirarse a las sierras cordobesas para tratar la tuberculosis. Por ejemplo, los enfermos se alojaban por temporadas en el Hotel Eden, el cual dio pie a la construcción de la ciudad de La Falda en la misma provincia, o en el Hospital Colonia Santa María de Punilla, hoy abandonado. Estos edificios albergaron a cientos de enfermos de tuberculosis que se hospedaban allí para tratar su condición y verse beneficiados por el clima seco de la sierra, a la vez que retirarse de la vida social de la Capital por el pudor que despertaba la enfermedad en su estado avanzado. Esto que hoy, erradicada casi por completo la tuberculosis, debemos reponer, en su momento era moneda corriente. Hay otros dos ejemplos célebres en la literatura argentina que dan cuenta de esto: en Boquitas Pintadas de Manuel Puig (ambientada en los años 40), el personaje de Juan Carlos Etchepare trata su tuberculosis en Córdoba, al igual que el narrador de “Ester Primavera”, de Roberto Arlt, víctima también de la peste blanca, recuperándose en las sierras, pendiente del recuerdo de una mujer.

Los adioses comienza en el almacén del pueblo, que hace las veces de parada de colectivo y estafeta de correo, por lo cual se convierte en un lugar privilegiado para el monitoreo por parte del almacenero de gran parte de la actividad local. El tendero tiene entonces una posición privilegiada: recibe las historias de la gente del pueblo a través de los rumores cada vez que van al almacén, posee una vista excepcional de quién entra y sale de la ciudad en colectivo, y de primera mano tiene conocimiento de la correspondencia de los habitantes del pueblo. Este almacenero es el narrador de Los adioses. Parece, en una primera instancia, un narrador testigo. Sin embargo, veremos más adelante que el almacenero excede los límites de este tipo de narrador, porque en lugar de limitarse a lo que puede ver y confirmar, compone en base al rumor y a su imaginación un relato en el cual repone también qué sienten y piensan los personajes y qué hacen en su ausencia. Es decir, narrador a la vez que autor, creador, organizador de la historia.

En esta introducción al personaje del tendero tenemos un primer atisbo de sus mecanismos. Al ver al hombre llegar y entrar en el almacén, basándose en tres o cuatro gestos y expresiones, ya sabe que este no va a curarse. Y lo sabe “porque [al hombre] no le importaba” (p.52). Esto, que en principio parece un prejuicio, o un juicio especulativo basado en otras experiencias anteriores, parecerá constituirse, con el correr de las páginas, en una cualidad constitutiva del personaje del hombre. Es decir, creeremos nosotros también, profundamente, que el hombre no tiene la suficiente fuerza de voluntad para curarse. De este modo, aunque querramos tomar distancia del narrador, aunque el texto nos obligue a ser lectores activos, atentos, casi paranoicos, y cuestionar lo que se nos presenta como hecho pero no es más que conjetura, veremos cómo somos, una y otra vez, arrastrados a su punto de vista sesgado.

Lo primero que el tendero describe son las manos del recién llegado: “Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada” (p.49). Desde el primer momento, las manos del hombre cautivan al almacenero, que seguirá observándolas a lo largo de toda la estadía del primero en el hotel, y serán uno de sus rasgos distintivos. La sabiduría pedestre del almacenero con respecto a los enfermos de tuberculosis es casi hiperbólica, como un detective o un adivino, carga de sentido un gesto mínimo: “Quisiera no haberle visto más que las manos, me hubiera bastado verlas cuando le di el cambio de los cien pesos y los dedos apretaron los billetes, (...); me hubieran bastado aquellos movimientos (...) para saber que no iba a curarse” (p.49). A partir del pequeño gesto del hombre con los billetes, el almacenero cree saber con exagerada seguridad que el enfermo no va a curarse.

Además de las hiperbólicas conjeturas que el almacenero toma de los gestos de las manos del enfermo, llama la atención también la repetición oblicua de algunas escenas en esta parte y en la novela en general. La manera en que los dedos aprietan los billetes se narra en la primera página del siguiente modo: “(...) los dedos apretaron los billetes, trataron de acomodarlos y, en seguida, resolviéndose, hicieron una pelota achatada y la escondieron con pudor en un bolsillo del saco” (p.49). Tres párrafos más adelante, el narrador vuelve sobre la misma escena, es decir, repone los movimientos del hombre una vez más, pero esta vez con otros adjetivos y otra mirada. El efecto es el de un palimpsesto, es decir, un texto que se borra por momentos y vuelve a reescribirse, inclusive más de una vez. En la segunda descripción del primer encuentro con el hombre, el almacenero dice: “observé sus manos cuando manejó los billetes en el mostrador” (p.50), y más adelante: “(...) se interrumpió y vino desde el rincón, (...) incrédulo, para pagarme y guardar sus billetes con aquellos dedos jóvenes envarados por la imposibilidad de sujetar las cosas (p.50).

Podemos también, por un momento, volver al comienzo del relato y a la frase “quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos” (p.49). Esta cita anticipa uno de los temas fundamentales de toda la literatura de Onetti: el fracaso. El almacenero quisiera no haber visto del hombre nada más que las manos, porque lo que vio a través de ellas ya era suficiente para percibir la derrota del hombre, que confirmará a lo largo de su estadía en el pueblo. El narrador mismo, en estas primeras páginas, habla de “profecías” (p.49): “me basta ver [a los enfermos] y no recuerdo haberme equivocado” (p.49), dice. Él quisiera no haber visto más que las manos porque al ver más allá supo que el hombre iba a fracasar en su intento de curarse.

“El mismo Onetti nos enseñó a aceptar el fracaso como única medalla, mérito y gloria, al igual que lo llevan sus personajes, incluso más allá de la muerte”, dijo el difunto Ángel Rama, célebre escritor y crítico uruguayo, en un texto que acompañó la edición de la novela El pozo. Como veremos más adelante, el almacenero sabe que la muerte no asusta al hombre; que el enfermo “no es que crea imposible curarse, sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse” (p.51). A lo que se refiere el tendero es, más bien, a la angustia de la propia existencia, a la inevitabilidad del fracaso y la nostalgia de un pasado, una juventud, que no volverá. Volveremos sobre las menciones a la juventud, pero cabe resaltar que la juventud y el amor adolescente son de los pocos tesoros a los cuales, en la memoria, los personajes de Onetti se aferran en la desesperación.