La vida de Lazarillo de Tormes

La vida de Lazarillo de Tormes Resumen y Análisis Tratados Sexto y Séptimo

Resumen

Tratado Sexto

En el principio del Tratado Sexto, Lázaro menciona brevemente a su siguiente amo: un maestro de pintar panderos con quien tampoco tuvo suerte. Luego, cuenta, empieza a servir a un capellán que le da un asno y cuatro jarras para que venda agua por la ciudad. Para Lázaro, con este oficio logró “subir el primer escalón”. Se divide el dinero que recauda con el capellán y consigue ahorrar lo suficiente para comprarse una capa, un jubón y una espada. Por primera vez en su vida se siente contento y orgulloso. Decide ir a ver a su amo, entregarle el asno y abandonar el oficio.

Tratado Séptimo

Al principio del Tratado Séptimo, Lázaro empieza a trabajar para el alguacil, pero decide dejar su trabajo porque lo considera peligroso. En una ocasión, unos delincuentes atacan a Lázaro y al alguacil con palos y piedras.

Lázaro le cuenta a “Vuestra Merced” que, al tiempo que desea vivir con más tranquilidad y ahorrar para su vejez, tiene la suerte de conseguir un oficio real, es decir, un puesto en la burocracia imperial. Su oficio consiste en pregonar (anunciar) los vinos que se venden en la ciudad y los delitos de los que han sido acusados “los que padecen persecuciones por justicia”. Cuenta el pregonero que, en una ocasión, debe asistir en la horca donde van a castigar a un ladrón, llevando la soga. En este punto del tratado, Lázaro se desvía del relato para recordar al ciego que, en Escalona, en casa del zapatero, había hecho algunas predicciones sobre su futuro que resultaron acertadas. Recuerda a su amo con gratitud por haberle enseñado todo lo necesario para llegar al estado en el que se encuentra.

Lázaro resulta ser muy bueno en su trabajo y, gracias a él, el arcipreste de Sant Salvador le propone que se case con una de sus criadas. Lázaro accede y dice no estar arrepentido de su decisión. Su mujer es diligente y servicial. Además, el arcipreste les regala trigo, carne, pan, sus calzas viejas y hasta alquila una casa para la pareja al lado de la suya. Lázaro y su mujer comparten casi todos los domingos y las fiestas con el arcipreste.

Acá Lázaro se detiene en los rumores que corren acerca de su mujer, sobre cómo ella va y viene de casa del arcipreste. Lázaro no niega ciertas sospechas sobre su mujer porque dice que más de una vez tuvo que esperarla hasta la madrugada. En esos momentos, Lázaro recuerda otra de las predicciones de su primer amo, el ciego, en el mesón en Escalona, donde tomó unos cuernos y le dijo a Lázaro: “te dará este que en la mano tengo alguna mala comida y cena”.

Cuando Lázaro le plantea sus dudas al arcipreste, este le dice que, para medrar, hay que ignorar las malas lenguas. Le promete que su mujer va y viene de su casa sin afectar la honra de Lázaro. A esto, el pregonero le contesta que sus amigos le dijeron que su mujer había estado embarazada tres veces antes de casarse con él. Su mujer, que está presente, empieza a llorar e insultar al arcipreste. Entre ambos logran calmar a la mujer y Lázaro promete no volver a mencionar los rumores.

A continuación, Lázaro se refiere a lo narrado recientemente como “el caso”, del que no ha vuelto a hablar hasta ahora, que Vuestra Merced pidió que le relatara. Frente a todos los demás que intentan discutir con Lázaro la fidelidad de su mujer, este jura por la honra de ella y reta a un duelo a quien diga lo contrario. Lázaro cierra finalmente su relato ubicando temporalmente los hechos y asegurando que, en este momento, se encuentra en la cima de su buena fortuna.

Análisis

El sexto es el tratado más feliz de la obra. Lázaro no se ocupa de describir los malos ratos que recibe del maestro de panderos porque ya no hacen a su propósito discursivo. No debemos perder de vista que todo el relato tiene la intención de dar cuenta de “el caso” a Vuestra Merced. Las penurias que sufre a lo largo de su vida lo conducen a un mejor lugar en el que puede escribir una carta dirigida a alguien respetable. En este punto del relato, es más importante para él mostrar el inicio de su ascenso.

Para empezar, por primera vez Lázaro consigue un oficio honesto. Dicho sea de paso, si bien el oficio es honesto, la manera en que lo procura no lo es, porque el capellán no debía participar de una empresa para ganar dinero por fuera de la Iglesia. A pesar de ello, el acuerdo es descrito como justo y le permite a Lázaro comprarse su primera espada y una vestimenta respetable.

El protagonista repara en cómo el jubón, la capa y la espada hacen que él se vea a sí mismo “en hábito de hombre de bien”. Es significativo que hable de hábito de hombre de bien porque parece indicar que comprende que se trata de un “disfraz”. Esto nos remite al Tratado Tercero, en el que el escudero se viste lentamente y se siente orgulloso de la ropa que lleva. En su camino de descenso, lo último que pierde el escudero es el hábito. Por su parte, en su camino de ascenso, el hábito es lo primero que Lázaro incorpora.

En el tratado final, podemos ver el resultado del camino vital del protagonista. Como consecuencia de todas las adversidades por las que ha transitado Lázaro, su instinto de supervivencia es ahora el único valor que prima. Por otro lado, cada vez está menos dispuesto a soportar peligros y trabajos. Cuando percibe que el trabajo con el alguacil es peligroso, no duda ni un momento en abandonarlo. En los primeros tratados, Lázaro sufría a la par de sus amos pero, en el tratado final, huye antes de ser alcanzado por los delincuentes. La ironía está dada por el detalle de que Lázaro, tras servir al capellán, se pudo comprar una espada, pero esta no es nada más que un disfraz de respetabilidad que nada tiene que ver con la valentía: ante los ataques de los delincuentes, Lázaro huye cobardemente. La hipocresía que podíamos observar en otros, ahora la percibimos patentemente en nuestro protagonista.

Hay una nueva actitud en el protagonista, que se ha ido gestando de a poco y aparece explicitada en el segundo párrafo, cuando Lázaro dice que su deseo era “tener descanso y ganar algo para la vejez”. Tras todas las adversidades por las que ha atravesado, Lázaro solo concibe medrar con algo de astucia, pero, sobre todo, con suerte. El modo más sencillo de asegurarse la vida es conseguir un oficio burocrático. Subyace acá una crítica social que muestra que los únicos que tienen asegurado el sustento son el clero y los que trabajan para el Estado.

Cuando consigue el trabajo de pregonero por un golpe de suerte, su vida se encuentra en el punto más alejado con respecto a su origen. Ante la imagen de Lázaro sosteniendo una soga para ajusticiar al ladrón, no podemos sino pensar en que tanto su padre como la segunda pareja de su madre fueron ajusticiados por robo y que, ahora, Lázaro se encuentra en el rol opuesto.

El siguiente paso que acerca a Lázaro a la estabilidad económica y social a la que aspira es su matrimonio con la criada del arcipreste. El sustento y la seguridad que logra mediante esta unión el ahora pregonero tienen un coste alto en cuanto a la honra. Sin embargo, para Lázaro, que ha experimentado el hambre y la necesidad, el valor más alto no es la honra sino el sustento. La mirada crítica presente en la obra da cuenta de una gran crisis moral: el noble que valora la honra y se aferra al pasado muere de hambre y vive de las apariencias; el individuo que puede medrar por sus propios medios no puede preocuparse con las apariencias ni la honra. En boca del arcipreste, esta crítica se revela de manera clarísima: “quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará”. En una sociedad injusta, la única manera de ascender socialmente es sin escrúpulos y únicamente velando por el propio provecho.

La degradación moral representada en la obra a través del camino vital de Lázaro puede ser sintetizada en la respuesta que este le da al arcipreste cuando dice: “yo determiné de arrimarme a los buenos”. Estas mismas palabras se repiten dos veces a lo largo de la obra. La primera se refiere a la situación de la madre de Lázaro, que se ha quedado viuda y debe “arrimarse a los buenos para sobrevivir”. No es posible ignorar el uso irónico de la palabra “buenos”. Acá no se hace una valoración moral de la persona, sino que se valora su situación económica o social, potencialmente beneficiosa, ya que puede aprovecharse de manera parasitaria. Además, resulta revelador pensar en el uso común de arrimarse con una connotación sexual. La madre se arrima a los buenos e inicia una relación deshonrosa e ilícita, mientras Lázaro se arrima a los buenos aceptando a sabiendas ser cornudo y que su mujer mantenga una relación con un sacerdote. Esto muestra cómo el eje moral está corrido: los buenos son los ricos y los poderosos a quienes los pícaros y ambiciosos podrán arrimarse para medrar.

La decisión de Lázaro de aceptar su situación e ignorar las malas lenguas es tan firme que está dispuesto a defender el honor de su mujer cometiendo un sacrilegio cuando dice: “yo juraré sobre la hostia consagrada”. Recordemos, además, que “el caso” del que está dando cuenta involucra una relación ilícita, ya que el amante de su mujer es un sacerdote. El incisivo anticlericalismo en la obra no podía estar ausente en el tratado final.

Finalmente, conviene repasar también el tema del individualismo vinculado a la moral. Lázaro considera que su caso no puede ser juzgado sin conocer todo su camino vital. Desde un principio, el protagonista insiste en que su relato tiene como propósito mostrar que quienes han tenido que ingeniárselas para sobrevivir tienen más mérito que aquellos que “heredaron nobles estados”. Las malas lenguas, que cuestionan la posición en la que se encuentra Lázaro, desean medir su estado con la misma vara con la que miden a hombres “nobles”: la honra. Para Lázaro, su valor yace en haber alcanzado la prosperidad. Los valores colectivos son privilegio de aquellos que están atados a través del linaje y la tradición. Al resto le queda hacer su propio camino, transitando los márgenes de una sociedad profundamente hipócrita e injusta.